Cuando estaba en la universidad, era común entre los
jóvenes discutir sobre cuál mundo distópico era más actual, si la de Orwell en 1984 o la de Huxley en Un Mundo Feliz. Esas discusiones han
rebotado por décadas en mi mente, con varios cambios de bando. Lo que es seguro
es que a cada rato hay indicios de ambas. Y también que Orwell se ha apuntado
buenos puntos en los últimos días, particularmente con su concepto de la neolengua: la creación de un nuevo lenguaje,
simplificado, que tiene el objetivo de impedir que las personas piensen por
afuera de los dictados del régimen.
Veamos algunos ejemplos.
La
neolengua en la Casa Blanca
El vocero presidencial, Sean Spicer, creó un gran
escándalo con la negación de que Hitler hubiera utilizado armas químicas en la
II Guerra Mundial. Muchos atribuyeron el hecho a que el vocero tiene una
ignorancia homérica de la historia. Yo iría más allá. Spicer, como buen miembro
del Partido, no es capaz de entender más allá de la neolengua trumpiana.
En esa neolengua, el concepto “armas químicas” se
refiere exclusivamente a las utilizadas por los regímenes enemigos contra la
población civil. Las que usó Sadam Husein contra los kurdos; las que usó Bachar
el Asad contra la oposición. Ni el sustantivo armas ni el adjetivo químicas
significan lo que dicen los diccionarios comunes: van juntas y se refieren a
las que lanzan los árabes malos.
Ante las preguntas incómodas de los reporteros sobre los crímenes de Hitler, Spicer evidenció su capacidad de doblepensamiento: dijo que el dictador nazi no había utilizado gas sarín, como el sirio. Por lo tanto, no eran armas químicas. El gas Zyklon B, que asesinó a millones en las cámaras de gas, no lo era. El vocero de Trump demostró que era capaz de sostener dos creencias contradictorias de manera simultánea, y aceptar ambas.
Cuando Spicer quiso arreglar las cosas, y empezó a
recular, se fue a lo hondo. Dijo que Hitler no había utilizado las armas
químicas contra su propio pueblo. Eso significa, si usamos la lógica, que el
vocero de Trump no considera que los judíos alemanes asesinados por el régimen
nazi hayan sido alemanes. Eran judíos. Un paso en falso bastante revelador.
Pero lo que en lo personal me pareció extraordinario
fue que Spicer, ya algo nervioso, se refirió a los campos de exterminio nazi
como “Holocaust Centers”, Centros de
Holocausto.
La utilización de ese término es algo más que
curiosa, porque nos dice que el subconsciente del vocero lo traicionó. En
Estados Unidos muchos espacios se llaman “Center”: shopping center, convention center, detention center. A Spicer se
le ocurrió colocar el término “Holocausto” a uno de estos centros: en otras
palabras, americanizó el término, se lo apropió. Al mismo tiempo, evidenció, al
suponer que ese era el nombre, no tener idea de lo que significa una palabra
compleja como holocausto.
Por cierto, el nombre alemán era Konzentrationslager: campamento de
concentración, que también es un eufemismo.
La
neolengua corporativa
Otro momento alucinantemente orwelliano lo vivimos
con el escándalo que se armó cuando un pasajero de United Airlines fue
violentamente sacado del avión porque se negó a dar su lugar. Aquello fue la
típica situación en la que todos pierden (aunque el hombre, luego de la
fractura de su nariz tal vez gane una demanda multimillonaria a la aerolínea).
Las acciones de United Airlines no cayeron al día
siguiente del incidente. Pero el valor de la empresa se desplomó por cerca de
mil millones de dólares al otro día, luego de que el presidente de la compañía ofreciera
disculpas de una forma que parecía más bien una justificación de los excesos.
El uso de la neolengua corporativa lo delató.
Óscar Muñoz, en un comunicado vía Twitter, se
disculpó por tener que “reacomodar” a los pasajeros debido a la sobreventa de
boletos, pero no pidió perdón por cómo se gestionó la situación. La palabra
clave fue “reacomodar”, cuando en realidad se trataba de una acción violenta (y
nada cómoda) en contra de un cliente que había pagado su boleto de avión.
El hombre, creo que no por casualidad porque así se
las gasta el mundo corporativo, acababa de ser premiado como el Comunicador del
Año. Supongo que por ser el mejor hablante de corporatés, que es una forma particular de la neolengua.
Otro elemento fue el uso del término “voluntario”:
según United, “nuestro equipo buscó voluntarios, un cliente se rehusó a dejar
la aeronave voluntariamente y se pidió la intervención de agentes de la ley”. Aquí
el término “voluntarios” actúa igual que la palabra “libre” en el mundo de
Orwell. En 1984 sí existe la palabra
“libre”, pero para decir que el perro está libre de piojos o el jardín está
libre de yerbas malas.
El diccionario Merriam-Webster tuvo que salir en
defensa del idioma inglés, antes de que lo ocupen empleados como los de la
distopia, y aclaró que voluntario significa “alguien que hace algo sin ser
forzado a hacerlo”. Precisamente lo contrario de lo que sucedió en aquel famoso
vuelo.
Al final, luego de las pérdidas millonarias, el
presidente de la empresa tuvo que dar disculpas en serio, y no en la neolengua corporativa (esa de “misión y
visión” y otras barrabasadas): sólo así se pudo parar la sangría financiera.
Neolengua
para todos.
Si nos ponemos atentos en nuestra vida cotidiana,
encontraremos un montón de ejemplos de neolengua
y que a menudo van más allá del mero eufemismo (ese de los “ajustes”, las
“reestructuraciones” y los “encharcamientos”) o la evidente estupidez (la “sal
orgánica”). Haríamos bien en mantenernos en guardia.
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