viernes, abril 21, 2017

Orwelliana 2017




Cuando estaba en la universidad, era común entre los jóvenes discutir sobre cuál mundo distópico era más actual, si la de Orwell en 1984 o la de Huxley en Un Mundo Feliz. Esas discusiones han rebotado por décadas en mi mente, con varios cambios de bando. Lo que es seguro es que a cada rato hay indicios de ambas. Y también que Orwell se ha apuntado buenos puntos en los últimos días, particularmente con su concepto de la neolengua: la creación de un nuevo lenguaje, simplificado, que tiene el objetivo de impedir que las personas piensen por afuera de los dictados del régimen.
Veamos algunos ejemplos.

La neolengua en la Casa Blanca
El vocero presidencial, Sean Spicer, creó un gran escándalo con la negación de que Hitler hubiera utilizado armas químicas en la II Guerra Mundial. Muchos atribuyeron el hecho a que el vocero tiene una ignorancia homérica de la historia. Yo iría más allá. Spicer, como buen miembro del Partido, no es capaz de entender más allá de la neolengua trumpiana.

En esa neolengua, el concepto “armas químicas” se refiere exclusivamente a las utilizadas por los regímenes enemigos contra la población civil. Las que usó Sadam Husein contra los kurdos; las que usó Bachar el Asad contra la oposición. Ni el sustantivo armas ni el adjetivo químicas significan lo que dicen los diccionarios comunes: van juntas y se refieren a las que lanzan los árabes malos.

Ante las preguntas incómodas de los reporteros sobre los crímenes de Hitler, Spicer evidenció su capacidad de doblepensamiento: dijo que el dictador nazi no había utilizado gas sarín, como el sirio. Por lo tanto, no eran armas químicas. El gas Zyklon B, que asesinó a millones en las cámaras de gas, no lo era. El vocero de Trump demostró que era capaz de sostener dos creencias contradictorias de manera simultánea, y aceptar ambas.

Cuando Spicer quiso arreglar las cosas, y empezó a recular, se fue a lo hondo. Dijo que Hitler no había utilizado las armas químicas contra su propio pueblo. Eso significa, si usamos la lógica, que el vocero de Trump no considera que los judíos alemanes asesinados por el régimen nazi hayan sido alemanes. Eran judíos. Un paso en falso bastante revelador.

Pero lo que en lo personal me pareció extraordinario fue que Spicer, ya algo nervioso, se refirió a los campos de exterminio nazi como “Holocaust Centers”, Centros de Holocausto.

La utilización de ese término es algo más que curiosa, porque nos dice que el subconsciente del vocero lo traicionó. En Estados Unidos muchos espacios se llaman “Center”: shopping center, convention center, detention center. A Spicer se le ocurrió colocar el término “Holocausto” a uno de estos centros: en otras palabras, americanizó el término, se lo apropió. Al mismo tiempo, evidenció, al suponer que ese era el nombre, no tener idea de lo que significa una palabra compleja como holocausto.

Por cierto, el nombre alemán era Konzentrationslager: campamento de concentración, que también es un eufemismo.


La neolengua corporativa
Otro momento alucinantemente orwelliano lo vivimos con el escándalo que se armó cuando un pasajero de United Airlines fue violentamente sacado del avión porque se negó a dar su lugar. Aquello fue la típica situación en la que todos pierden (aunque el hombre, luego de la fractura de su nariz tal vez gane una demanda multimillonaria a la aerolínea).

Las acciones de United Airlines no cayeron al día siguiente del incidente. Pero el valor de la empresa se desplomó por cerca de mil millones de dólares al otro día, luego de que el presidente de la compañía ofreciera disculpas de una forma que parecía más bien una justificación de los excesos. El uso de la neolengua corporativa lo delató.

Óscar Muñoz, en un comunicado vía Twitter, se disculpó por tener que “reacomodar” a los pasajeros debido a la sobreventa de boletos, pero no pidió perdón por cómo se gestionó la situación. La palabra clave fue “reacomodar”, cuando en realidad se trataba de una acción violenta (y nada cómoda) en contra de un cliente que había pagado su boleto de avión.

El hombre, creo que no por casualidad porque así se las gasta el mundo corporativo, acababa de ser premiado como el Comunicador del Año. Supongo que por ser el mejor hablante de corporatés, que es una forma particular de la neolengua.

Otro elemento fue el uso del término “voluntario”: según United, “nuestro equipo buscó voluntarios, un cliente se rehusó a dejar la aeronave voluntariamente y se pidió la intervención de agentes de la ley”. Aquí el término “voluntarios” actúa igual que la palabra “libre” en el mundo de Orwell. En 1984 sí existe la palabra “libre”, pero para decir que el perro está libre de piojos o el jardín está libre de yerbas malas.

El diccionario Merriam-Webster tuvo que salir en defensa del idioma inglés, antes de que lo ocupen empleados como los de la distopia, y aclaró que voluntario significa “alguien que hace algo sin ser forzado a hacerlo”. Precisamente lo contrario de lo que sucedió en aquel famoso vuelo.

Al final, luego de las pérdidas millonarias, el presidente de la empresa tuvo que dar disculpas en serio, y no en la neolengua corporativa (esa de “misión y visión” y otras barrabasadas): sólo así se pudo parar la sangría financiera.


Neolengua para todos.  
Si nos ponemos atentos en nuestra vida cotidiana, encontraremos un montón de ejemplos de neolengua y que a menudo van más allá del mero eufemismo (ese de los “ajustes”, las “reestructuraciones” y los “encharcamientos”) o la evidente estupidez (la “sal orgánica”). Haríamos bien en mantenernos en guardia. 

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