sábado, noviembre 12, 2016

Joe Steele y los mundos paralelos



Así como me preparé para los Juegos Olímpicos viendo las películas oficiales de varias ediciones anteriores, hice lo propio para las elecciones presidenciales de Estados Unidos leyendo algunas novelas distópicas. Entre ellas, tras los resultados, destaca Joe Steele, del maestro de la historia alternativa, Harry Turtledove.

La línea de esta ucronía parte de que la familia de Stalin emigró a Estados Unidos antes de su nacimiento. El californiano de origen georgiano es un político del Partido Demócrata. La novela empieza durante la convención que nombrará al candidato que seguramente derrotará a Herbert Hoover en las elecciones de 1932; entre los aspirantes está Steele. Un incendio devastará la casa del gobernador Franklin D. Roosevelt, y acabará con su vida. Se abre una brecha para que Steele sea candidato, y presidente. Durante toda la novela quedará la sospecha de que Steele ordenó el incendio a través de sus adláteres (y sucede que también los estalinistas Mikoyan, Schiabin y Kaganovich son americanos).

¿Quiénes son los votantes de Joe Steele? Esencialmente la clase obrera blanca golpeada por el desempleo de la Gran Depresión. El demagogo les ofrece empleo y acabar con los privilegios de Washington y Wall Street. La coalición entre los partidos Demócrata y Granjero-Laborista gana aplastantemente -a lo largo del libro, los republicanos son pintados como unos completos ineptos. Steele gobernará Estados Unidos con un puño de hierro cada vez más duro, hasta su muerte, el 6 de marzo de 1953.

La historia está contada a partir de la experiencia de dos hermanos periodistas, Charlie y Mike Sullivan, quienes vivirán destinos contrastantes. Mientras el primero se acomodará a las necesidades del poder y acabará siendo un personaje importante en la Casa Blanca, el segundo mostrará una creciente temeridad en sus notas y artículos críticos y pasará varios años en el equivalente de un Gulag en Wyoming.

¿Qué hace Joe Steele para consolidar su poder? Ya que los republicanos son unos idiotas, tiene que deshacerse de las otras facciones de su partido: a unos los coopta -es el caso del texano vicepresidente Garner-; a otros, los manda matar (como a Huey Long, el populista de Louisiana, asesinado en la vida real el mismo día que en la ucronía). Como tiene en sus manos la mayoría del Congreso, el principal obstáculo es el Poder Judicial. Con éste arma juicios muy similares a los de las purgas de Stalin: tras de que los acusados se declaran culpables y traidores, son sumariamente ejecutados. Poco a poco aparece un personaje clave en toda la trama de terror, el director del General Bureau of Intelligence, un joven llamado Edgar J. Hoover. El GBI ayudará también a hacer una limpia en las Fuerzas Armadas para que queden en ellas hombres totalmente leales a Steele.

En la economía, en vez de New Deal, hay grandes proyectos estatales de infraestructura y algo de colectivización agrícola. En ellos participan los presos, que cada vez son más por motivos políticos, son los wreckers, enemigos del Estado. Los guardias en esas estaciones de trabajo son los gebbies, es decir, los agentes del GBI. Estados Unidos vive una suerte de democracia antiliberal, porque, con el despegue económico, Joe Steele es querido por las mayorías y gana las elecciones (en las que también hay fraude para que la victoria sea más amplia).

Como la novela, más que dedicarse a la historia política, narra la vida de los periodistas -con el sabroso agregado de que hablan con la jerga de los años 30, o al menos de las películas de los años 30-, vamos viendo cómo la prudencia popular ante el puño que se cierra suele convertirse en la mejor arma de la dictadura en ciernes. Las voces críticas se van apagando paulatinamente, hasta que tienes miedo de contarle al limpiabotas un chiste sobre Steele.

En la línea de tiempo, se da la II Guerra Mundial, Estados Unidos forma parte de los aliados, pero no desarrolla la bomba atómica antes que los soviéticos -liderados por Trotsky-. Esto se debe en parte a que los científicos refugiados en EU tienen miedo de lo que pudiera hacer Joe Steele con esa arma. La guerra dura más, y Japón es conquistado conjuntamente por soviéticos y gringos: hay Japón del Norte y del Sur. Cada uno recibe su bombazo atómico, porque hay cosas que no cambian.

A la muerte de Steele, el vicepresidente Garner se quiere deshacer de la camarilla steelinista, quedándose sólo con Sullivan, pero Scriabin maniobra en el Congreso, que destituye a Garner. Quienes se aprovechan del vacío de poder son Edgar J. Hoover y su segundo de abordo (un abogado californiano de pelo ensortijado y nariz de bola, curiosamente igualito a Richard Nixon). Al final de la novela, se perfila un Estado policial que ya no tiene el disfraz de una democracia representativa.  

Además de entretenida y juguetona, la obra de Turtledove hace reflexionar que, en la coyuntura de entreguerras, y particularmente tras la Gran Depresión, nada podía garantizar que en Estados Unidos sobreviviera una democracia liberal, dada la desesperación de los trabajadores. En las elecciones del 32 tienen que elegir entre Steele y la continuidad de las políticas liberales republicanas de Hoover, que no habían logrado ser socialmente satisfactorias. Las libertades importan menos que una maldita plaza de trabajo.

Comparado con el histórico Josif Stalin, Joe Steele es ligerito. El narrador resuelve el asunto sin que se desarrolle una dictadura totalitaria, al estilo nazifascista o bolchevique, pero sí una pseudodemocracia autoritaria guiada por un hombre fuerte que apela al nacionalismo, oscila, en lo económico, entre políticas de izquierda y de derecha, deshace los contrapesos tradicionales del sistema político americano y termina por instalar un régimen policíaco. Estas son precondiciones para una dictadura en todos sentidos, como la que se vislumbra con Hoover, en el oscuro final.

Porque ¿quién nos puede asegurar que Estados Unidos está vacunado en contra de una dictadura disfrazada? ¿O en contra de una dictadura tout court?

Y quién sabe. A lo mejor éste en el que vivimos, y en el que ganó Donald Trump, es un mundo paralelo, inventado por un Turtledove del mundo real.

 

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