Con los
Cordera Mora pasamos seis días en Madrid. Los recuerdo con un cariño especial.
Días felices. Sé que Maca también.
Durante
esos días nos quedamos en el departamento que tenían en el sur madrileño, en
una zona obrera. Era chiquitito, aún más que la vivienda que nosotros teníamos
en Italia. En una recámara nos acomodamos nosotros y en la otra Fallo y Maca,
junto con Santiago, mientras que el mayor, Diego, pasó esos días con sus
abuelos maternos. A Rayo le encantó encontrarse un niño aproximadamente de su
edad con el que podía conversar y jugar en español. Anduvieron los dos como uña
y mugre durante esos días.
En año
nuevo fuimos a cenar con los amables padres de Maca, ese matrimonio que sólo
pudo existir porque perdió la República y un hombre y una mujer que nunca se
hubieran conocido coincidieron en México. Recuerdo que tenían la calefacción a
todo meter (cosa imposible en casa de Fallo y Maca, donde la calefacción sólo
funcionaba de noche) y que cenamos besugo.
De los días
posteriores son de comentarse una paella de pescado portentosa que preparó
Fallo (y la plática que la acompañó, con la famosa frase de “vieja que no
chinga es macho”), un agradable paseo familiar por el Parque del Retiro
(también estaban Paloma la hermana de Maca y Luis Díez de Urdanivia), la
obligada visita a la Casa Mingo, para comer pollo y sidra en un ambiente magnífico,
y varias largas caminatas por el centro madrileño lleno de gigantescos belenes,
entre gente alegre y próspera (se vivían los años de gloria de los gobiernos
del PSOE), con paradas varias para tapas y cervezas, hasta bien entrada la
noche: una suerte de “marcha” familiar. Diego no lo aceptará ahora, pero a sus
quince recién cumplidos era forofo del Madrid (y ponía cara seria cuando
Patricia lo trataba, para mi desesperación, como si fuera un niñito).
Para
fortuna del Rayo –ya se sabe que los niños de cierta edad requieren que las
cosas tengan cierto orden-, en Madrid había gran revuelo con la próxima llegada
de los Reyes Magos (hubiera sido algo problemático explicarle que, en Italia,
los sustituía una bruja buena, la befana). Pero él estaba muy preocupado
porque, de acuerdo a los planes, pasaríamos la noche del 5 en algún hotel de Valencia
y los reyes orientales no podrían encontrarlo. Le expliqué que a la cartita que
nos dictó le agregamos que estaríamos en uno de los hoteles de la playa y que
nos encontraran por las placas del auto.
La
semana se nos fue como un soplo, y pronto estábamos cruzando la planicie
manchega rumbo a Valencia, primera parada de nuestro camino de regreso. Raymundo
no podía esconder su preocupación, rayana en la angustia. “Quién sabe si nos
encuentran los Reyes Magos”, le decía a su hermanito. Por supuesto, al pequeño Camilo
la improbabilidad de ese encuentro lo tenía totalmente sin cuidado.
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