En
marzo de 1986, Carlos Tello me invitó a ser coordinador adjunto de un proyecto
muy interesante. Se trataba de hacer un informe amplio sobre el deterioro de
las condiciones de vida de los mexicanos a partir del estallamiento de la
crisis en 1982. En reuniones, junto con el propio Tello, Rolando Cordera, Pepe
Casar y Enrique González Tiburcio (El Tigre),
le fuimos dando forma. Por un lado, había que dar cuenta del deterioro de la
infraestructura y del sector público. Por otro, de la evolución del desempleo y
la creciente desigualdad. Por un tercero, de los efectos de esto en los
ingresos y el consumo de la población. Trabajé algo sobre el primero de los
temas, y bastante sobre el tercero, que me parecía el más dramático.
Recuerdo
largas tardes haciendo números, trabajando con estadísticas de todo tipo. Y
otras en las que visitaba –a veces junto con el Tigre- a Pepe Casar, Jaime Ros y la banda del ILET (Instituto
Latinoamericano de Estudios Transnacionales), que tenía su sede en una casa de
Coyoacán, para discutir algún tema y ver la parte que ellos estaban trabajando,
pero también para hablar de otras cosas (y Pepe hace una descripción
desternillante de su asistencia a un clásico Rangers-Celtics en Glasgow). Hicimos muchas cosas, pero nunca se
materializó el Reto UNAM-ILET del Maratón (el juego de preguntas y respuestas),
en donde estaríamos González Tiburcio y yo, por el lado puma, y Pepe Casar con
Martín Puchet en el del ILET.
Desde
el principio, Tello sabía que yo estaba buscando una beca para poder irme a
Italia de año sabático, así que cuando me fui, hacia fines de ese año, el Tigre –con quien yo tenía cada vez más
afinidades en el análisis y una amistad naciente- me sustituyó en automático.
A mi
regreso, al año siguiente, me encontré con que el Informe Sobre la Crisis estaba convertido en libro, editado por la
UNAM, y que había incorporado ensayos de otros académicos en temas que había yo
dejado sueltos (el tema campesino, tratado por Gustavo Gordillo; el de
sindicatos y partidos, por Raúl Trejo Delarbre y Ariel Vite; el de los
empresarios, por María Amparo Casar), así como otros que reforzaban los
originales.
Al
revisarlo constaté, también, que algunos de los cuadros que había realizado yo
en el ensayo del impacto de la crisis en las condiciones de vida no aparecieron
en la versión final. Eran los referentes a consumo aparente de cerveza y de
licores (el de cerveza resultaba ser fuertemente procíclico: se había desplomado
con la crisis; el de licores fuertes mostraba un claro efecto-sustitución: el consumo
de ron había desplazado al de bebidas más caras), que daban sustento
estadístico al chiste de aquellos años: “¡Qué bueno ha salido el Bacardí blanco
desde la crisis!”. Nunca supe si la omisión fue por un ataque de moralina o por
qué, pero que la crisis pegó hasta en los hábitos etílicos, ni duda cabe.
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