En la
universidad, además de mis tareas académicas, me había incorporado al Consejo
Sindical, el grupo político de profesores con el que los pemetistas del SPIUAS habíamos
tejido la alianza en el SUNTU y del que proveníamos varios de los que hacíamos
la revista Solidaridad. El Consejo
era una fuerza influyente y relevante dentro del STUNAM, que había contribuído
a fundar, en las movilizaciones de 1977.
El
Congreso de la Unión había aprobado que los trabajadores universitarios
estuvieran bajo el Apartado A de la Ley Federal del Trabajo y muchos sindicatos
del SUNTU eran titulares de los respectivos contratos colectivos. En el caso
del STUNAM esto era cierto solamente respecto a los trabajadores
administrativos porque, en el caso de los académicos, el rector Soberón –de siempre
opuesto al sindicalismo universitario, él fue quien impulsó la idea del
Apartado C, que limitaba derechos- había prohijado a las Asociaciones Autónomas
de Personal Académico de la UNAM (Aapaunam), que funcionaban más bien como
gremio, y que eran opuestas al sindicalismo. Paradójicamente, estas
asociaciones detentaban el convenio colectivo de trabajo. En esas
circunstancias, el STUNAM pidió un recuento ante la Secretaría del Trabajo,
para verificar quién tenía la mayoría de los trabajadores académicos.
Después de una breve, pero intensa campaña, el recuento tuvo lugar en noviembre de 1980. Durante esos dos días “ocupamos” (es un decir, porque la “toma” fue con la completa acquiesencia de la dirección) las oficinas de la secretaría general de la Facultad de Economía, que sirvieron como especie de cuartel general del sindicato para cuestiones operativas. Quién sabe cómo, supongo que por mi voluntad militante, pero estuve a cargo de esa oficina durante ese par de días, funcionando más que nada como correa de transmisión y centro de acopio de datos.
Los resultados del primer día fueron ligeramente favorables a nosotros. Como lo habíamos previsto, arrollamos en Economía, Ciencias, Filosofía, Psicología, Ciencias Políticas y el Colegio de Ciencias y Humanidades, y habíamos sido vapuleados en Derecho, Veterinaria, Odontología y Comercio, íbamos un poco abajo en Ingeniería y la Escuela Nacional Preparatoria y un poco arriba en Arquitectura y Química. La gran sorpresa positiva era que íbamos adelante en la facultad más grande, que suponíamos perdida de antemano: Medicina.
Ese día llamaron a nuestras oficinas “tomadas”, desde varias estaciones de radio para que hiciéramos un balance. Quién sabe cómo, supongo que porque estaba allí y era el que contestaba el teléfono, acababa siendo yo quien respondía. Recuerdo que una reportera me preguntó si los profesores jóvenes habían votado por nosotros y dije que sí; luego me preguntó si los profesores viejos habían votado por nosotros y respondí que también ellos. “¿Entonces quién votó por las Aapaunam?”, preguntó, con toda lógica. Iba yo a responder que los acarreados, pero en ese momento se me prendió el foquito y entendí de qué se había tratado el famoso recuento. Dije que votaron por el STUNAM los profesores de carrera, los de tiempo completo y medio tiempo, de todas las edades, y que la mayoría de los votos para las Aapaunam provenían de profesores de hora-clase, que trabajaban en algún otro lado, en empresas privadas, en el gobierno o como profesionistas libres, y daban clase en una o dos materias para mantenerse vinculados a la Universidad.
En el segundo día de votaciones, ambas organizaciones pusieron toda la carne en el asador de la Facultad de Medicina (era particularmente importante no perderla para el rector Soberón, médico y ex director de esa facultad). Las Aapaunam hicieron una labor de acarreo verdaderamente titánica, pues muchos doctores daban su clase en algún hospital que no tenía urnas (varios sí las tenían), y ganaron por un pelo, tanto en Medicina como en el recuento en general. La proporción de votos fue aproximadamente 52 a 48 por ciento.
Esa
noche hubo una fiesta, en la que me dí cuenta de que los optimistas eran
pesimistas y viceversa. Quienes esperaban una victoria estaban tristes, quienes
preveían una derrota estaban satisfechos con el avance. Entre los últimos me
contaba yo. Pero había un par de pesimistas-realistas, Raúl Trejo y Pepe
Woldenberg. No esperaban la victoria, consideraban que habíamos mostrado una
fuerza importante, pero decían que el resultado del recuento significaba que
los académicos irían perdiendo terreno dentro del STUNAM y que terminarían
siendo una especie de pegote, sin capacidad de negociación de contrato o
convenio colectivo alguno. Esto significaba que el sindicato se haría cada vez
más economicista y cada vez menos propositivo de un modelo diferente de universidad.
Tenían razón, desgraciadamente.
Un subproducto de aquel recuento fue un análisis numérico sobre los resultados, que publiqué en La Cultura en México, el famoso suplemento de Siempre! que dirigía Carlos Monsivàis. Allí manejaba la tesis que se me ocurrió el primer día: por el STUNAM votaron mayoritariamente quienes tenían en la Universidad a su principal empleador; por las Aapaunam, quienes –a cambio de un pago realmente simbólico- daban clases como una forma de corresponder a la formación que les brindó la UNAM. Dos concepciones, y sólo una se basaba en la relación empleador-empleado (o patrón-trabajador, para los más ortodoxos). En ese sentido, la victoria de Soberón fue política: no había, en realidad, sindicato de académicos.
2 comentarios:
Como la pelicula de Woody Allen, Match Point, la pelota cayó del lado de Soberon y el sindicalismo blanco.
Pues hoy su experiencia resulta muy valiosa, la coyuntura de la falta de pagos y el silencio de las AAPAUNAM, abre al posibilidad de q la desafiliación masiva en favor de afiliarse al STUNAM o al aun muy joven SITTAUNAM. Y volver a hacer un recuento para que otra organización detente el CCT:
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