Algunos de los que no teníamos edad para comprender el 68
recorríamos la urbe espantada escuchando rock. La voz de Jim Morrison era un
perro atropellado: emprendíamos en una frágil nave de cristal (aunque en
realidad fuera un Mercury antiguo), chavitos de 14 años, la jornada hacia el
final de la noche. Empezábamos a sentir que no había máscaras que nos
cubrieran, ni queríamos ya apechugarlo todo nada más por quedar bien con mamá y
papá. Brotábamos de la tierra con manos de niño y las pústulas nos sorprendían:
éramos como los maderos de San Juan (que piden queso, les dan un hueso y se
ponen a llorar a las puertas de un zaguán) y se nos exigía el silencio porque nada sucedía en la edad de la mordaza
disfrazada de Caballero Águila.
Pero Jim Morrison, gringo y todo, hablaba, gritaba, aullaba.
Él también quería traicionar a su destino: no sería el atildado profesionista y
ejemplar hombre de negocios que su padre, el Capitán, hubiera deseado. Tenía
rabia y poesía en las venas. Fue capaz de desquiciarse, de sacarse de su lugar
y encontrar otro, propio, que le permitiría compartir su alma con millones.
La primera alma que Jim compartió perteneció a un indio. Jim
era un niño pequeño e iba en carretera con sus papás cuando lo estremeció una
imagen que lo habitaría para siempre: indios sangrantes, desparramados por la
autopista luego de que un accidente volcó la camioneta que los conducía. Jim
sintió cómo su lábil cerebro era traspasado por el alma de uno de esos indios.
Con ésa, y otras almas adquiridas en el viaje, Jim canceló
su suscripción a la resurrección. ¿Qué le iban a importar, entonces, los
mexicanos rozagantes que pagaron 200 pesos para verlo cantar en el Fórum de los
Hermanos Castro? El Maese llegó con una lata de cerveza en la mano y los
provocó con gritos y gestos (los chavitos, impertérritos en sus trajes tipo
Mao, seguían chupando limonada), como nos enteramos a través de la indignada
crónica de un puritano periodista de espectáculos de El Heraldo, llamado Raúl Velasco y, sobre todo, por la desenfadada
respuesta que le espetó en la revista Pop
el inolvidable Parménides García Saldaña.
De este mundo nadie sale vivo. Ni siquiera Mr. Mojo Risin': su magia se elevó al
punto sin retorno. Su muerte coincidió con la llegada de muchos de nosotros a
la edad adulta. Su libro favorito, Life
Against Death, de Norman O. Brown (Eros
y Tanatos, Joaquín Mortiz, agotado) clama por la resurrección del cuerpo
contra la muerte cotidiana: saber vivir para poder morir. Saber encontrar, como
lo hicimos alguna vez de niños, jugando, el preciado instante de libertad.
Saber reproducirlo. Aprender a reproducir lo mejor de nuestra alma, aprender a
entregar el cofre abierto.
Poemas de Jim Morrison:
Momento de libertad
cuando el prisionero
parpadea al sol
como un topo
desde su agujero
el primer viaje de un niño
lejos de su casa
Ese momento de libertad
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Soy un guía al laberinto
Monarca de las torres proteicas
de este fresco patio de piedra
sobre el rocío de hierro
hundido en su propio desperdicio
respirando su propio aliento
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La apertura del cofre
-Momento de libertad interna
cuando la mente se abre y el
universo infinito se revela
y el alma es dejada a vagabundear
marcada y confundida busca
por aquí y por allá maestros y amigos
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“¿Has alguna vez visto a Dios?”
-Un mandala. Un ángel simétrico
¿Lo has sentido? Sí. Coger. El sol.
¿Escuchado? Música. Voces.
¿Tocado? Un animal. Tu mano.
¿Probado? Carne cruda, maíz, agua
y vino.
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Me turban
inconmensurablemente
tus ojos
Me golpea
la pluma
de tu suave
réplica
El sonido del vidrio
habla rápido
desdén
y esconde
lo que tus ojos luchan
por explicar
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Momento congelado junto a un lago
Un cuchillo ha sido robado
La muerte de la serpiente
Conozco el mar imposible
cuando los perros
ladran
Soy un pájaro de muerte
Malvado pájaro
nocturno
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Días de carretera
Miedo a morir en Avión/ y la noche era lo que Noche/ debía
ser/ una mujer, una botella y sueño bendito.
He sembrado/ mi semilla en el corazón/ de la nación/ he
inyectado un germen en la vena psíquica.
Ahora abrazo la poesía/ de los negocios y me convierto –por/
un tiempo- en “Príncipe de la Industria”.
Un líder natural/ un poeta/ un Chamán con el/ alma de
payaso.
Qué hago/ en la plaza/ de toros/ Todas las figuras públicas
con candidatos para líder.
Espectadores en la Tumba/ -observadores de desmanes.
Miedo de Ojos.
Asesinato.
Estar borracho es un buen disfraz.
Bebo para/ poder hablar con pendejos./ Conmigo inclusive.
El horror de los negocios.
El problema del dinero/ culpa/ ¿la merezco?
La Junta.
Deshacerse de agentes y gerentes.
Después de 4 años he quedado con la mente como martillo
piloso.
Lástima por noches perdidas/ y años desperdiciados/ Lo mandé
todo al carajo/ Música Americana.
Final con adiós amable/ y planes para el futuro/ -No un
actor/ Escritor-cineasta.
Cuál de mis células-personalidades/ será recordada.
Adiós América/ Te amé.
Dinero de casa/ buena suerte/ no te metas en líos.
(Traducción FBR)
La introducción, estos poemas
(del libro Wilderness, volumen 1) y
otros más aparecieron en dos entregas de El
Nacional Dominical, 58 y 59, correspondientes al 30 de junio y 7 de julio
de 1991, en ocasión del 20 aniversario de la muerte de Jim Morrison, ocurrida
el 3 de julio de 1971.