El Cedem, días de radio
En 1980 se instauró la Maestría en Docencia Económica, dentro de la unidad de posgrado del CCH y varios maestros de la Facultad, encabezados por Pepe Ayala, se fueron para allá. Varios de ellos eran miembros del Centro de Estudios del Desarrollo Económico de México (CEDEM), que quedó mermado. Entonces fui invitado al CEDEM por quien entonces lo dirigía, Raimundo Arroio, un profesor brasileño simpatiquísimo, que estaba casado con Elena Sandoval. Así que mi cubículo pasó a esa área, situada en el edificio anexo de la Facultad. Los otros maestros que habían quedado en el CEDEM eran Jorge Castells, Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, Alfredo Popoca y Fernando Rello, además de la ayudante Estela Ramírez Villalobos (“Estelota”, porque Estelita era la secretaria) y por ahí pululaban un montón de ayudantes de Arnaldo, provenientes de Ciencias Políticas.
En el CEDEM cada quien hacía su propia investigación, y a veces se discutía en grupo (por ejemplo, estuvo muy buena la discusión sobre La disputa por la nación, un libro muy importante que acababan de escribir Rolando y Carlos Tello, y del que todavía no acaban de despegarse), pero por lo general no. Eso quiere decir que la principal tarea que asumía el Centro como colectivo era la asistencia de algunos de sus miembros a los programas de economía de Radio Educación. A mí me tocó ir muchas veces, y era divertido, aun cuando en ocasiones no teníamos bien preparado el material (una ocasión, discurriendo sobre el enésimo embargo atunero, Roberto Cabral y yo nos equivocamos rotundamente sobre la calidad relativa del atún de aleta azul y el de aleta amarilla).
En ocasiones al radio le tocaba asistir a un académico del CEDEM y otro del Taller de Coyuntura de la Facultad (que era el equivalente, con profes del Partido Comunista). Las más de las veces estábamos de acuerdo en el tema, pero quién sabe por qué celos, aquello, en vez de “disputa por la nación” se convertía en “disputa por el micrófono”. Eran buenos ejercicios de difusión económica.
Parboni en México
En agosto de 1980 se celebró en México el VI Congreso Mundial de Economistas, un evento cuyos fines jamás logré comprender, pero al que asistió mi maestro Riccardo Parboni, siempre tan clavado en la economía que descansaba el verano haciendo adobes teóricos.
Cuando llegó, Eduardo Mapes, Jorge Carreto y yo lo invitamos adonde solíamos vernos, con una bolita, cada semana: el Hipocampo, restaurant que años después fuera degradado a franquicia de torterías. Allí Parboni se chingó un mixiote con una botella de vino mexicano “discreto” y salió con tremendo dolor de panza. También lo llevamos al Bar León, a chupar y oir rumba. Tremendo chiflido popular cuando Pepe Arévalo, antes de cantar “Oye Salomé” dijo que nos acompañaba un visitante italiano. Y lo invité a cenar a la casa, junto con Elena y Raimundo. Lo fui a recoger a la estación del Metro: le llevaba ampliamente la cabeza a la multitud que salía con él de Tasqueña, y la velada estuvo muy agradable. Parboni –como tantos otros- acabó prendado de Elena y se quedó a dormir en nuestra casa. Se había alojado con unos parientes ricos, que lo terminaron convenciendo de que nuestra descripción de la burguesía mexicana (cortoplacista, atenida al gobierno, ciega ante los problemas de la enorme desigualdad, tremendamente depredadora) era correcta. Y quizá se había quedado corta. Un día que lo llevamos a ver el centro histórico pasó también por casa de mis padres y me hizo el favor de decirles que mi tesis era muy buena. Luego roló tantito por Yucatán y se regresó a Italia. Del famoso Congreso comentó poquísimo.
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