jueves, abril 28, 2011

Biopics: La revista Solidaridad


La revista Solidaridad había nacido, como órgano de los trabajadores electricistas, en 1937, durante la efervescencia cardenista. Había cobrado un nuevo impulso en la segunda mitad de los años setenta, a partir de las movilizaciones obreras encabezadas por la Tendencia Democrática del SUTERM, y los propósitos unitarios del dirigente Rafael Galván. El concepto central que manejó Galván era que los sindicatos, democráticos e independientes del gobierno, tuvieran un papel primordial en la reorientación de la economía nacional, que la hiciera menos injusta y dependiente. Era un líder obrero con proyecto de nación.  Ese proyecto, en lo esencial, era una actualización y puesta en práctica de los principios más progresistas de la revolución mexicana. Fue un personaje de enorme influencia entre diversos grupos de activistas de izquierda, entre ellos, los del Consejo Sindical. 

Fui invitado por Raúl Trejo a incorporarme a las tareas de la revista. Colaboré en un par de números antes de la muerte de Galván, el 3 de julio de 1980. Tras ésta, se creó el Instituto de Estudios Obreros Rafael Galván y se decidió que la publicación, mensual, tuviera una “nueva época” (sería la cuarta),  en la que tuve un papel más activo, y en la que aprendí muchos elementos básicos del periodismo profesional.

Las juntas de redacción se llevaban a cabo un par de veces al mes en la hermosa casona de los electricistas, en Zacatecas 94, colonia Roma. El director era Adolfo Sanchez Rebolledo (Fito), el jefe de redacción era Raúl, asistido por los eficientes Rosalinda Flores y José Luis Gutiérrez Espíndola. Recuerdo como los más activos del comité de redacción a Ana Galván –hija del fallecido dirigente-, Enrique Contreras Montiel (Efraín), Hermann Bellinghausen y Julio Pliego, además de mí. También participaban Fallo Cordera –que solía poner buenas dosis de humor-, Luis Emilio Giménez Cacho, Mónica Navarro, Paquita Calvo, Alejandro de la Garza y Ramón Varela, entre quienes recuerdo. El caricaturista se apodaba Maral.

La intención de la revista era doble. Por un lado era la “voz de la insurgencia obrera y popular”, es decir, del Movimiento Sindical Revolucionario, que aglutinaba a varias organizaciones y corrientes cercanas al galvanismo. Por otro, pretendía ser un instrumento de información y formación política. Con una visión obrerista, intentaba dotar a los trabajadores de herramientas de análisis y de acción. Tenía normalmente un par de artículos largos –casi siempre sobre el movimiento obrero- una sección dedicada al campo, otra relativa a la política internacional, cuestiones de política mexicana, la normalmente muy larga “bitácora sindical”, que reseñaba las diferentes luchas obreras a lo largo del país, secciones de economía y salud, alguito de cultura y notas misceláneas.

En el sentido de los propósitos de la publicación, asumí mi tarea principal dentro de Solidaridad, que eran las cuestiones económicas. Introduje la sección “Traducir la economía”, que intentaba explicar, en lenguaje sencillo, cosas como la diferencia entre salario nominal y salario real, el significado de la inflación o del déficit público y que también buscaba interesar a los trabajadores en la situación financiera de las empresas para las que trabajaban, de forma de que pudieran exigir lo conducente sin ahorcar a su fuente de trabajo, pero también sin ser engañados respecto a falsas situaciones críticas (los empresarios suelen decir “perdimos tantos millones”, y a veces es cierto, pero a menudo significa “dejamos de ganar tantos millones”). También invité a algunos economistas para que escribieran breves ensayos y organizamos mesas redondas con “los economistas de Solidaridad” –un grupo formado esencialmente por profesores de la Facultad afines- para discutir algunos problemas de la economía nacional y publicar lo esencial de esas reuniones.

Pero no sólo me metía con las cuestiones económicas. A menudo me encontraba escribiendo sobre temas tan disímbolos como la aviación, iniciativas legales sobre cantinas o la educación superior, o sugiriendo el contenido de alguna caricatura.

Las juntas eran animadas y participativas, con espíritu de equipo y pocas diferencias de fondo. Fito y Raúl tenían la virtud de saber ordenar lo existente y preparar con tiempo los números siguientes; casi nada se hacía al aventón y muy pocas cosas al botepronto. El resultado era un producto editorial digno, con una línea política clara, bien ordenado y bien pensado. Estoy seguro de que cumplió con sus objetivos. Y para mí fue una gran escuela. Me gustaría también decir que era ameno, pero mentiría rotundamente. A los ojos de hoy, algunas de sus lecturas son como un tabique. 

viernes, abril 15, 2011

Introducción a Giorgio Gaber

(Texto original publicado en Los Universitarios 175/176, septiembre de 1980)

El cabaret

La tradición europea del cabaret es un tanto diferente a la que impera en América. El cabaret europeo es un género especial, combinación orgánica de teatro, canción y espectáculo carpero, con mucho de crítica social. Su máximo exponente contemporáneo en Italia es Giorgio Gaber, un milanés nacido en 1949 que se las arregla para representar todos los papeles de las obras que realiza. Logra, en un escenario vacío, capturar enormes audiencias con su actuación, su canto y sus pantomimas.
Gaber es un personaje que ha cumplido un ciclo significativo: cantante y compositor de música ligera en los años sesenta, rompe en 1970 con la televisión y con el Festival de San Remo y comienza una serie de espectáculos-monólogos, los cuales siguen, desde el punto de vista de la problemática individual, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de un amplio sector –prevalentemente pequeño burgués- de la sociedad italiana.

El señor G.

La primera obra de Gaber, El Señor G., es la que más mira las cosas desde el exterior. Trata de la historia de un hombre común y corriente, uno que se ha abierto paso para llegar a la pequeña burguesía, y que es visto con algo de lástima solidaria y mucho de sarcasmo. G. va a orgías donde todos acaban viendo la tele, “perdone, licenciado, ¿ha visto por ahí mis calzones?”, se aburre con los amigos, viven desenamorado pero no se tira de un puente para no molestar a su mujer, creen en el “Señor de las iglesias y los santos, Señor de las monjas y los curas”, en el “Señor de los domingos”, a quien Gaber desafía a serlo también de los lunes, “de los corrales, de las fábricas, de las putas, de los ladrones”.
En El Señor G. se refleja todavía el mundo del sesenta y ocho de la sociedad italiana: se cantaba la crisis de la dominación política y la de los valores tradicionales, se presentía que el “otoño caliente” (el amplísimo y renovador movimiento obrero del sesenta y nueve) era algo así como el ensayo general de la ya cercana revolución socialista. Proliferaban los pequeños grupos y partidos a la izquierda del PCI y principalmente Potere Operaio, cuyos sectores darían vida, posteriormente, a los ya famosos grupos de guerrilla urbana. Era la época en la que el antifascismo militante se expresaba en campales batallas callejeras. Años de insurgencia, en ese entonces a muchos parecían asombrosas y condenables las preocupaciones de la mayoría silenciosa, políticamente condenada, de la que forma parte el señor G. En De Parte de Quién, Gaber señala este contrapunto, con toda la parafernalia anticonsumista de la épica. Mientras el señor G. se preocupa por jugar bridge, reducir los gastos del presupuesto de la compañía o la manera de preparar una bebida, afuera de ahí, en la calle, un coro canta la revolución:
“Las ganas de luchar, las ganas de reaccionar/ con tanto valor, con tanto miedo/ las ganas de hacer, las ganas de recomenzar/ con todo el coraje, con todo el amor// Basta con los discursos de producción, de libertad/ basta con los mitos antiguos de producción, civilización// El radio, el tocadiscos, la televisión a precio especial ¡No!/ El refri, los electrodomésticos y el auto sin pagaré ¡No!”.
El señor G. tendrá dos grandes momentos de lucidez, sus fechas memorables, sus recurrencias: el nacimiento y la muerte, ambos con la misma métrica musical, sarcástica y festiva. La crítica que desarrolla Gaber es todavía fundamentalmente costumbrista., algo así como Los quince años de Espergencia. El cantautor todavía está lejos de ser el intérprete agudo y ambiguo de su mundo; sin embargo, El Señor G. es fundamental en su obra, en tanto que sirve de punto de partida y de primera definición: se empieza a delinear la problemática de los siguientes trabajos, como se puede apreciar en el Diálogo entre un Comprometido y un No Sé.

Hablar de un árbol en tiempos de revolución es traicionarla

Pasados los años del furor revolucionario, la democracia italiana se vio rodeada de peligros: 71 y 72 son los años del desenvolvimiento de la “estrategia de la tensión”, que combinaba el terrorismo fascista con la connivencia y la manipulación desleal del gobierno democristiano. Sin embargo, la movilización popular frente a este tipo de amenazas –que llegaron a delinearse en un intento de golpe de Estado- era todavía muy amplia: en octubre de 1972, miles de militantes y simpatizantes de izquierda convergen en Reggio Calabria, donde bandas de fascistas y elementos desclasados pretendían impedir la celebración de una conferencia unitaria de los trabajadores metalmecánicos. Para muchos queda claro, entonces, que la futura revolución no admitía simplificaciones facilonas. A medida que el desarrollo de la lucha de clases se vuelve más complejo y rico, y más complejas y ricas se vuelven las respuestas de la izquierda, otro tanto sucede con el autoanálisis interno de aquellos que luchan por el cambio social.
Diálogo entre un Comprometido y un No Sé, obra mucho más madura, trata del desgarramiento entre lo que se es y lo que se quiere ser. Los personajes, el Comprometido y el No Sé (Gaber y Gaber) representan emblemáticamente los extremos a los que se teme llegar si se le eligen las opciones equivocadas. Es la eterna disputa del intelectual que pretende comprometerse en la lucha social: el Comprometido, militante severo, critica  fuertemente al No Sé, poeta intelectual que interioriza todas sus cosas y no actúa para transformarlas. Sin embargo, el Comprometido es un personaje sin dudas, de ideología chata, que considera que la ironía es un arma de la burguesía, que hablar de un árbol en tiempos de revolución es traicionarla, un personaje a fin de cuentas católico, que sacrifica su vida interior en pos de un hipotético paraíso futuro. 
La tarea que se propone Gaber es la de cambiarse internamente, unir de manera orgánica al Comprometido y al No Sé para poder así vivir la vida propia y, simultáneamente, trabajar para el cambio social, para “la revolución”.
“Una idea, un concepto, una idea/ mientras es una idea/ es solamente una abstracción/ si pudiera comerme una idea/ habría hecho mi revolución./… / tenía tantas ideas/ era un hombre de vanguardia/ se vestía de nueva cultura, cambiaba a cada momento/, pero cuando estaba desnudo/ era un hombre del milochocientos/… /he querido ir/ a una manifestación/ compañeros, la lucha de clases y tantas cosas bellas/ que tengo en la cabeza/ pero no todavía en la piel/…”
Se trata de digerir no sólo las ideas, sino también todas las experiencias de la vida (que Gaber ejemplifica con cebollas de diferente formato). Digerir la vida misma, no irse con la finta de los sucedáneos que constantemente nos ofrece la regla social, con la finta –propia del engranaje- de las falsas libertades: la libertad de rolar, del on the road americano, la libertad de la ciega delegación electoral de la propia soberanía, Gaber, ante estas definiciones que pernean tan a menudo nuestras ideas, nos propone la suya:
“La libertad no es estar sobre un árbol/ no es tampoco el vuelo de un moscón/ la libertad no es un espacio libre/ Libertad es participación”.
Y esa participación ha de ser real, no retórica, no como la de aquellos del Bar Casablanca, conocidos nuestros, que “subjetivamente están de pie, pero objetivamente están en la silla”:
…En el Bar Casablanca/ con una Gauloise/ la Nikon, anteojos/ y sobre una silla/ los títulos rojos/ de nuestros periódicos/ blu-yins descoloridos/ la barba ensuciada/ por un poco de helado/ hablamos y hablamos/ de revolución/ de proletariado/…” y sigue un rollo pesado como ladrillo, que ejemplifica la brutalidad del ideologismo y el sectarismo de muchos miembros y simpatizantes de la llamada nueva izquierda.
En tanto, los que objetivamente están de pie –en los que Gaber ve el verdadero ímpetu revolucionario, porque “tienen una fuerza tremenda que puede poner de cabeza este mundo de mierda”- no son como los quiere la retórica de la izquierda “oficial”.
“Bellos, con las manos grandes, puño cerrado/…/rudos, sudados, valerosos/ que se mueven gloriosos, los obreros/… /fuertes, con su mirada fiera y sana/ verdaderos, auténticos, honestos/ como se ven siempre en vuestros cartelones/…/Los obreros son gente como nosotros/ y no es cierto que tengan la exclusividad de la explotación/ … /los obreros son inmaduros e impreparados/ leen poco y desconfían de la cultura/ tienen todavía el complejo de la burguesía/ de sus valores obvios que ellos quieren imitar”.

La introyección

Todavía en el Diálogo entre un Comprometido y un No Sé el tema fundamental era la toma del poder. 1973 marca el final del periodo de las grandes luchas callejeras de la izquierda italiana y el principio de la debacle de la nueva izquierda –que en las elecciones del año anterior dispersó un millón de votos en partiditos-, marca el inicio explícito de la estrategia del compromiso histórico. En otras palabras, se hace patente que la revolución no está a la vuelta de la esquina y ya no caben las ilusiones generacionales de construir el socialismo en plena juventud. Las vanguardias entran en receso, quieren ahora analizar lo que antes, desde la posición del Comprometido, desdeñaban. La política deja de considerarse exclusiva del partido y del sindicato e invade toda la esfera social. En años posteriores se escuchará el resultado básico de este análisis: lo personal es político. Empiezan a crecer y madurar los movimientos que tocan la vida cotidiana: el feminismo, los movimientos de cultura alternativa participativa. Todos los comportamientos sociales son puestos en el banquillo de los acusados.
Gaber se anticipa por pocos meses a la explosión de esta problemática, con su Aparentar Cordura, donde lo más importante resulta ser el conocerse, el recordar a su yo que se habia perdido en los tiempos en los que “todo saltaba en el aire/ y había un sentimiento de victoria/ como si le importara el coraje/ a la historia/”-
Gaber afirma, en esta obra, que necesitaba hablar de María (la realidad), pero que para poder hacerlo, primero hay que atreverse a hablar de uno mismo:
“Yo, con una mujer/ tengo más valor/ me acaricio, me toco/ me cortejo/ me encamino hacia el lecho/ y pienso, con sonrojo/ porque yo, con una mujer/ me cojo… Ah, ¡qué bien estoy, qué potencia! ¿Y ora ésta, de dónde viene? Estaba yo aquí, amándome… ¡Medio desnuda, sin faldas! ¿Qué quieres? Quiere besitos la muy puta.”
La política de los viejos tiempos, del glorioso 68, ya sirve más para la burla que para otra cosa: la laberíntica subdivisión de grupos y grupitos llega a su límite con la “Marcha de los Colíticos”:
“Nosotros, que tenemos colitis/ nos hemos rebelado/ quizá no nos creáis/ pero estamos colitizados/ el movimiento tiene una línea especial/ basada en un grupo de acción/ y en volantes de papel higiénico/ hablamos de revolución…” 

Libertad obligatoria

Después de la época de las luchas y de la época de la reflexión, viene la época de la definición. El Partido Comunista Italiano se ha reforzado, en junio de 1975 la izquierda logra su más grande victoria electoral, los militantes cantan y bailan en los locales de sus partidos. Es el último de los sueños, la conquista comunista de importantes alcaldías no equivale a un pronto cambio en las relaciones de producción y el PCI se encarga de explicitarlo: hace política para pensarse, no para sentirse. La impaciencia de las masas –en especial las juveniles- no puede esgrimirse como arma, lo personal-político hace corto circuito con una política del PCI dirigida, entre otras cosas, a granjearse la confianza de los millones de señores G. Es la época de Libertad Obligatoria, quizá la obra más lograda de Gaber.
¿Cuál es la libertad obligatoria? La que nos dan los gringos: uno puede ponerse un aretito, impugnar, hablar mal, ocuparse de espiritismo, hacer debates sobre el orgasmo, regalarle los jeans a los abuelos. Ni con el PCI en las alcaldías se puede zafar uno de esta libertad capitalista. Ante esto –y ante las respuestas viscerales, existencialistas, a la Kerouac- Gaber propone, en resumen, una cosa: precisión:
“Es necesario ser más precisos/ también en el odio, en la herejía/ en el dirigir la rabia, la locura/ Nuestra impotencia, nuestra incertidumbre/ nos limitan a odiar sin ninguna exactitud…”
Se reconoce que el mundo es diferente a como se lo suponía en los años heroicos. No se puede tomar una cámara fotográfica y decir: capital, clases, burguesía… ¡flash! En un sueño, Marx hace ver al protagonista que la necesidad de encontrar puntos fijos de donde agarrarse es nociva, Los capitalistas se vuelven impersonales, las clases ya no son claras, la producción ya no es aquella niña a la que sus padres dirigían; ahora es autónoma, camina sola. Es una visión terrificante: “A lo mejor en unos diez años uno se levanta en la mañana y, sin saberlo, se encuentra en verdad sin burguesía, sin clases, sin patrones… pero más en la mierda que antes”.
El capitalismo moderno puede hacer verdad esa pesadilla. En cada persona que lucha contra él están los gérmenes de su propia mediatización, de su destrucción como agente de cambio. La extraordinaria “El Cáncer” nos lo explica: el cáncer es un enemigo que nos han metido dentro, es la autodestrucción, millones de moléculas nuestras, insaciables, glotonas, ya no nos obedecen y nos comen como gusanos. Gaber dice que se podría estudiar la historia a partir del “lenguaje de las enfermedades”. El cáncer es la enfermedad de la época.
“Es difícil vivir con los asesinos dentro”, dice. “Quizá sea más fácil vivir con los asesinos fuera, visibles, reconocibles, que te disparan desde las calles, desde las catedrales, desde las ventanas de los cuarteles, desde los palacios reales, desde los balcones con la tricolor. Asesinos que de alguna manera puedes combatir, sabes lo que hacen, los ves y antes o después se pueden matar… pero el asesino dentro es como una inyección, no la puedes parar y no perdona a ninguno, ninguno escapa a la fecha de vencimiento”.
Y entonces, “encabronados hasta el último glóbulo rojo controlado y espiado a conciencia por el asalto del tumor”, lo que debemos hacer es oponernos a las enfermedades. “Lo importante es no envejecer. Ser viejos quiere decir no encontrar ya un papel excitante y físico para interpretar y caer en ese estúpido reposo en el que se espera la muerte.
“No lo hemos robado, el gusto de vivir, nos toca el derecho. Pero quizá no baste defenderlo con la olla que hierve, con la libertad, con la imaginación al poder… No un policía, sino un guardián de mí mismo. La libertad de no ser libres.
“Y ahora a mis amigos ¿qué les cuento? ¿Yo que siempre he estado de acuerdo en que se puede hacer todo?”.

G.G. es un pollo de granja

Los años recientes de la vida política italiana han sido marcados por una despolitización creciente y un renacimiento del individualismo y del consumismo como “derechos humanos”. La incapacidad organizativa y los vicios de la nueva izquierda, por un lado y  la insistencia del PCI por labrarse una vía hacia el gobierno, por el otro, provocaron una fuerte crisis de identidad en aquella parte de la izquierda italiana con menos ligazón con las luchas históricas de la clase obrera. Los partiditos se desintegran, convirtiéndose en “áreas de opinión”, las nuevas hornadas ven con desconfianza el exceso de ideologización que caracterizó a sus predecesores inmediatos, se hacen fuertes las desviaciones enfermizas a través de los “autónomos” y las organizaciones terroristas de seudoizquierda, se agudiza la desocupación juvenil calificada, lo personal-político se convierte en personal-personal. En suma, campea la desesperación, sucede que aquellos que querían hacer la revolución eran, a fin de cuentas, primermundistas, pollos de granja, bien nutridos, productivos –en el sentido capitalista- y acostumbrados a sus jaulas de oro, fuera de las cuales les es extremadamente difícil vivir.
Pollos de Granja es precisamente el título de la más reciente obra de Gaber (1978), en el que él mismo se reconoce, implícitamente, como tal. Ya tiene cuarenta años y probablemente se identifica con un personaje del Diálogo entre un Comprometido y un No Sé que de joven tenía alucinaciones donde veía a los burgueses como cerdos y ya de grande se había “curado”, pero se preocupaba por las alucinaciones –idénticas- de su hijo:
“Cuando yo era joven/ me atraían mucho el sufrimiento y la sociología/ …/a los veinte años todos hacen/ decisivas, importantísimas intervenciones/ después de los veinte años las hacen sólo los tarados” .
En Pollos de Granja la desilusión es total, al parecer ni el público que le siguió por toda la década le interesa:
“Yo por mí, si tuviera la fuerza/ y la arrogancia/ diría que ya no es tiempo/ de hacer mescolanzas/ que es el momento de tomar distancias/ que no quiere inventarme más amores/ que no quiero teneros como amigos/ como interlocutores…/no quiero veleidosas mezclas con ninguno/ ni tampoco con ustedes/ pero tampoco soporto la ley difusa/ del haz lo que se te hinchen/… /ya no soy compañero/ ni feministero militante/ … soy diferente porque/ cuando es mierda/ no tiene importancia la especificación”
Se cierra así un círculo que va del señor G. al señor G.G. En el trayecto, Gaber creó un estilo y explicó a muchos sobres las razones y las contradicciones de los sentimientos que tenían. En ese trayecto parece haber perdido sus mejores armas. El tiempo dirá si las recupera.

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Postscriptum de 2011

Mi texto de hace tres décadas adolece, por lo menos, de tres errores notables, todos dictados por la ideología de aquellos años, además de una omisión. El primero, es no haber justipreciado la importancia del primerísimo Gaber, el baladista y cantante de tonadas de rock ligero. Era famosísimo e importante. Es como si Enrique Guzmán, en México o Palito Ortega en Argentina hubieran dado el salto mortal hacia el teatro-canción altamente politizado. El segundo es haber malinterpretado el hartazgo de Gaber en Pollos de Granja: no se lanza contra la izquierda, sino contra el radical-chic, contra el izquierdismo por moda, y lo hace en medio de sus propias contradicciones generacionales (era un precursor de la generación del “personal-político” pero a fin de cuentas pertenecía a la generación anterior). El tercero tiene qué ver con la ausencia de algún comentario sobre la insistencia de Gaber acerca de la persona integral: cerebro-espíritu-cuerpo. Su visión del nuevo fascismo es de cerebros sin alma que dominan a espíritus sin cerebro. Por otra parte, la frase de mi viejo texto “la libertad de no ser libres” puede dar lugar a malas interpretaciones: se trata de la libertad de poner cotos a la propia libertad: la libertad de poder autocontenerse, para ser más precisos, pero también más felices.
La omisión es acerca del disco (y espectáculo) Tampoco Hoy Se Vuela, de 1974, que no había escuchado.

Su obra posterior

Giorgio Gaber no había “perdido sus mejores armas”. Siguió siendo fresco y fiel a sí mismo, a su contradictorio ser. En 1981 salió Años Multitudinarios; en 1985, Si yo fuera Gaber; en 1989, El Gris, que es un monólogo sin música; en 1995, tal vez la que sería su obra más relevante: Y Pensar que Había Pensamiento; en 2001, un álbum con un título tremendo: Mi Generación Ha Perdido y en 2003 Yo No Me Siento Italiano, disco póstumo, porque Giorgio Gabercick había muerto el día de año nuevo, cuando estaba por cumplir 64 años.

Y Pensar que había Pensamiento es un disco duro, filosófico y existencial, de parte de quien ha destruido las capillitas. Valga como ejemplo la “Canción de la No Pertenencia”:  
“El gran entendimiento entre el universo y yo/ ha sido siempre un misterio/ el gran impulso hacia mi patria/ nunca ha sido verdadero/… /todo lo que tengo, todo lo que me queda/ es sólo esta familia mía que no me basta/ Cuando no hay ninguna pertenencia/ mi normal, mi única verdad/ es una gran dosis de egoismo/ tal vez algo atenuado/ por un vago amor por la humanidad/…/pero sufrir por gente de la que no se sabe la existencia/ me parece el signo un poco preocupante de alguna carencia/…/Pero si veo el mundo entero/ que es solidario y se conmueve en coro/ los videos de masacres obscenas/ con tantos primeros planos de mamás y niños/ me dan ganas de decir que si esto es amor/ sería mucho mejor no ser buenos/…me dan ganas de gritar que si esto es amor yo no amo a nadie/…En el mundo de la gran hermandad/ con nuevas sufragistas llenas de histeria/… no nos salva la idea de la igualdad/ ni el altruismo o la inútil piedad/ sino un egoísmo antiguo y sano/ del que ni siquiera sabe/ que le hace el bien a sí mismo y a la humanidad”.
En el mismo disco debuta la canción “Derecha-Izquierda”, que es realmente divertida, porque “el chocolate suizo es de derecha/ la Nutella es de izquierda/…/ir juntos a orinar es de izquierda/ el excusado está al fondo a la derecha/”.

De Mi Generación Ha Perdido destaca la dolorosa “Alguien era comunista”, donde Gaber da razones válidas y de pretexto por las que muchos fueron comunistas cuando el término no había sido reprobado por la historia. Reivindica la más importante:
“Alguien era comunista porque creía estar vivo y feliz sólo si los demás lo estaban. Alguien era comunista porque tenía necesidad de un impulso hacia algo nuevo. Porque sentía la necesidad de una moral diferente. Porque tal vez era sólo una fuerza, un vuelo, un sueño, era sólo un impulso por cambiar las cosas, por cambiar la vida. Sí, alguien era comunista porque, junto a este impulso cada quien era como… más como sí mismo. Era como dos personas en una. Por una parte, la personal tarea cotidiana y por la otra el sentido de pertenencia a una raza que quería emprender el vuelo para cambiar verdaderamente la vida.
No. Nada de remordimientos. Tal vez entonces muchos habían abierto las alas sin ser capaces de volar… como gaviotas hipotéticas.
¿Y ahora? También ahora se siente como en dos. Por una parte el hombre encuadrado que atraviesa obsequiosamente la propia supervivencia cotidiana, y de la otra la gaviota, que no tiene ya siquiera la intención de volar porque el sueño se ha encogido para siempre. Dos miserias en un solo cuerpo”.

De Yo no me siento italiano se hizo muy conocida la canción homónima. Pero la que es realmente devastadora es “Los Monstruos que Tenemos Dentro”, que es una versión más madura, compleja y pesimista de “El Cáncer”:
“Hace un cierto efecto no entender bien/ de donde nace tu reacción/ y tú estás viviendo sin saber nunca/ qué eres en tu más profundo yo/… Los monstruos que tenemos dentro/ silenciosos e insinuantes/ son el gen egoísta/ que sin piropos/ domina y conquista/… Nuestra vida civil/ nuestra idea de justicia e igualdad/ la convivencia social/ está amenazada/ por monstruos que son nuestra sustancia/…Los monstruos que tenemos dentro/ son insaciables y funestos/ son el poder a cualquier costo/ pero también son quien lo odia/ solamente por envidia/ Los monstruos que tenemos dentro/ nos inspiran el gran sueño/ de un Dios severo y justo/ con la mítica necesidad/ de Alá y de Jesucristo/…Los monstruos que tenemos dentro/ nos inculcan ideas distorsionadas/ y el gusto sádico y morboso/ frtente a imágenes de muerte/ Nuestra vida consciente/ nuestra fe en lo justo y en lo bello/ es un equilibrio aparente/ amenazado/ por los monstruos que tenemos en nuestro cerebro/… Los monstruos que tenemos dentro/ que viven en toda mente/ que nacen en toda tierra/ inevitablemente/ nos llevan a la guerra”.

Al final, tengo la impresión de que la figura de Giorgio Gaber está destinada a crecer con los años. Era demasiado bueno como para caer en el olvido.



jueves, abril 07, 2011

Biopics: De cubo en cubo


Estar en la ciudad de México quería decir ver mucho a los cuates. Esto es, visitarnos mutuamente en nuestros departamentos. A esto Patricia le decía, con cierto tono de queja y tomando prestada una frase de Susana Duprat, “andar de cubo en cubo”. Visitábamos mucho a Susana, en su depa de Fernández Leal, en Coyoacán, y ahí veíamos también a Carreto –quien había entrado a trabajar en la secretaría de Agricultura, con Rodolfo Echeverría-, pero con quienes más convivíamos era con la pareja que formaban Hermann Bellinghausen y Blanca Rico Galindo, quienes también vivían cerca, en la calle Beta, en la colonia Romero de Terreros. Patricia decía que Susana y Blanca me gustaban, y se ponía celosa. Lo primero era cierto, pero mi interés no iba más allá de la amistad y nunca dí razón para sus celos.
Con Hermann y Blanca las pláticas eran largas y a gusto. Los temas, variados e interminables, aderezados por música excelente y buenas cheves. Del léxico y la literatura, al rock y la formación de los niños; de sus experiencias en la residencia rotatoria médica a cuestiones de política; de asuntos de historia universal o familiar a las opiniones sobre relaciones personales.
Ejemplos de algunos temas platicados entonces: si “me late” es una expresión femenina, si el nombre de Blanca en inglés era White Rich Ga-pretty o White Rich Ga-cute (por no hablar de su hermana Roseriver o de su hermano Santiago Rico (sic) ); las historias dramáticas del niño Tomás que quedó desfigurado por un incendio en su cuna o de la niña que a los 12 años descubrió que en realidad era niño; si el cálculo mental es ejercicio cerebral o tortura (parece que donde estudió Blanca era tortura… die Hande!!); si el alfabeto griego era, siguiendo la nomenclatura de las calles, alfa-beta-gamma-ayuntamiento-delta-epsilon,  si la “gente sencilla del campus” podía alguna vez ser sencilla, si Solidarność, era “objetivamente” de izquierda o de derecha, si la mejor ida al baño es cuando sale un solo mojón grande y firme.
Hermann estaba en el proceso de dejar la profesión de médico (conste que yo le dije que con su apellido podía poner un consultorio en Polanco y hacerse rico), sobre todo porque era incapaz de aceptar la muerte, porque le encabronaba muchísimo que un paciente se le muriera, así estuviera desahuciado. Por entonces, escribía en la revista Mundo Médico (sobre todo de casos extraños, como los aparentes hermafroditas) y seguía en la redacción de Nexos. Blanca, por su parte, iniciaba una especialidad que en ese 1980 parecía totalmente de discreto laboratorio: inmunología. Cuando estaba por terminarla apareció la epidemia del SIDA, y ella se convertiría en una de las expertas nacionales en el tema.
A menudo recalaban a su casa otros cuates, la mayoría de ellos dedicados a la literatura, y teníamos larguísimas discusiones cheleras sobre cuáles eran los grupos de rock de primera división y cuáles, aun siendo buenísimos, eran de segunda.
Con esos cuates, y otros, se organizó una cáscara futbolera sabatina en CU, cerca de Filosofía. Era el “futbol de los poetas”. Recuerdo en ellas a Luis Miguel Aguilar, Antonio Saborit, Andrés Ordoñez y Carlos Chimal. Hermann era habilidosón, pero quien verdaderamente la movía, quien la cascareaba driblándose a medio mundo –y a veces olvidándose de concretar la jugada- era Luis Miguel, el hombre de “el gran toque”.
Hermann también escribía en la revista Los Universitarios. Me invitó a colaborar. Lo hice dos veces. La primera fue un ensayo acerca del cantautor italiano Giorgio Gaber. Para entonces, eso sería un complemento, porque pronto me embarqué en una experiencia periodística más importante y formativa, la revista Solidaridad.

miércoles, abril 06, 2011

La toma (neofascista) del poder

Las máscaras han caído. El partido Pueblo de la Libertad (PDL), del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, ha presentado ante el Senado un proyecto de ley que persigue derogar la prohibición del fascismo en Italia, establecida en la Constitución de 1948, que declaró “prohibida la reorganización, bajo cualquier forma, del Partido Nacional Fascista”. En 1952 se tipificó como delito la apología del fascismo.

El autor de la iniciativa es el diputado Cristiano de Eccer, descendiente de una noble familia trentina ligada al Sacro Imperio Romano Germánico, y quien fuera dirigente juvenil del grupo de ultraderecha Avanguardia Nazionale. Este grupo terrorista fue fundado por el tenebroso Stefano Delle Chiaie, vinculado en Italia con la matanza de la estación de Bolonia en 1980 y, en América Latina, por los asesinatos de los chilenos Bernardo Leighton y Carlos Prats, y por el apoyo en la represión en Bolivia -haciendo tandem nada menos que con el criminal nazi Klaus Barbie- durante la dictadura de García Meza.

Es posible que la iniciativa no sea aprobada, pero también es indicador de la creciente desvergüenza de los fascistas italianos, ahora bajo la conducción de Silvio Berlusconi (que logró rebasar por la derecha a Alleanza Nazionale, la formación política postfascista encabezada por Gianfranco Fini). Y es el resultado natural de una política que logra aprobar leyes ad personam, que se salta todo tipo de control legal e institucional, que utiliza de manera desfachatada la combinación corruptora de poder político y poder económico, y que, en suma, ha perdido toda inhibición, todo freno.

Sus dirigentes son aún más vulgares que los del Partido Nacional Fascista original. Sin ningún empacho, uno de los grupos berlusconianos, llamado Responsabilità Nazionale, copia textos como el Manifesto degli Intelettuali Fascisti y sólo le cambia una palabrita (ponen “internamente”, en vez del más poético “íntimamente”) y lo firma como propio, tan campante.

Desgraciadamente, la toma del poder de los neofascistas no nace de un vacío de masas. Hay una base de pequeña y media burguesía, así como de algunos trabajadores, que no cree en el reformismo de centro-izquierda y se agrupa (para decirlo con las palabras de mi amigo Claudio Francia) “con la fuerza del estómago”. Las vísceras por encima de la razón. Berlusconi, con indudable maestría de comunicador, ha sabido apropiarse de esta base, casi como coto político personal.

Se trata de masas que, por razones culturales e ideológicas, han estado históricamente ligadas a un líder carismático. Son los descendientes de quienes estaban con Mussolini. Son  los que durante más de cuarenta años se alinearon con la Democracia Cristiana, no por demócratas ni por cristianos, sino porque fueron obligados por la derrota sufrida en la II Guerra Mundial. Son los que ahora pretenden regresar a hacer su política a plena luz.




Pero todo esto fue profetizado por el cantautor Giorgio Gaber, en el ya lejano 1973, en su canción La Toma del Poder:

Un mastín, Un mastín negro, reluciente, metálico. Un perro mastín con un solo ojo, vítreo, en medio de la frente. Una mano que oprime un botón. Del ojo del mastín parte un haz de luz intensa, verdastra, eléctrica.

Psss... psss... psss...

Envueltos en relucientes capas, guantes de piel, bufanda negra, tienen las caras enmascaradas, los zapatos a punta bien boleados, están escondidos en la noche.
No hacen nada, están inmóviles, están a las puertas de Milán con grandísimos mastines que ellos tienen en la mano.
Han rodeado la ciudad, la están mirando de lejos, son imponentes y silenciosos. ¿Quiénes son? ¿Quiénes son? Son los graduados y estudiosos.

…E Italia jugaba a las cartas, y hablaba de futbol en los bares, e Italia reía y cantaba…

Psss... psss...

Ahora se mueven seguros, con sus rostros enmascarados, la mirada fija, amenazante, avanzan silenciosos, con pasos lentos, cadenciados.
Portan extrañas bolsas negras, llenas de objetos de misteriosos, y sin una sombra de miedo están ocupando puntos clave, tienen en sus manos la Procuraduría.
De los ojos claros de los mastines parte una luz muy intensa, que deja a todos hipnotizados. ¿Quiénes son? ¿Quiénes son? La
intellighenzia y los científicos.

…E Italia jugaba a las cartas, y hablaba de futbol en los bares, e Italia reía y cantaba…

Psss... psss...

Ahora trabajan más de prisa, tienen muchísimos aliados, han ocupado también la RAI, las grandes industrias, los obreros, también las escuelas y sindicatos
Ahora se quitan las capas, están ya seguros de haber triunfado, también las máscaras caen, ya no las necesitan, están sentados en el Parlamento.
Ahora se pueden ver, son una raza superior, son bellísimos y hitlerianos. ¿Quiénes son? ¿Quiénes son? Son los tecnócratas italianos.

 Ein zwei, ein zwei, alles kaput!