(Texto original publicado en Los Universitarios 175/176, septiembre de 1980)
El cabaret
La tradición europea del cabaret es un tanto diferente a la que impera en América. El cabaret europeo es un género especial, combinación orgánica de teatro, canción y espectáculo carpero, con mucho de crítica social. Su máximo exponente contemporáneo en Italia es Giorgio Gaber, un milanés nacido en 1949 que se las arregla para representar todos los papeles de las obras que realiza. Logra, en un escenario vacío, capturar enormes audiencias con su actuación, su canto y sus pantomimas.
Gaber es un personaje que ha cumplido un ciclo significativo: cantante y compositor de música ligera en los años sesenta, rompe en 1970 con la televisión y con el Festival de San Remo y comienza una serie de espectáculos-monólogos, los cuales siguen, desde el punto de vista de la problemática individual, el desarrollo de la conciencia revolucionaria de un amplio sector –prevalentemente pequeño burgués- de la sociedad italiana.
El señor G.
La primera obra de Gaber, El Señor G., es la que más mira las cosas desde el exterior. Trata de la historia de un hombre común y corriente, uno que se ha abierto paso para llegar a la pequeña burguesía, y que es visto con algo de lástima solidaria y mucho de sarcasmo. G. va a orgías donde todos acaban viendo la tele, “perdone, licenciado, ¿ha visto por ahí mis calzones?”, se aburre con los amigos, viven desenamorado pero no se tira de un puente para no molestar a su mujer, creen en el “Señor de las iglesias y los santos, Señor de las monjas y los curas”, en el “Señor de los domingos”, a quien Gaber desafía a serlo también de los lunes, “de los corrales, de las fábricas, de las putas, de los ladrones”.
En El Señor G. se refleja todavía el mundo del sesenta y ocho de la sociedad italiana: se cantaba la crisis de la dominación política y la de los valores tradicionales, se presentía que el “otoño caliente” (el amplísimo y renovador movimiento obrero del sesenta y nueve) era algo así como el ensayo general de la ya cercana revolución socialista. Proliferaban los pequeños grupos y partidos a la izquierda del PCI y principalmente
Potere Operaio, cuyos sectores darían vida, posteriormente, a los ya famosos grupos de guerrilla urbana. Era la época en la que el antifascismo militante se expresaba en campales batallas callejeras. Años de insurgencia, en ese entonces a muchos parecían asombrosas y condenables las preocupaciones de la mayoría silenciosa, políticamente condenada, de la que forma parte el señor G. En
De Parte de Quién, Gaber señala este contrapunto, con toda la parafernalia anticonsumista de la épica. Mientras el señor G. se preocupa por jugar bridge, reducir los gastos del presupuesto de la compañía o la manera de preparar una bebida, afuera de ahí, en la calle, un coro canta la revolución:
“Las ganas de luchar, las ganas de reaccionar/ con tanto valor, con tanto miedo/ las ganas de hacer, las ganas de recomenzar/ con todo el coraje, con todo el amor// Basta con los discursos de producción, de libertad/ basta con los mitos antiguos de producción, civilización// El radio, el tocadiscos, la televisión a precio especial ¡No!/ El refri, los electrodomésticos y el auto sin pagaré ¡No!”.
El señor G. tendrá dos grandes momentos de lucidez, sus fechas memorables, sus recurrencias: el nacimiento y la muerte, ambos con la misma métrica musical, sarcástica y festiva. La crítica que desarrolla Gaber es todavía fundamentalmente costumbrista., algo así como Los quince años de Espergencia. El cantautor todavía está lejos de ser el intérprete agudo y ambiguo de su mundo; sin embargo, El Señor G. es fundamental en su obra, en tanto que sirve de punto de partida y de primera definición: se empieza a delinear la problemática de los siguientes trabajos, como se puede apreciar en el Diálogo entre un Comprometido y un No Sé.
Hablar de un árbol en tiempos de revolución es traicionarla
Pasados los años del furor revolucionario, la democracia italiana se vio rodeada de peligros: 71 y 72 son los años del desenvolvimiento de la “estrategia de la tensión”, que combinaba el terrorismo fascista con la connivencia y la manipulación desleal del gobierno democristiano. Sin embargo, la movilización popular frente a este tipo de amenazas –que llegaron a delinearse en un intento de golpe de Estado- era todavía muy amplia: en octubre de 1972, miles de militantes y simpatizantes de izquierda convergen en Reggio Calabria, donde bandas de fascistas y elementos desclasados pretendían impedir la celebración de una conferencia unitaria de los trabajadores metalmecánicos. Para muchos queda claro, entonces, que la futura revolución no admitía simplificaciones facilonas. A medida que el desarrollo de la lucha de clases se vuelve más complejo y rico, y más complejas y ricas se vuelven las respuestas de la izquierda, otro tanto sucede con el autoanálisis interno de aquellos que luchan por el cambio social.
Diálogo entre un Comprometido y un No Sé, obra mucho más madura, trata del desgarramiento entre lo que se es y lo que se quiere ser. Los personajes, el Comprometido y el No Sé (Gaber y Gaber) representan emblemáticamente los extremos a los que se teme llegar si se le eligen las opciones equivocadas. Es la eterna disputa del intelectual que pretende comprometerse en la lucha social: el Comprometido, militante severo, critica fuertemente al No Sé, poeta intelectual que interioriza todas sus cosas y no actúa para transformarlas. Sin embargo, el Comprometido es un personaje sin dudas, de ideología chata, que considera que la ironía es un arma de la burguesía, que hablar de un árbol en tiempos de revolución es traicionarla, un personaje a fin de cuentas católico, que sacrifica su vida interior en pos de un hipotético paraíso futuro.
La tarea que se propone Gaber es la de cambiarse internamente, unir de manera orgánica al Comprometido y al No Sé para poder así vivir la vida propia y, simultáneamente, trabajar para el cambio social, para “la revolución”.
“Una idea, un concepto, una idea/ mientras es una idea/ es solamente una abstracción/ si pudiera comerme una idea/ habría hecho mi revolución./… / tenía tantas ideas/ era un hombre de vanguardia/ se vestía de nueva cultura, cambiaba a cada momento/, pero cuando estaba desnudo/ era un hombre del milochocientos/… /he querido ir/ a una manifestación/ compañeros, la lucha de clases y tantas cosas bellas/ que tengo en la cabeza/ pero no todavía en la piel/…”
Se trata de digerir no sólo las ideas, sino también todas las experiencias de la vida (que Gaber ejemplifica con cebollas de diferente formato). Digerir la vida misma, no irse con la finta de los sucedáneos que constantemente nos ofrece la regla social, con la finta –propia del engranaje- de las falsas libertades: la libertad de rolar, del
on the road americano, la libertad de la ciega delegación electoral de la propia soberanía, Gaber, ante estas definiciones que pernean tan a menudo nuestras ideas, nos propone
la suya:“La libertad no es estar sobre un árbol/ no es tampoco el vuelo de un moscón/ la libertad no es un espacio libre/ Libertad es participación”.
Y esa participación ha de ser real, no retórica, no como la de aquellos del
Bar Casablanca, conocidos nuestros, que “subjetivamente están de pie, pero objetivamente están en la silla”:
“…En el Bar Casablanca/ con una Gauloise/ la Nikon, anteojos/ y sobre una silla/ los títulos rojos/ de nuestros periódicos/ blu-yins descoloridos/ la barba ensuciada/ por un poco de helado/ hablamos y hablamos/ de revolución/ de proletariado/…” y sigue un rollo pesado como ladrillo, que ejemplifica la brutalidad del ideologismo y el sectarismo de muchos miembros y simpatizantes de la llamada nueva izquierda.
En tanto, los que objetivamente están de pie –en los que Gaber ve el verdadero ímpetu revolucionario, porque “tienen una fuerza tremenda que puede poner de cabeza este mundo de mierda”- no son como los quiere la retórica de la izquierda “oficial”.
“Bellos, con las manos grandes, puño cerrado/…/rudos, sudados, valerosos/ que se mueven gloriosos, los obreros/… /fuertes, con su mirada fiera y sana/ verdaderos, auténticos, honestos/ como se ven siempre en vuestros cartelones/…/Los obreros son gente como nosotros/ y no es cierto que tengan la exclusividad de la explotación/ … /los obreros son inmaduros e impreparados/ leen poco y desconfían de la cultura/ tienen todavía el complejo de la burguesía/ de sus valores obvios que ellos quieren imitar”.
La introyección
Todavía en el
Diálogo entre un Comprometido y un No Sé el tema fundamental era la toma del poder. 1973 marca el final del periodo de las grandes luchas callejeras de la izquierda italiana y el principio de la debacle de la nueva izquierda –que en las elecciones del año anterior dispersó un millón de votos en partiditos-, marca el inicio explícito de la estrategia del compromiso histórico. En otras palabras, se hace patente que la revolución no está a la vuelta de la esquina y ya no caben las ilusiones generacionales de construir el socialismo en plena juventud. Las vanguardias entran en receso, quieren ahora analizar lo que antes, desde la posición del Comprometido, desdeñaban. La política deja de considerarse exclusiva del partido y del sindicato e invade toda la esfera social. En años posteriores se escuchará el resultado básico de este análisis: lo personal es político. Empiezan a crecer y madurar los movimientos que tocan la vida cotidiana: el feminismo, los movimientos de cultura alternativa participativa. Todos los comportamientos sociales son puestos en el banquillo de los acusados.
Gaber se anticipa por pocos meses a la explosión de esta problemática, con su Aparentar Cordura, donde lo más importante resulta ser el conocerse, el recordar a su yo que se habia perdido en los tiempos en los que “todo saltaba en el aire/ y había un sentimiento de victoria/ como si le importara el coraje/ a la historia/”-
Gaber afirma, en esta obra, que necesitaba hablar de María (la realidad), pero que para poder hacerlo, primero hay que atreverse a hablar de uno mismo:
“Yo, con una mujer/ tengo más valor/ me acaricio, me toco/ me cortejo/ me encamino hacia el lecho/ y pienso, con sonrojo/ porque yo, con una mujer/ me cojo… Ah, ¡qué bien estoy, qué potencia! ¿Y ora ésta, de dónde viene? Estaba yo aquí, amándome… ¡Medio desnuda, sin faldas! ¿Qué quieres? Quiere besitos la muy puta.”
La política de los viejos tiempos, del glorioso 68, ya sirve más para la burla que para otra cosa: la laberíntica subdivisión de grupos y grupitos llega a su límite con la “Marcha de los Colíticos”:
“Nosotros, que tenemos colitis/ nos hemos rebelado/ quizá no nos creáis/ pero estamos colitizados/ el movimiento tiene una línea especial/ basada en un grupo de acción/ y en volantes de papel higiénico/ hablamos de revolución…”
Libertad obligatoria
Después de la época de las luchas y de la época de la reflexión, viene la época de la definición. El Partido Comunista Italiano se ha reforzado, en junio de 1975 la izquierda logra su más grande victoria electoral, los militantes cantan y bailan en los locales de sus partidos. Es el último de los sueños, la conquista comunista de importantes alcaldías no equivale a un pronto cambio en las relaciones de producción y el PCI se encarga de explicitarlo: hace política para pensarse, no para sentirse. La impaciencia de las masas –en especial las juveniles- no puede esgrimirse como arma, lo personal-político hace corto circuito con una política del PCI dirigida, entre otras cosas, a granjearse la confianza de los millones de señores G. Es la época de
Libertad Obligatoria, quizá la obra más lograda de Gaber.
¿Cuál es la libertad obligatoria? La que nos dan los gringos: uno puede ponerse un aretito, impugnar, hablar mal, ocuparse de espiritismo, hacer debates sobre el orgasmo, regalarle los jeans a los abuelos. Ni con el PCI en las alcaldías se puede zafar uno de esta libertad capitalista. Ante esto –y ante las respuestas viscerales, existencialistas, a la Kerouac- Gaber propone, en resumen, una cosa: precisión:
“Es necesario ser más precisos/ también en el odio, en la herejía/ en el dirigir la rabia, la locura/ Nuestra impotencia, nuestra incertidumbre/ nos limitan a odiar sin ninguna exactitud…”
Se reconoce que el mundo es diferente a como se lo suponía en los años heroicos. No se puede tomar una cámara fotográfica y decir: capital, clases, burguesía… ¡flash! En un sueño, Marx hace ver al protagonista que la necesidad de encontrar puntos fijos de donde agarrarse es nociva, Los capitalistas se vuelven impersonales, las clases ya no son claras, la producción ya no es aquella niña a la que sus padres dirigían; ahora es autónoma, camina sola. Es una visión terrificante: “A lo mejor en unos diez años uno se levanta en la mañana y, sin saberlo, se encuentra en verdad sin burguesía, sin clases, sin patrones… pero más en la mierda que antes”.
El capitalismo moderno puede hacer verdad esa pesadilla. En cada persona que lucha contra él están los gérmenes de su propia mediatización, de su destrucción como agente de cambio. La extraordinaria
“El Cáncer” nos lo explica: el cáncer es un enemigo que nos han metido dentro, es la autodestrucción, millones de moléculas nuestras, insaciables, glotonas, ya no nos obedecen y nos comen como gusanos. Gaber dice que se podría estudiar la historia a partir del “lenguaje de las enfermedades”. El cáncer es la enfermedad de la época.
“Es difícil vivir con los asesinos dentro”, dice. “Quizá sea más fácil vivir con los asesinos fuera, visibles, reconocibles, que te disparan desde las calles, desde las catedrales, desde las ventanas de los cuarteles, desde los palacios reales, desde los balcones con la tricolor. Asesinos que de alguna manera puedes combatir, sabes lo que hacen, los ves y antes o después se pueden matar… pero el asesino dentro es como una inyección, no la puedes parar y no perdona a ninguno, ninguno escapa a la fecha de vencimiento”.
Y entonces, “encabronados hasta el último glóbulo rojo controlado y espiado a conciencia por el asalto del tumor”, lo que debemos hacer es oponernos a las enfermedades. “Lo importante es no envejecer. Ser viejos quiere decir no encontrar ya un papel excitante y físico para interpretar y caer en ese estúpido reposo en el que se espera la muerte.
“No lo hemos robado, el gusto de vivir, nos toca el derecho. Pero quizá no baste defenderlo con la olla que hierve, con la libertad, con la imaginación al poder… No un policía, sino un guardián de mí mismo. La libertad de no ser libres.
“Y ahora a mis amigos ¿qué les cuento? ¿Yo que siempre he estado de acuerdo en que se puede hacer todo?”.
G.G. es un pollo de granja
Los años recientes de la vida política italiana han sido marcados por una despolitización creciente y un renacimiento del individualismo y del consumismo como “derechos humanos”. La incapacidad organizativa y los vicios de la nueva izquierda, por un lado y la insistencia del PCI por labrarse una vía hacia el gobierno, por el otro, provocaron una fuerte crisis de identidad en aquella parte de la izquierda italiana con menos ligazón con las luchas históricas de la clase obrera. Los partiditos se desintegran, convirtiéndose en “áreas de opinión”, las nuevas hornadas ven con desconfianza el exceso de ideologización que caracterizó a sus predecesores inmediatos, se hacen fuertes las desviaciones enfermizas a través de los “autónomos” y las organizaciones terroristas de seudoizquierda, se agudiza la desocupación juvenil calificada, lo personal-político se convierte en personal-personal. En suma, campea la desesperación, sucede que aquellos que querían hacer la revolución eran, a fin de cuentas, primermundistas, pollos de granja, bien nutridos, productivos –en el sentido capitalista- y acostumbrados a sus jaulas de oro, fuera de las cuales les es extremadamente difícil vivir.
Pollos de Granja es precisamente el título de la más reciente obra de Gaber (1978), en el que él mismo se reconoce, implícitamente, como tal. Ya tiene cuarenta años y probablemente se identifica con un personaje del Diálogo entre un Comprometido y un No Sé que de joven tenía alucinaciones donde veía a los burgueses como cerdos y ya de grande se había “curado”, pero se preocupaba por las alucinaciones –idénticas- de su hijo:
“Cuando yo era joven/ me atraían mucho el sufrimiento y la sociología/ …/a los veinte años todos hacen/ decisivas, importantísimas intervenciones/ después de los veinte años las hacen sólo los tarados” .
En Pollos de Granja la desilusión es total, al parecer ni el público que le siguió por toda la década le interesa:
“Yo por mí, si tuviera la fuerza/ y la arrogancia/ diría que ya no es tiempo/ de hacer mescolanzas/ que es el momento de tomar distancias/ que no quiere inventarme más amores/ que no quiero teneros como amigos/ como interlocutores…/no quiero veleidosas mezclas con ninguno/ ni tampoco con ustedes/ pero tampoco soporto la ley difusa/ del haz lo que se te hinchen/… /ya no soy compañero/ ni feministero militante/ … soy diferente porque/ cuando es mierda/ no tiene importancia la especificación”
Se cierra así un círculo que va del señor G. al señor G.G. En el trayecto, Gaber creó un estilo y explicó a muchos sobres las razones y las contradicciones de los sentimientos que tenían. En ese trayecto parece haber perdido sus mejores armas. El tiempo dirá si las recupera.
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Postscriptum de 2011
Mi texto de hace tres décadas adolece, por lo menos, de tres errores notables, todos dictados por la ideología de aquellos años, además de una omisión. El primero, es no haber justipreciado la importancia del
primerísimo Gaber, el baladista y cantante de tonadas de rock ligero. Era famosísimo e importante. Es como si Enrique Guzmán, en México o Palito Ortega en Argentina hubieran dado el salto mortal hacia el teatro-canción altamente politizado. El segundo es haber malinterpretado el hartazgo de Gaber en
Pollos de Granja: no se lanza contra la izquierda, sino contra el radical-chic, contra el izquierdismo por moda, y lo hace en medio de sus propias contradicciones generacionales (era un precursor de la generación del “personal-político” pero a fin de cuentas pertenecía a la generación anterior). El tercero tiene qué ver con la ausencia de algún comentario sobre la insistencia de Gaber acerca de la persona integral: cerebro-espíritu-cuerpo. Su visión del nuevo fascismo es de cerebros sin alma que dominan a espíritus sin cerebro. Por otra parte, la frase de mi viejo texto “la libertad de no ser libres” puede dar lugar a malas interpretaciones: se trata de la libertad de poner cotos a la propia libertad: la libertad de poder autocontenerse, para ser más precisos, pero también más felices.
La omisión es acerca del disco (y espectáculo) Tampoco Hoy Se Vuela, de 1974, que no había escuchado.
Su obra posterior
Giorgio Gaber no había “perdido sus mejores armas”. Siguió siendo fresco y fiel a sí mismo, a su contradictorio ser. En 1981 salió Años Multitudinarios; en 1985, Si yo fuera Gaber; en 1989, El Gris, que es un monólogo sin música; en 1995, tal vez la que sería su obra más relevante: Y Pensar que Había Pensamiento; en 2001, un álbum con un título tremendo: Mi Generación Ha Perdido y en 2003 Yo No Me Siento Italiano, disco póstumo, porque Giorgio Gabercick había muerto el día de año nuevo, cuando estaba por cumplir 64 años.
Y Pensar que había Pensamiento es un disco duro, filosófico y existencial, de parte de quien ha destruido las capillitas. Valga como ejemplo la
“Canción de la No Pertenencia”: “El gran entendimiento entre el universo y yo/ ha sido siempre un misterio/ el gran impulso hacia mi patria/ nunca ha sido verdadero/… /todo lo que tengo, todo lo que me queda/ es sólo esta familia mía que no me basta/ Cuando no hay ninguna pertenencia/ mi normal, mi única verdad/ es una gran dosis de egoismo/ tal vez algo atenuado/ por un vago amor por la humanidad/…/pero sufrir por gente de la que no se sabe la existencia/ me parece el signo un poco preocupante de alguna carencia/…/Pero si veo el mundo entero/ que es solidario y se conmueve en coro/ los videos de masacres obscenas/ con tantos primeros planos de mamás y niños/ me dan ganas de decir que si esto es amor/ sería mucho mejor no ser buenos/…me dan ganas de gritar que si esto es amor yo no amo a nadie/…En el mundo de la gran hermandad/ con nuevas sufragistas llenas de histeria/… no nos salva la idea de la igualdad/ ni el altruismo o la inútil piedad/ sino un egoísmo antiguo y sano/ del que ni siquiera sabe/ que le hace el bien a sí mismo y a la humanidad”.
En el mismo disco debuta la canción “Derecha-Izquierda”, que es realmente divertida, porque “el chocolate suizo es de derecha/ la Nutella es de izquierda/…/ir juntos a orinar es de izquierda/ el excusado está al fondo a la derecha/”.
De
Mi Generación Ha Perdido destaca la dolorosa
“Alguien era comunista”, donde Gaber da razones válidas y de pretexto por las que muchos fueron comunistas cuando el término no había sido reprobado por la historia. Reivindica la más importante:
“Alguien era comunista porque creía estar vivo y feliz sólo si los demás lo estaban. Alguien era comunista porque tenía necesidad de un impulso hacia algo nuevo. Porque sentía la necesidad de una moral diferente. Porque tal vez era sólo una fuerza, un vuelo, un sueño, era sólo un impulso por cambiar las cosas, por cambiar la vida. Sí, alguien era comunista porque, junto a este impulso cada quien era como… más como sí mismo. Era como dos personas en una. Por una parte, la personal tarea cotidiana y por la otra el sentido de pertenencia a una raza que quería emprender el vuelo para cambiar verdaderamente la vida.
No. Nada de remordimientos. Tal vez entonces muchos habían abierto las alas sin ser capaces de volar… como gaviotas hipotéticas.
¿Y ahora? También ahora se siente como en dos. Por una parte el hombre encuadrado que atraviesa obsequiosamente la propia supervivencia cotidiana, y de la otra la gaviota, que no tiene ya siquiera la intención de volar porque el sueño se ha encogido para siempre. Dos miserias en un solo cuerpo”.
De
Yo no me siento italiano se hizo muy conocida la canción homónima. Pero la que es realmente devastadora es “
Los Monstruos que Tenemos Dentro”, que es una versión más madura, compleja y pesimista de “El Cáncer”:
“Hace un cierto efecto no entender bien/ de donde nace tu reacción/ y tú estás viviendo sin saber nunca/ qué eres en tu más profundo yo/… Los monstruos que tenemos dentro/ silenciosos e insinuantes/ son el gen egoísta/ que sin piropos/ domina y conquista/… Nuestra vida civil/ nuestra idea de justicia e igualdad/ la convivencia social/ está amenazada/ por monstruos que son nuestra sustancia/…Los monstruos que tenemos dentro/ son insaciables y funestos/ son el poder a cualquier costo/ pero también son quien lo odia/ solamente por envidia/ Los monstruos que tenemos dentro/ nos inspiran el gran sueño/ de un Dios severo y justo/ con la mítica necesidad/ de Alá y de Jesucristo/…Los monstruos que tenemos dentro/ nos inculcan ideas distorsionadas/ y el gusto sádico y morboso/ frtente a imágenes de muerte/ Nuestra vida consciente/ nuestra fe en lo justo y en lo bello/ es un equilibrio aparente/ amenazado/ por los monstruos que tenemos en nuestro cerebro/… Los monstruos que tenemos dentro/ que viven en toda mente/ que nacen en toda tierra/ inevitablemente/ nos llevan a la guerra”.
Al final, tengo la impresión de que la figura de Giorgio Gaber está destinada a crecer con los años. Era demasiado bueno como para caer en el olvido.