Mientras los del PMT sinaloense estábamos en la grilla universitaria y campesina, Gustavo Gordillo hizo –junto con otros compañeros- otra visita pseudoclandestina a Culiacán, para platicar de la situación del partido a nivel nacional o, más estrictamente, del avance de la “Tendencia” que él estaba formando. En esa segunda visita nos confirmó la impresión de que, más que a consolidar una corriente dentro del PMT, Gordillo se aprestaba a generar una escisión en el partido.
Al respecto, el grupo de miembros del Comité Estatal nos preparamos elaborando algunos materiales, que resumían nuestros puntos de vista sobre qué debía ser y qué no debía ser un partido político revolucionario. Uno de los documentos señalaba que hacer política de masas era premisa ineludible y que para ello eran fundamentales una tarea de capacitación democrática (“la práctica del poder que lleve a un mejor conocimiento de sus usos de parte de los trabajadores”), el manejo de todos los instrumentos de la democracia formal y, sobre todo, la “educación revolucionaria”, entendida no como supuesta fusión entre los militantes y el pueblo, sino la formación de condiciones de cooperación y participación social en todas las áreas de la vida cotidiana.
Combinábamos, en ese documento, sobre todo la visión de Arturo Guevara y la mía. Yo, pensando en la creación asociacionista de redes de participación social con intervención partidaria, a imagen y semejanza de las del PCI; Guevara, con base en su experiencia de campo, en dos temas que lo han obsesionado toda la vida: poner a la gente a mejorar su entorno (brigadas de limpieza, de embellecimiento urbano, de restauración de espacios colectivos) y sus condiciones de vida (uniones para la producción y para la compra-venta de bienes y servicios).
El otro texto hacía referencia a la relación entre partidos y movimientos. En él señalábamos que “las autonomías sociales no se salvaguardan separándolas o poniéndolas fuera de la sociedad política o del Estado, sino dándoles una salida política y ligándolas a un mecanismo de síntesis y de dirección que exprese sin distorsiones su sentido y sus demandas”. Afirmábamos que era insostenible que un partido sea el único instrumento de expresión política de las “instancias sociales” y que estos movimientos debían tener autonomía respecto a los partidos, pero que los movimientos no se podían poder en “una relación paritaria” con los partidos y menos podían “constituir el sistema óseo de los partidos”, porque conllevaría a una degeneración de la democracia.
En realidad todas estas eran respuestas a un par de concepciones de Gordillo con las que no casábamos. Una era esa especie de “movimientismo” que le parecía más grato, en la medida en que la burocracia partidista le impedía hacer cosas. La otra eran sus escarceos maoístas, la idea de que para “servir al pueblo” había que fusionarse con él. Coincidíamos con él en su crítica a la dirigencia nacional, pero nosotros lo que queríamos entonces no era salirnos y fundar otro movimiento socialista, sino luchar por un partido democrático en su interior, abierto a las organizaciones sociales y los movimientos, participativo en las instituciones de la democracia que poco a poco se estaba forjando en México.
Para hacer las cosas más complicadas, Gordillo nos platicó que estaba en pláticas para una alianza de largo plazo con una organización de corte maoísta, llamada Política Popular, activa en el norte del país, de la que nos dio unos folletos, escritos en lenguaje muy críptico, con el título de “Unidad política, lucha ideológica”. Gordillo les llamaba “los Polipopos”; cuando nosotros les cambiamos el apodo por el de “los Pol-Potes”, se dio cuenta de que no iba a llegar muy lejos en Sinaloa con esa propuesta. La historia diría después que, a pesar del lenguaje alucinado de aquellos folletos, estos cuates eran mucho más cercanos a nuestra concepción política de lo que imaginábamos en un principio.
Aquella reunión terminó en una suerte de compromiso. Nosotros nos consideraríamos parte de la “tendencia” partidista de Gordillo, pero no cejaríamos en el intento de crear un diálogo constructivo con la dirigencia nacional del partido. Acordamos en que escribiríamos una carta al Comité Nacional, para expresar algunas de nuestras inconformidades y para solicitar una Asamblea Nacional Extraordinaria, que dirimiera los problemas surgidos en los últimos meses y que empujara al PMT hacia una democratización interna.
A diferencia de los textos que discutimos con Gordillo, no tuve participación en la redacción de aquella carta, entre otras cosas porque ya andaba en la parte toral de mi tesis. Era importante que reflejara el sentir de todo el partido en el estado, así que la elaboraron Guevara y Jaime Palacios, que seguía teniendo influencia decisiva en el Comité Municipal de Culiacán y que nunca fue invitado a discutir con Gordillo.
En la carta, se hacía un recuento de los avances organizativos del partido en el estado: 130 comités de base, 8 mil 500 afiliados, la creación de sindicatos (el del la comisión de aguas de Guamúchil, el de trabajadores de empaques legumbreros en Culiacán, uno de mineros en los altos de Culiacán), de cooperativas pesqueras y de colonias populares. Luego seguían quejas sobre la escasa comunicación con el Comité Nacional (por ejemplo, que en tres años y medio, las secretarías de Asuntos Juveniles y de Asuntos Femeniles nos habían enviado un oficio cada una) y preguntas sobre el proyecto político partidario, que no se había podido trasmitir “en caso de que exista”. Finalizaba con un análisis sobre “la inquietud e inconformidad de nuestros militantes”, proveniente de que la dirección nacional frenaba las iniciativas de los comités “en aras de lo operativo”, del creciente fenómeno del “seguidismo” incondicional hacia los dirigentes y la ausencia de “mecanismos internos que pudieran llevarnos a conjugar las experiencias colectivas”. Concluía el texto diciendo que, ante la ausencia de definiciones políticas, “no creemos que las expulsiones, las acusaciones y los enfrentamientos internos sean la solución”.y proponiendo la Asamblea Nacional Extraordinaria.
Firmamos Arturo Guevara, Renato Palacios, José Antonio Rios Rojo “El Zurdo” –ingeniero, miembro del comité del SPIUAS; que había sustituido a Torrecillas, tránsfuga al PST-, Matías Lazcano, Jaime Palacios, Gilberto Espinoza “El Mayo”, Flores Carrasco y yo. Se distribuyó entre los comités municipales, para que dieran su consenso, se envió el 16 de junio de 1979. No tendría respuesta hasta meses después, con una visita de Heberto Castillo en la que, como se verá, intentó, sin éxito, defenestrar al Comité Estatal.