miércoles, diciembre 22, 2010
Los diez deportistas mexicanos del 2010
1. Javier Chicharito Hernández
2. Horacio Nava
3. Adrián González
4. Joakim Soria
5. Paola Espinosa
6. Juan René Serrano
7. Jaime García
8. Yadira Lira
9. Carlos Salcido
10. Sergio Checo Pérez
Aquí está la lista del 2009
martes, diciembre 21, 2010
Assange y su contra-conspiración
El gobierno de Estados Unidos considera a Julian Assange un terrorista de nuevo tipo. Mucho se ha hablado, en estos días, acerca de los chismes de alta política derivados de las filtraciones de Wikileaks. Muy poco, acerca de la ideología de su fundador y motor.
Escribe Assange (en el ensayo State and Terrorist Conspiracies): “Para cambiar radicalmente la conducta del régimen debemos pensar con claridad y valentía, puesto que si algo hemos aprendido, es que los regímenes no quieren ser cambiados. Nuestro pensamiento debe ir más allá que el de quienes que nos han precedido, descubriendo cambios tecnológicos que nos envalentonen mediante modos de actuar que antes no pudieran haber sido utilizados. Primero, debemos entender qué aspecto de la conducta del gobierno o del neocorporativismo queremos cambiar o eliminar. En segundo lugar, debemos desarrollar una forma de pensar sobre esta conducta que tenga la suficiente fuerza como para llevarnos a través del lodazal del lenguaje políticamente distorsionado, hasta llegar a una posición de claridad. Por último, debemos utilizar este entendimiento para inspirar en nosotros y en otros un curso de acción efectiva y ennoblecedora”.
En otras palabras, el fundador de Wikileaks entiende su tarea como un proyecto revolucionario (una “conspiración terrorista”) para obligar a los regímenes políticos dominantes a un cambio de fondo. Este cambio de fondo está ligado a un concepto: detrás de todo gobierno hay una “conspiración gubernamental”, que atenta contra la libertad y la autorrealización de las personas. Assange entiende “conspiración” de una manera laxa: una asociación coordinada de personas que oculta a los demás sus intenciones finales.
A partir de ahí elabora una suerte de teoría de la comunicación conspirativa –en el que “la conspiración” se convierte en una tabla con clavos y cuerdas que los comunican-, para deducir, en la lógica de que “comunicación es poder”, que por muy centralizada que esté una organización o un gobierno, depende a fin de cuentas del papeleo, del intercambio de información. Una organización demasiado cerrada deja de ser funcional: mientras más cerrada esté, menos podrá relacionarse con el mundo real afuera de ella. Es el talón de Aquiles sobre el que ataca Wikileaks. También es por eso que lo hace sobre un gobierno poderoso y piramidal, pero medianamente efectivo, el de Estados Unidos.
La idea de Wikileaks es hacer menos efectiva “la conspiración” gubernamental, cortando o inutilizando algunos de las cuerdas.
“Podemos ver las conspiraciones como un tipo de artefacto que tiene flujos de entrada (información sobre el entorno), una red informática (los conspiradores y sus enlaces entre ellos), y flujos de salida (acciones que pretenden cambiar o mantener el entorno)”. De ahí que busque hackear la red, haciendo públicos despachos privados (y aduciendo que los diplomáticos son un pequeño grupo de la clase dirigente que no comparte información con el resto de la sociedad y, por lo tanto, deben ser evidenciados). La misión de su sitio, entonces, es hacer público lo privado en la esperanza de que esa “posición de claridad” evite nuevas secrecías.
La visión de Assange es típicamente la de un programador de computadora. Lo que ve es un sistema de gente e información. Lo que contiene la información es irrelevante, salvo porque constituye un puente entre quienes son miembros de una organización relativamente cerrada (“la conspiración”). Esto significaría que lo que interesa a Assange no son los secretos que da a conocer, sino el hecho de divulgarlos y que alguien los considere valiosos.
Otro asunto es que, si somos congruentes, Wikileaks es, para Assange, una conspiración, una contra-conspiración. “Conspiración” son también las organizaciones de la democracia, como los partidos políticos: “¿Qué pasaría si un partido se quedara sin celulares, fax o e-mail, sin los sistemas de computación que manejan sus afiliados, donantes, encuestas y centros de campaña” –se pregunta-. “Caería en el estupor organizacional y saldría derrotado” –se responde.
En esa lógica, el creador de Wikileaks sugiere que para combatir una “conspiración” hay que hacer que se cierre sobre sí, envuelta en paranoia. Obligarla a abrirse o a cerrarse más: a dejar de ser o a ser ineficiente.
En ese sentido, hay quien sugiere que lo que en el fondo busca Assange no es la transparencia, sino la neblina. Opacar el transparente mundo de la información clasificada y dificultar su capacidad para funcionar. Como subir un virus para hacer más lenta la computadora. Assange, el hacker, trata a los gobiernos como el sistema mismo, y luego les aplica la misma estrategia que usaría para tronar una computadora.
Y hay quien dice en la red que hackear un sistema de 4 mil años de edad, aunque entrópicamente doloroso, parece un (¿luminoso?) sendero necesario para el fin de los gobiernos piramidales, la aurora de la Era de la Red y del poder en forma de nube.
A todos nos han entretenido las revelaciones de Wikileaks. Hay gran alegría en el pueblo cuando el niño grita, “El rey está desnudo”. Pero es una alegría efímera. Los métodos extremistas en política a menudo tienen un final desastroso.
Una versión en PDF de los ensayos de Assange se encuentra aquí.
Y aquí, un breviario de frases de Assange, recopilado por Raúl Trejo.
miércoles, diciembre 15, 2010
Biopics: De regreso al "subde"
En Módena y Roma conseguí mi diploma hecho a mano y autentifiqué con la embajada los papeles que acreditaban mis estudios. Una bola de sellos. De ahí partimos a Londres, donde estuvimos cuatro días, entre museos.
Menos de un mes después de nuestra salida de Módena, llegó a casa de Claudio, de regreso, la caja de libros que yo no había podido recoger. La volvió a enviar a México, y luego de un año se la volvieron a retachar.
De regreso a Culiacán, además de la pátina de polvo, las telarañas y el calorsote que esperábamos, nos encontramos con la sorpresa de que una de las maletas que habíamos dejado ahí estaba carcomida. Seguí un rastro hecho con pedacitos de la valija hasta llegar al baño de servicio. En el inodoro, estaba una pavorosa ratota que acababa de parir. Jalé la palanca y eché una botella de Drano, ácido para destapar caños. Dos botellas. Tres botellas. Valía madres. Luego compramos un raticida superpoderoso que esparcimos por el departamento. A los pocos días empezó a oler a gas desde la estufa. Debajo del horno, descompuesto, un hinchado cadáver de ratota. Además el animal había mordisqueado –supongo que en agónica desesperación- la malla del horno, dejándolo inservible. Recogi los despojos y los deposité en el tambo de basura afuera del edificio.
Por lo demás, no había muchas nuevas en la ciudad, fuera de que se había llevado a cabo el congreso del sindicato y que habían pasado todas las propuestas que elaboramos conjuntamente con los del PC. Mi René contaba algunas anécdotas geniales acerca de las discusiones con los ultras. La mejor de ellas era cuando un ex Enfermo (que, por lo visto, no se había curado del todo) propuso eliminar la materia de inglés de las preparatorias, porque le hacía juego al imperialismo. Entonces que se levanta un profesor de inglés, de la prepa de Mazatlán por más precisión, y le dice, en sagrada defensa de su materia de trabajo, que había una diferencia muy importante entre el inglés burgués y el inglés proletario, que él enseñaba inglés proletario, una materia importantísma para las relaciones revolucionarias entre los obreros mexicanos y los obreros gringos, ¿si no cómo se iban a entender? Los aplausos y las carcajadas callaron al enfermito.
Imaginamos alguna de las clases de ese profe:
-Ya know man, workers aint gettin’ whay they deserve, ‘cos bosses say they’re ignert fools! ’N Mexican workers aint farn people, they’re comrades.
Pues sí, ya estaba yo de vuelta.
martes, diciembre 14, 2010
Diez cuentos mexicanos
De vuelta a las listas.
Los primeros siete los tenía clarísimos. Lo difícil fue seleccionar los otros tres.
Los 10 cuentos mexicanos que más me han gustado:
- “Dormir en tierra”, José Revueltas
- “Diles que no me maten”, Juan Rulfo
- “La fiesta brava”, José Emilio Pacheco
- “La muñeca Reina”, Carlos Fuentes
- “Anacleto Morones”, Juan Rulfo
- “Dios en la tierra”, José Revueltas
- “Falta de espíritu scout”, Jorge Ibargüengoitia
- “La habitación 12”, Norma Lazo
- “El prodigioso miligramo”, Juan José Arreola
- “La perfecta espiral”, Héctor de Mauleón
Los primeros siete los tenía clarísimos. Lo difícil fue seleccionar los otros tres.
viernes, diciembre 03, 2010
Haikú beisbolero
El beisbol se presta mucho para el haikú -la forma clásica de poesía japonesa, consistente en tres versos de 5, 7 y 5 sílabas-, por su capacidad para trascender el tiempo y su liga sensorial con la naturaleza. Si lo vemos estéticamente, cada jugada encierra, sutil, un haikú. O varios.
En el haikú tradicional siempre hay una referencia a las estaciones del año. Con el beisbol es, necesariamente, distinto. Allí donde se juege, en cualquier lugar y momento, es primavera. Con esa, y otras licencias, va mi cadena de haikús beisboleros. Cada uno puede y debe entenderse como unidad. Pero también es posible imaginar que el conjunto de árboles forma un bosque.
Brilla el diamante,
joya de verde y grava
siempre vibrante
Inicia el juego.
Del montículo salen
bolas de fuego
Son serpentinas,
cometas juguetones,
luz bailarina.
La bola huye
de la mano del pitcher,
strike intuye
Aspira al cuero…
No encuentra al out
sino al madero
Rueda con fuerza
rumbo a los jardines,
serpiente tersa
Juego de señas:
manos, cuerpo y cara
son ideograma.
El receptor
tras de la máscara
juega a ser Dios
Loma lomita,
mi Olimpo, mi Calvario:
¡Es tan chiquita!
La navaja, al ojo;
la nube corta al sol;
la recta, al jom
Se escucha un crac.
Trueno instantáneo:
la voz del bat
Chispa-pelota:
viaja un blanco sol:
va a mi manopla
Dulce ilusión:
sueña Segunda Base
con ser el Jom
Grita la raya
por la bola muerta.
¡Un faul, malhaya!
La colchoneta
anhela ser robada.
¡Es tan coqueta!
Vida sin tiempo:
en el jardín central
vacila el viento
Mi infancia, sé,
como la bola: se va,
se va, se fue
La vida entera
jugar al beis, instante
de primavera
lunes, noviembre 29, 2010
Fallo Cordera
El viernes 26 de noviembre falleció Rafael Cordera Campos, uno de los discretos grandes constructores de la democracia en nuestro país y un amigo muy querido, particularmente importante en dos momentos clave de mi vida.
Militante del 68 en su juventud, Fallo Cordera fue un importante operador político en la edificación de partidos y sindicatos modernos, pero su gran pasión fue la Universidad, a cuyo servicio dedicó buena parte de su vida y de sus esfuerzos. Entendió la universidad pública como espacio de generación de conocimiento, pero también de transformación social en sentido democrático.
Tal vez porque nunca dejó de ser joven, privilegió sus relaciones con los estudiantes y centró muchos de sus estudios en el tema juvenil. Entendía que los estudiantes eran actores centrales en ese proceso, pero no en el sentido del “movimentismo” catártico, sino en el de la participación consciente en su comunidad, en el uso inteligente del tiempo libre, en la suma de partes diferentes.
Fue, entre otros cargos, Secretario de Asuntos Estudiantiles de la UNAM, Secretario General de la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe y Coordinador de Asesores del Consejero Presidente del IFE, durante la gestión de José Woldenberg.
Pero basta de currículum. Fallo era, por sobre cualquier otra cosa, una gran persona. Muy buen conversador, tenía una cualidad extraña –y más entre quienes hacen política-: sabía escuchar, sabía distinguir un tono y comprender.
A Fallo jamás se le escapaba el sentido político de las cosas. Lo encontraba –y te lo mostraba- de los lugares más inopinados. Quizá por eso se interesó más en asuntos sociológicos y políticos que en la economía pura y dura. De él es, originalmente, una frase que –a fuerza de repetirla yo- muchos me atribuyen: “En política económica el sustantivo es política; económica es sólo el adjetivo”.
Le encantaba la grilla, pero detestaba cuándo ésta se hacía destructiva, cuando se convertía en el cáncer de las sociedades cerradas (y eso es común en la academia, en los partidos y sindicatos, en instituciones como el IFE). Sufrió particularmente las inquinas en el instituto durante los últimos meses del periodo de Pepe Woldenberg al frente del instituto electoral.
Fue, sin duda, el activista más constante de nuestro grupo político de profesores en la Facultad de Economía. Crítico, autocrítico y persistente. Era el enemigo principal de los “vándalos” (“hablan y vuelan los elefantes rosas en el auditorio; es como un show de David Copperfield”, decía) y tal vez el único que tenía tanto aguante como ellos para la guerra de posiciones.
Su punto de vista era que, ante la insistencia pseudomarxista de estudiar la “crítica de la economía política”, nosotros debíamos impulsar el estudio de la crítica de la política económica. Era también parte de su carácter: era práctico, más que teórico.
Tenía un carácter maravilloso. Casi siempre estaba de buen humor. Ahora que lo pienso, se ha de haber tragado demasiados corajes en la grilla (y algunos en la política). Y, tal vez por ello, a cada rato añoraba su Manzanillo natal, la cantina de sus cuates de la infancia, la pesca mayor (y más tarde explicaba cómo determinado personaje en una disputa política picaría con la lógica del pez espada, se clavaría el anzuelo e intentaría arremeter contra la embarcación). Siempre decía que terminando su actual responsabilidad, se iría a vivir a Manzanillo. Pero aparecía otra tarea.
En lo político casi siempre coincidimos. A menudo eran coincidencias dentro de la coincidencia. Acuerdo hasta en el matiz. A veces hasta llegar al nivel del microgrupo Puedo contar con los dedos las veces que no fue así.
Simpático y sociable, tenía un gran sentido del humor. “Fallo no falla”, decía yo, porque él siempre iba a la reunión, a la fiesta, al reventón, a la asamblea. Debo agregar que preparaba una magnífica paella de pescado.
Siempre con una sonrisa bajo el tupido bigote, te decía una frase y al mismo tiempo entornaba los ojos como diciendo “¿qué tal, cómo la ves?”. Cierro los ojos y así lo recuerdo.
Cierro los ojos y ahí está, frente al Edificio Rosalino de la UAS cuando lo conocí en 1979, en el bar del Sanborns San Ángel echándonos unas chelas, en su cubículo comentando los partidos del Mundial 86 (compró serie completa para toda la familia), en el Parque del Retiro de Madrid, caminando –y Maca prende un cigarro que tiene entre sus guantes, y mi Raymundo juega con su Santiago y los dos nos vemos a los ojos y nos sonreímos-, en su casa mientras le platico de mis pedos existenciales, en la Tasca Manolo, desayunando, y los meseros le conocían hasta los tics –y en uno de esos desayunos nos sorprende una llamada de Diego desde Manzanillo, le informa que su papá está grave y Fallo sale corriendo, consternado-, en una celebración de su cumpleaños en Xochitepec, o portereando -y ordenando a la defensa- en nuestras cáscaras futboleras en Xochimilco.
Siempre está sonriendo cuando cierro los ojos. Porque Fallo Cordera le sonrió a la vida. Y nos ayudó a sonreirle.
martes, noviembre 23, 2010
¡Sí fue Revolución!
En ocasión del Centenario de la Revolución Mexicana varios analistas han realizado una revisión de la historia, a veces con la intención de acabar con los mitos que nos formaron, y en ocasiones para intentar apuntalar la ideología liberista (que no liberal), ahora tambaleante, tras el fracaso económico del Consenso de Washington y sus seguidores nacionales.
De esta revisión ha salido claramente ganancioso el periodo porfirista, al menos en un sentido: el del progreso económico nacional, medido en términos de Producto Interno Bruto y de modernización industrial. Y si bien, todo mundo coincide en que las desigualdades en aquella época eran extremas, no ha faltado quien afirme que igualmente habrían sido mitigadas, aun sin el estallido revolucionario. Es la idea de que malamente celebramos “la bola”, la revuelta, el reventón destructivo, y no una revolución social digna de ese nombre.
Me permito diferir. En primer lugar, hay que entender el periodo porfirista como un proceso, que tiene una dinámica diferente en la medida en que se va desarrollando. Si a más de un siglo de distancia empiezan a distinguirse algunas de sus bondades, eso no debe impedirnos ver que lo que fue una expresión progresista en sus inicios, ya para el Siglo XX había entrado en una fase profunda de decadencia, como sistema económico y como régimen político. Y que había un grupo político, entrelazado con las clases dominantes, reacio a admitir esa decadencia y, por lo tanto, a la necesidad de transformaciones de fondo en la economía y en las relaciones sociales.
Se ha manejado –utilizando el “hubiera”- que, si Madero hubiera estado más alerta a la voz fraterna que le pedía cuidarse de Victoriano Huerta, varias de las transformaciones nodales se hubieran realizado de todos modos, y sin tanto derramamiento de sangre.
Ese razonamiento no toma en cuenta un hecho fundamental: el golpe huertista no se hizo en el vacío, sino con el apoyo de importantes intereses económicos nacionales, de intereses políticos extranjeros y de una parte de la opinión pública, que era efectivamente conservadora. De no haber sido Huerta, hubiera sido otro (y aquí soy yo el que utiliza el “hubiera”, pero creo que con más provecho). Y la acción criminal de Victoriano Huerta sirvió para trazar líneas claras, para atizar la rebelión y para convertirla en un fenómeno nacional.
La derrota del huertismo es la de los grandes terratenientes, la del sector exportador, la de la iglesia beligerante. E implicó un giro categórico en términos de los equilibrios de poder en el país.
Buena parte de la nueva crítica revisionista a la Revolución Mexicana hace énfasis en el carácter meramente destructivo de muchas de las acciones. Me vienen en mente los campesinos de Los de Abajo, que entran a la hacienda y destruyen la biblioteca, arrancando como tesoro pornográfico los grabados de Doré de La Divina Comedia, que tienen mujeres desnudas. Son los mismos campesinos que, en la Revolución Rusa, entraban en las mansiones de los grandes propietarios y se cagaban en los tapices de las sillas. Esas desgracias pasan en las revoluciones. Lo importante es ver si hay quiénes son capaces de dotarlas de significado, para que sean algo más que destrucción.
¿Se dotó de significado a la Revolución Mexicana? La respuesta está en la Constitución. Aunque el Congreso Constituyente estuvo dominado por una facción política, sus miembros tuvieron la suficiente sagacidad para proponer un pacto social incluyente. El artículo 27 –y el posterior reparto agrario- no se entienden sin la voluntad de lograr un consenso social profundo, más allá de las diferencias mortales de la coyuntura. Ahí, más que en el campo de batalla, se definió al grupo ganador, pero se delineó también un compromiso, en la doble acepción del término: como obligación y como negociación.
Esto tuvo implicaciones más profundas. Como bien dice Javier Garciadiego, significó que, a diferencia de otros países de América Latina, en México no hubiera conflictos graves entre el Estado y los sectores populares: obreros y campesinos. En naciones en las que los terratenientes exportadores no sufrieron una pérdida tal de poder, se sucedieron las asonadas militares cada vez que esos intereses se veían amenazados. En México, en cambio, la derrota de Huerta y los suyos fue total. Y eso, tras la fiesta de las balas, significó que los cambios posteriores se hicieran en relativa paz.
En términos de la pirámide social, la Revolución implicó incorporar –si bien de manera subordinada- a un tercio de la población a la modernidad: convertir al país de una nación de menos de “un tercio” a una de “dos tercios”, con la tercera parte restante todavía sumida en la miseria. Implicó una industrialización que miraba al mercado interno. Implicó –tras una década de destrucción- tasas de crecimiento muy superiores a la media internacional (pensemos, nada más por referencia, que en medio de la Gran Depresión, y a pesar de sus vínculos estrechos con Estados Unidos, en los años treinta del siglo pasado, la economía mexicana creció más que en la primera década del Siglo XXI).
Por supuesto, con el tiempo, la Revolución fue perdiendo brío. Se convirtió en instituciones. Algunas de ellas han sido pilares de la estabilidad económica y social (el Banco de México, el IMSS, el libro de texto gratuito, por ejemplo). Otras, fueron útiles instrumentos para lograr la paz política y el control corporativo. Y junto a las instituciones, toneladas de propaganda, un uso político de la historia, un nacionalismo que hacía las veces de vacuna contra la democracia y una pretensión de convertir el movimiento en inmovilismo. Las contradicciones del sistema saltaron en pedazos, pero en cámara lenta. El ciclo tuvo que terminar.
Mal haríamos en reducir el legado de la Revolución a la fe democrática de Madero –sería ver la realidad mexicana de principios del Siglo XX con ojos del tercio final del mismo siglo-, porque el movimiento fue mucho más que eso. Tampoco podemos tirar al niño –específicamente, la voluntad de incorporar una proporción creciente de la población a los beneficios sociales de la modernidad- con el agua sucia –la violencia de aquellos años y la larga espera para acceder a la democracia plena-.
Vale entonces, sí, reivindicar los aspectos democráticos de aquella gesta. Pero no se deben olvidar los aspectos sociales, entre otras cosas porque precisamente ese segundo tercio alguna vez favorecido –que hoy componen obreros, clase media-baja urbana, campesinos medios- ha sido tremendamente golpeado los últimos años, particularmente por el lado de los salarios reales y del empleo. En ese sentido, el Centenario no debe ser sólo conmemorativo, sino también un recordatorio de que requerimos renovar nuestro pacto social.
martes, noviembre 16, 2010
Biopics: Bulgaria y la propaganda yanqui
En la estación de tren de Sarajevo había un loquito, que corría de uno a otro lado del largo óvalo en cuyos extremos estaban dos cafeterías. Su obsesión era identificar quién estaba por encender un cigarro, correr, adelantársele y ofrecerle lumbre. Me entretuve a observarlo mientras esperábamos el tren que nos llevaría a Sofía.
Llegamos a la capital búlgara en la noche. El nombre de la ciudad, escrito en cirílico en letras de neón rojo, anunciaba que aquello sería una experiencia diferente. Apenas bajados del tren, nos formamos en una línea para conseguir alojamiento. Como le dije a la empleada que nos íbamos a quedar “dos o tres días”, no nos dio hotel, sino que nos mandó a una pensión familiar, que pagamos por adelantado. A cambio nos dio una tarjeta, que nos pidió nunca perder.
Con esa tarjetita, fuimos a tomar un taxi. La primera sorpresa fue que, al menos aquella noche, había madrazos para abordarlos. Literalmente. Vi gente agarrándose a patadas en la lucha por un lugar. Intentamos tomar uno, y ya nos estaban jalando cuando otro aspirante a pasajero le dio a entender al búlgaro agresivo que nosotros éramos turistas. El auto nos llevó fuera del centro de la ciudad, a una zona de edificios multifamiliares cuadrados, de un gris cementoso, marcados con letras y números, y nos dejó algo así como en el K-11. El departamento estaba monón, una señora gorda era la casera y un par de recámaras estaban ocupadas por árabes. La mujer nos dijo qué tranvía tomar para ir al centro al día siguiente (porque la verdad no había nada, pero nada qué ver en ese vecindario).
Así que al otro día tomamos el tranvía en una mañana nublada y fría. Ni parecía que era verano. Nos llevó por una ciudad limpísima, con muchos parques –algunos de ellos adornados con estatuas del más rancio realismo socialista-, entre pasajeros silenciosos y malencarados. Dimos una primera vuelta por el centro y lo primero que notamos fue la hostilidad de la gente hacia todo lo que se moviera. Muchos portaban chamarras negras imitación cuero. Caminaban dándose empellones. Vi varias librerías, pero en sus vitrinas indefectiblemente se mostraban obras de Teodor Yitkov y de Leonid Brezhnev. Ni siquiera eran de Marx o Lenin. Empezó a lloviznar. Unas mujeres gordas seguían impasibles barriendo las aceras. La lluvia arreció y nos metimos a comer pollo y yogurt, las mujeres seguían barriendo.
Más tarde, decidimos tomar unas fotos. ¿Qué tal una de Patricia frente a la sede del Partido Comunista Búlgaro? Estaba yo por hacer click cuando se me abalanzó un policía, venía encabronadísimo, blandiendo una macana de hierro y gritándome en búlgaro. A señas le pedí que se calmara y le dí a entender que no tomaría la foto, a empujones nos dirigó hacia un pasaje subterráneo… en el que había otra librería presumiendo libros de Teodor Yitkov. Caminamos un poco más por el centro y por supuesto le dijimos que no al tipo que nos ofreció cambiar levs a un precio fabuloso. Para quitarnos el susto, fuimos a tomar un café y nos corrieron a gritos cuando intenté encender un cigarrillo. Volvió a lloviznar y el frío calaba los huesos. Compramos bufandas.
Seguíamos paseando por la ciudad, entre búlgaros hostiles, cuando divisamos que en frente de un edificio había mucha gente. Nos acercamos. Era la embajada de Estados Unidos. Frente a ella, decenas de ciudadanos de Sofía miraban embobados los aparadores. En ellos, fotos de propaganda del American Way of Life, pero hechas al estilo soviético: un anciano obrero metalmecánico sonriéndole a la cámara junto a su máquina, con el overol tapizado por botones con mensajes de todo tipo; un barrio con sus casitas todas iguales, los negros en mecedora en el porche, y un automóvil muy grande enfrente de cada casita; la gente en el estadio de los Halcones Marinos de Seattle viendo el juego de americano. Aquel conjunto era una obra maestra: eso se advertía al pasar la mirada de las fotos a los ojos maravillados de los búlgaros. “Es un obrero, pero se expresa personalmente con pines”, pensé. “Son negros y, según la propaganda soviética, superexplotados, pero viven en casas y no en bloques de cemento, y tienen coche a la puerta”, pensé. “La gente también expresa su individualidad en algo tan colectivo como ir al estadio”, pensé. Volvía a ver los rostros de los ciudadanos de Sofía y entendí que por sus mentes pasaba lo mismo, pero que lo hacía incluso por sus tripas. La puerta de la embajada yanqui era de acero. El edificio era infranqueable: para los búlgaros, el castillo de la gran promesa imposible.
Pocas cuadras después, Patricia y yo concluimos que el lugar era horrible, y que lo mejor que podríamos hacer era comprar el primer boleto de avión que nos sacara de allí en las oficinas de la primera línea aérea que encontráramos. En la agencia de Air France descubrimos que no éramos los únicos. “Sáquenos de aquí en el primer vuelo que tenga”, dijo la pareja que nos antecedió. El primer vuelo que nos convenía era a la tarde siguiente, a Zagreb, Yugoslavia. Así que nos arreglamos para que a la mañana nos dieran un tour guiado por la ciudad. De regreso al edificio gris reparé en una cosa que no había querido ver en el camino de ida: los monumentos del realismo socialista eran de unos bulgaritos, que estaban protegidos por un hercúleo soldado del Ejército Rojo Soviético. Y las señoras gordas seguían barriendo.
El tour, a pie y en inglés, estuvo agradable. Lo más memorable fue la visita a la catedral neobizantina de Alexandr Nevski (que es más impresionante por fuera que por dentro), con la consiguiente explicación de la guía acerca de lo maravilloso que ha sido el pueblo ruso para el pueblo búlgaro –y Nevski, en la película de Eisenstein, es el gran guerrero ruso que derrota al invasor teutón-, matizada con el señalamiento de que el búlgaro San Cirilo fue el creador del alfabeto que lleva su nombre. Por cierto que una cándida australiana, casi al finalizar el tour, exclamó satisfecha: “ya sé cómo se dice restaurante en búlgaro: se dice pectopah”. Varios nos reímos, son las letras cirílicas de “restoran”.
La señora que nos rentó el cuarto tenía nuestros pasaportes, y la importantísima tarjetita con el sello de que habíamos pasado las noches ahí, en una cajita del tesoro. Atisbé el cofrecito y descubrí que en él se escondían dos cajetillas de cigarros Kent. El taxista malhumorado que nos llevó a toda prisa al aeropuerto escuchaba rock metálico en un casete, se acabó el casete y del radio surgió música clásica; el taxista hizo una mueca de asco, dio la vuelta al casete y lo metió de nuevo con fuerza. Percibí que la música clásica era para él algo similar a la propaganda oficial. No nos dio cambio.
Junto a la sala de espera, un pequeño drama. A una joven siria, de un tour masivo, le faltaba en su tarjetita el sello de una de las noches y no la querían dejar salir. La chica lloraba, imploraba en árabe. Llegó el guía del tour, deslizó un par de cajetillas de Kent (parece que era la marca mágica), el agente de migración las bajó discretamente y estampó el sello liberador.
Cuando llegamos a Zagreb, la amabilidad de los oficiales yugoslavos parecía a propósito, como para subrayar diferencias. Al salir del hotel, la tarde estaba por caer. Pasamos por un parque. Tirado en el pasto, un joven descalzo leía una revista. Un señor de traje acababa de comprar el periódico Politika de un kiosco muy bien surtido y se disponía a leerlo en una banca.
-¡Qué bonita es la libertad! –dijo uno de nosotros, pudo haber sido cualquiera.
Tras dos días en Zagreb –recuerdo una plaza grandísima y la catedral techada con la cuadrícula que ahora identifica a Croacia, pero sobre todo un ambiente amigable-, tomamos un autobús para Ljubljana, con su castillo, su hermoso río y sus aires austriacos, donde también estuvimos un par de días, para luego regresar a Módena.
El compagno italiano que había intentado prevenirme de ese viaje para preservar mi ortodoxia socialista no estaba desencaminado. Aquella Bulgaria me pareció un infierno y, si Cuba y Yugoslavia me habían dado una imagen más amable del socialismo real, me había evidenciado que el sistema tenía fallas más severas de lo que creía.
Una década después, ya separados y en vías del divorcio, Patricia me reclamó amargamente que la hubiera llevado a Bulgaria. En ese aspecto, lamento decirlo, tenía toda la razón.
Aquí pudo haber habido una foto de Bulgaria, pero la cámara que compré en Cuba –un artefacto de Alemania Democrática- no funcionaba con los rollos fotográficos occidentales, así que no la hay.
martes, noviembre 09, 2010
Trespatines, reivindicado por las Academias
En San Millán de la Cogolla se reunieron académicos de la lengua representantes de 22 naciones hispanohablantes y concluyeron en hacer algunos cambios en la ortografía española, que deberán ser ratificados el 28 de noviembre en Guadalajara.
Como suele suceder en esa materia, España derrotó a América algo así como cuatro goles a uno. Decidieron quitarle la tilde a palabras que ahora se consideran monosilábicas, como guión, truhán o huí. Se les ocurrió deshacerse de cuantas cúes fuera posible, y decretaron patéticos cuórum, cuasar y el todavía peor Catar (es decir Qatar), que ni al académico Pérez Reverte le gusta. Le quitaron el acento diacrítico a sólo, que sólo se usará cuando pueda confundirse con solo y consensuaron nombres para las letras: a la ye ya le dicen ye (el único gol americano), pero a la be chica, es decir a la be de vaca, hay que decirle uve, y a la dobleú, algo así como uvedoble.
Es curioso que, tal vez movidos por la güevonería a la hora de poner acentos, haya sido este último tema, los nombres de las letras, el que más escozor causó. Yo digo que es una imposición imperial-colonialista, liderada por el banco BBVA, tan fácil que es decir “Bedeburro-bedeburro-bedevaca-A” o, todavía más fácil, como en México, “Bancomer”.
En lo personal, me parece que la nueva regla más chusca es la que obliga a juntar el prefijo (sufijo me fijo) “ex” con el sustantivo: exesposa, exprocurador, exalumno. Significa, ni más ni menos, que le han dado la razón a José Candelario Trespatines en su alegato en contra del Señor Juez, en el tremendo juicio de La Tremenda Corte intitulado “Parejiicidio”.
Reseñaremos brevemente el capítulo de aquel programa de radio de los años cuarenta, y se entenderá la reivindicación que han hecho las Academias del pícaro cubano:
Inicia con el Señor Juez, quien está “contentísimo, porque hoy me encontré con una gitana que me leyó las líneas de la mano y me dijo que se me va a curar el reuma, me voy a sacar la lotería y que el año que entra me van a nombrar magistrado… esa gitana era sincera, porque se emocionó tanto y me abrazó y todo, y yo soy un gran psicólogo para que usted lo sepa”.
El juicio es por robo y estafa, A Nananina le robaron unos vestidos. El juez pregunta:
-¿Los vestidos eran del tipo chemise?
-No eran de ningún tipo, eran mío –responde la gorda.
-¿De qué modelo?
-No eran de ningún modelo, eran mío, ya no é mi época de modelar.
Sucede que Nananina entregó esos vestidos a Trespatines y su Mamita, para que los repartieran y nunca llegaron a su destino.
-Los vestidos venían envolvidos y Mamita los desenvolvió –empieza a explicar Trespatines.
-Envueltos –corrige el juez.
-Los vestidos venían envuelto’, y Mamita los desenvueltó.
Sigue una discusión barroca y desternillante, hasta que el juez exclama:
-No lo puedo entender, porque uste’ habla en chino.
-¿Qué cosa, que yo hablo en chino? ¿Y poqqué el chino de la lavandería no me entiende? Yo me canso de decirle dame la ropa y te la pago la próxima semana y el chino dice: “mi no entiende”.
Trespatines entonces entrega al juez “una tarjetica del restablecimiento de nosotro, por si necesitas mandar una cosa para el anterior, pa’l campo”. La tarjeta reza: “Expreso Trespatines y Mamita. Reparto rápido de mercancías.”
Pero Nananina insiste:
-No entregaron lo’ paquete’. No señor, se lo' cogieron.
Toca el turno acusador al gallego Rudecindo Caldeiro y Escobiña:
-Tengo un cine en el reparto La Verdolaga, dotor. Tenía seis ventiladores pero me los rubaron, un desgraciao en cuanto apagan la luz, desturnilla los ventiladores y se los lleva. (Trespatines tiene seis ventiladores en su cuarto, aunque nunca va al cine de Rudecindo, pero Mamita va todos los días)...
-Pensé en poner un extractor de aire, -continúa el gallego- y Trespatines me diju que me vendía un extractor en 90 pesos, pero me trajo un montón de herros viejos que no servían para nada.
Trespatines exige que Nananina describa los vestidos robados:
-Lea la lista, pero despacio para que no haya confesiones.
-Confusiones –corrige el juez.
-Para que no haya horror.
-Error.
La descripción es en verso, así como la respuesta del pícaro acerca del destino de los vestidos. Uno lo vendió, otro lo empeñó, otro lo dio a Cucusa y el último a Mamita, porque “la tarjeta lo dice claro. Nos la' repartimo' rápidamente".
El juez dice que es un robo, porque ellos tenían una agencia.
La respuesta de Trespatines hoy sería aceptada por las Academias:
-¿Cuál agencia? Pero si el expreso soy yo chico, poqque yo estuve preso pero ya no lo estoy, de manera que ahora soy un expreso.
-¿Y los hierros viejos que le dio a Rudecindo?
-Eran parte de un tractor de obra pùblica que se despeñó pa’bajo y se desbarató. Eso es un extractor.
El programa termina con una confesión de Trespatines:
-Mamita tiene ahora un negocio que está ganando lo que quiere. Anda por allí vestida de tinaja.
-Gitana.
-Sí eso. Está leyéndole la mano a lo’ comebola. Ella le’ dice una pila de mentira’… pero el negocio de ella no es ése, cuando se emociona, parte p’arriba, los abraza y le’ quita la cartera…
“—Eso de erutar no entiendo —dijo Sancho.
Y don Quijote le dijo:
—Erutar, Sancho, quiere decir ‘regoldar’, y este es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy sinificativo; y, así, la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar, y a los regüeldos, erutaciones, y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso.”
martes, noviembre 02, 2010
Biopics: Split, Mostar, Sarajevo
Durante aquella estancia dimos otras cortas vueltas por Italia. Todas estuvieron muy bien. Una fue de pisa y corre a Verona. Compramos un litro de Chianti, un kilo de pan y otro de prosciutto para comer allá. Luego tuvimos que comprar como cuatro litros de agua, porque –descubrimos entonces- el Chianti no se lleva con el prosciutto y te genera una sed…. Otra fue de poco más de un día, a Florencia, donde me intoxiqué ligeramente y Patricia se preocupó mucho. La tercera, de dos días, a Venecia. También fuimos, con Claudio, a Pistoia, y nos tocó en suerte que era el día de la Giostra dell'Orso, una competencia entre los rioni (los barrios) de la ciudad, que se desarrolla en la plaza central, en la que caballeros a la usanza medieval compiten intentando pegarle con la lanza a un objetivo, "el oso". Los nombres de los barrios-equipos son magníficos: Dragón, Grifón, Ciervo Blanco, León de Oro. Lo mejor fue que aquello acabó en bronca entre los participantes. Como en el medioevo, supongo.
Después de eso, partimos hacia Yugoslavia. La idea era visitar tres ciudades de ese país y luego lanzarse una semana a Bulgaria. Algún compagno desaconsejaba la visita a Bulgaria, “porque todos los compañeros que van a los satélites soviéticos llegan decepcionados”. En Ancona tomamos un barco para Split, en la costa adriática.
En Split, una ciudad blanca, de grandes baldosas, con aires venecianos, pero también medievales, nos quedamos en un hotelito junto a la plaza central. Visitamos el mauseoleo de Diocleciano y, sobre todo, caminamos por sus calles empinadas, que a menudo tenían bonita vista al mar. Comíamos en restaurantes privados, y era divertido intentar adivinar qué se escondía detrás del menú en serbo-croata. Una vez pedí filet paprika y srbski fazol, bajo el supuesto de que eran un filete con paprika y frijoles serbios. Con gran sorpresa mía, sirvieron chiles morrones rellenos y frijoles refritos.
Esa no era la única semejanza. En Split, caída la tarde la gente paseaba por el malecón o por las plazuelas, y en sus alrededores se instalaban vendedores ambulantes con antojitos parecidos a los mexicanos. Resultaba un tanto extraño caminar por las calles provinicianas y comerse un elote (sostenido con su palito, cual debe ser), mientras a tu lado todos hablaban un idioma que te era muy ajeno.
De Split tomamos un camión hacia Mostar. El camión estaba llenísimo y apestaba. En Mostar encontramos alojamiento en una casa de estudiantes vacía por el verano. Al entrar al cuarto descubrí que el que apestaba era yo. Sucede que me había comprado unos tenis chinos en Roma, baratísimos. La propaganda decía que los chinos de las fotos oficiales del maoísmo reían tanto porque llevaban puestos esos tenis.La verdad, eran comodísimos. Pero el día antes de nuestra partida de Split había llovido y al pasar por algún charco, el agua hizo cortocircuito con la goma con la que estaba pegada la suela y generó aquel hedor. Entonces comprendí por qué los chinos luego hacían revoluciones violentísimas.
Recuerdo a Mostar como una ciudad con mucho verde. Será por las montañas que la rodean o por el parque que había que cruzar para llegar a nuestro alojamiento. También como un lugar de callejuelas empedradas. Pero sobre todo recuerdo estar tomando café turco junto al viejo puente de piedra que cruza el río Neretva, y que sería destruído en la guerra civil yugoslava años después. Allí empezamos a ver la influencia otomana en los Balcanes y compramos un bonito juego de tazas de café.
De allí nos fuimos a Sarajevo, que recuerdo como una de las ciudades europeas más interesantes que conocí. En Sarajevo nos quedamos en una pensión, la casa de una señora en la calle de Presidente Mazaryk –se nos hizo chusco el detalle- que tenía unas sábanas con un encaje muy fino. A dos cuadras de esa pensión estaba el puente de Gavrilo Princip, nombrado en honor del asesino del Archiduque Francisco Fernando de Austria; el magnicidio que desencadenó la I Guerra Mundial. Uno tiende a pensar que los grandes eventos de la historia tienen lugar en escenarios espectaculares. Pero el puente era chiquito; y el río que atravesaba, estrecho y poco profundo.
Una de las cosas maravillosas de Sarajevo era su división en partes, que a veces estaba bien definida, en ocasiones matizada y en algunas partes era abrupta. Estabas en una ciudad perfectamente mitteleuropea, caminabas unas cuadras y te internabas en una medina musulmana, creías que no habías salido de allí y te encontrabas en una ciudad de edificios modernos. Una lógica de sueño. Entre negocios, mezquitas, catedrales, multifamiliares, parques que eran cementerios musulmanes, cafés turcos y monumentos civiles, el conjunto formaba una combinación arquitectónica única, y la ciudad te daba una sensación muy estimulante de diversidad. Y de convivencia en esa diversidad.
En un café, un señor muy amable nos dio una explicación que acomunaba cada estilo arquitectónico con una religión. Un tercio de los habitantes de la ciudad era musulmán, otro tercio era católico y otro, nominalmente ortodoxo, pero comunista en la práctica.
Recordé esa breve plática de café en marzo de 1992, cuando se dieron a conocer los resultados del referéndum que proclamó la independencia de Bosnia Herzegovina. No dudé en escribir que vendría una guerra civil y que las diferencias religiosas harían que el conflicto fuera particularmente cruel. Desgraciadamente, así fue. Los territorios de aquel viaje de 1979 nunca más serían los mismos.
viernes, octubre 29, 2010
La misteriosa dama del celular
En días recientes ha circulado por youtube un video promocional de la película El Circo, de Charles Chaplin, filmado en 1928, en el que por unos instantes aparece una figura femenina que blande un objeto en su mano izquierda y habla, como si se tratara de un celular. Han abundado las hipótesis y las especulaciones. Bordaré sobre ellas, pero sobre todo presentaré una propia.
La primera hipótesis corresponde a los crédulos. Afirma que, efectivamente, está hablando por celular, y se trata de una viajera del futuro. Esa explicación tiene un par de problemas. El primero es que tendría que estar hablando con alguien, y no había otro celular en la tierra en 1928. Se alega que podría estarse comunicando con el mundo del futuro, porque si viajó en el tiempo, emprenderá el viaje al pasado dentro de muchos años. Entonces yo me digo -y es el segundo problema-: si la tecnología diera para hacer eso, de seguro ya se habría ahorrado el engorroso aparatito y la viajera del futuro usaría una suerte de celular "manos libres".
Hay quien ha escrito que la verdadera intención de la ruca que viajó al pasado era que la filmaran, que un loco obsesivo se pusiera a analizar el video y lo subiera a youtube, se armara un escándalo y ella pudiera presumir de todo eso a sus amigas.
La segunda corresponde a los incrédulos. Dicen que se trata de una viejita loca, que habla sola mientras se acomoda el sombrero con una peineta. A esta versión, aunque lógica y probable, le falta poesía. Nada más ver el corto, y es evidente que hay algo poético en él. De perdida, podrían notar las facciones duras del personaje y sus zapatotes, y concluir que se trata de un travestí loco, que habla solo mientras se acomoda el sombrero con una peineta.
La tercera es la de los hacedores de complots. Efectivamente el personaje tiene un celular en la mano, y habla con él. Pero se trata de un montaje: la mujer del siglo XXI, con ropas de hace 80 años, es una superimposición. Habría que preguntarse cuál es el motivo para hacer eso. No pueden ser los centavitos por clic, porque son ya muchos los que han subido el video. Los complotistas tendrán que llegar a la conclusión de que se trata de un perverso juego político para desviar la atención... ¿de qué? ¿De las mugrosas elecciones intermedias gringas? Habrá que esperar qué dice El Peje: a lo mejor él sí descubre un compló "de la mafia" dirigido, por supuesto, en su contra.
La cuarta la inventé yo. Me parece elegante, y por eso es la que más me gusta. Un señor del siglo XXI entró en un hoyo del tiempo, en un salto cuántico. Estaba hablando por teléfono celular con un amigo cuando de repente se encontró caminando por las calles de Burbank, California, en el set de la película de Chaplin, enfundado en un vestido ridículo y con un sombrero de plumas. Lo único que no cambió de su atuendo fueron los zapatos. Por unos instantes sigue caminando hasta que se topa con el falso elefante, se percibe con esa especie de disfraz, en un mundo extraño. Se detiene. No lo quiere creer. Sigue hablando, pero no obtiene respuesta: ya no hay señal. Poco a poco va cayendo en cuenta de lo que le ha sucedido: está vestido de mujer, sin identidad, atrapado en el pasado, y no conoce el camino de regreso.
martes, octubre 26, 2010
Biopics: Un verano muy teatral
El desencanto
El examen de laurea fue también un magnífico pretexto para re-conocer Módena y sus alrededores, y para visitar, esa vez con Patricia, otras partes de Europa.
El mismo día que llegamos fuimos –a instancias de Jorge Carreto, quien tiene la extraña creencia de que cuando uno cruza el Atlántico lo primero que quiere es pachequearse- al Palasport de Bolonia a un concierto de Peter Tosh, que estuvo muy bueno y que hubiera yo gozado muchísimo de no haber estado tan cansado.
En ese concierto me encontré a varios cuates de la bola modenesa, y pude constatar que en el breve lapso de dos años algo en ellos había cambiado. Varios habían dejado la militancia política activa y se habían hecho, como decirlo, más epicúreos. O tal vez yo lo percibía así porque había recorrido el camino inverso. En todo caso, no era el único. Mi amigo Claudio Francia me recordó que él había dicho, en los primeros días de nuestra amistad, que los compañeros de la izquierda extraparlamentaria que lo acusaban de reformista lo volverían a llamar “Cremlino” tras un tiempo, y comentó que estaban en ese camino de vuelta a sus orígenes.
¿Qué había pasado? ¿Por qué los compagni parecían mucho más interesados en la suerte de los boat-people que escapaban de Vietnam que en el inminente triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua –que yo, junto con medio México, había seguido con avidez por la televisión-? Una parte de la respuesta está en el distinto énfasis de los medios, en México y en Italia, por uno y otro tema. La otra me la dio Claudio: el asesinato de Aldo Moro de parte de las Brigadas Rojas había significado un duro golpe para la izquierda. Para los comunistas, era el fin del sueño del Compromiso Histórico. Para la ultra pensante, algo peor: entender que habían estado más cerca de los terroristas que de la construcción de una alternativa socialista. Un desencanto de distintos tonos.
El Festival de Sant'Arcangelo
Además era verano. Y el verano es para divertirse. Así que otro día –ya resuelto el asunto de la tesis- fuimos Claudio, Carreto, Patricia y yo, en el rojo Fiat Cinquecento de Claudio a Sant’Arcangelo di Romagna, un pequeño pueblo cerca de la costa adriática en el que se desarrollaba un festival de teatro callejero, que pocos años después alcanzaría fama internacional. El chiste de Sant’Arcangelo es que, como está situado en una colina, no tiene una plaza grande, sino muchas pequeñas, y en cada una de ellas se desarrollaba un espectáculo diferente, a menudo ligado al folklore regional, pero también había presencia de algunas troupes extranjeras. Todo era gratuito, así que recorriendo el pueblo, de plazoleta en plazoleta, uno pasaba de ver a unos mimos daneses, a un grupo de baile romañolo, a unos performanceros o a una puesta en escena más tradicional.
En esas estábamos cuando pasó entre nosotros un grupo que seguía a una vírgen-mamarracho que recorría el pueblo sobre unos zancos enormes. Subían las pendientes empedradas, llegaban a un descansillo y se ponían a hacer una ronda infantil, cantando “Chocolate/ Amarillo (sic) / Corre corre/ Que te pillo/ A estirar/ A estirar/ ¡Que el demonio va a pasar!”, y daban paso al católico esperpento, que continuaba su ascenso. Los seguimos un buen rato. Era el grupo catalán Els Comediants, entonces semidesconocido, que estaba haciendo su pasacalles festivo y liberador (y se notaba, de maravilla, que los actores respiraban ya un aire de libertad muchos años pospuesto en España).
Esa noche dormimos los cuatro en el Cinquencento, que estaba estacionado en medio de un campo de futbol. Al otro día me desperté con tremenda tortícolis, pero igual fuimos a Rímini a darnos un bañito en sus atestadas playas.
Notre Dame des Fleurs
Pero habría más sorpresas teatrales. Las iniciativas culturales estivas en Módena estaban cada vez más desarrolladas, así que en Piazza Grande se presentó, siempre gratuitamente, el grupo del mimo inglés Lindsay Kemp, con su espectáculo Flowers, basado en la novela de Jean Genet, Nuestra Señora de las Flores.
Esa representación tocó mis fibras más sensibles. No lo hizo por la trama, que había que adivinar, ni por el texto, que no tenía, sino por la estética. Apelaba a las emociones, no a los pensamientos. Era una sórdida dramaturgia ceremonial desplegada en cámara lentisima, con una música hipnotizante. Era como la fantasía de un prisionero resguardado bajo un laberinto de telas y velos. Y esa musa horrenda y magnífica, Lindsay Kemp, “Nuestra Señora de las Flores”, se movía a un ritmo onírico y me llevaba con ella, lentamente, a sus sueños, sus fantasmas, su pasión (que es sufrimiento), al goce.
El sol no está solo
Y al día siguiente, un espectáculo muy diferente. Eran de nuevo mis amigos Els Comediants, que presentaron una obra divertida, que abrevaba de lo mejor del teatro popular europeo. Il Sole, se llamó en italiano; Sol, Solet, en catalán. Dos pícaros viajeros van en busca del sol (van del invierno al verano) y terminan encontrándolo, precisamente en la plaza donde se desarrolla el espectáculo. “Il sole non è solo. Il sole è a Modena”, decía con su fuerte acento español el narrador y del balcón principal salía un sol precioso, como si fuera la primera vez que estuviera de verdad presente en esa neblinosa ciudad: el sol de la alegría más profunda en el corazón. De otro balcón salen el rey y la reina, saludan y dicen que irán abajo a bailar. Se retiran y abajo aparecen como gegants, figuras de grandes dimensiones, vestidas con ropajes tradicionales que, conducidas desde adentro por una persona, se ponen a bailar con el personal.
Tras los gegants, un grupo de música popular terminó por amenizar la noche, convertida en alegre baile colectivo en esa ciudad tan tendiente a la melancolía y a la crítica seria.
Estaba yo en esa magia de felicidad, cuando de repente Patricia se retrajo y fue a sentarse a una banqueta de la plaza.
-¿Qué te pasa? –le pregunté, mientras el grupo tocaba “Islas Canarias”.
-Tuve el presentimiento de que a mi mamá le pasó algo, -respondió.
-Pues no sabemos si le pasó, ni podemos saberlo. Para qué preocuparte de algo que no sabes.
No la pude hacer cambiar de opinión. A su mamá no le había sucedido nada, pero era tan grande su carácter culpígeno, que le (nos) impidió terminar de gozar plenamente ese momento.
Un instante
Eran también los días del festival regional de L’Unità. Allí comí anguila, pasta con carne de burro y carne de jabalí. Allí también se presentó Lindsay Kemp, con un espectáculo cómico-popular, dirigido al público familiar, de menor calidad que Flowers. Y tras el evento me topé con Patrizia de Candia –que había asistido con su ex novio de Bolonia-. Lo comentamos brevemente –a ella no le pareció que hicieran competir a los niños contra las niñas; yo opiné que no me importaba-. Luego ella desapareció, pero no su sonrisa de mi memoria.
jueves, octubre 21, 2010
Guerrilla Marketing
Cuando todavía no despuntaba el amanecer, una camioneta color gris se estacionó a un lado del parque, en lugar prohibido. De la parte trasera bajaron tres jóvenes, dos mujeres y un hombre, vestidos en ropa deportiva. El muchacho cargaba un maletín de tela que había adquirido forma de cubo, seguramente por una caja que tenía adentro. Al volante estaba un hombre de cejas pobladas y barba muy oscura, que se mantuvo allí mientras los jóvenes hacían breves ejercicios de estiramiento, con las piernas sobre el piso de la cajuela de la camioneta.
Por allí pasaba el Pastelero, que los vio mientras iba en su decimaquinta vuelta al circuito.
Por allí pasaba el Pastelero, que los vio mientras iba en su decimaquinta vuelta al circuito.
A la altura del 500, el muchacho dejó la mochila junto a un árbol. La abrió, sacó unos paquetes, los metió en su cangurera. Pasó otros a las chavas, que hicieron lo mismo. Levantaron los brazos y se pusieron a hacer algo de calistenia. Se veía que eran novicios.
Eso lo notó hasta el Doc, que pasaba por ahí trotando, mientras escuchaba The Grand Wazoo en su ipod.
Los tres jóvenes empezaron a trotar muy despacio, tanto que algunos de los caminantes los rebasaban. Estaban haciendo una tarea de reconocimiento. Pasaron por el Cero, junto a la zona de calentamiento y la pequeña pista para sprints. Apuntaron mentalmente que allí había bastante gente. El hombre de la barba negra les había dicho que dieran una vuelta para que la gente los ubicara como si fueran otros corredores. Era parte del papel que tenían que jugar.
Los Gordos Diabólicos, que no faltan un solo día a correr, de inmediato los notaron. El muchacho, un güerito, tenía cara de tonto. Pero las chicas estaban guapas, y eso siempre da gusto ver, aunque uno esté haciendo abdominales.
Mientras trotaban, los muchachos notaron que entre el 100 y el 200 había muchas entradas al parque, y que había algunas personas estirándose, que en la zona interna estaban unas muchachas haciendo ejercicios con pelota y que en un claro unos hombres de cierta edad desempacaban capotes, muletas y espadas. Subieron por unas curvitas y ya estaban de nuevo frente a la camioneta. El barbón había bajado. Se detuvieron. El rostro del muchacho estaba rojo del esfuerzo.
¿Listos? –preguntó el de la barba negra.
-¡Listos! –respondió animosa una de las chicas, de blusa blanca y licras negras.
Esperaron unos segundos a que llegara el primer corredor. Era Mister K., el que siempre presume de los muchos kilómetros recorridos. Cuando estaba a unos metros el muchacho exclamó:
-¡Qué hambre tengo!
-¡Qué hambre tengo!
Y se puso a correr a la derecha de Mister K.
-¿Quieres algo rico y natural? –le preguntó una de las muchachas, y se puso a la izquierda del corredor, que –fiel a su costumbre- sólo fijó su vista en los senos.
-¡Por supuesto!
De atrás llegó corriendo la otra chica, casi jadeando porque no es que Mister K. hubiera bajado su ritmo y, estirando la mano, le ofreció un paquetito al hombre.
-Es la nueva barra integral Vida Natural, deliciosa.
Mister K. tomó apresuradamente la barrita con una de sus manos enguantadas (el otro guante escondía, debajo, la llave de su carro).
-¿Y a qué canijas horas quieren que me coma esto?
-A la hora que quiera –alcanzó a decir el muchacho con una sonrisa.
Caminaron de regreso al 600 y se encontraron a otros corredores. Siguieron con su tarea. Algunos, sobre todo los que iban caminando, aceptaron de buen grado la barrita. Otros menos, sobre todo los que iban muy rápido, y en la persecución la barra de cereal se iba haciendo pedazos. A veces, en el momento de la entrega –y sobre todo si el atleta le parecía fotogénico- el barbón, que era el jefe del equipo, tomaba una foto.
“Está saliendo bien la estrategia” –pensó el hombre de barbas negras-, “vendremos todos los días de la semana y, como estos corredores son lideres de opinión si se trata de alimentación nutritiva, harán mercadeo viral por nosotros. De boca a boca se conocerá el producto”. Miró de reojo la camioneta por si pasaba algún policía.
Al Doc le tocó una barrita bastante deshecha, a pesar de que corría muy despacio. Estaba dudando si tirarla en uno de los depósitos de basura que están por el 100 cuando vio que iban llegando, desde dos avenidas convergentes, los guaruras de Kramer Hernández, el banquero. Redujo todavía su paso.
A diferencia de otros personajes relevantes que hacían ejercicio en ese parque público, Kramer hacía ostentación de su aparato de seguridad. Caminaba cien metros y trotaba otros cien teniendo al lado a su jefe de seguridad, “el Gringo” –un tipo que unos decían que era ex marine; otros, que del Special Service británico o del Mosad israelí, pero los Gordos Diabólicos afirmaban que era un experto tirador traído de la guerra civil en la antigua Yugoslavia-; atrás de ellos, muy cerca, iba un escolta mexicano con la sobaquera por encima de la playera; luego otros dos, uno por dentro del campo y otro en la pista, a quien a menudo se le veía salir la cacha de la pistola por los shorts. Esta vez no estaba el gringo.
A ninguno de los corredores le hacía gracia el entorno de Kramer. Era una suerte de violencia silenciosa la que ejercían sobre el parque, que lo arrancaba de su condición de oasis en medio de los problemas citadinos. Por eso era común que los más avezados cambiaran de ritmo al verlo. Los más lentos lo reducían, para que el grupo se les alejara. Los más veloces, lo aceleraban, para dejarlo atrás.
El Pastelero y los Gemelos Korioto estaban en el grupo de los veloces, pero el primero les llevaba unos sesenta metros de ventaja a los otros cuando rebasó a Kramer y su escolta por ahí del 450.
El güerito y las muchachas estaban a la altura del 500, imitando algunos de los estiramientos que habían visto en la zona de calentamiento; su jefe había regresado a la camioneta porque recordó que había dejado el celular sobre el asiento, y ahora sonaba con insistencia. Vieron pasar al Pastelero, a ése ya le habían dado su barrita. Se acercaban unos nuevos.
-¡Qué hambre tengo! –exclamó el muchacho, y se puso a correr junto a Kramer.
-¿Quieres algo rico y delicioso? –dijo la chica, y se colocó a la izquierda del guarura principal.
Los Gemelos Korioto habían distinguido al grupo del banquero y se disponían a acelerar, cuando la tercera chica inició su carrera, sacó un objeto metálico de la cangurera, intentó meterse entre el jefe de escoltas y Kramer y apuntó el objeto a la cabeza del banquero. Los hermanos frenaron instintivamente, y es que no pasó un segundo cuando el hombre de la sobaquera sacó su arma y le disparó en la nuca a la muchacha, que cayó muerta al instante, y el guarura de la pistola en el short la desembuchó sobre un tipo de barbas, al que descubrió corriendo de la penumbra arbolada a la pista blandiendo una cosa de metal brillante, y lo dejó tirado en un charco rojo.
Del otro lado del celular, el dueño de la pequeña empresa de cereales se preguntaba si de verdad había sido un éxito lo que le vendieron como guerrilla marketing.
martes, octubre 19, 2010
Biopics: La presentación de la tesis
Al terminar la primavera del 79 yo ya había por fin terminado la tesis. Parboni me había aprobado dos capítulos y le había enviado otro par por correo, pero quería aprovechar la sesión de exámenes de verano (sólo había tres al año) para presentarla y defenderla. Así que en aquellas vacaciones, viajamos Patricia y yo a Italia, en buena medida gracias a la ayuda del Doctor Edmundo Flores, entonces director del Conacyt, quien consiguió el segundo boleto de avión.
Llegamos a Módena el 12 de julio y nos quedamos en casa de Claudio Francia y sus papás, siempre tan amables y comunistas. El primer problema surgió porque el profesor Parboni de entrada no estaba dispuesto a discutir una tesis “a caballo”. Le dije por teléfono que iría a Roma, donde él vivía, a discutirla, a ver qué le parecía. Aceptó.
Parboni vivía muy cerca del Vaticano, en un departamento de clase media alta venida a menos, que había sido de su familia. Era un lugar amplio, abarrotado de libros, casi todos de economía. Aunque era verano, el lugar me pareció frío por la ausencia de adornos y pinturas. Era como una amplísima celda de un monje enclaustrado. Uno de los problemas vitales de Parbus era su soledad.
Allí comimos los tres una ensalada de sottaceti que él había preparado (y nos pasó la receta) y él y yo discutimos, entre un par de botellas de vino, la tesis. En lo esencial, me pidió corregir un par de detallitos. En la forma, me comentó que el estilo era muy diferente al de los scholars italianos, que siempre querían ser neutros y casi nunca usaban metáforas o utilizaban el sarcasmo, pero la aprobó. Iría a Módena la fecha fijada para los exámenes, que resultó ser el emblemático 26 de julio. El profesor Salvati, quien se había ofrecido a pasar como relator de la tesis, en caso de que Parboni se mostrara demasiado mamón, quedó como contrarrelator.
En Italia, los exámenes para acceder al grado de Dottore son presididos por un jurado de once profesores, de los cuales sólo dos han leído la tesis: el relator, que es el asesor, y defenderá la tesis junto con el sustentante, y el contrarrelator, cuya tarea es encontrarle defectos y contradicciones y acorralar al sustentante. Los otros nueve pueden preguntar sobre la tesis –o sobre cualquier tema-, pero se entiende que lo hacen sin haber leído el trabajo del estudiante. El examen se solicita al estilo medieval: en una carta escrita a mano en papel sellado, dirigida al Magnífico Rector, en la que se señala quién es el Clarísimo Profesor que funge como relator y quién, el Clarísimo Profesor que hace el papel de contrarrelator.
El argumento central de la tesis (que se puede encontrar en el artículo “La Composición de Cartera de la Banca Mexicana Privada y Mixta (1970-1976)”, en Investigación Económica 167, enero-marzo de 1984, pp 135-150) es que en el periodo se aceleraron las tendencias concentradoras en el sector financiero privado y se prepararon las condiciones para un cambio cualitativo en el sistema bancario en el país (que pasaría del sistema de banca especializada –bancos comerciales, financieras e hipotecarias- a la llamada “banca múltiple”).
Analicé los cambios en el tiempo de la a relación entre diversas categorías del balance contable de las instituciones respecto al total de activos y pasivos, y la de las utilidades respecto al valor neto, y dividí el análisis según el tamaño de las instituciones. Concluí que la mayor rentabilidad económica obtenida por los grandes bancos indicaba que fueron eficientes al procurarse mejores ventajas en su financiamiento al sector privado y al gobierno, mientras que mantuvieron un costo relativamente superior en el lado de los pasivos, que el comportamiento de la liquidez de activos y pasivos no fue parejo (los bancos siguieron prestando cada vez más a largo plazo, pero no varió mucho la temporalidad de los depósitos) y que el sistema de intermediación terminó sobrecalentado por el exceso de liquidez de los depósitos.
En ese contexto se da un proceso de concentración financiera que provocó, por una parte, que las empresas menores –que competían en la periferia del sector- se encontraran frente a una situación de más incertidumbre y, por la otra, que las empresas mayores hubieran rebasado su tamaño óptimo.
En ese sentido, la instauración de la Banca Múltiple brindaba ventajas institucionales y reforzaba el principio de las reservas concentradas (“las reservas financieras cumplen mejor su función anticoyuntural mientras están concentradas”) y esto era claramente favorable a la estabilidad financiera de cada banco. Sin embargo, argumentaba, una mayor estabilidad de cada empresa financiera no significa automáticamente una mayor estabilidad del sistema en su conjunto. La tasa de endeudamiento neto de las empresas financieras no se reduce y, aunque su liga con el riesgo empresarial es menos directa que en el caso de la tasa de endeudamiento bruto, sigue siendo un factor de riesgo. Más aún en un sistema con problemas de diferencial de liquidez.
La experiencia del examen fue bastante peculiar. Ese día lo presentamos unos doce, y yo estaba entre los últimos. Iniciaba con el aula llenísima, que era vaciada cada vez que el jurado se reunía a deliberar, y a cada vuelta había un poco menos gente. A Jorge Carreto le tocó como cuatro turnos antes que yo. Al terminar cada quien, se iba con sus invitados al bar de Hermes, debajo de la Facultad, y el buen barista le regalaba champaña a todos, en pago por tantos años de clientela, que ahora terminaban.
Mi examen iba en caballo de hacienda hasta que Salvati –haciendo a la perfección el papel de villano que le toca al contrarrelator- hizo la pregunta del millón:
-En la tesis dices que la inflación del periodo fue empujada sobre todo por el alza en las tasas reales de interés, pero también que hubo una mejora en la distribución del ingreso. Si mejoró la distribución del ingreso ¿no deberíamos pensar entonces en una inflación empujada por el alza en los salarios reales?
Me tenía contra la pared. Pero recordé que todos mis sinodales tenían más lagunas que yo respecto a la economía mexicana, así que me saqué de la manga una respuesta que tenía elementos de verdad, pero parciales. Y sí, en cambio, mucho rollo.
-Escribí que había mejorado la distribución del ingreso; no los salarios reales. Sucede que a fines de 1972 se descongelaron los precios de garantía de los productos agrícolas, porque ya no se podía seguir relegando ese sector respecto a la industria. Esto significó mayores ingresos para los campesinos, y es a ellos a quienes me refiero cuando hablo de distribución del ingreso. Por supuesto, esto empujó los salarios nominales de los obreros al alza, pero no los reales. Sostengo que el aumento del diferencial entre tasas activas y pasivas de interés significó un aumento real de costos para las empresas, de tanta o más importancia que el aumento nominal de salarios, incapaz de explicar por sí solo una inflación que ya no es reptante, sino de dos dígitos.
-Luego de esa exhaustiva respuesta –concluyó Salvati- el jurado se reúne a deliberar. Por favor desalojen el aula. Y se quedaron los once profes.
La votación fue 110 sobre 110, y mención honorífica, lo que también acabó con el mito de que las lode, la mención, estaban proscritas para meridionales y mexicanos. Ya era yo Dottore in Economia e Commercio y podía irme a echar un par de copas de champaña con Hermes y con los cuates.
Pasados los años me sucederían dos cosas con la tesis. Una fue descubrir que uno de los rasgos que presumía yo en el análisis que significaban “inversiones a largo plazo”, y que era la acumulación de acciones entre los activos bancarios, a menudo resultaba no de una estrategia específica de integrar finanzas y producción o de pensar en el largo plazo, sino de una política de cobranza “a lo chino”. No tienes liquidez para pagarme, págame con acciones. La otra fue lamentarme de que no existieran en esa época las computadoras personales. ¡Lo que pude haber hecho simplemente con un programa dbase III!
Y por supuesto, tengo todavía menos claras que en aquel entonces las causas radicales de la inflación de los años del echeverrísmo.
Pero por supuesto, hubo mucho más que un examen durante ese viaje.
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