lunes, marzo 09, 2009

Vinny, Eriksson y la maldición de Carstens



La fiesta estaba puesta, pero terminó en decepción.
Australia 17, México 7.







El debut de México en el Clásico Mundial de Beisbol 2009 resultó un fiasco mayúsculo. El equipo que muchos aficionados ansiábamos ver fue humillado por la modesta Australia. Lo hundieron un deplorable pitcheo y un pésimo manejo.
Tres fueron los momentos claves del partido. En uno, iba México adelante 7-4, con dos hombres en base, sin outs y con Jorge Cantú al bat. ¿Y qué se le ocurre al coach? Mandar a robar tercera a Jerry Hairston Jr. (el doble robo era imposible, en primera estaba el lento Adrián González). El corredor es capturado. Después Cantú batearía para doble play. No se me ocurre una mejor estrategia para darle al traste a un rally.
Van a batear los australianos y el infield se mueve evidentemente a partir de las señas del catcher mexicano. Cualquier bateador de experiencia sabe que si los fildeadores se desplazan hacia su banda contraria, viene una bola abierta. Todo lo que hicieron los visitantes fue esperar esa bola y cubrir el diamante de hits sencillos.
Tras las actuaciones trastabillantes de Oliver Pérez y de Pancho Campos, el único lanzador mexicano que tenía más o menos controlados a los australianos era Rafael Díaz. Con el juego empatado a 7, saca dos outs (el último, un bonito ponche) y Vinicio Castilla decide sacarlo para meter a Ricardo Rincón, en la lógica (del famoso librito que nadie escribió, pero que data de los años 30) de que pitcher zurdo domina a bateador zurdo. Es la sexta entrada, el partido parece lejos de estar decidido, y Vinny saca al único lanzador que le estaba funcionando más o menos. A Rincón le pegan un hit podridito y el manager mexicano, desesperado, vuelve a cambiar de pitcher, con resultados funestos.
A partir de ahí, el equipo nacional se vino abajo en todo, pero principalmente en lo anímico y la fiesta terminó en derrota aplastante. Y peor, con un público que, si bien apoyó incondicionalmente a México hasta que la diferencia se hizo inalcanzable, acabó volteándosele. Tal vez la mejor definición haya sido la de un gordo que estaba sentado dos filas delante de mí, que gritó: "¡Vinicio, eres la versión oaxaqueña de Eriksson!". Peor epíteto no podía ser, viniendo de un aficionado al beisbol.
Australia jugó simple, sin grandes aspavientos, pero con paciencia, agotando mentalmente a los lanzadores, pero sobre todo a un manager que dio tremendas muestras de novatez. No sé cuántos de los 22 hits australianos fueron con dos strikes. Creo que me quedo corto si digo que 15.
Los aficionados salimos muy decepcionados del Foro Sol (un estadio bonitillo, pero en el que cualquier línea tendida se convierte en un poco espectacular cuadrangular). También un poco perplejos con lo sucedido. De ahí la conclusión que muchos sacamos: México perdió por la maldición de Carstens (y es que hay que tener una tara política para suponer que, en medio de esta crisis, el obeso secretario de Hacienda no iba a recibir el abucheo monumental que tuvo que soportar).

Supongo que México -a pesar de haber perdido, por lesión, a su mejor jugador del debut, Alfredo Amézaga- superará hoy a Sudáfrica. Y que terminará vengándose de Australia en el juego decisivo (El partido entre Cuba y Sudáfrica fue de unos antillanos sobrados y displicentes, pero que son una máquina de jugar pelota y un equipo ganoso, pero apenas elemental). Pero me temo que irá a San Diego -si los australianos no nos repiten la faena- directito a ser eliminado.

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