martes, marzo 03, 2009

Biopics: Elecciones políticas

En esa época no había posibilidad de un intercambio constante y al día de las noticias de México. Nos llegaban unas pocas por carta, y para los medios italianos, nuestro país simplemente no era noticia. Así, nos enteramos por la mamá de Carreto que a López Portillo le había salido una candidata independiente “feminista”; por Raúl Trejo, que el Partido Comunista Mexicano había lanzado una campaña en forma con Valentín Campa como candidato, aunque no apareciera en boletas; por mi papá, que la Liga Comunista 23 de Septiembre había estado muy activa “ajusticiando” policías que comían la torta en su patrulla (y mi jefe y yo coincidíamos en que le hacían el juego a la derecha); por Hermann Bellinghausen, que López Portillo era “continuidad con retroceso”.

A cambio de ello, estábamos muy inmersos en el clima electoral y político italiano. Venían las elecciones políticas –diputados y senadores en una república parlamentaria- y se masticaba la posibilidad del sorpasso, de que la votación por el PCI rebasara a la democristiana y se abriera la posibilidad de que el Gran Partido formara gobierno.

Había varias discusiones. En el ámbito de centro-derecha, la preocupación ante una posible victoria comunista era muy grande, y se puede resumir en la frase del conocido periodista Indro Montanelli, quien pidió al bloque conservador “tápense la nariz y voten DC”. En el de la izquierda, era la eterna pugna por el “voto útil”. Los compañeros del PCI afirmaban que todo voto por el cártel de extrema izquierda –llamado Democracia Proletaria- iría a fondo perdido y podría mantener a la DC como primera fuerza. Los de DP, por una parte, contrargumentaban que lo importante era obtener una mayoría de izquierda en el parlamento –el pleito contra el “compromiso histórico”- y, a su vez, tenían problemas dentro de su coalición, porque los grupos más extremistas eran los más visibles. Adicionalmente se presentó, a nivel nacional, el Partido Radical y, a nivel local, diversas agrupaciones menores (en Módena, los maoístas de Unidad Popular y una “lista de distracción” llamada Partido Democrático y rebautizada “Pobre Dante”). Los cuates discutían con nosotros como si de verdad pudiéramos votar y, cuando nos declarábamos indecisos entre el PCI y DP exhibían toda su esgrima retórica para convencernos.

Suponíamos que a la DC le iba a ir muy mal (tal vez porque nuestro vecino el contador Borghesi nos dijo que le daría un voto de castigo… por el MSI, y su esposa que esta vez votaría por el Partido Socialdemócrata… que era como el PPS, pero más corrupto) y, en esa expectativa fuimos el lunes de las elecciones a Piazza Grande.

El mismo ambiente, la misma eficiente publicación de resultados parciales del año anterior. El Partido Comunista estaba avanzando electoralmente en todo el país y, por supuesto, reafirmándose como mayoría absoluta en la Emilia Roja. Subió más de 7 puntos porcentuales respecto a las elecciones anteriores. Pero no hubo sorpasso: la derecha italiana se tapó la nariz, abandonó a los partidos burgueses tradicionales (el Republicano, de tendencia tecnócrata y el Liberal, laico pero empresarial), castigó a los socios menores de la coalición de gobierno (los Partidos Socialista y Socialdemócrata) y votó mayoritariamente por la Democracia Cristiana, que terminó con 38% de los votos, frente a 34% del PCI.

Los cuates del PdUP estaban contentos. No sólo Democracia Proletaria había logrado cinco curules, sino que todas ellas habían sido ganadas por el PdUP (en las elecciones italianas se votaba por el partido y, dentro de la lista, por hasta tres candidatos). Para mantener la coalición, Vittorio Foa, quien había sido elegido en dos circunscripciones (y que, por cierto, era profesor de la Facultad) cedió sus curules a Massimo Corvisieri (dirigente de Vanguardia Obrera) y a Mimmo Pinto (de Lotta Continua, líder de los desempleados de Nápoles… que votaron por el PCI).

Esa noche hubo fiesta en la ciudad, con todo y que no hubo sorpasso: las distintas agrupaciones de izquierda habían acumulado más del 46% de la votación.

Como la vez anterior, me pasé los días posteriores leyendo los análisis demoscópicos de los resultados. El que más me llamó la atención fue un análisis diferenciado de la votación por diputados y por senadores (se requería tener 18 años para votar por los primeros; 25 años para hacerlo por los segundos) que señalaba una clara ruptura del patrón electoral entre los jóvenes. El PCI tenía casi mayoría absoluta, y DP se despachaba con más del 10 por ciento… pero el MSI se acercaba a ese porcentaje. Los jóvenes no se tapaban la nariz y estaban radicalizados a diestra y siniestra. Supuse –como muchos otros- que, en la medida en que hubiera un recambio generacional, la mayoría de izquierda acabaría imponiéndose, y aplastando a la derecha radicalizada. La bola de nieve seguía creciendo. Sería a la próxima.

En realidad tuvieron que pasar 20 años para que la izquierda fuera mayoría absoluta, y eso porque la Democracia Cristiana había desaparecido en el escándalo de corrupción conocido como Tangentopoli. La proyección simple no tomaba en cuenta el voto diferenciado de mayores de 25 años (votantes de DP que se decantaron por el “voto útil” en el Senado) y suponía, ingenuamente, que los nuevos electores también serían de izquierda y que la generación se mantendría compacta en sus ideas de izquierda. Ninguna de las cosas se dio. Italia lleva 60 años partida ideológica y políticamente en dos. Y no tiene para cuándo.

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