martes, febrero 10, 2009

Breve rosario de anécdotas italianas I (Biopics)

Duro contra el imperialismo

Vamos con Carlos Mársico al cine. El Modernissimo pasa Doctor Insólito, la gran película de Kubrick que habíamos disfrutado en algún cineclub y que le recomendamos calurosamente. A mitad de la proyección Carlos se levanta y grita: “¡No voy a ver más propaganda antisoviética!” y se retira haciendo aspavientos.

Ladrones de bicicletas

Estoy saliendo de la facultad y me encuentro a Mársico y Colashón. Me preguntan cuál es la bici de Mapes. La señalo y ellos, con sonrisa juguetona, la toman con todo y seguro y la suben en la combi con placas de Singapur de Carlos. “La vamos a llevar a casa”, dicen. Una señora grita “Ladri di biciclette!”, pero ellos ya partieron. Eduardo –quien todavía tenía otra clase- llega a casa con la cara larguísima, que se le dulcifica al descubrir su bicla recostada en la entrada. Todavía Carlos y Alberto le dicen que siempre estuvo allí, que no se la llevó a la escuela.

Bicichocones I

Voy por Via Giardini en bicla y en un semáforo –yo tengo el verde- se me cruzan un carro –que esquivo- y una anciana en bicicleta –a la que atropello-. La viejita sale con raspones, los testigos afirman, clasistas, que la culpa fue del automóvil (no es cierto, la ruca se quiso cubrir con el coche) ante los vigili urbani que llegan al lugar de los hechos. Pero el auto huyó. Ordenan que revisen a la viejita en el hospital, me piden identificación –les enseño mi credencial- y me dicen: “déjanos llevarte a tu casa, nos da mucha güeva ponernos a cuidar la salida de los niños de la escuela”. Por radio dicen: “hubo un accidente, hay un mexicano involucrado, vamos a verificar papeles”, suben la bici a su camioneta y me llevan a casa, donde nomás me depositan.

Cuando llegamos, Jorge Carreto se asoma. Ve que vengo en una patrulla y se precipita a tirar por el excusado un huatito de mota que atesoraba.

Bicichocones II

Eduardo y yo salimos una noche de vino de Cognento rumbo a Módena. Decidimos echarnos una carrerita (sería como de una hora). Ya estamos en la ciudad y Eduardo me lleva una veintena de metros. Cierro los ojos y acelero, desesperado. No debí haberlos cerrado. Me estrello contra un árbol y la rueda delantera de “Toña la Negra” (que así se llamaba mi bici) queda toda descuadrada. Yo tengo un par de raspones. Estoy a unas cuatro cuadras de casa de Anna Bernardi. Aprovecho para visitarla, y que me ponga tantito merthiolate.

Día y medio después voy por mi bici para llevarla al taller. Ya no está. Me tuve que comprar otra, de velocidades, a la que bauticé “Pamina”.

Vadillo (por fin) dispara una comida

Vamos Carreto, Mapes, Vadillo y yo a comer una pizza. Cuando llega el mesero con la cuenta, Vadillo saca un billete de diez mil liras y amablemente se ofrece a pagar.

-N’hombre, cada quien paga lo suyo –dice Mapes.

-No, que pague. Primera vez que vamos a cortar una flor de su jardín –digo yo.

Vadillo paga. Luego me pregunta cuánto dinero tengo. “Déjame ver”, digo, y abro mi cartera. “¡Faltan diez mil liras!”

-Se te cayeron saliendo de casa. Yo recogí el billete, y con ése pagué.

¿Eres de México?

Ya he comentado la primera impresión de Daniele Tomasi al saber que éramos mexicanos “¡Qué suerte, pueden leer a Neruda en su lengua original!”, y que el profesor Salvati se refirió al “bonapartismo institucional” pero eran sólo dos de las muy variadas que encontré.

“¡México! Borja. Gran nariz” –un cuate con el nos echamos una cáscara de fucho en Perugia.

“¿México? Yo tengo un primo en Texas” –un tipo en el tren.

“Allí es donde hacen edificios antisísmicos, porque tiembla mucho” –otro cuate en el tren.

“Sí, conozco a Manuel Raga, que juega basquet” –una chavita en otro tren.

“Aaaah, María Félix, gran belleza; Emilio Fernández, gran cineasta” –un señor con el me tocó compartir mesa en una fonda.

“México, la primera revolución traicionada del Siglo XX” –así nos dijo un viejo a Vadillo y a mí al salir de un restaurant.

“Oye mexicano, ¿cuántos indios has matado? –un niño al que nuestro vecinito Massimiliano le dijo de dónde era yo.

Pero la mejor es la de Franco, el papá de Claudio:

“México sí, Benito Juárez. Ví la película. Es muy buena la escena cuando van a fusilar a Maximiliano, él se da cuenta de que se reproduce la crucifixión, cede a un general el puesto de Cristo y él se pone como el mal ladrón, porque era el usurpador”.

-Oiga Franco, ¿cómo es que se acuerda tan bien de esa película?

-Porque la ví terminando el fascismo. Todo lo que ví luego de que nos pudimos quitar la venda negra se quedó grabado en mí de manera más luminosa.

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