jueves, noviembre 20, 2008

Salvatore Biasco y el fin de una era

Salvatore Biasco había publicado, años atrás, un artículo titulado: “La fine di un’era: lo sviluppo capitalistico nel dopoguerra”, llevaba tiempo revisándolo y enriqueciéndolo (algo muy distinto a la ordeña de la vaca que describió Aguilar Camín), y terminó en 1979 publicando un libro llamado L’inflazione nei paesi capitalistici industrializzati.

¿Cuáles eran las tesis centrales de “La fine di un’era”?

Que el Acuerdo de Bretton Woods que estableció el sistema monetario de posguerra –el llamado patrón oro-dólar- implicaba que Estados Unidos podía tener constantemente un déficit de cuenta corriente que el resto del mundo financiaba –a través de la acumulación de reservas en dólares-, mientras que las demás naciones se veían obligadas a cuidar el equilibrio en su balanza de pagos.

Esto a su vez significaba que, mientras que la economía de EU estaba jalada, esencialmente, por la demanda interna, las demás naciones –particularmente Europa occidental- estaban obligadas a un desarrollo jalado por las exportaciones y, por lo tanto, a abrir sus economías. Biasco decía que el Reino Unido, atado al poder de antaño de la libra esterlina, no decidía qué patrón de desarrollo seguir, y por eso vivió en aquellos años lo que llamaron el stop & go.

Uno de los grandes hallazgos de Biasco fue que la lógica del desarrollo jalado por las exportaciones funcionaba en tanto hubiera desfases en los ciclos económicos nacionales de los países que intercambiaban bienes y servicios. Que la demanda externa en fase alta supliera a la demanda interna en fase baja, y viceversa.

Esto, explicaba, era posible en tanto no se acercaran las economías a la plena utilización de los factores de la producción y, en particular, en tanto no se acercaran al pleno empleo, lo que sucedió en Europa a principios de la década de los sesenta.

Suceden entonces dos cosas simultáneamente: por un lado, la situación de pleno empleo fortalece a los sindicatos, y hace más fuerte su capacidad de presión para mejoras salariales reales y para un cambio en la correlación de poder de las sociedades; por otro, Europa –por decirlo de una manera- ya se sostenía a sí misma, y su gusto por financiar obligatoriamente el déficit estadounidense ya no era tanto. A mediados de la década, De Gaulle exigió a Estados Unidos que cambiara en oro las reservas en dólares que tenía Francia: evidentemente, eso era imposible al precio fijo de 35 dólares la onza establecido en Bretton Woods.

Según Biasco, la reacción política ante la mayor combatividad obrera fue una disminución de las inversiones, que servía para crear el desempleo necesario para hacer manejable el mercado laboral. Pero esto significó que se acabaran los desfases entre naciones comerciantes y se tradujo, sucesivamente, en freno al crecimiento económico y en inflación.

Por otra parte, cuando Nixon, en 1969, ante las presiones europeas declara unilateralmente una devaluación del dólar con respecto al oro, hace el equivalente a una declaratoria de moratoria parcial de deuda. Mi pagaré (el dólar que tienes en tus reservas) ya no vale 100, ahora vale 90. Esto desata el primer capítulo de una larga guerra económico-financiera entre Estados Unidos y Europa, y da pautas –por otra parte- para la elaboración de nuevos instrumentos financieros, como los swaps.

Otro punto central del análisis de Biasco es que, a diferencia de lo que había sucedido en épocas anteriores, esta vez no había una inflación nacional, sino que era resultado de un sistema mundial de relaciones. Decía que ni las modificaciones socio-políticas internas, ni las variaciones en la distribución del ingreso en los países individuales podían explicar el fenómeno. En cualquier caso, mayor conflicto interno significaba mayor pérdida de cohesión del sistema internacional: la lucha por la distribución del ingreso en naciones que se acercan al pleno empleo), crean condiciones que impiden a los países más estables desde el punto de vista político-sindical y monetario (Alemania o Japón), y más competitivos, mantener una influencia preponderante en el sistema mundial de precios.

Señalaba que cuando la politización del mercado es solamente implícita, en realidad los comportamientos económicos derivan de las reglas fijadas por la potencia hegemónica. Lo sucedido a finales de la década de los sesenta significaba que Estados Unidos ya no podía usar un poder disciplinario, ni los otros países lo iban a seguir de manera subalterna.

De ahí que se hiciera necesario entender la secuencia de los flujos de capital: las razones de fondo de la inestabilidad (una obsesión para Biasco), para encontrar una salida al laberinto… y Biasco decía que esa era una obligación para los partidos de la clase obrera, porque de otra forma la derecha encontraría una puertecita, y nos obligaría a todos a entrar por ella, aunque fuera muy estrecha.

En suma, la crisis económica internacional que se vivía en esos tiempos no era vista como producto de una razón única, sino resultado de una compleja red de mecanismos que interactuaban entre sí. Mecanismos de mercado, algunos (como la parte abierta de la economía contagia de inflación a la parte cerrada, por ejemplo); mecanismos financieros, otros; elementos políticos nacionales (los subterfugios para cambiar, o para mantener una determinada distribución del ingreso) y relaciones internacionales de poder (quien financia a quien, por qué y a qué costos).

Biasco tituló su famoso artículo como “El Fin de una Era”. Efectivamente, eran los estertores del Estado de bienestar y las políticas keynesianas. La derecha encontró una puerta, a través del monetarismo y el Consenso de Washington, y la economía volvió a crecer bajo otras condiciones sociales y en otro ambiente financiero (en el que, pese a todo, porque una visión monetarista de la inflación de aquellos años le echaría la culpa de todo el desastre a su endeudamiento de cortísimo plazo, Estados Unidos siguió financiandose a lo grande, permitiéndose déficits gigantescos mientras sus mastines de la ortodoxia exigían ajustes a las demás naciones).

No sé si Biasco siga escribiendo del tema. Publicó en los ochenta Gioco senza regole: l’economia internazionale alla ricerca di un assetto, luego pasó a tareas más políticas. Fue diputado (por el Partido Democrático de Izquierda) en una legislatura en la que Salvati coordinaba al grupo parlamentario (según Claudio Francia, el ojete de Berlusconi les puso un baile), y tuvo mucho que ver con la reforma fiscal de fines del siglo pasado. El caso es que ahora estamos ante el fin de otra era, y no nos vendría nada mal una explicación tan exhaustiva como aquella.

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