miércoles, marzo 26, 2008

Biopics: La Facoltà

En los días de nuestra entrada a la Facoltà di Economia e Commercio tuvimos una larga plática con Michele Salvati, el profesor más influyente (y el viejo cuate de Lajous). En ella, nos explicó que el plan de estudios era bastante flexible y que nos habían revalidado las materias obligatorias por nuestros “estudios de licencia” (como la hoja de materias de la UNAM decía “Licenciado en Economía”, que es el nombre de la carrera, asumieron que se trataba de un grado intermedio). Había diferentes “direcciones” de los estudios. En la “básica”, combinabas materias de economía polìtica con otras de economía empresarial; había una histórica, otra matemática y una teórica, y cada una de ellas era una especie de guía, que no había que seguir a pie juntillas. Los tres escogimos la dirección “teórica”, que nos evitaba –hasta cierto punto- materias relacionadas con la jurisprudencia y las peculiaridades italianas y no nos atosigaba de matemáticas.
Descubrimos que, según los italianos, nos habían hecho una revalidación parcial. Pero en realidad nos dieron un gran aliviane. De las 17 materias que había yo aprobado en México, revalidaron 11, con la salvedad de que las materias italianas eran anuales, y las mexicanas, semestrales. Salimos ganando.

El primer año, siguiendo los lineamientos comentados con Salvati, nos inscribimos a Teoría Económica, con Giancarlo De Vivo; Economía Política II, con Sebastiano Brusco, Matemáticas Financieras, con Carlo Bertoni; Planificación Económica Territorial, con Gianni Mottura e Historia de las Doctrinas Políticas, con Leonardo Paggi.
En los primeros días se me hizo un poco difícil entender las lecciones, particularmente la de matemáticas. Me hacía bolas con eso de la “ix” y la “ípsilon”, acostumbrado como estaba a la equis y la ye. Otra cosa que me golpeó fue el olor a sudor añejo que albergaban las aulas. Si bien, por razones de la falta de gas, esas primeras semanas yo tampoco me bañaba, el tufo al entrar era repelente en el sentido estricto de la palabra: abrías la puerta y como que el olor te rebotaba. Y una de mis primeras sorpresas fue ver que en el pasillo había unos enormes muebles que servían como gancho colectivo: todos llegaban colgaban allí sus abrigos y se metían a clases. Mi primer pensamiento fue: “¡Cámara, aquí nadie se roba los abrigos!”.

En Teoría Económica leíamos a Knut Wicksell, de quien sólo habíamos tenido vagas referencias en México. La escuela escandinava del pensamiento marginalista, muy interesada en la sustitución de bienes; a la izquierda de la inglesa –que era la dominante aquellos años- y muy a la izquierda de la austriaca –que pasó a ser hegemónica en los ochenta. De Vivo era un maestro novato, con quien no hice química.
Bertoni, el de Matemáticas Financieras, se parecía al profesor chiflado (versión Jerry Lewis), sólo que pasadito de peso. Era simpático y explicaba bien, sólo que su materia estaba difícil: además de las matemáticas financieras en sentido estricto, vimos vectores, autovectores, valores, autovalores, y algo de programación en Fortran.
Gianni Mottura decía ser el Papa de los Valdeses (era sacerdote de la iglesia valdesa) y además era dirigente de Avanguardia Operaia (Vanguardia Obrera). Su clase pudo ser maravillosa, si se hubiera ceñido al tema –estrictamente, la planeación económica del territorio: delimitación de zonas fabriles, comerciales, habitacionales, mixtas y verdes en función de las expectativas económicas y demográficas, algo en lo la que la ciudad y la provincia de Módena eran ejemplos excelentes-. Pero andaba en el rollo de explicar cómo se forman el empleo y el desempleo en sus distintas categorías, haciendo énfasis en la situación de las mujeres y en los cambios cualitativos en la composición de las tasas de desempleo a partir de la migración del campo a la ciudad. Algo también muy interesante, pero no tan novedoso para mí como lo otro. Por otra parte, a Mottura le gustaba bajar a cada rato al bar a echarse una copita.
Sebastiano Brusco era la verdadera autoridad en planificación económica territorial, y –al menos en términos de difusión y autopromoción- pieza importante en la ordenada opulencia modenesa. Pero su curso era, casi en su totalidad, un análisis minucioso del libro de Piero Sraffa “Producción de mercancías por medio de mercancías”. Sraffa fue un economista cercano a Keynes, pero también a Gramsci (de hecho, él le regalo las plumas y los cuadernos con los que el líder marxista escribió sus famosos “Cuadernos de la Cárcel” del líder marxista) que fundó la teoría neo-ricardiana, a la que estaban adscritos varios importantes profes de la Facoltà. Se tardó más de 30 años, desde su refugio en Cambridge, Inglaterra, en escribir las 120 páginas de su librito, y nosotros casi un año en mal entenderlo: se trata de un
modelo lineal de producción en el que, a partir de los salarios y la tecnología, se determinan la estructura de los precios relativos y la tasa de ganancia. Esto significa que el valor del capital sólo se puede conocer junto con los precios, y esto –a su vez- está determinado por la distribución del ingreso. Todo esto nos aleja de las tesis neoclásicas dominantes y nos regresa, indefectiblemente, al mundo de la teoría clásica, que se dedica al valor y la distribución. Junto con el libro de Sraffa, nos chutamos artículos de economistas italianos que eran, esencialmente, críticas sraffianas a la teoría dominante. Era un cambio radical respecto a la “crítica” que se hacía a los marginalistas en la UNAM, casi exclusivamente ideológica.
Brusco competía con Salvati como profesor influyente en la Facoltà; la ventaja de que él vivía en Módena y Salvati se largaba todos los viernes a Milán acabó, años después de nuestra partida, en darle la victoria.
La clase de Leonardo Paggi, Historia de las Doctrinas Políticas, era chida. Paggi no era economista, sino un historiador, situado en el ala izquierda del PCI. Allí descubrimos a Bobbio, nos metimos en hondos análisis históricos acerca del liberalismo como fenómeno opuesto al consociacionismo y, obviamente, nos internamos en los complejos meandros de Gramsci, de quien Paggi es un gran experto. Al profesor le interesaba particularmente un tema cuyo estudio a mí también me parecía seductor: la génesis, desarrollo y muerte del fascismo.


Las 150 horas y los primeros amigos


Algunas de las materias de la Facoltà tenían presencia obrera. Una de las recientes conquistas sindicales en Italia era que las empresas tenían que conceder cada año 150 horas al 5 por ciento de su plantilla, para que se capacitaran en lo que quisieran. Los trabajadores, por su parte, se comprometían a utilizar otras 150 horas de su tiempo libre en dicha capacitación.
Dos de las materias obligatorias que nos habían revalidado, Economía Política I y Economía y Política del Trabajo eran frecuentadas por algunos de estos obreros. En particular, por cuadros sindicalistas. Asistimos como oyentes a algunas de estas clases. La primera era impartida por Fernando Vianello, un gordito barbón que explicaba con mucha claridad. La segunda, por Vittorio Foa, un importantísimo líder sindical, miembro de la dirección del Partido de Acción (de resistencia antifascista), luego del Partido Socialista y, en esa época, uno de los dirigentes nacionales del Partido de Unidad Proletaria (PdUP), que acababa de fusionarse con el grupo de Il Manifesto. Sus clases eran mucho de historia viva y había que conocer demasiado los nombres y las circunstancias, y nosotros no teníamos ese conocimiento. Lo entretenido era ver las preguntas y las posiciones de los obreros.

En los primeros días unos pocos condiscípulos se acercaron a nosotros. Francesca Bucciarelli, quien había estado en México invitada por los hijos del embajador italiano; Daniele Tomasi, El Loco de San Dámaso, un cuate que, cuando supo que éramos mexicanos, exclamó: “¡Qué envidia, pueden leer a Neruda en su lengua original!” y Claudio Francia, quien a la sazón era el dirigente de la sección universitaria del Partido Comunista. Con los tres trabamos una buena amistad. Carreto sigue siendo muy cuate de Daniele y, a la fecha, Claudio es uno de mis amigos más queridos y entrañables.

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