La figura eterna de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna es Spiridon Louis, pero quien nos puede dar una idea más clara del sabor y de las peculiaridades del evento ateniense de 1896 es Carl Schuhmann, quien logró una serie de marcas que nadie podrá igualar en los juegos actuales.
Schuhmann era parte del equipo alemán
de gimnasia. Un hombre bajito, elástico y muy fuerte. Inspirado en la idea de
competir, decidió inscribirse en pruebas diferentes a las de su deporte. No se
quedó corto. Se inscribió en siete pruebas de atletismo, en lucha grecorromana
y en levantamiento de pesas. Nadie ha competido en tantos deportes en la
historia de los juegos modernos.
El 6 de abril de 1896, Schuhmann
compitió en salto triple, y alcanzó el quinto lugar. Una hora después, en el lanzamiento
de disco no le fue bien: quedó en penúltimo y no pasó a la final.
El día 7 no pasó a la final de salto de
longitud; luego participó en lanzamiento de bala: impulsó el peso 10 metros y
no calificó. Esa misma tarde Schuhmann compitió, en el mismo estadio
Panathinaiko, en la competencia de halterofilia, que no tenía categorías por
peso; era sólo de fuerza, y los dos eventos eran levantamiento a una mano o a
dos manos. Schuhmann participó en el segundo. Un danés y un británico empataron
en primer lugar, con 120 kilos; Schuhmann y dos griegos, en tercero, con 90 kg.
Se definió que quien decidiría quiénes se llevaban los laureles sería el Príncipe
Jorge de Grecia, con base en la elegancia del estilo. El británico había hecho algo
parecido a lo que hoy se conoce como envión, así que el oro fue para el danés.
Y sin duda, al príncipe le parecieron más estéticos los griegos que Schumann.
El 9 de abril fueron las competencias
de gimnasia, la especialidad del alemán. Ese día se llevó el oro en salto de
caballo y causó sensación entre el público con su rutina de barra fija, “llena
de trucos de circo”. Ese mismo hecho disgustó a los jueces, que lo
descalificaron. Sin embargo, por equipos (se desplegaron diez barras fijas para
que hicieran los movimientos sincronizados) Alemania ganó el oro. El segundo
para Schuhman en el día. En caballo con arzones no alcanzó medalla, pero en las
barras paralelas por equipos se hizo de un tercer laurel dorado.
Faltaba la parte más interesante: la lucha
grecorromana, que se celebró el día 10. Schuhmann prefirió luchar que
participar en el salto de altura o el salto con garrocha, donde se había
inscrito, a pesar era notablemente el más bajito y menos pesado de todos los
contendientes que se las verían en un círculo de arena dentro del estadio
Panathinaiko. Las luchas eran sin límite de tiempo y ganaba el que ponía de
espaldas al rival.
En la semifinal, Schuhmann derrotó al británico Elliot, el mismo que perdió el oro en pesas por falta de estética, y que esta vez hizo un berrinche tal que tuvo que ser escoltado fuera del estadio por los príncipes griegos. La final fue contra Giorgios Tsitas, un griego que le llevaba 15 centímetros y que le había dislocado el hombro a su rival en la semifinal. Lucharon descarnadamente por 40 minutos y, cuando Tsitas empezó a denotar gran cansancio, los jueces decretaron suspender el encuentro por falta de luz, a pesar de las protestas del alemán.
Al día siguiente, el 11 de abril, a
Schuhmann le tomó otros 15 minutos poner de espaldas a Tsitas, y así se
convirtió en el primer campeón olímpico de lucha desde Aurelius Helix, de
Fenicia, en el año 213. De paso, con cuatro oros, fue el máximo medallista de
los Juegos Olímpicos de 1896. Toda una leyenda.
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