Al Oerter es el epítome del atleta olímpico del siglo XX. El Discóbolo
Moderno. Siempre fue amateur. Siempre
fue buen compañero y rival. Siempre dio su máximo durante los Juegos. Tuvo en
su corazón la llama olímpica de la solidaridad hasta el final de su vida. Y en
el ínterin, ganó cuatro medallas de oro consecutivas, el único atleta de campo
en hacerlo.
Aunque le ofrecieron becas por jugar futbol americano o
beisbol, Oerter encontró en el lanzamiento de disco su mejor manera de
expresión deportiva. Sus primeros juegos olímpicos fueron los de Melbourne
1956, en donde -cuentan- junto con el garrochista Bob Gutowski se birló una
caja de vinos destinados a los eventos donde participaba la casa real británica. Ahí no era favorito,
pero superó su propia marca y, con 56.36 metros, se hizo del récord olímpico y se
llevó el oro en el lanzamiento de disco.
Para 1960 sí era favorito, a pesar de no haber quedado en
primer lugar en el selectivo de Estados Unidos. Había ganado los Juegos
Panamericanos y se encontraba en plena forma. En el quinto lanzamiento de la
final, Oerter superó a su compatriota Rink Babka y, con 59.18 metros, se hizo
de su segundo oro olímpico, otra vez rompiendo el récord.
Su prueba más difícil fue en 1964. Para entonces, ya había
logrado establecer un récord mundial, pero poco antes de los juegos de Tokio,
el chaco Danêk impuso uno nuevo. Además, Oerter llegó a Japón con una lesión en
el disco cervical, por lo que competía usando collarín. Para colmo, resbaló entrenando
en el piso mojado y se rasgó el cartílago de la costilla, que es algo muy
doloroso. Decidió siempre apostar a un solo lanzamiento: en la final fue el
quinto. Se quitó las vendas que le cubrían el torso, tomó una pastilla contra
el dolor, lanzó el disco con lo último que le quedaba y, tras dejar el círculo,
tuvo que ser ayudado a retirarse y sentarse. Pero había lanzado 61.00 metros,
nuevo récord olímpico y tercer oro consecutivo.
Tampoco en 1968 Oerter era favorito. De hecho, nunca ganó un
selectivo de EU. A pesar de ello, en México ganó con relativa facilidad: tres de
sus lanzamientos superaron al mejor del medallista de plata. Su marca fue
64.78, cuarto récord olímpico e inédito cuarto oro. Cuando se le preguntó por
qué era tan excelente en los Juegos Olímpicos, Oerter contestó: “Estos son los
Olímpicos, mueres por ellos… no hay trabajo, no hay poder, no hay dinero que
supla la experiencia olímpica”. Nunca buscó la fama, pero obtuvo la gloria.
El discóbolo se retiró en 1969, y se dedicó a su profesión:
ingeniero de sistemas. A los 43 años, volvió a competir en busca de una plaza
rumbo a Moscú 1980. Quedó en cuarto lugar del selectivo, y no se sabe si le
hubieran dado la oportunidad de buscar una hazaña inigualable, porque Estados
Unidos boicoteó aquellos juegos. Es probable que hubiera ganado, porque a los
45 años rompió por última vez el récord mundial.
Siempre enamorado del espíritu olímpico, Oerter estableció
una fundación para promover el arte realizado por atletas olímpicos y
paralímpicos. Utilizó el disco para sus propias obras, con un método parecido
al de Pollock. La fundación tiene un museo en Florida que recoge las obras de competidores
famosos y semidesconocidos. Y, viendo el catálogo, hay que decir que las de
Oerter son de las mejorcitas.
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