Un fantasma recorre Europa, el fantasma de los efectos
colaterales de la invasión rusa de Ucrania. La preocupación acerca de ese
conflicto bélico acapara, de manera casi obsesiva, la atención de los europeos.
Tal vez porque sienten que en su desenlace se les va otra obsesión: la de
proponerse como opción de liderazgo mundial… o la de participar, al menos, en
una suerte de liderazgo colectivo.
Luego de más de un año de la agresión, e
independientemente de los detalles del resultado final, el polvo parece estarse
asentando, si vemos las cosas en términos geopolíticos y con pensamiento de
largo plazo. Y el diagnóstico es que la Unión Europea pierde posiciones
autónomas en política exterior, para quedar más supeditada que antes a las
iniciativas estadunidenses, en un mundo que se mueve hacia una nueva
bipolaridad.
Tratemos de explicarnos: al menos desde mediados de
los años 60 del siglo pasado, cuando se desarrollaban en el viejo continente
diversos “milagros nacionales” de reconstrucción económica y social, Europa ha
tratado de deshacerse de la hegemonía norteamericana, que ha incidido en sus
decisiones de política económica y de política sin adjetivos. En aquellos años
el pleito fue en materia monetaria, tema fundamental en cualquier intento por
dirigir la economía mundial.
Posteriormente, la formación de la Unión Europea, una
serie de políticas conjuntas y, sobre todo, la creación del Euro, dieron la
impresión de que los europeos estaban conscientes del carácter efímero del
mundo unipolar que surgió después de la caída del bloque soviético, y
dispuestos a disputar en el futuro cercano la hegemonía con los Estados Unidos.
Pero una serie de eventos internacionales, como la invasión de Irak, las
intervenciones en Afganistán y la Primavera Árabe, entre otros, fueron
postergando esa ilusión. Y la crisis financiera de 2008 demostró que las redes
entre los sistemas eran mucho más estrechas de lo que parecían al principio.
El asunto viene a cuento porque, si Europa occidental
quería soñar con esa disputa por la hegemonía mundial, requería de ciertas
seguridades en materia energética, lo que a su vez implicaba hacer negocios con
regímenes no democráticos. Una de esas seguridades vino a menos con el
conflicto en Libia, que no tiene visos de solución de corto plazo. La otra se
rompió con la invasión rusa a Ucrania, que hizo saltar literalmente en pedazos
los acuerdos de provisión masiva de energía para Europa.
Lo cierto es que la torpeza de Putin -por no hablar de
su inhumanidad- a final de cuentas lo que ha hecho es ayudar a los intereses de
Estados Unidos. Ha generado la acción política disuasiva inmediata de la OTAN
(no de un ejército de la Unión Europea, que no existe como tal) y también una
ola de solidaridad en la opinión pública alrededor de esa alianza militar. En
otras palabras, ha puesto a los europeos una vez más bajo el paraguas protector
de EU. Al mismo tiempo, al cortarse o disminuirse notablemente las relaciones
comerciales de Europa con Rusia y sus aliados, se pone un obstáculo a la
formación de un polo alternativo en materia económica y geopolítica.
Una parte, mayoritaria, de los europeos ha abrazado el
fortalecimiento de esta alianza con EU a partir del concepto de que se
comparten los valores democráticos (no importa que Estados Unidos privilegie
relaciones con naciones autocráticas como Arabia Saudita). Otra parte ve, con
cierto desencanto, que con esta guerra se disuelven los sueños europeos de
grandeza recuperada. Y claro, hay unos cuantos tontitos que creen en la
propaganda de Putin y se imaginan que Rusia pudiera, sólo por ser antiyanqui,
ser algo parecido a su predecesora la URSS (y peor, suponen que eso es
bueno).
Lo previsible, salvo detalles, es que la invasión a
Ucrania termine en un fracaso terrible para Moscú, y signifique el fin del
gobierno de Putin (sin que ello quiera decir que habrá una sucesión
“democrática”). Luego de más de un año de guerra, las posibilidades de una paz
negociada con el actual gobierno ruso son casi nulas, y las de recomposición de
las relaciones económicas de Europa con Rusia, cercanas a cero. Lo previsible,
pues, es que Rusia dejará de ser un actor de relevancia mundial en el corto y mediano
plazo.
Y lo inevitable, sobre todo si vemos la evolución de
las relaciones económicas internacionales en los últimos años, que han visto
una gran penetración china en diversas regiones del mundo, es que relativamente
pronto volveremos a un mundo bipolar, con dos grandes potencias enfrentadas:
Estados Unidos, de una parte; China, de la otra.
Se dice una y otra vez que Pekín ha estado del lado de
Moscú en el conflicto. Más bien parece que los chinos nomás están mirando, y
apuntándose como propiciadores de paz con propuestas que pocos están dispuestos
a escuchar, pero que sirven como caja ideológica de resonancia. Y están nomás
mirando, porque es lo que les conviene: se preparan para competir en esa nueva
situación geopolítica: dos grandes bloques, no cerrados como en la anterior
Guerra Fría, con distintos puntos de vista sobre comercio, finanzas, tipo de
gobierno, valores sociales y culturales, etcétera. Europa queda fuera de la
jugada (en realidad, en la esfera estadunidense) y Rusia cuantimás.
Vistas así las cosas, se entiende el cambio de
estrategia de inversión de parte de Estados Unidos, al pasar del offshoring
(invertir pensando sólo en los costos de producción) al nearshoring
(invertir pensando también en la posición geográfica… que es también geopolítica).
Se entiende también que, más allá de la retórica soberanista, México cae
directamente del lado estadunidense. Así no se ve tan casual la extraña carta
de AMLO a Pekín acerca de los embarques de fentanilo.
Lo cierto es que México, a pesar de los de los
delirios de algunos de los integrantes del gobierno y de los intentos de
destrucción institucional que desde allí se generan, no puede convertirse en
uno de los pocos Rogue States (“Estados rebeldes”) de poca monta que
sobrevivirían en el nuevo orden mundial. Es demasiado grande, demasiado rico y
demasiado cercano a Estados Unidos. Y le conviene mucho económicamente
convertirse en el ejemplo de las bondades del nearshoring. Al mismo
tiempo, tampoco puede ser un peón de EU. Para ese futuro se requerirá de la
diplomacia y de la firmeza mucho más que de la demagogia supuestamente
antimperialista.