jueves, julio 14, 2022

Luis Echeverría (una visión no simplista)

 

Ahora que ha muerto, demasiado viejo, Luis Echeverría, se han sumado conjuros que pintan al personaje y a su gobierno de un solo color, de una manera simplista y, sobre todo, sin ver el contexto de los tiempos. Ese mismo simplismo es el que pretende acomunar el gobierno de Echeverría con el de López Obrador.

Luis Echeverría llegó al poder tras décadas de priismo duro, de unanimidad forzada, cerrado a la crítica y represor. En esa cultura se formó. Pero llegó tras el movimiento del 68, que había evidenciado el descontento de las clases medias con la falta de democracia y con la generación, cada vez más notoria, de movimientos sociales populares. Era un contexto en el que era difícil continuar con la misma línea.

La respuesta política fue una “apertura democrática” que en realidad fue sólo un permiso para expresar de manera cortés y pacífica las disidencias y apenas dejaba un respiradero a la olla de presión. Esas disidencias políticas, sindicales, populares e intelectuales pudieron crecer y desarrollarse durante su sexenio. El termino mismo “apertura democrática” implicaba un reconocimiento de que México no vivía en democracia.

Junto con ese mínimo necesario para que la gobernabilidad no se le desbordara, el gobierno de Echeverría fue represivo hasta donde pudo. Particularmente negativo es el saldo que dejó la guerra sucia contra quienes optaron por la vía armada para transformar la sociedad: tortura, asesinatos, detenciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, de las que también fueron víctimas personas inocentes. Las corporaciones de seguridad política se convirtieron en una suerte de Estado dentro del Estado, con un poder enorme. Ese baldón persiguió a Echeverría por décadas y, es el consenso hoy en día, marcará su paso por la historia.

Una política de tan limitada apertura difícilmente hubiera sobrevivido como sobrevivió sin una economía pujante. Y eso no era tan sencillo cuando el periodo de desarrollo estabilizador entró en crisis precisamente durante el sexenio de Echeverría.       

Recordemos que el modelo de desarrollo estabilizador era, esencialmente, una política de sustitución de importaciones con tipo de cambio fijo. 

Las importaciones que se sustituían eran los bienes de consumo. Se ponían barreras a la importación de autos, televisores, lavadoras, ropa, para que se produjeran internamente. En la mayor parte de los casos, los productos nacionales eran caros y malos —de ahí que mucha gente quisiera conseguirlos de fayuca—, pero el proceso generaba empleo y demanda interna.

Al mismo tiempo, durante el desarrollo estabilizador se fijaron los precios de garantía para los productos agrícolas, lo que provocó dos fenómenos paralelos: la descapitalización del campo y el éxodo masivo hacia las ciudades. Esto significó a su vez una sobreoferta de mano de obra que mantuvo bajos los salarios (pero, como los alimentos no subían de precio por el control al campo, los salarios reales no disminuyeron).

El esquema significaba altas tasas de crecimiento, un aumento en la brecha de bienestar entre el campo y la ciudad, inflación y salarios controlados, expansión desordenada de las urbes y tipo de cambio fijo, que garantizaba que las ganancias en dólares de las empresas en México fueran estables. 

Al principio del sexenio de Echeverría, la sustitución de bienes de consumo era casi completa (se tenía que pasar a la fase de sustituir bienes de capital) y la situación del campo era ya insostenible. 

Con Echeverría hubo varios cambios. Uno fue el de los precios de garantía. Los subió para evitar que continuara la sangría en el agro. El resultado fue una mejora en los ingresos campesinos, el encarecimiento de la canasta básica y el principio de una carrera entre precios y salarios, en la que contribuyó también el alza en las tasas de interés (existía un sistema bancario que todavía no integraba a bancos con sociedades financieras y aseguradoras).   

Al mismo tiempo, en ese sexenio se llevó a cabo una política expansiva del gasto público. Por un lado, grandes obras de infraestructura; por otro, aumentos sustanciales en el gasto social: salud, vivienda, servicios urbanos, irrigación, educación, que sentaron las bases para un desarrollo posterior. También hubo creación de empresas públicas. Casi todas tenían malos números. Casi todas, también, subsidiaban al sector privado con precios castigados.

Ese creciente gasto público no fue financiado de manera sólida. Hubo resistencias exitosas para que no se llevara a cabo una reforma fiscal para incrementar impuestos e ingresos públicos. El sistema bancario, que estaba departamentalizado, tuvo problemas de liquidez: los depósitos eran cada vez más a corto plazo y los créditos, cada vez más a largo plazo. Eso sólo se podía resolver creando la entonces llamada “banca múltiple”, pero fue hasta finales del sexenio y ya con el agua en los aparejos. El resultado fue un creciente endeudamiento, y las finanzas resultarían el flanco más débil de la política económica. Aunado a ello, el aferrarse al mito del tipo de cambio fijo mantuvo presionado al peso y, en ese contexto, una sangría interesada de capitales que salieron del país desembocó en la traumática devaluación de 1976.

La economía, durante el gobierno de Echeverría, creció al 6 por ciento anual (hoy inimaginable). Aumentaron los ingresos del campo y los salarios reales (pero el salario mínimo de la época, el más alto de la historia, era una simulación: muchos trabajadores ganaban menos que eso). El suyo es el último sexenio en el que cada año hubo crecimiento real y mejoría en la distribución del ingreso. 

Sin embargo, se habla -y en estos días la frasecita se repite- de “la docena trágica”, refiriéndose a la economía en los sexenios de Echeverría y López Portillo.

La idea de la “docena trágica” viene del enojo empresarial con Echeverría por tres razones. La primera: el crecimiento del sector público, sin importar que les subsidiara: significaba dejar partes de la economía fuera del alcance de la iniciativa privada. La segunda: la retórica tercermundista del presidente Echeverría, que buscaba —en las palabras mucho más que en los hechos— cierta sana distancia respecto a Estados Unidos. La tercera: que el gobierno haya sido incapaz de garantizar la seguridad a los grandes empresarios en tiempos de guerrilla.

La resistencia al gasto público y al pleno empleo es ideológica: ambos le quitan poder a los grandes empresarios. En el caso, del que ahora escuchamos ecos cuando vemos, repetida, la queja de que con Echeverría se cooptó a la clase media poniéndola a trabajar “improductivamente” en el sector público, como si sólo el sector privado lo fuera, como si ser profesores, doctores o especialistas en petróleo fuera improductivo. O como si las burocracias, aun ellas, no acumularan experiencia sistematizada en la gestión de la cosa pública.

Resulta por lo menos sintomático, al ver las reacciones de hoy, que los empresarios y la derecha panista (que no era todo el PAN) hayan ganado esa batalla ideológica, que está -incluso- sembrada en la mente de un presidente que se dice de izquierda.

Y la resistencia al tercermundismo era, en realidad, a la postura oficial de no-alineación en épocas de la guerra fría. El de Echeverría no era elogio de la pobreza, sino un intento por hacerse de espacios de maniobra ante su socio, vecino y aliado del norte. En esa lógica se inscriben la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados, que propuso, o su idea de un banco mundial de alimentos. 

Como puede verse, un balance de claroscuros, no el desastre absoluto. Pero todo, hay que subrayarlo, en un entorno diferente: país cerrado y apenas en vías de industrialización, economía mundial pujante, política internacional todavía en el contexto de la Guerra Fría.

Eran, además, tiempos del presidente-tlatoani, en el que su palabra era ley; tiempos en los que imaginar una elección organizada por los ciudadanos, una Comisión Nacional de Derechos Humanos u organizaciones participativas de la sociedad civil era un sueño guajiro; tiempos de una asfixiante propaganda gubernamental en todos lados. Hasta las piedras de los montes estaban pintadas para que dijeran: LEA.

Es cierto que Andrés Manuel López Obrador ve con nostalgia el México de aquellos tiempos, el de su adolescencia y juventud, pero sólo se parece a Echeverría en su gusto por la demagogia y la propaganda, en el estilo personalista, en la retórica nacionalista y en el deseo de ser tan poderoso como los tlatoanis del priismo clásico. 

Subrayo la diferencia fundamental. Echeverría era un insider, un hombre hecho totalmente al sistema institucional; AMLO se presenta como outsider, aunque haya vivido siempre de la política: lo de él es desmantelar la armazón institucional. Eso se traduce en que Echeverría creaba instituciones (el Conacyt y el Infonavit, por dar dos ejemplos; Fonacot y Profeco, por dar otros dos), mientras que AMLO tiende a destruirlas. Echeverría creaba burocracia, servidores públicos; AMLO quiere que sean menos, e improvisados. Echeverría quería Estado interventor; AMLO quiere Estado clientelar. Y, claro, mientras al primero las elecciones lo tenían sin cuidado, al segundo lo obsesionan.


viernes, julio 08, 2022

Es hora del viraje (2010 y 2022)

 En 2010, escribí un artículo sobre la fallida estrategia de seguridad de Felipe Calderón. En 2022, uno sobre la fallida estrategia de seguridad de Andrés Manuel López Obrador. Comparten título. Helos aquí:



Es hora del viraje (2022)

El título “Es hora del viraje” corresponde a una columna que escribí en marzo de 2010, refiriéndome a la política del gobierno de Felipe Calderón contra el crimen organizado.

En aquella ocasión señalé, luego de que fueran acribillados 16 preparatorianos en Ciudad Juárez, asesinados dos estudiantes de excelencia del Tec de Monterrey y muertos a balazos diez jovencitos en Durango, que Calderón había advertido que su guerra contra el narcotráfico costaría sangre, pero que dudosamente se habría imaginado que habría tanta sangre inocente.

En esas fechas, Calderón se defendió de las críticas diciendo que una de las opciones, negociar con los cárteles, era inaceptable y la otra, de dudoso éxito, complicada ejecución y sujeta a las presiones de Estados Unidos, era liberalizar el consumo de drogas. Las descartó y concluyó a la manera de los muralistas: “no hay más ruta que la nuestra”.

Subrayé entonces que “la estrategia de Calderón pone énfasis en el músculo, no en el cerebro. Al estilo americano, las inversiones más importantes son en tropa, armamentos y tecnología. Lucha dura y directa. Pocos son los recursos en la investigación, y más que insuficientes los esfuerzos por romper la cadena del narcotráfico por donde verdaderamente duele, que son las finanzas”.

En aquel artículo pedí un viraje en la estrategia, cambiar prioridades, “y, necesariamente, terminar con la impunidad con la que se manejan algunos panistas en el norte del país”.

Obviamente, fue arar en el mar. Como también sucederá con esta columna.

Tras el asesinato de los misioneros jesuitas en Chihuahua, han crecido las críticas a la estrategia de López Obrador respecto al crimen organizado. En contraste con la de Calderón, AMLO ha optado por “abrazos, no balazos”, lo que se ha traducido en la práctica, en una política de dejar hacer y dejar pasar.

Esa política no ha servido para disminuir la violencia. Mucho menos la impunidad que impera en el país. Ha generado que aumente el vacío del Estado en varias zonas. Y esa ausencia ha envalentonado a los criminales, que pueden aterrorizar regiones enteras aun con una orden de aprehensión en su contra, que se pavonean en los pueblos y presumen su poder y prepotencia, que no respetan ni los templos ni a los sacerdotes.

Se trata de un abandono. Y ese abandono se adereza con el discurso fatuo de que, en la medida en que las ayudas sociales se desparramen, habrá menos incentivos para incorporarse a las filas del crimen organizado.

Pero hay dos peros. Uno es que esa estrategia, si funcionara, tomaría una generación y, en el interín, para entonces el poder de las bandas sería totalmente abrumador. El otro es que la lógica asistencialista tiene la característica de desmovilizar a las comunidades, de volver a sus miembros individualistas e indiferentes.

El crimen organizado tiene a su favor, en primer lugar, cantidades groseras de dinero, con las cuales las bandas se han hecho de un arsenal temible y tienden redes de corrupción en todos los niveles de gobierno. En segundo, una envidiable capacidad organizativa, con redes semiindependientes y flexibles (y en ellas contratan profesionales de la química, la contabilidad, el derecho, la administración, etcétera). Y en tercero, que se mueven en un ambiente social de creciente resignación a su poder y a su prepotencia.

A cada una de estas fortalezas corresponden una debilidad de las instituciones: menos recursos (y, por lo tanto, posibilidad de ser corruptibles), organización vertical y rígida (y, por lo tanto, menor capacidad de maniobra), problemas de credibilidad acerca del éxito de su estrategia.

A cambio, no existe un cártel de cárteles, el hecho de estar fuera de la ley complica su logística, y no tienen estrategia de largo plazo. Estas debilidades de los criminales son, a su vez, fortalezas del Estado, que deberían ser aprovechadas, sobre todo golpeando sus finanzas, al tiempo que se cortan los brazos más débiles de la hidra, dejando de lado la impunidad.

Pero no. La Unidad de Inteligencia Financiera está ocupada en otras cosas, normalmente relacionadas con la política. También allí ha habido un abandono.

En una actitud espejo respecto a la de Calderón hace doce años, el presidente López Obrador considera que sólo hay dos opciones: la suya o la del enfrentamiento a sangre y fuego. Nada en medio, nada diferente. No hay más ruta que la de él. Lo mismo que el panista. En eso vaya que son iguales.  

López Obrador no acepta las preguntas. Y, como Calderón, mucho menos acepta las críticas, por más claras que sean. Quien se atreva a decir que va mal, está apergollado con la oligarquía. Es un eterno soliloquio, con aplausos y vítores de su comunidad de la Fe.

Hace dos sexenios terminaba mi artículo con la siguiente frase: “A la buena suerte no hay que patearla, señor Presidente. Es hora de iniciar el viraje”. Podría volver a intentarlo, pero ya aprendí, por experiencia, que desde las alturas del ego la señal no llega, y no se escucha más que al eco.


Es hora del viraje (2010)

En las últimas semanas, las circunstancias están dando un giro que ha erosionado la estrategia del gobierno contra el crimen organizado.

Durante varios años, los caídos de esta peculiar guerra habían sido –de acuerdo con los partes oficiales- casi exclusivamente sicarios, con algunas sensibles bajas entre las fuerzas del orden y muy contados fallecimientos del lado de los civiles (una niña caída en fuego cruzado, algún menor asesinado en el velorio de un narco, los desafortunados viandantes del día del Grito en Morelia). En pocas semanas, son acribillados 16 preparatorianos en Ciudad Juárez, mueren dos estudiantes de excelencia en Monterrey y –al parecer también desligados del narco- caen diez jovencitos en Durango. Son muchos jóvenes inocentes en muy pocos días.

Cuando el presidente Calderón advirtió –no hay engaño- que su estrategia de lucha contra el crimen organizado costaría sangre, sabía, necesariamente, que una parte de esta sangre sería inocente. Dudo que se haya imaginado que fuera tanta… y que se generarían tantas bajas en los ámbitos policiaco y castrense. Dudo, asimismo, que se imaginara que, a estas alturas del sexenio, no sólo algunas plazas importantes seguirían en disputa entre el Estado y los cárteles, sino que el consumo interno de drogas ilícitas creciera al punto de convertir el mercado nacional en botín preciado.

Un poco abrumado por la situación, y molesto por las críticas, el Presidente ha retado a que se presenten opciones de combate al crimen organizado mejores que la suya. Al respecto, las ha resumido en dos: una, inaceptable, es negociar con los cárteles; la otra, de dudoso éxito, complicada ejecución y sujeta a las presiones de Estados Unidos, es liberalizar el consumo. Las descartó y concluyó a la manera de los muralistas: “no hay más ruta que la nuestra”.

Los problemas de esa ruta, que estamos recorriendo, están cada vez más a la vista. Por una parte, la capacidad corruptora de los criminales ha penetrado, todavía más que antes, varias instituciones policíacas. Por la otra, la utilización del Ejército en tareas que no le son propias está mostrando sus limitaciones. Las fuerzas armadas, en todos los países, están entrenadas para una situación de guerra, y su contacto con la población civil no siempre es terso. Suelen pecar más por exceso que por defecto. No se le pueden pedir peras al olmo. Pero por eso mismo, no se puede suponer una intervención militar permanente (sin fecha de repliegue o retiro).

De que son necesarios en la actual circunstancia, no cabe duda. De que también se requiere la unificación de cuerpos de policía para un mejor control, tampoco. Pero el asunto no está allí, sino en los énfasis. La estrategia de Calderón pone énfasis en el músculo, no en el cerebro.

Al estilo americano, las inversiones más importantes son en tropa, armamentos y tecnología. Lucha dura y directa. Pocos son los recursos en la investigación y, más que insuficientes, los esfuerzos por romper la cadena del narcotráfico por donde verdaderamente duele, que son las finanzas.

Si se hubiera gastado la quinta parte del presupuesto destinado al combate al crimen organizado a grupos selectos de inteligencia –que, hay que admitirlo, partirían casi desde cero-, dedicados a desenmarañar las imbricadas redes de lavado, se habría avanzado mucho más en debilitar los cárteles. Desde Zhenli Ye Gon (que fue casualidad y en el sexenio pasado), no ha habido un solo caso importante. Es más fácil –y viste más ante la opinión pública facilona- detener un lugarteniente al mes (perfectamente reemplazable, por lo que hemos visto) que desarticular una red de lavado y tal vez pegarle a unos señores de cuello blanco, con hijos en escuela particular y membresía del club. Pero es menos efectivo. Ellos son los principales cómplices del ataque al Estado, y el Estado ha preferido mantenerse sin los instrumentos necesarios para desarmarlos.

Y es que, recordemos, el narcotráfico no nace de la mala moral o el corazón perverso de algunos “malosos”, sino de oportunidades concretas de grandes negocios a la sombra de la ilegalidad. Es, en primer lugar, un asunto económico: oferta, demanda y jugosas ganancias.

En este sentido, resulta patética por partida doble la aseveración de que no tiene sentido discutir la despenalización en el consumo mientras que no la haya en Estados Unidos. En primer lugar, porque –y esto lo sabe el Presidente- a través de legislaciones locales, varios estados de la Unión Americana le están dando la vuelta a la prohibición. O sea que allá sí se está discutiendo. En segundo, porque –con toda lógica de mercado- las drogas se liberalizarán allá cuando los productores internos sean capaces de surtir la mayor parte del mercado. De tontos (de “irracionales económicos”, diría el teórico) liberalizan nada más para importar, y para hacerle el negocio a los productores de otro país. De tontos (o más bien, de dependientes) esperamos nosotros a que ellos finquen las condiciones de mercado. Empezarán con la mariguana (gracias a la creciente producción hidropónica de cannabis con alto potencial tóxico).

La estrategia gubernamental de combate al narcotráfico requiere de cambios. No pueden ser una vuelta total de timón, pero sí una reasignación de prioridades. También, una apertura a la discusión de temas que –en el ámbito de violencia que se vive en algunas zonas del país- no pueden ya ser tabú. Y, necesariamente, terminar con la impunidad con la que se manejan algunos panistas en el norte del país. Casos como los del alcalde de San Pedro Garza García –que paga, muy orondo, a narcos como informantes- y del presidente de la cámara de diputados de Baja California –que es capturado con droga, difama al Presidente y sigue tan campante, mientras se obliga a presentar la renuncia a sus captores- no hacen sino echar sal a la herida social.

 En el caso de los estudiantes muertos, Calderón y su partido han corrido con suerte, porque el Tec hizo buena parte de la tarea de control de daños que correspondía al gobierno (recogió el tiradero, en más de un sentido). Si los fallecidos hubieran sido de alguna universidad pública –y se hubieran podido zafar del sambenito de “sicarios”-, seguro que no se la acaban.

 A la buena suerte no hay que patearla, señor Presidente. Es hora de iniciar el viraje.

viernes, julio 01, 2022

Nace una estrella (y, de pilón, Manny Bañuelos regresa a Ítaca)

 

Mexicanos en GL.  Junio de 2022

 

Si hay meses en los que no abundan las noticias respecto a los peloteros mexicanos en Grandes Ligas, en junio de 2022 las hubo a raudales. Originalmente había pensado titular esta entrega solamente “Manny Bañuelos regresa a Ítaca”, por el periplo del lanzador duranguense para debutar con los Yanquis, pero esa historia no tuvo el desenlace ideal. En el ínterin, y es lo más relevante del mes, Alejandro Kirk tomó más vuelo, con buenas actuaciones como receptor, grandes números al bat y una enorme y creciente popularidad: va derechito a ser el primer receptor mexicanos en un Juego de Estrellas de las Ligas Mayores. Por si eso fuera poco, tuvimos la explosión de poder de Isaac Paredes, la consistencia de Julio Urías, el despertar de Verdugo con el madero, lesiones, un sin hit que llegó hasta la séptima entrada, debut, cambio de equipo…

 

Aquí el balance del contingente nacional en el mes, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en toda la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado representando a México en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel).

 

Julio Urías tuvo cinco aperturas en junio, todas buenas, aunque sólo tres califican como de calidad, por haber superado las 6 entradas lanzadas. Sólo en las dos últimas tuvo buen apoyo ofensivo. El culichi de los Dodgers ganó 3 juegos y perdió uno (una salida de calidad en donde ponchó a diez rivales y recibió dos carreras). Su marca de ganados y perdidos en el año pasó a un todavía engañoso 6-6, mejoró su porcentaje de carreras limpias admitidas a 2.64 por cada 9 entradas lanzadas (el 12° mejor en Grandes Ligas) y ha recetado 76 ponches.

 

Alejandro Kirk se ha convertido en un ídolo popular, y no sólo en el Canadá de los Azulejos de Toronto, sino en todo el mundo del beisbol. De estatura promedio (es decir, bajito para ser pelotero profesional), con varios kilos de más (pero hay que ver sus brazos y piernas para saber que muchos son de músculo), y con una sonrisa y una actitud que llaman la atención, arrasó en la primera vuelta de las votaciones para su posición en el Juego de Estrellas. Los números del tijuanense lo avalan. En defensa, es bueno para el framing (la posibilidad de engañar al umpire en las bolas que vienen en el límite de la zona de strike) y todavía mejor para atrapar corredores en intento de robo (su marca supera, por ejemplo, a la del Machete Maldonado). Y su bat ha sido extraordinario. En junio bateó para .341, con 7 cuadrangulares y 18 carreras producidas. En el año, .319, 10 jonrones, 31 producidas, 39 anotadas y OPS de .925 (no sólo batea, es un mago recibiendo bases por bolas). Kirk es 9° en OPS y en promedio de bateo en las Mayores, 4° en OBP (porcentaje de embasamiento) y es también el 4° con menor porcentaje de ponches en sus turnos al bat. Nace una estrella. No parece que sea fugaz.

 

Giovanny Gallegos perdió, en los hechos, su puesto de cerrador de los Cardenales de San Luis a manos de Ryan Heisley, pero en junio lo hizo al menos tan bien como él. En el mes el sonorense se agenció 2 victorias, un rescate y 4 holds (ventajas sostenidas en situación de rescate), con un minúsculo PCL de 1.59. Eso mejora sus numeritos del año a 2-2, 3.00 de efectividad, 9 juegos salvados, 5 holds, 4 rescates desperdiciados y 37 chocolates.

Alex Verdugo finalmente encontró su mojo. Tenían razón los analistas que pronosticaban un repunte, porque la suerte tiende a emparejarse con el paso de los turnos al bat. En junio estuvo encendido, con .337 de porcentaje, 3 jonrones y 19 producidas. Sus números de la campaña dieron un vuelco, ahora batea para .266, 6 cuadrangulares y 43 producidas. Su OPS estaba debajo de .600 al terminar mayo, y ahora es un decente .707. Está atrasito de Kirk, como el 5° pelotero titular con menor tendencia a poncharse en las Mayores.

Randy Arozarena demuestra que, aun cuando la majagua no esté funcionando a la perfección, el pelotero tiene otras alternativas para brillar. Junio fue mal mes al bat para él: bateó para .240 con 3 jonrones y 13 impulsadas, pero a cambio se puso a robar bases con singular alegría: se estafó 10. En el año lleva .253, con 7 vuelacercas, 37 producidas, .705 de OPS y 17 colchonetas robadas, que lo colocan en el 5° lugar de las Mayores en esa categoría.

Isaac Paredes finalmente explotó. El infielder de Hermosillo, y de las Rayas de Tampa, se adueñó de la titularidad de la segunda base gracias a su bat. Su fama de ligas menores era de bateador de contacto con poder ocasional, y en MLB ha sido lo contrario. La clave, dicen los que saben, está en los ángulos con los que está bateando: tiende a conectar líneas y ahora jala mucho más la pelota. Pegó 3 jonrones en un solo partido y 7 en los últimos 8 encuentros del mes. En junio: .271 de porcentaje, 8 jonrones y 14 producidas. En lo que va de temporada: .243, 11 palos de vuelta entera y 22 carreras impulsadas, con un muy buen OPS de .902. Pero hay dos estadísticas que son todavía más interesantes. En ISO (Poder aislado, mide la diferencia entre slugging y porcentaje), sólo Mike Trout supera a Paredes entre los bateadores con más de cien turnos al bat. Y en turnos al bat por jonrón, el mexicano terminó el mes empatado ni más ni menos que con Aaron Judge.

Luis González seguía bateando con buen contacto, y contribuyendo a la ofensiva de los Gigantes de San Francisco, cuando un malestar en la espalda mandó al novato hermosillense a la lista de lesionados. En el mes le alcanzó para robar cuatro bases, pegar un jonrón y producir 5 carreras. En la temporada: .302 de promedio, 3 cuadrangulares, 24 producidas, 7 robos y .808 de OPS. La candidatura a Novato del Año de la Liga Nacional dependerá de cuándo regrese, y cómo.

Andrés Muñoz estuvo en junio tal y como lo decían quienes lo consideran un enorme prospecto: impresionante. El mochiteco de los Marineros le dio la vuelta a dos meses de irregularidad y lanzó en junio para 2.03 de carreras limpias, pero lo subrayable es que ponchó a 20 rivales en 13 entradas de labor y se le embasó menos de un bateador por inning. En lo que va de campaña: 1-3, 7 holds, un juego salvado, 42 ponches y 3.77 de PCL.

José Urquidy tuvo cinco aperturas en junio. Cuatro de ellas fueron de calidad y una fue pésima. Ganó 2 juegos y perdió uno. Coqueteó con lanzar un juego sin hit contra los Yanquis, pero un jonrón de Stanton se lo cortó en la séptima entrada (y terminó sin decisión porque el bullpen le tiró el juego). Ha mejorado mucho respecto a los primeros meses, sobre todo porque está recibiendo menos imparables. En el año tiene 6-3, una efectividad de 4.06 y 55 ponches. Bajó su WHIP (pasaportes y hits admitidos por entrada) a 1.37, que es menos malo del que tenía hace un mes.

Luis Urías, de los Cerveceros, se apagó en el plato durante buena parte del mes de junio, para volver a encenderse en la última semana. Con el guante ha estado extraordinario. El tercera base de Magdalena de Kino bateaba al terminar junio para .217 de porcentaje, 8 vuelacercas, 24 producidas, 25 anotadas y .687 de OPS. Estrenó julio conectando su cuadrangular número 9.

Manny Bañuelos iba a ser la gran historia del mes. El duranguense fue firmado por los Yanquis de Nueva York en el lejano 2008. Para el año siguiente, ya había participado en el juego de Estrellas del Futuro. Era un gran prospecto. “El mejor que he visto en mi vida”, declaró Mariano Rivera. Pero vinieron las lesiones, la cirugía Tommy John en los ligamentos del codo, los intentos por alcanzar las Mayores, hasta que Yanquis lo soltó. Llegó a jugar un tiempo breve con Atlanta, se volvió a lesionar, luego pasó por sucursales de otros equipos ligamayoristas, llegó a pichar con los Medias Blancas y aceptó 9 carreras en una sola entrada. De nuevo a menores, en varios equipos, al beisbol de Taiwán y a las ligas de México. Y 14 años después, los Yanquis lo llaman para el primer equipo. Es Ulises volviendo a Ítaca, tras una odisea que duró más de una década, en la que pasó por varias islas. Con los neoyorquinos lanzó bastante bien: 8 1/3 entradas, con 2.16 de PCL y un juego salvado en relevo largo. Pero a fin de mes, lo mandan a “asignación” (es decir, lo dejan en el limbo), probablemente pensando en utilizarlo como moneda de cambio para el róster. Como quien dice, Penélope prefirió a sus pretendientes y dejó al agotado Ulises colgado de la brocha.

Ramón Urías cayó a la lista de lesionados por un tirón en la corva. Se espera que el campocorto de los Orioles esté de regreso para julio. Alcanzó todavía a pegar 2 jonrones en 18 turnos al bat durante junio. En el año lleva .225 de porcentaje, 6 cuadrangulares, 18 producidas y OPS de .660.

Víctor Arano también terminó lesionado el mes, con un problema en el hombre, que se detectó cuando estaba lanzando para los Nacionales de Washington. Tiene, en la temporada, un pedestre 5.01 de efectividad, un juego salvado, 4 holds y 25 sopitas de pichón recetadas.

Humberto Castellanos, lesionado del codo, estará por lo menos otro mes fuera de acción. Los números del derecho de Tepatitlán que juega para Arizona: 3-2, 5.68 de limpias y 32 ponches.

Luis Cessa no ha podido enderezar el rumbo. El veracruzano es parte del desastre de pitcheo de Cincinnati. En el mes ganó un juego y tuvo dos holds, pero a cambio tiró un salvamento y su efectividad fue de 6.30. En 2022 lleva 3-1, 5 holds, 19 ponches y 5.97 de PCL. Lo increíble es que esa efectividad es, más o menos, la de todo el staff de pitcheo de los Rojos.

Alejo López finalmente no se asentó con los Rojos de Cincinnati y volvió a la puerta giratoria entre las Mayores y AAA. El capitalino batea para .246, con una carrera producida y dos robos de base. Sólo dos de sus 15 hits han sido extrabases.

Sergio Romo se vino para abajo en el relevo intermedio de los Marineros de Seattle. Tanto, que le dieron las gracias y lo soltaron. Pero los Azulejos de Toronto le dieron otra oportunidad al experimentado Mechón, quien debutó con ellos con el mes de julio. Su horrendo junio pone sus números en 8.16 de efectividad (es un decir), 4 holds y 11 ponches.

Jesús Cruz volvió, dos años después, a las Ligas Mayores. El derecho potosino había jugado un partido para los Cardenales en 2020. Ahora son los Bravos de Atlanta los que le dan la oportunidad. Ha lanzado 8 entradas y 2/3, con PCL de 6.23

Jonathan Aranda, infielder tijuanense de 24 años, debutó en las Mayores, con las Rayas de Tampa. En su primer turno al bat, pegó de hit y produjo carrera. Luego, como emergente, fue parte de un rally que culminó con un hit productor de Paredes que dejó a los rivales en el terreno. Pero sólo probó un buchito de café en Grandes Ligas. Bateó dos hits en tres turnos y lo regresaron a AAA.

Daniel Duarte está en la lista de lesionados por 60 días: 10.13 de PCL, 2 chocolates, sin decisión.

Óliver Pérez dejó marca de 1-1 y un penoso 15.75 de carreras limpias en GL. Ahora lanza polilla y strikes en la Liga Mexicana.