El
haber sido el único encuestador mexicano en obtener el dato de que Cuauhtémoc
Cárdenas derrotaría a Carlos Salinas de Gortari en el DF nos dio cierto
prestigio a mí y a mi pequeño equipo. Por un lado Raymundo Rivapalacio, quien
había sido nombrado director de Notimex me pidió que hiciera encuestas capitalinas
sobre seguridad y educación; por otro, en la Asamblea de Representantes
contactaron a Pepe Zamarripa para que levantáramos encuestas para ellos sobre
diferentes temas. Era el momento de formalizar lo que había sido el Proyecto
Datavox.
Fui con
el notario Duhne, amigo del papá de Carreto a quien yo había conocido en Yugoslavia para que hiciéramos la empresa. Me sugirió que fuera una Sociedad
Civil, de acuerdo con el código de comercio. Tardó un tiempo en revisar que no
hubiera otra con ese nombre, nos dio el visto bueno y un buen día la
constituimos. Yo tenía el 51%, Pepe Zamarripa, Chuy Pérez Cota y mi amigo Raúl
Trejo, 15% cada uno, y el 4% restante quedó a nombre de Patricia para que
hubiera cinco socios. Lo festejamos comiendo pasta y pensando –sobre todo Pepe
y yo- que teníamos un gran futuro por delante. “El cielo es el límite”, llegó a
decir Zamarripa.
Las
encuestas sobre seguridad y contaminación nos las echamos con eficiencia y
rapidez, ahora sí pagándoles el trabajo
de campo a unos chavos de economía que Zamarripa y yo capacitamos
apresuradamente. Ambas encuestas salieron publicadas en varios periódicos del
país, incluyendo El Nacional.
La encuesta
de seguridad, recuerdo bien, la titulamos “Los sentimientos de una ciudad con
miedo”, porque precisamente eso reflejaba. La de contaminación era más
importante, ya que en realidad se trataba de una de las primeras sondas que
lanzaba el gobierno para ver la aceptación social de lo que luego sería el
programa Hoy No Circula. De los resultados que recuerdo, me queda claro que la
idea le resultaba atractiva a la gran mayoría de quienes usaban transporte público,
pero sólo a menos de la tercera parte de quienes se transportaban en automóvil
particular. Quedaba claro que sí existía una masa crítica de opinión pública para
que, si el gobierno modulaba bien su comunicación –y para eso terminaron
sirviendo otras preguntas de la encuesta- el programa terminara siendo aceptado
por la población.
En esos
pininos estábamos, cuando me llama Héctor Aguilar Camín a sus oficinas de la revista
Nexos. Estaban interesados en hacer
una gran encuesta nacional sobre educación, y querían que nosotros la
armáramos. Una parte era sobre cómo estaban valorados socialmente la educación
y los maestros; la otra, sobre el aprovechamiento escolar en primaria y
secundaria. Era un proyectote, y lo coordinaba Gilberto Guevara Niebla. Me
aseguró que la SEP ayudaría y no estorbaría.
Le dije
a Héctor que por supuesto estábamos interesados, que podíamos hacer pruebas
piloto a nivel nacional, las muestras estadísticas y procesar toda la
información, pero que no teníamos la capacidad para hacer el levantamiento en
las escuelas, porque se requería demasiado personal de campo, que no teníamos. En
ese entendido, le propuse una cifra, que le pareció razonable.
Salí
muy contento, pensando que ya había conseguido el proyecto para capitalizar a
la naciente empresa. La aventura de esas encuestas resultó, además de
interesante, larguísima, complicada y menos venturosa de lo que nosotros
hubiéramos querido.