En
octubre de 1988 asistí a un coloquio en Nueva York. Su principal
promotor-organizador era Clemente Díaz Durán, quien había desarrollado una
buena amistad profesional con dos economistas relevantes, Hyman Minsky y David
Felix, de la Washington University de St. Louis. Yo a Minsky lo había estudiado
en Italia y sus textos habían sido importantes para mi tesis y para posteriores
análisis sobre la deuda mexicana, como el de “Acreedores y Deudores”. De hecho,
ambos académicos habían venido a México y yo fungí una tarde como guía de
turistas en el centro de la ciudad para Minsky y su señora.
Aquel
coloquio se desarrolló en el Bard College, situado al norte del estado de Nueva
York –uno podría decir que era una universidad en medio de la nada, de no ser
porque junto corría el río Hudson-, y a mí me tocó comentar un paper de Richard
Feinberg, sobre la caída en el financiamiento a América Latina de parte de las
agencias multilaterales. Fuimos varios colegas de la facultad y recuerdo que me
reí mucho en el camino de ida, platicando con Francisco Hernández y Puente y
Francesca Sasso.
De la reunión recuerdo menos. Sé que de nuestra parte participaron, además de mí, el propio Clemente, Rolando Cordera, Julio López, Roberto Cabral, mi tocayo Hernández y Puente y León Bendesky. Nuestro participante estelar era Carlos Tello, en su calidad de exdirector del Banco de México.
Bendesky
hacía mucho hincapié en que le dijeran “León”, con acento en la O, y no “Leon”,
a la gringa. En cambio, un chileno, Sebastián Edwards, se refería a sí mismo
como “Sebastian”. Allí conocí a otros personajes que tenían nombre en el
momento, como Jeff Frieden e Ileana Cardoso.
Mentiría
si dijera que recuerdo bien mis comentarios a la ponencia de Feinberg. Pero
tengo presentes dos detalles. Uno, que lancé un juego de palabras en inglés: “In Latin America, the IMF is a three-letter
four-letter word” (En América Latina, el FMI es una grosería de tres
letras). El otro, que alguno de los presentes dijo que por fín alguien criticaba
a Feinberg desde su izquierda. (En otras palabras, que para los gringos yo era
muy ultra, y eso que todavía no escuchaban a Bendesky).
Acabé
haciéndome medio cuate de Feinberg –años después sería, con Clinton, Director
del Consejo Nacional de Seguridad-, y esa noche en el bar de aquel hotel en
medio de la nada, vimos uno de los debates presidenciales entre George Bush y
Mike Dukakis. A diferencia de Rolando, que se había entusiasmado con los
argumentos del demócrata, Feinberg y yo vimos que había sido incapaz de dar el
golpe seco que necesitaba y, también, que perdería la elección. El académico
norteamericano estaba verdaderamente deprimido, y con razón.
Después
del coloquio fuimos a la ciudad de Nueva York, en donde algunos nos quedamos en
el hotel rascuache que había reservado Clemente, otros prefirieron irse a uno
mejorcito y no faltó quien –no digo nombres- se fue a uno todavía más pinche
para ahorrarse unos dolaritos. Compartí cuarto con Roberto Cabral.
¿Qué
hicimos Cabral y yo, dos académicos empobrecidos, en la Gran Manzana durante un
par de días? Tomamos el tourcito en barco que te lleva a ver la Estatua de la
Libertad y caminamos, caminamos, caminamos y caminamos por esa ciudad
interminable. Hicimos un par de mínimas compras y en las noches nos pusimos a
ver por televisión la Serie Mundial. Igual la pasamos bien.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario