jueves, junio 14, 2018

1988: Cuando calló (y se cayó) el sistema

El día antes de las elecciones de 1988 varios de los amigos del MAP y anexas hicimos pública nuestra decisión de voto. Ese día apareció, media plana en La Jornada, el desplegado “Un voto por la democracia”, que llamaba a votar por Cuauhtémoc Cárdenas. Entre otros, firmábamos, Julia Carabias, Fallo Cordera, Arnaldo Córdova, Alejandro Encinas, Gilberto Guevara Niebla, Pablo Pascual, Fito Sánchez Rebolledo, Raúl Trejo, Arturo Whaley. Pepe Woldenberg y yo, según recuerda Raúl.
En la urna, el 6 de julio, decidí cruzar el emblema del PPS, de entre los partidos que conformaban el FDN. Descubrí que mi tirria con Heberto Castillo impedía cruzar el logo del PMS con su nombre, a pesar de que ese voto contara para Cuauhtémoc.
En aquellos años no existía el Prep, nada de que los ciudadanos pudieran ver cómo iba la votación. Tampoco había IFE,  pues las elecciones las organizaba la secretaría de Gobernación, encabezada por Manuel Bartlett. En la Comisión Federal Electoral el PRI tenía mayoría absoluta (incluso por encima del gobierno). Si iba a haber un conteo rápido nacional era el que pudiera realizar el PMS, con su centro de cómputo electoral encabezado por Enrique Provencio  y tal vez el PAN tendría algo parecido (pero parece que no).
Lo que sucedió esa noche está en los anales de la historia. Empezaron a llegar los datos del Distrito Federal. Se sabía de antemano que ahí Cárdenas estaría fuerte. Resultó que estaba fortísimo. Los primeros datos de provincia venían de Tula, Hidalgo, y ahí se vio que los votos de los petroleros también se decantaban por Cuauhtémoc. Entonces el sistema de cómputo se calló, luego se cayó y a continuación vino el desbarajuste, porque el líder nacional del PRI, Jorge De la Vega Domínguez declaró el triunfo inobjetable, legal y contundente del Licenciado Carlos Salinas de Gortari, y los partidos y candidatos de oposición no aceptaron ese albazo.
La información iría cayendo después, a cuentagotas. Bartlett escribiría, seis años después, que el proceso “se ajustó a la ley y estuvo legítimamente documentado”. Pero hubo un tiempo largo, de muchos días, en el que no se hizo pública la información de la mitad de las casillas. Bartlett entregó a los partidos, en cintas de computadora, datos de cerca de 30 mil casillas; de las otras 25 mil no se sabría nada hasta mucho después. El contenido de las 30 mil y sobre todo el vacío informativo sobre las otras serían fuente de inestabilidad política, y México ha tenido que pagar por ello, todavía décadas después.

Era evidente, para quien tuviera dos dedos de frente, que había habido una manipulación fraudulenta en aquellas elecciones. Lo que no era evidente es que Cuauhtémoc Cárdenas hubiera tenido más votos que Carlos Salinas de Gortari. Sin embargo, Cuauhtémoc también se proclamó ganador, porque llevaba ventaja en los datos de los partidos del FDN, que habían podido constatarlos en 40 por ciento de las casillas.
En esos días, Enrique Provencio me invitó al centro de cómputo electoral del PSUM para que hiciera un análisis de los datos que tenían hasta ese momento –supongo que pensó en mis experiencias de 1982 y 1985-. Lo que hice fue proyectar esos datos por estado en función del porcentaje de casillas cubiertas por entidad. El resultado era una apretadísima ventaja de Salinas. Supuse que la ventaja sería mayor, en la lógica de que los partidos del FDN eran menos fuertes allí donde no tuvieran representante de casilla. Lo comenté a Provencio, quien me dijo que había hecho un ejercicio parecido con resultados similares, pero que el problema era que algunos de esos datos no provenían de los compañeros del PMS.
Le pregunté si lo habían comentado con Cárdenas. Me dijo que sí, pero que “el Ingeniero no lo quiere creer” porque los datos ya estaban “contaminados”.
El caso era que los resultados completos habían sido escamoteados, que se había generado una gran confusión y que las proclamaciones de victoria en nada favorecían a un ambiente democrático. Las reglas del juego se habían resquebrajado. El sistema (o la mascarada) se había caído. Lo que tenía que venir era una renovación democrática, y no un choque.
Había que intentar, por eso, reconstruir lo que realmente había pasado ese 6 de julio, sin filias y sin fobias. Fue lo que traté de hacer en las semanas siguientes.


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