El día
antes de las elecciones de 1988 varios de los amigos del MAP y anexas hicimos
pública nuestra decisión de voto. Ese día apareció, media plana en La Jornada,
el desplegado “Un voto por la democracia”, que llamaba a votar por Cuauhtémoc
Cárdenas. Entre otros, firmábamos, Julia Carabias, Fallo Cordera, Arnaldo
Córdova, Alejandro Encinas, Gilberto Guevara Niebla, Pablo Pascual, Fito
Sánchez Rebolledo, Raúl Trejo, Arturo Whaley. Pepe Woldenberg y yo, según
recuerda Raúl.
En la
urna, el 6 de julio, decidí cruzar el emblema del PPS, de entre los partidos
que conformaban el FDN. Descubrí que mi tirria con Heberto Castillo impedía
cruzar el logo del PMS con su nombre, a pesar de que ese voto contara para
Cuauhtémoc.
En
aquellos años no existía el Prep, nada de que los ciudadanos pudieran ver cómo
iba la votación. Tampoco había IFE, pues
las elecciones las organizaba la secretaría de Gobernación, encabezada por
Manuel Bartlett. En la Comisión Federal Electoral el PRI tenía mayoría absoluta
(incluso por encima del gobierno). Si iba a haber un conteo rápido nacional era
el que pudiera realizar el PMS, con su centro de cómputo electoral encabezado
por Enrique Provencio y tal vez el PAN
tendría algo parecido (pero parece que no).
Lo que
sucedió esa noche está en los anales de la historia. Empezaron a llegar los
datos del Distrito Federal. Se sabía de antemano que ahí Cárdenas estaría
fuerte. Resultó que estaba fortísimo. Los primeros datos de provincia venían de
Tula, Hidalgo, y ahí se vio que los votos de los petroleros también se
decantaban por Cuauhtémoc. Entonces el sistema de cómputo se calló, luego se
cayó y a continuación vino el desbarajuste, porque el líder nacional del PRI,
Jorge De la Vega Domínguez declaró el triunfo inobjetable, legal y contundente
del Licenciado Carlos Salinas de Gortari, y los partidos y candidatos de
oposición no aceptaron ese albazo.
La información
iría cayendo después, a cuentagotas. Bartlett escribiría, seis años después,
que el proceso “se ajustó a la ley y estuvo legítimamente documentado”. Pero
hubo un tiempo largo, de muchos días, en el que no se hizo pública la
información de la mitad de las casillas. Bartlett entregó a los partidos, en
cintas de computadora, datos de cerca de 30 mil casillas; de las otras 25 mil
no se sabría nada hasta mucho después. El contenido de las 30 mil y sobre todo
el vacío informativo sobre las otras serían fuente de inestabilidad política, y
México ha tenido que pagar por ello, todavía décadas después.
Era
evidente, para quien tuviera dos dedos de frente, que había habido una
manipulación fraudulenta en aquellas elecciones. Lo que no era evidente es que
Cuauhtémoc Cárdenas hubiera tenido más votos que Carlos Salinas de Gortari. Sin
embargo, Cuauhtémoc también se proclamó ganador, porque llevaba ventaja en los
datos de los partidos del FDN, que habían podido constatarlos en 40 por ciento
de las casillas.
En esos
días, Enrique Provencio me invitó al centro de cómputo electoral del PSUM para
que hiciera un análisis de los datos que tenían hasta ese momento –supongo que
pensó en mis experiencias de 1982 y 1985-. Lo que hice fue proyectar esos datos
por estado en función del porcentaje de casillas cubiertas por entidad. El
resultado era una apretadísima ventaja de Salinas. Supuse que la ventaja sería
mayor, en la lógica de que los partidos del FDN eran menos fuertes allí donde
no tuvieran representante de casilla. Lo comenté a Provencio, quien me dijo que
había hecho un ejercicio parecido con resultados similares, pero que el
problema era que algunos de esos datos no provenían de los compañeros del PMS.
Le
pregunté si lo habían comentado con Cárdenas. Me dijo que sí, pero que “el
Ingeniero no lo quiere creer” porque los datos ya estaban “contaminados”.
El caso
era que los resultados completos habían sido escamoteados, que se había
generado una gran confusión y que las proclamaciones de victoria en nada
favorecían a un ambiente democrático. Las reglas del juego se habían
resquebrajado. El sistema (o la mascarada) se había caído. Lo que tenía que venir era una renovación democrática, y no un choque.
Había
que intentar, por eso, reconstruir lo que realmente había pasado ese 6 de julio, sin
filias y sin fobias. Fue lo que traté de hacer en las semanas siguientes.
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