Cuando vivía yo en Italia con mis hijos y Patricia, mi esposa de entonces, tuve un
sueño, que titulé al escribirlo como “El estadio laberíntico”.
Tenía
yo que conseguir lugares para todos en un estadio de beisbol absurdo –pero basado
en el Parque del Seguro Social-, en el que era imposible (pero teóricamente
posible) ver el campo de juego. Un estadio en el que la gente se sentaba en las
escaleras viendo hacia afuera, en el que al subir al segundo piso te
encontrabas con galerías, por el que pasaban trajineras en el jardín derecho.
En
aquel primer sueño no conseguía yo esos lugares. Pronto lo interpreté como resultado
de que no habíamos logrado establecernos en Italia: no teníamos lugar. También
me percaté de que en el sueño yo era quien hacía toda la búsqueda, y Patricia
no me ayudaba para nada.
De
regreso a México, para mi sorpresa, continuaron los sueños de los estadios
laberínticos. La mayor parte de las veces eran contrahechuras del Parque del
Seguro Social, de tan gratos recuerdos. En otras ocasiones eran de futbol:
versiones del Estadio Azteca (con palcos que sólo dejan ver media cancha o
butacas que están tan lejos que sólo puedes ver las butacas de enfrente) o del
Olímpico Universitario (a veces, lo complicado era entrar al estadio: para llegar había que dar un rodeo que te
llevaba a la Facultad de Filosofía y Letras, te metías por la puerta de vestidores
y nunca podías salir siquiera a la altura de la cancha; en otra ocasión, había
lugar en el estadio, pero el partido se disputaba en el Estadio de Prácticas,
que en el sueño era aledaño; en otro sueño más, toda la gente del estadio estaba
parada y moviéndose, tratando de encontrar un sitio en que se viera bien el
juego).
¿Qué
quería decir eso? De nuevo, que no encontraba yo mi lugar, que no tenía el
asiento que quería en el juego de la vida, que –de hecho- no tenía asiento
alguno, digno de ese nombre.
Tuvieron
que pasar varios años para que yo dejara de soñar en estadios laberínticos.
Entonces surgió otro, el Estadio Onírico. Es un parque de beisbol en una Ciudad
de México inexistente –pero que, de manera tentativa, se encuentra en una
suerte de Colonia Narvarte, como el del Seguro Social-. En los sueños, no tengo
la intención de ir al beis. Simplemente, el parque de pelota se me presenta
ahí, a la mitad del camino, como una tentación irresistible. Voy, compro los
boletos –a veces eso es un lío- y entro, ya sea solo o con Taide, mi esposa. Me
ha tocado estar detrás de home, en el segundo piso del jardín derecho y a un
lado del dugout de tercera base. Los juegos suelen ser emocionantes e incluso
me he llegado a quedar con una bola proveniente de un fuerte batazo de foul.
Evidentemente,
el Estadio Onírico es la respuesta victoriosa a los estadios laberínticos.
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