El jueves 5 de marzo, al menos un par de periódicos nacionales, La Jornada y Ovaciones, tuvieron como encabezado de primera plana que el secretario de Hacienda Luis Videgaray, “Anuncia otro recorte para 2016”.
Surge de inmediato la pregunta: ¿Cómo se puede recortar un
presupuesto que ni siquiera ha sido elaborado? ¿Cómo pudieron dos diarios
llegar a ese absurdo?
En la redacción de Crónica
llegó un adelanto informativo en el mismo sentido. El titular de Hacienda lo habría
declarado en Londres, tras la apertura de sesiones del Stock Exchange. Pedí una versión más completa. Ya sabemos que
gazapos y tropezones son el pan de cada día de varios altos funcionarios
mexicanos, pero esto rebasaba toda lógica. Si era cierto, era un notón, porque
hubiera dibujado a un secretario de Hacienda totalmente perdido respecto a su
trabajo.
Llegó la versión, y obviamente Videgaray no se refirió nunca
a recortes, sino a un dilatado “proceso de ajuste presupuestal”, un rediseño
del gasto a partir de la expectativa de menos ingresos petroleros y del eterno
miedo de nuestras autoridades económicas a los efectos sobre México de la
política monetaria de Estados Unidos. “Continuará apretón presupuestal en 2016”,
cabeceamos.
Pero no puedo culpar, en el fondo, a los periódicos que hablaron
–incorrectamente- de ajuste. Es más, creo que al menos la mitad de la
responsabilidad recae en Hacienda y que, a final de cuentas, le cayó el karma.
Desde hace mucho, pero más notoriamente a partir del sexenio
de Miguel De la Madrid, las autoridades –que contralaban verticalmente los
medios- se dieron a utilizar, y a la postre imponer, eufemismos en materia
económica. Como sabemos, un eufemismo es una expresión suavizada que sustituye
a una palabra poco placentera o desagradable.
En términos políticos, se trata de una manipulación del
lenguaje. Una víctima civil se convierte en “daño colateral”, una inundación,
en un “encharcamiento”, etcétera.
Algunos eufemismos típicos en materia económica son llamar “toma
de utilidades” a una baja en la bolsa de valores o afirmar que una empresa “lleva
a cabo una restructuración”, para referirse a despidos masivos. Los analistas
especializados en economía y finanzas casi no dejan de hablar en ese lenguaje
mendaz.
Pero el eufemismo económico más socorrido es “ajustes”, que
siempre van en dirección contraria al interés de las mayorías. El PIB se “ajusta”
a la baja; los precios se “ajustan” al alza y todo “ajuste” presupuestal
equivale a recortes al gasto, preferentemente al de tipo social.
En Londres, Videgaray se refirió a ajustes sin eufemismo. Es
decir, al acomodo de los distintos elementos del gasto, adaptándose a las
nuevas condiciones externas de la economía.
El problema es que ya no estamos acostumbrados a que nos
hablen sin eufemismos. No falta quien escuche “ajuste al presupuesto” y piense
en las tijeras, luego no revise y termine escribiendo “recorte”.
En otras palabras, el arma arrojadiza de manipulación
lexical lanzada desde el poder fue, en esta ocasión, un búmerang. Merecido se
lo tienen.
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