Hay
ocasiones en las que la portada de un libro te llama la atención, te imanta por
quién sabe qué razones, te hace comprar el objeto y, al cabo de unos años,
descubres que ese flechazo resultó ser un momento importante en tu vida. Es lo
que me sucedió en una librería de Módena, en febrero-marzo de 1987, cuando mi mirada se desvió a
la portada de Il buon giornale (“El
Buen Periódico”), un libro escrito por Piero Ottone, quien había sido director
del Corriere della Sera en mis
tiempos de estudiante en Italia y ahora fungía como capoeditore de La Repubblica,
el diario que había cambiado el rostro del periodismo italiano.
El
libro tenía un subtítulo muy llamativo: “Cómo se escribe, cómo se dirige, cómo
se lee” y Ottone tenía buena fama. Había movido oportunamente el Corriere hacia la izquierda, sin que por
ello dejara de ser el referente del stablishment,
y había contribuido al proyecto de La
Repubblica de Eugenio Scalfari, para convertirlo en el diario más
importante del país.
Lo he
de haber leído con avidez y como esponja, pues han pasado los años –hace más de
un cuarto de siglo lo presté a una periodista, y no lo devolvió- y tengo
presentes muchas de sus anécdotas y lecciones, las cuales he aplicado en el
oficio al que terminé dedicándome, que es, Gabo dixit, el mejor oficio del
mundo.
Relataré,
más o menos en desorden, a como los recuerdos, algunos de los puntos de Il buon giornale que se me quedaron para
siempre.
Ottone
hablaba de los viejos corresponsales, de cuando no había comunicación inmediata
con el extranjero, y aquellos mandaban cartas o télex, o al volver contaban sus
experiencias. ¿Qué tiene que hacer un corresponsal o un enviado? Relatar como
cuando regresas de un viaje y les cuentas las cosas interesantes a tu familia y
a tus amigos. Tratas de hacer un relato sabroso, con algún apunte revelador, y
no te desgastas en temas trillados: tratas de atrapar lo que descubriste, lo
que te platicaron y las sensaciones en frases que puedan decir mucho.
Otro
asunto, el del estilo, con el recuerdo del mítico jefe de redacción que pedía
que cada frase fuera “sujeto, verbo, complemento, punto y aparte. Si quiere
meter una coma, viene y me pide permiso”. Una prevención contra el estilo
rebuscado de algunos reporteros que se sienten García Márquez, sin serlo.
Temas
todavía más importantes: la precisión por encima de todo. Primero, en el
lenguaje: es más conveniente repetir una palabra que, en aras de una supuesta
riqueza de vocabulario, transformarla después en falsos sinónimos o en un
lenguaje ajeno al lector. Eso es algo que cala en un país donde los hospitales
son nosocomios, el agua es el vital líquido, las mujeres son féminas y el
Presidente es el Primer Magistrado de la Nación.
Siguiente
consejo: no hacer largas citas entrecomilladas al inicio de una nota sin
revelar de inmediato quién las dice. El método no crea suspenso, sino fastidio
en el lector, y suele ser signo de que el reportero no supo cómo empezar su
texto. En el mismo tenor de la claridad, es imperioso no obligar al lector a
leer un montón de cosas antes de que empiece a entender de qué se trata el
asunto. En otras palabras: la “nota” debe estar en los primeros párrafos.
Ottone
trata un asunto fundamental a través de la historia de una hostería clausurada
por las autoridades sanitarias a causa de la presunta existencia de ratas. El
diario no puede dar por buena, sin más, la presencia de las ratas (a menos de
que el reportero las haya visto personalmente): tiene que decir que se trata de
una afirmación del inspector de salud. Pero también debe buscar al dueño de la
hostería, quien tal vez declare que le cerraron el restaurant porque no quiso
pagar una mordida. El buen diario da ambas versiones, y deja al lector la tarea
de decidir quién tiene más credibilidad (en este caso, el inspector o el dueño
de la hostería).
Esto
nos lleva al otro tema capital: el de las fuentes de información. La regla es
citarlas, para que el lector sepa cómo nos enteramos del asunto y, también,
para que norme su criterio de credibilidad al considerar cuál es la fuente. “Si
tu fuente quiere mantenerse anónima, desconfía”, dice Ottone.
Evidentemente
hay ocasiones en las que, por razones de seguridad, es necesario no ser
explícitos respecto a las fuentes. En esos casos, hay que aproximarse lo más
posible a la realidad, para ayudar al lector. Lo que no se debe hacer es
escudarse en el anonimato de las fuentes para lanzar versiones interesadas de
los hechos. O peor, para dar cuenta de rumores no comprobados.
Otra cosa que dice Ottone es que el lector es como Adán. Es
como el primer hombre. O como alguien recién llegado. No está obligado a saber
los antecedentes de un asunto, por lo que hay que recordarlos; tampoco, a saber
quiénes son los declarantes, por lo que hay que decírselo; mucho menos, a
reconocer por sus siglas a personas e instituciones relativamente desconocidas.
Un buen periódico
–dice nuestro autor- trata de las personas más que de las instituciones, porque
a la gente le interesan las personas. Le interesan los políticos más que los
partidos, las historias con las que se puede identificar más que los análisis
abstractos.
Ottone admite que no se puede ser siempre objetivos, pero
insiste en que hay que intentarlo siempre. Llama a los periodistas a no decir
nunca que la objetividad no existe. “Es la coartada de quien quiere contar
mentiras”.
Un consejo que me costó trabajo entender -porque lo hice casi a golpes, yo de terco- es el concepto de que "no puedes llevar al público de paseo".
Qué quiere decir esto? Que hay temas de la agenda
política y social sobre los cuales los periodistas (o los políticos)
pueden insistir una y otra vez, pero que no pegan hasta que la opinión
pública está madura para ellos, dispuesta a hacerlos suyos. Entonces
pueden volverse un alud incontenible, capaz de cambiar el estado de
cosas. Me pasó con el tema de la despenalización del aborto, que no pegó hasta la tercera vez que intentamos ponerlo en el primer lugar de la agenda.
En otras palabras, los periodistas (o los políticos) no son capaces de generar un movimiento social si no están dadas de antemano las condiciones en el ánimo de la opinión pública. En ese caso, pueden intentarlo una y otra vez, para topar con pared una y otra vez.
En otras palabras, los periodistas (o los políticos) no son capaces de generar un movimiento social si no están dadas de antemano las condiciones en el ánimo de la opinión pública. En ese caso, pueden intentarlo una y otra vez, para topar con pared una y otra vez.
Finalmente, Ottone señala que en los medios de comunicación
no hay espacio para la democracia deliberativa: dependen de quien está al
mando. Si tiene personalidad, no se limitará a tomar unas cuantas decisiones,
sino que le imprimirá a la empresa su propio temperamento, sus peculiaridades
personales, al grado que la empresa terminará pareciéndosele (cita varios
ejemplos internacionales y yo puedo recordar distintos diarios mexicanos cuyo apellido era el del director que generó un estilo).