Los
pocos segundos que pasaron entre que el actor Sean Penn abrió el sobre que
contenía el nombre del filme que se hizo acreedor al Óscar por la mejor
película y el fin de la transmisión, han generado un ruido enorme en el país.
Tal vez sirvan para mejorar la discusión interna. Ojalá.
Primero,
la broma de Penn. “¿Quién le dio la tarjeta de residencia a este hijo de la
chingada?”, sería la traducción más mexicana de sus palabras. Increíblemente,
la frase sacó de sus casillas a muchas personas en las redes sociales, y a más
de un importante “líder de opinión”.
Esa
reacción algo que debería preocuparnos como colectivo. Me recordó la vez que mi
amigo, el cantautor cubano Virulo,
estaba hace décadas en una reunión de artistas socialistas, se le acercó un
norcoreano y le preguntó a qué se dedicaba. Virulo
respondió que al humor. El norcoreano, muy serio, le respondió: “-Nosotros ya
hemos superado esa etapa”.
Hubo
quienes tomaron literalmente las palabras de Sean Penn. Hay que ser obtusos
para no entender la ironía, que es una figura literaria que da a entender lo
contrario de lo que se dice. El golpe estaba dirigido a los racistas que se
oponen a la apertura migratoria de Obama y, para darse cuenta, no es necesario
saber que González Iñárritu y Penn son cuates, o que el conocido actor es una
conocida figura del liberalismo hollywoodense más activo.
Quiero
suponer –es más, lo sé de cierto- que la gran mayoría de los mexicanos entiende
perfectamente lo que es una ironía. Lo relevante es que a muchísimos se les
nubló la inteligencia en ese momento, porque se tocó un tema sobre México y los
mexicanos, y empezaron a llover golpes de pecho al canto del “masiosare”
Ese
es mi punto. Tenemos la piel demasiado delgada y, aunque a veces entre nosotros
nos destrocemos con ferocidad, no queremos que desde afuera se nos toque ni con
el pétalo de una rosa. Con esa impermeabilidad no se puede ir a ningún lado.
Como
si se quisiera comprobar esta tesis, la reacción desmedida de la Secretaría de
Relaciones Exteriores hacia una carta personal del papa Francisco que
trascendió a los medios, en la que el pontífice llama a “evitar la
mexicanización” de Argentina por el tema de la droga y la violencia, demuestra
que solemos comportarnos ante el extranjero como jarritos de Tlaquepaque.
Después,
el discurso de González Iñárritu. En un momento dijo: “Ruego que los mexicanos
podamos tener y construir el gobierno que nos merecemos”. Eso bastó para que se
soltara el alboroto, de todos colores y sabores.
Hay
una implicación relativamente clara: no tenemos el gobierno que nos merecemos.
Quién sabe si sea cierta, dado que fuimos los mexicanos quienes lo elegimos
democráticamente, en sus distintos niveles. Pero se puede convenir en que nos
mereceríamos mejores gobiernos. Y creo que hasta los gobernantes estarán de
acuerdo con ello.
El
ganador del Óscar fue, en realidad, cuidadoso en su lenguaje y políticamente
correcto. No le dio alas a los empecinados con el número 43 ni tiró un golpe al
plexo solar de ningún político. Fue lo suficientemente sensato como para ayudar
a generar un debate útil para el país.
Para
mí, la palabra clave de esa parte del discurso de González Iñárritu es
“construir”. Y que expresa la acción de construir como recurso colectivo. No se
trata de cambiar por el cambio en sí. No se trata de destruir para
–supuestamente- después reconstruir. No se trata de que nos pongan un gobierno
presumiblemente mejor. Se trata de construir.
¿Y cómo es que los ciudadanos de un país
construyen un mejor gobierno? A través de la política, no hay de otra. De la
política democrática y la acción concertada, que de ninguna manera se agotan a
la hora de depositar el voto. El voto no es delegación de responsabilidades,
aunque así les guste manejarlo a muchos partidos políticos; es sólo una parte
de un proceso más amplio y que abarca mucho más.
¿Cómo
se construye un mejor gobierno? Fortaleciendo nuestra cultura cívica para hacer
más llevadera la convivencia social. Pero también vigilando a las autoridades,
diciéndoles sus verdades para que mejoren, exigiendo nuestros derechos y
cumpliendo nuestras obligaciones. Se construye con propuestas. Y se construye
con actitudes verdaderamente tolerantes, lejanas del “ellos contra nosotros”.
El
drama nacional es que muchos actores sociales no son capaces de superar la idea
excluyente. “Ellos contra nosotros” es exactamente lo contrario a lo que
significa política: es mera confrontación. Y con base en esa lógica maniquea varios
han hecho su particular interpretación de las palabras del González Iñárritu.
Si
sumamos esa actitud prevalente a la solemnidad y la falta de humor, volvemos al
inicio: tal vez sí tenemos el gobierno que merecemos. Podríamos construir algo
mejor, pero con política incluyente, partidos y ciudadanos
Finalmente,
la segunda parte del discurso del cineasta: su llamado a que los migrantes
mexicanos sean tratados “con la misma dignidad y respeto que los anteriores que
vinieron y construyeron esta increíble nación de inmigrantes”, ha sido la que
más chispas ha sacado del otro lado de la frontera.
En
particular han reaccionado con dureza quienes precisamente no quieren construir
(de nuevo ese verbo clave) y piensan en el “ellos contra nosotros”: el ala
derecha del partido republicano, que siempre busca sacar raja del racismo y la
xenofobia.
De
los tres momentos, me parece que ese último es el que terminará por ser el más
perdurable del discurso. Porque habla de un Mexican
moment distinto: el que se da dentro de las fronteras de Estados Unidos. A
diferencia del otro, que se desinfló muy pronto, el Mexican moment de allende
el Bravo está destinado a durar muchos años.