jueves, octubre 30, 2014

Biopics: Rumbo a Madrid (Niza)



Pasamos la nochebuena de 1986 en la casita modenesa; a la mañana, Santa le trajo su Voltron al Rayo, pero Camilo fue el que se rayó, con un triciclo. En navidad, comimos con Claudio Francia, su mujer, hijo, padres, hermanos, cuñadas y sobrinos, al típico estilo modenés: hartas carnes frías. De ahí recuerdo una conversación que hablaba de los cambios en los tiempos: un hermano se había convertido en empresario y ponderaba acerca de cómo el sindicato había contribuido a la robotización de su pequeña fábrica productora de bienes de capital. La paradoja era que seguía diciéndose comunista y seguía afiliado al partido, como toda la familia. La noche del 25 cenamos en casa de nuestros anfitriones, don Nino y doña Iris, así como con Paolo y Anna. Siempre fueron extraordinarias las fresas con balsámico de esa casa.

A la mañana siguiente iniciamos nuestra ruta hacia Madrid, donde habíamos quedado de pasar el año nuevo con Fallo, Maca y su familia.

Nos enfilamos, en un día helado y seco, por la Autostrada del Sole.y de ahí nos desviamos a Génova. Cruzar por fuera esa ciudad significa pasar de un túnel a un puente que atraviesa un acantilado entre vientos muy fuertes, para entrar de inmediato a otro túnel y a otro puente. Precisamente ahí, al pequeño Camilito se le ocurrió vomitar. No había cunetas, la carretera era peligrosa, no se podían abrir las ventanillas por el frío y porque, en los puentes, el viento movía más al coche. Había que aguantarse. Otro túnel, otro puente, otro túnel, otro puente, otro túnel… hasta que después de un tiempo que pareció eterno llegamos a donde había un pequeño restaurante al lado de la carretera. Ahí pudimos limpiar niño y auto, y tomar un poco de aire fresco. Pero la tensión había sido tal que también volvimos a fumar.

El cruce de la frontera francesa estuvo un poco extraño para mí. Los guardias vieron un auto con placas italianas con una familia adentro y no se preocuparon en pedirnos papeles: la Unión Europea avant la lettre. Llegamos hasta Niza, donde nos atrapó un espectacular tráfico vespertino.

Al día siguiente, dimos una vuelta por la ciudad, especialmente a lo largo del famoso Promenade des Anglais. En una farmacia nos topamos con una fea sorpresa: el billete de mil francos que Patricia había cambiado en México estaba descontinuado: había habido una reforma monetaria muchos años atrás y le habían quitado dos ceros a la moneda. Imaginé que algún aficionado francés mundialista se transó a la casa de cambio en México y ésta, a su vez, lo hizo con nosotros.

Caminábamos por una de las callejuelas turísticas que están detrás del malecón cuando nos quedamos viendo los mariscos de un restaurante que se veía lujosón. Salió un mesero y, raudo y convencido de que íbamos a comer allí, tomó la carreola de Camilo y la subió al segundo piso del local. Fue una comida memorable, por lo rica: la combinación de la cocina italiana con la francesa mediterránea. Los niños, dado que se trataba de un lugar elegantioso, se comportaron como dos caballeritos… medievales: dejaron la mesa hecha un asco.

Tras una tarde y noche de más recorrido turístico por Niza, al día siguiente salimos rumbo a España. Nuestra siguiente parada sería Barcelona.

No hay comentarios.: