A principios
de 1986 un grupo de cuates se decidió a hacer deporte dominical. Rentaron una
canchita de pasto en Xochimilco (dentro del club de remo Antares) y organizaron
una cáscara de lo que hoy se llama Futbol 7, que fue creciendo de manera
exponencial. La mayoría éramos exmapaches. Yo fui de los primeros en
incorporarse, e invité a Eduardo Mapes, quien también se convirtió en asistente
regular.
Entre
los pioneros estaba Roberto Cabral, quien invitó a sus dos hermanos, Fernando y
Carlos (que era muy serio), también le entraron Fallo Cordera (ya se sabe,
Fallo no falla), Alejandro Pérez Pascual y Erwin Stephan-Otto, entre la
mapachada histórica. Fernando Calzada trajo a un primo suyo, médico, a quien
apodamos Dr. Killer por sus entradas
en la defensa central. También había varios exalumnos nuestros, señaladamente
Alberto Martínez Villagrán, El Beto, Luis
De Buen y Calderón. Luego se sumaría más gente: Pepe Zamarripa, Martín
Castañeda, Martínez Leyva, colegas, exalumnos, amigos y parientes varios. Se llegó
hasta hacer doble reta y campeonatos de cuatro.
Típicamente,
Mapes pasaba por mí a eso de las nueve de la mañana, llegábamos, nos echábamos
fácil tres horas jugando y llegábamos muertos de cansancio, pero mentalmente
relajados. Había varios que jugaban muy bien (Fallo, el Beto, De Buen,
Alejandro Pérez), otros eran buenos luchones, otros éramos medianitos y había
uno que otro tronco. A veces se metían a jugar con nosotros algunos alemanes
del club. Lo importante es que todos nos divertíamos.
Cuando
se acercó y llegó el Mundial de futbol, a Zamarripa se le ocurrió apodarnos a
todos según algún jugador de moda. Recuerdo que yo era Fana, por pelón e
italiano; Alejandro Pérez era Sócrates, por su clase; Calderón era Casagrande,
por cazagoles y enojón; Martínez Leyva era Guetov, como el búlgaro que siempre volaba
sus disparos (y los de Martínez Leyva llegaban hasta el canal); Diego, el hijo de Fallo, era Stracham, por pelirrojo, y así. Martín
Castañeda no alcanzó apodo de mundialista, Pepe le llamó El Minibar, por su corpulencia, en referencia a un jugador de
americano apodado El Refrigerador
Perry. Zamarripa jugaba y narraba al mismo tiempo y era de lo más divertido.
Recordar
esos momentos puede parecer meramente anecdótico, pero tengo que subrayar, una
y otra vez, que en aquellos años la vida cotidiana daba para más frustraciones
que alegrías, y esas mañanas de domingo servían de mucho como ayuda para hacer
frente al resto de las cosas. También lo hago con cierta nostalgia al recordar
que algunos de los participantes ya fallecieron (y miro a Fallo, ordenando a la
defensa desde la portería o filtrando un pase perfecto; a Zamarripa metiendo el
cuerpo para controlar el balón, ante un defensa que –no era difícil- le sacaba
la cabeza; a Carlos Cabral, que usaba rodilleras cualquiera que fuera la
posición que jugara).
Raymundo
y los futboleros, al rescate
A veces
yo llevaba a Raymundo al fucho de Xochimilco, pelotéabamos un poquito antes de
cada juego, y luego él se iba a los columpios o a pasear por los prados del
club. Junto a la cancha había una alberca, que a veces estaba en buenas condiciones;
en otras, estaba vacía, pero normalmente tenía agua puerca.
Una
ocasión estaba yo en la portería –no era nada común, ha de haber sido por el
cansancio- cuando escuché a Raymundo, que tenía cinco años, gritar: “¡Papá,
papá!”. Volteé y ví que tenía un tubo grande de metal en la mano y maniobraba
hacia la alberca. “¡Un niño se está ahogando!”, gritó de nuevo. Efectivamente,
se veía una manita agarrándose del tubo que sostenía Rayo.
Salimos
varios como de rayo hacia la alberca. El Beto y Alejandro Pérez se tiraron a la
alberca sucia; otros, encabezados por Fallo, dimos la vuelta, porque es más
rápido correr que nadar, jalamos el tubo y recogimos al niño, como de dos o tres
años. La criatura había tragado bastante agua y lograron que la echara.
Más tarde, apareció la madre, que trabajaba en el club. Iba dispuesta a regañar a la hermana del niñito, que supuestamente debía cuidarlo. La pequeña de seis años mejor se había ido a jugar a los columpios. A la que le pusimos una regañiza histórica fue a la señora, que era la verdadera responsable de la seguridad del niño. Martínez Villagrán y Pérez Pascual estuvieron como media hora bañándose, porque se les había pegado todo tipo de restos vegetales y animales a la piel cuando entraron al rescate.
Me
pregunto si, metidos en la magia de nuestro juego, nos hubiéramos dado cuenta
de la tragedia que se gestaba a un lado, en la alberca, si no hubiera estado
ahí el pequeño Rayo.
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