Farinata era un gibelino, es decir, favorecía al Sacro Imperio Romano Germánico sobre el Pontificado (lo que era una manera de defenderse del dominio romano sobre Florencia). Dante, en cambio, era un güelfo: la facción contraria.
Probablemente lo que impresionó a Dante de por vida fue un
suceso ocurrido cuando el poeta tenía 18 años. Los güelfos florentinos ordenaron
la exhumación de Farinata y de su esposa, juzgaron a los cadáveres con la
acusación póstuma de herejía (por querer separar el poder temporal del poder
espiritual), se les ejecutó –también póstumamente- y fueron desterrados del camposanto. De paso,
confiscaron la herencia a sus descendientes.
En La Divina Comedia,
el alma de Farinata, que pena en el círculo de los heréticos y epicúreos, sale
de su propio sepulcro, dentro del cual se consume en fuego eterno, y lo que se
le ocurre es ponerse a debatir de política con el visitante del mundo de los
vivos.
El conde Ugolino della Gherardesca era el jefe político de
la ciudad de Pisa. Gibelino de nacimiento, solía pactar con los güelfos. En la
lucha por el control de la ciudad con el obispo Ruggieri –también gibelino-,
Ugolino no cumplió un pacto e intentó tomarla a la fuerza. Perdió, fue capturado
con sus hijos y nietos, y todos fueron condenados a morir de hambre en una
torre. Esto sucedió cuando Dante tenía 24 años, y en una ciudad diferente a la
suya.
En la obra dantesca, a Ugolino le va de verdad muy mal. El
poeta lo manda al segundo girón del último círculo del infierno, reservado a
los traidores, y da cuenta de que sus hijos, antes de morir en la torre, le
pidieron que comiera sus restos para no morir de hambre. “Más que el dolor pudo
el ayuno”, dice el poema, lo que se interpretó por los lectores como que el
conde había devorado a su descendencia. Para que quedara claro, en el Infierno de Dante, Ugolino pasa la
eternidad royendo el cerebro del obispo Ruggieri (quien, al parecer, va a parar
a las profundidades infernales sólo porque el conde necesitaba de algún
alimento eterno, aunque también merecía estar ahí por el castigo tan cruel que
infligió a su enemigo político).
Esa leyenda negra (“leyenda urbana” diríamos hoy) persiguió
a Ugolino, al grado que en el terreno donde estuvo su casa se esparció sal y se
prohibió cualquier construcción. Ahora es la única área verde junto al río Arno,
en el centro de Pisa.
Han pasado 700 años de La
Divina Comedia. Las luchas de güelfos y gibelinos nos parecen lejanas y
absurdas. Para la mayoría no significan absolutamente nada. Para otros, se reducen
a la trivia de descubrir, por las almenas de los castillos, a qué facción
pertenecían. Unos más, muy pocos, las vemos por encima, como parte de un
conflicto ideológico y geopolítico dentro de la formación de las ciudades-Estado. Son pasto, si acaso, de historiadores especializados.
¿Qué sería de Farinata y de Ugolino sin un Dante que los
mandara a sufrir por la eternidad? Aquellos hombres, alguna vez poderosos, serían
polvo de olvido, notas de pie de página. Tuvieron la paradójica fortuna de que
uno de sus futuros enemigos políticos fuera un poeta grandioso, que inmortalizó
a un Farinata desdeñoso del mismo infierno y a un Ugolino corroído por la culpa
y una insaciable hambre eterna. Viven para siempre porque la obra de Dante es
inmortal.
Y me pregunto. ¿Habrá un poeta nacido en el 2000 que mande
al infierno a algunos políticos de hoy y los describa de tal forma que sean compasivamente
recordados en el 2740? No logro imaginármelo. Por lo tanto, serán sólo polvo.