Los
primeros meses del gobierno de Miguel de la Madrid fueron de inflación
galopante y salarios cuyo poder adquisitivo mermaba día con día.
Adicionalmente, el discurso oficial abonaba a la idea de que el principal
elemento para estabilizar los precios sería la contención salarial. En otras
palabras, los asalariados pagaríamos por el despilfarro gubernamental del
sexenio anterior y por las ganancias especulativas de quienes dolarizaron sus
activos.
El
gobierno estableció un Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE),
cuyos ingredientes principales eran una fuerte devaluación, aumento a precios y
tarifas públicos, incremento de la carga fiscal –pero sin tocar las ganancias
de capital- y una reducción severa del gasto público. La receta recesiva del
FMI de los ochenta (que era todavía más draconiana que sus recetas de hoy).
La
reordenación no surtió el efecto antinflacionario previsto (esperaban que
bajara a 50% anual, andaba por el 90%), golpeando todavía más los ingresos de
los trabajadores y haciendo nugatorio el efecto de la devaluación.
Esa situación,
por supuesto, creó malestar. Era indicativa de que el tácito pacto interclasista
que había funcionado en México durante décadas, se estaba rompiendo. Nosotros,
quienes habíamos estado en el movimiento sindical democrático, la vimos también
como una oportunidad para mover al sindicalismo oficial hacia posturas más militantes.
El resultado fue un mes políticamente muy intenso, que nos dejó amargas
lecciones.
En
mayo, la CTM acordó emplazar a huelga a 174 mil empresas, en demanda de 50% de
aumento salarial. Sabíamos que no lo lograría: la intención era que estiraran
la cuerda lo más posible y el movimiento obrero no cediera a las intenciones
originales del gobierno, que eran las de “otorgar” un aumento risible. A la
iniciativa de la CTM se unieron todo el Congreso del Trabajo y una buena
cantidad de sindicatos independientes.
De la Madrid respondió que el gobierno no podía ofrecer una
solución a corto plazo para la crisis y que para poder salir adelante se
requería de un clima de confianza, de disciplina financiera por parte del
Estado y de moderación, tanto en utilidades como en salarios. Agregó que era
inaceptable pretender que los mexicanos siguieran viviendo con una inflación
tan elevada, pues agravaba la desigualdad social y atentaba contra las bases
del crecimiento del país.
Para el
30 de mayo, aproximadamente la mitad de las empresas emplazadas por la CTM
habían otorgado aumentos de entre 15 y 30%, y Fidel Velázquez, el sempiterno
dirigente cetemista bajó la pretensión de aumento general a 25%. En ese día y
el siguiente, estallaron las huelgas de los compañeros del SUTIN y de los
sindicatos universitarios, No se trataba solamente de incrementos salariales,
sino de expresar un rechazo a la política económica vigente.
Las
huelgas empiezan a estallar por todos lados. Desde los trabajadores de la
refresquera Pascual –que terminarían, tras largos meses, por convertirse en cooperativa-
hasta los de aerolíneas extranjeras, pasando por los de Volkwagen, hoteles,
líneas camioneras… Se multiplican los emplazamientos, y empiezan las
movilizaciones. La CTM ratifica el apoyo al movimiento. En la misma lógica, los
sindicatos que servíamos de gozne, SUTIN y STUNAM, reducimos nuestra demanda a
30%.
No era
todavía una huelga general, pero para el 9 de junio había huelgas en
hospitales, en cines, en centros turísticos, en la industria cementera, en la
del papel, en los Denny’s y en los Sanborn’s. En la Industrial Vallejo casi no
había actividades, los obreros jugbaan cascarita en las calles, fábrica contra
fábrica. Velázquez prorrogó 48 horas sus 374 mil emplazamientos en espera que
las autoridades dieran un aumento al salario. Hubo un paro nacional de
actividades educativas y una movilización que llenó el Zócalo en demanda de un
giro a la política de contracción económica.
Ese fue
el momento cumbre. El 10 de junio, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos
anunció oficialmente que el aumento promedio de dichos salarios sería de 15.6%
y que regirían a partir del 14 de junio y hasta el 31 de diciembre. Por su
parte, el Secretario General de la FSTSE anunció que más de un millón de
burócratas recibirían el aumento de 15% a partir del día 15 de junio Con ello,
el gobierno sentó una base para las negociaciones, que ya no fueron dándose de
manera generalizada, sino dispersa.
Pero De la Madrid había entendido que no se trató solamente
de una jugada económica, porque las movilizaciones atacaban una de las premisas
fundamentales de su gobierno, que era la sustitución del pacto social por las
fuerzas del mercado. También, porque los sindicatos-gozne habían hecho a la
burocracia sindical coquetear con un proyecto distinto al gubernamental en lo
referente a la política de ingresos de la población. Y decidió castigar
particularmente al STUNAM y al SUTIN.
El gobierno primero hizo a la Rectoría de la UNAM retirar su ínfima propuesta de 4.5% de
aumento salarial. Luego, se negó a pagar salarios caídos y terminó otorgando
sólo la mitad. Fue difícil convencer a los compañeros a levantar la huelga con
una pérdida neta, por ahí del día 23 (los ultras, por supuesto, querían continuarla).
Pero en donde se colmó de venganza fue con los compañeros
nucleares (y de hecho, si había una bisagra entre el Congreso del Trabajo y los
indepedientes esa era Arturo Whaley, líder del SUTIN). Cuando este sindicato se
desistió de la huelga, a cambio de un aumento al salario equivalente al que se
había dado en el mínimo oficial, la empresa Uramex se negó a recibir las
instalaciones, contestando que la ley no contempla el desistimiento unilateral
como causa de terminación de huelga y para resolver el conflicto propuso que
ante "la evidente inoperancia del organismo, la empresa sólo estaría
dispuesta a convenir la liquidación de los trabajadores en los términos de la
ley". Para Uramex el estado de huelga persistía, haciendo responsable al
sindicato del movimiento que había iniciado.
En otras palabras, el Estado mexicano se desistía de la
exploración de uranio y del desarrollo de la industria nuclear, con tal de dar
un golpe mortal a un sindicato incómodo. Era algo que no habíamos previsto.
Fue –hay que decirlo- una jugada maestra en términos
políticos. Contradecía, es cierto, los propósitos del Plan Nacional de
Desarrollo, y profundizaba nuestra dependencia respecto al petróleo, misma que
hoy seguimos padeciendo. Pero cortaba el principal hilo comunicante entre dos
grandes áreas del movimiento obrero y, en términos objetivos, lo descabezaba.
Se abría así el camino a un modelo económico basado cada vez más en el mercado,
que olvidaba los pactos sociales y fortalecía al capital frente al Estado y a
los trabajadores.
Para mí, eso significó que el sexenio de Miguel de la Madrid
definitivamente iba a estar muy jodido.
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