martes, diciembre 11, 2012

Biopics: Las huelgas de junio de 1983



Los primeros meses del gobierno de Miguel de la Madrid fueron de inflación galopante y salarios cuyo poder adquisitivo mermaba día con día. Adicionalmente, el discurso oficial abonaba a la idea de que el principal elemento para estabilizar los precios sería la contención salarial. En otras palabras, los asalariados pagaríamos por el despilfarro gubernamental del sexenio anterior y por las ganancias especulativas de quienes dolarizaron sus activos.

El gobierno estableció un Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE), cuyos ingredientes principales eran una fuerte devaluación, aumento a precios y tarifas públicos, incremento de la carga fiscal –pero sin tocar las ganancias de capital- y una reducción severa del gasto público. La receta recesiva del FMI de los ochenta (que era todavía más draconiana que sus recetas de hoy).

La reordenación no surtió el efecto antinflacionario previsto (esperaban que bajara a 50% anual, andaba por el 90%), golpeando todavía más los ingresos de los trabajadores y haciendo nugatorio el efecto de la devaluación.

Esa situación, por supuesto, creó malestar. Era indicativa de que el tácito pacto interclasista que había funcionado en México durante décadas, se estaba rompiendo. Nosotros, quienes habíamos estado en el movimiento sindical democrático, la vimos también como una oportunidad para mover al sindicalismo oficial hacia posturas más militantes. El resultado fue un mes políticamente muy intenso, que nos dejó amargas lecciones.

En mayo, la CTM acordó emplazar a huelga a 174 mil empresas, en demanda de 50% de aumento salarial. Sabíamos que no lo lograría: la intención era que estiraran la cuerda lo más posible y el movimiento obrero no cediera a las intenciones originales del gobierno, que eran las de “otorgar” un aumento risible. A la iniciativa de la CTM se unieron todo el Congreso del Trabajo y una buena cantidad de sindicatos independientes.

De la Madrid respondió que el gobierno no podía ofrecer una solución a corto plazo para la crisis y que para poder salir adelante se requería de un clima de confianza, de disciplina financiera por parte del Estado y de moderación, tanto en utilidades como en salarios. Agregó que era inaceptable pretender que los mexicanos siguieran viviendo con una inflación tan elevada, pues agravaba la desigualdad social y atentaba contra las bases del crecimiento del país.

Para el 30 de mayo, aproximadamente la mitad de las empresas emplazadas por la CTM habían otorgado aumentos de entre 15 y 30%, y Fidel Velázquez, el sempiterno dirigente cetemista bajó la pretensión de aumento general a 25%. En ese día y el siguiente, estallaron las huelgas de los compañeros del SUTIN y de los sindicatos universitarios, No se trataba solamente de incrementos salariales, sino de expresar un rechazo a la política económica vigente.

Las huelgas empiezan a estallar por todos lados. Desde los trabajadores de la refresquera Pascual –que terminarían, tras largos meses, por convertirse en cooperativa- hasta los de aerolíneas extranjeras, pasando por los de Volkwagen, hoteles, líneas camioneras… Se multiplican los emplazamientos, y empiezan las movilizaciones. La CTM ratifica el apoyo al movimiento. En la misma lógica, los sindicatos que servíamos de gozne, SUTIN y STUNAM, reducimos nuestra demanda a 30%.

No era todavía una huelga general, pero para el 9 de junio había huelgas en hospitales, en cines, en centros turísticos, en la industria cementera, en la del papel, en los Denny’s y en los Sanborn’s. En la Industrial Vallejo casi no había actividades, los obreros jugbaan cascarita en las calles, fábrica contra fábrica. Velázquez prorrogó 48 horas sus 374 mil emplazamientos en espera que las autoridades dieran un aumento al salario. Hubo un paro nacional de actividades educativas y una movilización que llenó el Zócalo en demanda de un giro a la política de contracción económica.

Ese fue el momento cumbre. El 10 de junio, la Comisión Nacional de Salarios Mínimos anunció oficialmente que el aumento promedio de dichos salarios sería de 15.6% y que regirían a partir del 14 de junio y hasta el 31 de diciembre. Por su parte, el Secretario General de la FSTSE anunció que más de un millón de burócratas recibirían el aumento de 15% a partir del día 15 de junio Con ello, el gobierno sentó una base para las negociaciones, que ya no fueron dándose de manera generalizada, sino dispersa.

Pero De la Madrid había entendido que no se trató solamente de una jugada económica, porque las movilizaciones atacaban una de las premisas fundamentales de su gobierno, que era la sustitución del pacto social por las fuerzas del mercado. También, porque los sindicatos-gozne habían hecho a la burocracia sindical coquetear con un proyecto distinto al gubernamental en lo referente a la política de ingresos de la población. Y decidió castigar particularmente al STUNAM y al SUTIN.

El gobierno primero hizo a la Rectoría de la UNAM  retirar su ínfima propuesta de 4.5% de aumento salarial. Luego, se negó a pagar salarios caídos y terminó otorgando sólo la mitad. Fue difícil convencer a los compañeros a levantar la huelga con una pérdida neta, por ahí del día 23 (los ultras, por supuesto, querían continuarla).

Pero en donde se colmó de venganza fue con los compañeros nucleares (y de hecho, si había una bisagra entre el Congreso del Trabajo y los indepedientes esa era Arturo Whaley, líder del SUTIN). Cuando este sindicato se desistió de la huelga, a cambio de un aumento al salario equivalente al que se había dado en el mínimo oficial, la empresa Uramex se negó a recibir las instalaciones, contestando que la ley no contempla el desistimiento unilateral como causa de terminación de huelga y para resolver el conflicto propuso que ante "la evidente inoperancia del organismo, la empresa sólo estaría dispuesta a convenir la liquidación de los trabajadores en los términos de la ley". Para Uramex el estado de huelga persistía, haciendo responsable al sindicato del movimiento que había iniciado.

En otras palabras, el Estado mexicano se desistía de la exploración de uranio y del desarrollo de la industria nuclear, con tal de dar un golpe mortal a un sindicato incómodo. Era algo que no habíamos previsto.

Fue –hay que decirlo- una jugada maestra en términos políticos. Contradecía, es cierto, los propósitos del Plan Nacional de Desarrollo, y profundizaba nuestra dependencia respecto al petróleo, misma que hoy seguimos padeciendo. Pero cortaba el principal hilo comunicante entre dos grandes áreas del movimiento obrero y, en términos objetivos, lo descabezaba. Se abría así el camino a un modelo económico basado cada vez más en el mercado, que olvidaba los pactos sociales y fortalecía al capital frente al Estado y a los trabajadores.

Para mí, eso significó que el sexenio de Miguel de la Madrid definitivamente iba a estar muy jodido.

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