miércoles, septiembre 24, 2008

El amor loco de los mexicanos

Esta es la versión final del ensayo que escribí durante mi estancia en México, a mediados de 1975. Tiene algunas pequeñas modificaciones relacionadas con mi situación en la fecha de su publicación, en El Dominical, suplemento cultural de El Nacional, entre 1990 y 1991.

Dice el estereotipo que los mexicanos somos incorregibles enamorados. Dice otro estereotipo que México es un país surrealista. Si ambos tienen algo de cierto, los mexicanos tendemos a enamorarnos de manera surrealista. Pienso que, al menos en el caso de los hombres, y en particular de la clase media intelectual -esa que nos lleva, según dicen, por el sendero de la modernización- el surrealismo es más que un juego o un gusto: es una cosmogonía, una filosofía viva.

Dice Simone de Beauvoir, en El Segundo Sexo, que “al definir a la mujer, cada escritor define su ética general y la idea singular que tiene acerca de sí mismo, y también inscribe en ella, a menudo, la distancia que existe entre su punto de vista en el mundo y sus sueños egotistas”. Al definir al Otro, se define a sí mismo. Y no parece casual que la preferencia de los lectores por algún escritor indique un alto grado de identificación.

Piénsese, por ejemplo, en la fortuna literaria y la simpatía que ha encontrado en México el entrañable Julio Cortázar. ¿No será que la mujer ideal para muchos de nosotros ha sido, desde hace tiempo, la Maga cortazariana? El caso es que ella encierra todos los mitos y muchos de los sueños latinoamericanos. Es de una inestable belleza, su lógica particularísima seduce y fascina a Oliveira (¿nosotros?) porque le abre otras puertas; Oliveira se atreverá a husmear desde el umbral, pero no a comprender realmente a la Maga. Se supone que es porque no puede, ella –como mujer que es- domina ciertas fuerzas naturales, hace ritos que espantan al compañero, está en contacto con otras realidades. La mujer es vista como el elemento que lleva al hombre al más allá, a lo desconocido, a lo Otro.

Cuando nosotros renegamos de la contradictoria realidad que nos rodea, a menudo salimos a la caza de un sueño, con la esperanza de hacerlo comulgar con el mundo objetivo. Y con nosotros. Nuestro culto a la suerte es prueba de este optimismo de utilería que está en el fondo de cada uno. Así, el sueño y la mujer –a veces confundidos como si fueran la misma cosa- se convierten en armas contra el cinismo, contra el desengaño con la vida; nos dicen, desde el otro lado del espejo, que cualquier cosa puede suceder. Y que sucede.

En esta filosofía de la vida, el hombre busca en la mujer una guía que lo lleve a la verdad, lo haga carne y lo conduzca a la fuente del conocimiento, que él supone que ella tiene en sus manos porque no la alcanza a descifrar. Dante en busca de Beatriz.

El problema radica en que la mujer de carne y hueso que conocemos no es (¿solamente?) boca de lo desconocido, sino un ser humano con circunstancia y todo, qie tiene pretensiones, traumas, arranques de furia o de melancolía; que efectúa sus luchas personales, duda, sueña, se rasca.

De ahí la angustia, porque esa imposibilidad de casar realidad con sueño lleva al incorregible enamorado, como a Breton, a ciertos subterfugios: el loco amor único y eterno a mujeres siempre diferentes. Amar a una mujer en este segundo, pero no a ella, con nombre y apellido e historia, sino a otra, hecha de pedazos de todas las que el hombre ha amado anteriormente, el “último rostro amado” del que habla Breton, el mismo que escribe: “el amor recíproco, tal cual lo encaro, es una disposición de espejos que nos devuelve bajo los mil ángulos que puede tomar para mí lo desconocido, la imagen fiel de aquella a quien amo”. De la mujer se toma lo ignoto, y luego se le califica como imagen fiel.

Resulta, con una visión así, comprensible que la política del frentazo amoroso tome visos de deporte nacional. Los hombres que se hacen baños de pureza con la imagen de la amada, a la que despojan de toda referencia con la realidad (hasta el día en que de verdad la ven y se espantan). La concepción que nos dice que las mujeres son como Nefertiti, la dueña del secreto de un amor que crece como planta, que poseen la poesía y la belleza y que sólo porque somos atrevidos nos acercamos a ellas, choca con las mujeres de verdad. Y en el ambiente de la izquierda, la mujer debe ser alegría, afán político. Militante de la Revolución y del Amor; y si no lo es, si en vez de poesía, en vez de “noche profunda del conocimiento”, es una que quiere acabar la carrera, tener su departamento y divertirse un poco, el sueño se corta.

Quedan, en términos generales, dos opciones. La primera consiste en aceptar el principio de realidad, acomodarse a él, ver a la mujer en su plenitud como humana y descartarla como sueño. La otra es esperar que para nosotros, como para Breton, haya un 29 de mayo de 1934 a la vuelta de la esquina: una revelación que nos arranque de la individualidad esclavizada y nos lleve al remolino del cambio y de la creación de algo nuevo, que despierte la palabra enterrada, que suscite la aparición de nuestro doble, saque a la luz ese otro que somos y que nunca dejamos de ser del todo.

Las opciones –a pesar de lo que a la mayoría enseña su propia educación sentimental- no son automáticamente excluyentes. Es imposible, ciertamente, aferrar espejismos, e intentarlo sólo puede provocar angustia. Es posible, en cambio, abrirse ante una mujer real. Y encontrar mil reflejos de lo verdadero. Y maravillarse.

martes, septiembre 23, 2008

Biopics: El otro shock cultural

Uno se va de un país y, quien sabe por qué ilógicas razones, supone que no va a cambiar mientras uno está fuera. Que regresará y encontrará todo idéntico, fiel a su espejo diario. Pero las personas cambian, los lugares cambian y uno también se ha ya transformado. Por eso tenían razón los aztecas en su concepto del espacio-tiempo: este lugar hoy es distinto al de mañana. Está en otra parte porque se movió en el eje del tiempo. Tras año y medio de ausencia yo era distinto del que partió, y había llegado a un lugar diferente.

En primer lugar, mis papás no estaban más viejos de como los había dejado, pero sobre todo de como los recordaba. Era como si hubieran pasado cinco años. A mi jefe lo jodía con el chiste de que en Italia le daban descuento en los cines porno, por ser mayor de 60 años. Otro que cambió notablemente fue mi hermano Edgar. Había yo dejado un niño –esa percepción tenía; en realidad era un adolescentito- y me encontré con un cuate bien ponchado, que practicaba un arte marcial llamado Oc-Yete-Kab (“karate maya”, me dijo) y que ahora logró que me tirara lentamente al suelo –entre risas- con la sola amenaza de sus puños, cuando por muchos años fue exactamente al revés: yo levantaba el puño y él poco a poco se escurría al suelo hasta recibir la cuenta de diez.

Acababa yo de llegar y me ofrecieron un vaso de vino. Acepté con gusto, convencido de que la diferencia entre los mexicanos y los importados era solamente de fama. Apenas lo probé, me dieron ganas de escupirlo. Mi paladar ahora podía distinguir que estaba horroroso. En los tiempos del proteccionismo sólo se vendían vinos nacionales (los extranjeros tenían precios prohibitivos) y nos habíamos acostumbrado al Santo Tomás, al Padre Kino, y demás marranilla que hoy consideraríamos imbebible. Aquello fue una gran decepción.

Otra cosa que me sorprendió fue la moda. Ya sabía yo que en México estábamos atrasados por algunos años. Pero no me había percatado de que la gente es un desastre para combinar la ropa. Mujeres gordas y chaparras con pantalones estampados de pata de elefante o con minifalda apretada a las caderas más anchas; hombres con la camisa toda arrugada y corbatas superangostas; y todos con los colores más chillones que pudieron haber encontrado. Ya me había hecho visualmente a los colores ocres, al maquillaje plomizo, a las faldas que ahora llegaban debajo de la rodilla, a que aún quienes no vestíamos bien supiéramos cómo enrollar coquetamente el suéter alrededor de la cintura. “México, capital mundial de la moda”, farfullé.

Resulta que también me afectó la altura de la ciudad de México. Al segundo día de mi estancia fui a dar un rol por Ciudad Universitaria con Jonathan Davis y Rafael Rangel, El Mob. Fuimos a la zona donde se estaba construyendo lo que entonces se llamaba “Villa Cerebro” (donde hoy están institutos de investigación y la Facultad de Ciencias). De hecho, Jonathan nos llevó a ver un árbol que estaba creciendo sobre una roca.

“Miren”, nos dijo hablando muuy despaaacio, “las raíces le mandan señales al árbol para que vaya creciendo alrededor de la roca, para que no intente traspasarla, porque no puede”. Y cámara, simón, estábamos todos percibiendo esas señales, maravillándonos con esa raíz insomne.

De la admiración del árbol fuimos al Hicks de Copilco a tomarnos una chela. Y de repente me sentí mal, se me bajó la presión. Salí a tomar aire y no regresé. Me quedé sentado en la banqueta, hasta que el Mob y Jonathan me recogieron. Fue la altura, seguro.

No sólo CU crecía y se llenaba de cemento. Lo que había sido la avenida Melchor Ocampo, con su gran camellón florido en desnivel, ahora era un hueco gris, ocupado por trascavos, barrenas y grúas. Iniciaba la construcción del Circuito Interior y había polvo por doquier. También habían tumbado el camellón de Thiers, se habían llevado la fuente de los Tecolotes y aquella calle amplia pero coqueta era ahora una gran avenida con luminarias de neón. ¡Ah, el progreso!

Víctor me organizó una especie de fiesta de bienvenida. Su hermano Jesús nos contó sus anécdotas del 68. Se apareció Hermann con dos “rebozudas” (así les puso Víctor porque usaban rebozos mazahuas, una acabaría siendo su esposa), y también estuvo José Vicente Anaya. Daría varios roles con Víctor el rato que estuve por México, con resultados mixtos.

Raúl Trejo ya se había casado –de hecho pocos meses después de mi partida-, se sacaba de onda de que yo fumara y de que hablara con acento italiano –eso decía él; yo no lo notaba-. Un día fue a la casa con Tere, su esposa, y Edgar les dio una exhibición de su habilidad con los chacos. Quedaron impresionados (aunque la palabra más correcta debería ser asustadísimos). También yo lo visité en su casa (“qué loco, ya está casado”) y constaté que su biblioteca crecía desmesuradamente.

Pero lo que más me impresionó de mi país fue la calidez de la gente. La pasión con la que vivía –una pasión que no está en los ademanes, sino en la apertura real de los sentimientos, de razones y sinrazones: “pásame tu pedo, hermano, a ver cómo lo resolvemos” fue la frase en la que resumí esa actitud. Y eso me gustó muchísimo. Luego escribiría un ensayito sobre el asunto.

jueves, septiembre 18, 2008

Biopics: el tren estudiantil, Holanda… y México

Tras los exámenes, llegó la época de vacaciones. Mapes y Carreto habían decidido viajar a Portugal, a participar en la radicalización –en proceso- de la Revolución de los Claveles. Irían en el auto de Margherita, con Beppe Falavigna y Helga Van Dongen.

Por mi parte, pensaba en ir pronto a México. Se decía que la meca para los viajes a precio estudiantil era Amsterdam. Así que mi plan era tomar un tren de estudiantes a Holanda, quedarme una semana en casa de Helga, mientras compraba mi boleto superbarato a Mexicalpán y se hacía la fecha en la que ella viajara a Módena para unirse al tour portugués.


Compré, pues, un boleto clase estudiantil –que era a menos de la mitad de precio- para Amsterdam, tomé mi tren a Milán, y desde ahí el de medianoche, rumbo a la tierra de los tulipanes. Sólo que había un pequeño detalle en el trasbordo: para los estudiantes estaba destinado exclusivamente medio vagón de segunda clase. La otra mitad era de primera y el resto del tren eran coches-dormitorio. Cuando llegué había como cien chavos, ya todos los asientos estaban ocupados, así como buena parte del corredor. Abrí un compartimento y pregunté a los que estaban sentados dónde se bajaban y si ya habían apartado lugar. El que estaba disponible era de un italiano que iba a Baden-Baden. Me lo apartó y regresé al corredor, donde con trabajos pude hacerme de un rinconcito. La gente seguía subiendo, copaba la zona de entrada y salida y se acomodaba, como podía, sobre maletas y mochilas. Llegaron –típico- unos gringos con Eurailpass (ese mito genial) y estaban incómodos y alucinados. Se bajaron. Se subieron. Se volvieron a bajar.


Con las ventanas abiertas en la cálida noche, entre humo de cigarrillos, las horas fueron discurriendo. Pasamos la aduana suiza. Tras ello, a dos suecos greñudísimos se les ocurrió acostarse sobre el estante de las maletas que recorría el pasillo: Se acomodaron entre risas de la banda. Llegamos a la frontera alemana. Los oficiales tudescos, muy serios, exigían el pasaporte con cara dura –y supongo que algo de picor en las narices porque aquello olía a más que patas-, caminaban muy estiraditos entre las maletas mientras las largas melenas de los suecos dormidos allá arriba les rozaban la gorra. Nunca los vieron.


El italiano se bajó en Baden-Baden, yo obtuve mi lugar y dormité un rato. Pronto amaneció, llegamos a Holanda, que me impresionó por lo plana y porque sí tenía los molinos de viento de los cuentos. Unos pocos, pero suficientes para jamas olvidar esa vista.


En Amsterdam me quedé en casa de Helga, quien había recibido también a un par de cuates suyos holandeses, en ruta a quiensabedónde. Me prestó su bici, vehículo básico en esa ciudad, e ideal para recorrerla, entre canales, plazas y callejuelas. La ciudad olía a huevos con tocino en las mañanas, y a pescado fresco en las tardes.


Muy pronto fui al centro de ventas de boletos estudiantiles, y aquello en primer lugar era un caos, por la cantidad de chavos que estaban buscando ofertas, y en segundo lugar resultó frustrante, porque –tras horas de codazos y empujones- llegué al mostrador nada más para enterarme que ya estaba todo vendido para quien quisiera cruzar el Atlántico.


Tenía que encontrar otra solución, y fue con la siempre útil Helga, quien entonces hacía sus pininos en la KLM –ahora es jefa de azafatas-. En sus oficinas de la calle de Brooklyn (palabra holandesa que significa “línea rota”, según me explicó con su vocación de guía de turistas), nos pusimos a buscar opciones. Aprendí pronto –la necesidad es madre de la invención- a leer los tabiques en clave que se usaban para definir vuelos, horarios, clases, precios y descuentos, para luego checar telefónicamente la disponibilidad. Finalmente encontramos una combinación muy loca: volar por Canadian Pacific a Montreal, y de ahí a México por Iberia. Salía relativamente barato, pero con mi dinero no me alcanzaba para ida y vuelta. Así que lo compré nomás de ida.


Ya sin esa presión, me dedique en pleno a gozar de la ciudad por el resto de la semana. Largos paseos en bicla, con visitas al Rijksmuseum –la verdad, lo que más me impresionó fue su colección asiática-, al Museo Van Gogh y a la casa de Rembrandt; largos descansos en el parque, cotorreando con desconocidos fumadores; cafés, sandwiches y jugos de naranja con Helga y su inseparable cigarrillo; la sensación –que pervive- de andar por una ciudad libérrima, de tamaño humano, pero también rica y en expansión. Lo único que no me gustó fueron los precios, porque en esa época el florín se había revaluado (no importa que los billetes estuvieran retechulos).


De Schiphol tomé mi avión a Montreal, que recuerdo como lleno de gente seria. Será porque apenas me subí al de Iberia, me invadieron la escandalera española y el olor de los habanos que se esparcía por toda la cabina. Llegué a México, tome mi maleta rota, mi taxi, toqué el timbre, mi papá se asomó y le mostré una enorme sonrisa mientras sostenía la maleta sobre mi cabeza.


“Cabrón”, me dijo, “hubieras avisado”. Y bajó corriendo a abrir.

miércoles, septiembre 10, 2008

Pepe Zamarripa

Se nos fue, de improviso, Pepe Zamarripa. Va un sentido recuerdo.


Lo conocí por dos caminos: la Facultad de Economía de la UNAM, donde trabajaba en el Sistema de Universidad Abierta, y el Partido Socialista Unificado de México, del que ambos éramos militantes y coincidíamos a menudo en nuestras posiciones. Me hice amigo de él por otros dos: el gusto por los deportes y un proyecto en el que tuvo participación destacada: la empresa demoscópica Datavox.

Pepe venía del Partido Comunista Mexicano, pero carecía de ese “patriotismo de partido” que baldaba a otros compañeros. Tenía cuates pescados (del PCM), mapaches (del MAP, como yo) y hasta ratones (del MAUS). Alguna vez incursionamos varios al estadio de CU, a una semifinal Chivas-Pumas –Pepe era chiva, como buen aguascalentense- y terminamos atascados en un túnel, en un preludio de la tragedia que sucedería exactamente un año después.

En 1985 fue candidato a diputado por el entonces distrito XXVI, de Iztapalapa. Las anécdotas que contaba acerca de su campaña eran divertidísimas. Como la vez que organizó una tocada de rock, había un montón de pandillas “bien gruesas” y de repente, los chavos banda empezaron a abrir paso, respetuosa y temerosamente, a otro grupo: los Mierdas-Punk. “El líder tenía un clavo oxidado que le atravesaba la nariz, Pancho, no te miento” –comentaba entre risas- “y resultaba que esos cabrones eran los electores a los que tenía que convencer”. Tuvo un buen resultado en esas elecciones, pero no ganó.

También fuimos compañeros de futbol, en una cáscara dominical que se jugó en Xochimilco por muchos años. A pesar de su baja estatura y su complexión regordeta, Pepe era realmente bueno para el fucho. Habilidoso, super entrón y con olfato de gol, era un delantero de peligro. Con él organicé las quinielas del Mundial ’86 en la Facultad –con premios sugeridos por él, como la peluca tricolor para quien atinara todos los resultados del Tri, que le tocó a Eliezer Morales- e, inspirado en aquel Mundial, nos puso apodos a todos los panboleros dominicales (yo era “Fana”, mediocampista, italiano y pelón).

Pepe y yo terminamos siendo socios. Empezaba yo en el negocio de las encuestas y me proponía hacer una empresa en serio. Pepe fue uno de los fundadores de Datavox, y se encargaba de la organización y supervisión del trabajo de campo. En el proyecto que nos capitalizaría –un amplio estudio sobre educación- él consiguió maestros para elaborar los cuestionarios que se aplicarían a alumnos de primaria y secundaria de todo el país –la contraparte de aquel proyecto, Gilberto Guevara Niebla, consiguió “expertos” que se la pasaban discutiendo entre sí y se encargaron de retrasarlo-. No nos capitalizamos. Sacamos muy poco –él, solamente para un viaje a Estados Unidos-. Antes de que la empresa cerrara, Pepe consiguió su último contrato: un estudio sobre seguridad pública en el D:F, para la Asamblea de Representantes.

Era un cuate bonachón, con un poco de alma de niño. Taide había comenzado el proyecto de un comic juvenil, Las Aventuras del Co.Co.Ba.Che, la típica escuela preparatoria pública. Uno de los personajes centrales era El Profe Chamarrita, grillo marxista, “barco” y futbolero, totalmente inspirado en Pepe. Ese proyecto tampoco cuajó, pero mi recuerdo de Zamarripa no puede desligarse de ese personaje entrañable basado en él. Porque Pepe era entrañable.

Pasaron los años y ya nos vimos poco. Luego, las vueltas de la vida nos pusieron en una situación que, paradójicamente, nos volvió a juntar. Él era coordinador de asesores de Andrés Manuel López Obrador, cuando éste era jefe de gobierno del DF. Yo trabajaba en la coordinación de asesores del Secretario de Gobernación, Santiago Creel. A ratos nos llamábamos, para comentar asuntos en turno. La amistad nunca, ni de chiste, se puso en juego.

La última vez que lo vi fue en el 2005, cuando el gobierno federal por fin se echó para atrás en el desafuero de AMLO. Comimos en un restaurant de la Condesa, a instancias de Mariana Cordera. De alguna forma, por distintas razones, todos estábamos festejando. Pepe llegó enfundado en su inseparable chamarrita. Insistió en que López Obrador podía haber incendiado al país, pero que no lo hizo por responsabilidad. Platicó más en corto de su relación con el Peje –me dijo que nos caeríamos muy bien, por el estilo personal y la afición al beisbol-, y lo describió con cariño auténtico, pero en su panegírico dio elementos suficientes como para que yo me diera cuenta de que era un dictador en potencia. Criticó fuertemente a varios miembros del grupo que hoy se identifica más con el lopezobradorismo; “son lúmpenes, siniestros”, dijo y me aseguró –queriendo tranquilizarme- que Andrés Manuel los tenía perfectamente ubicados. El cariño y la confianza mutua fluyeron durante toda esa comida.

Quedamos, como quedan los chilangos, de volvernos a ver. No lo hicimos. Sólo hubo un par de telefonazos en los siguientes tres años. Ahora Pepe se fue, de un infarto, y me da muchísima tristeza.

jueves, septiembre 04, 2008

La polémica del liberalismo comunista

En la anterior entrega hice referencia al hecho de que el maestro Leonardo Paggi era antiliberal –en sus palabras, “antiliberista”-, en el sentido que consideraba que al Partido Comunista no le convenía adoptar las ideas liberales de manejo de la economía, ya que lo conducirían a una posición subalterna respecto a los partidos burgueses (la Democracia Cristiana, por un lado; los tecnócratas del Partido Republicano Italiano, por el otro). Por lo tanto, su visión de Gramsci subrayaba la crítica al historiador –y gran fundador del liberalismo italiano- Benedetto Croce, por centrarse en la historia de las ideas, “del espíritu” y no de las naciones y las clases sociales. Al mismo tiempo, Paggi señalaba que Croce había dejado el “liberismo”, sin dejar de ser liberal, cuando Keynes escribe “El final del laissez-faire” y el filósofo italiano concluye que se hace necesaria la intervención activa del Estado en la economía. Esto es importante, porque Palmiro Togliatti –el líder máximo del PCI en la posguerra- había reivindicado al Gramsci liberal, admirador de Croce, que hacía hincapié en el papel de la ideología para no caer en políticas economicistas.

Según Paggi, la ruta del PCI al Compromiso Histórico era buscando un gran acuerdo interclasista, en el que –a diferencia de la lógica corporativista- cada factor de la producción accediera libremente a la negociación, explicitando su fuerza. Un acuerdo distributivo, consociacionista, en el que el Estado fungiera como el garante de su cumplimiento.

La posición de mi amigo Claudio Francia era distinta. Para él, el PCI era el heredero natural del liberalismo italiano. Los liberales de fines del Siglo XIX se habían aliado a los socialistas para oponerse a la continuación del ancien regime. Los de la primera posguerra habían sido reprimidos o cooptados por el fascismo. Muchos de los primeros acabaron confluyendo en el PCI, en una visión muy particular del marxismo, teñida de liberalismo socialdemócrata. Según Claudio, fue esta impronta la que permitió al Gran Partido tener la hegemonía de la izquierda italiana en la segunda posguerra, la que lo convirtió en el gran aglutinador no sólo de la masa obrera, sino de importantes grupos de sectores medios: empleados, profesionistas, pequeños propietarios, empresarios. Era el impulso ideológico, más que el distributivo, el que daba fuerza a la organización, el que la ponía en la vanguardia de la defensa de las libertades, del laicismo, de la igualdad de oportunidades.

En el fondo, lo que preocupaba a Francia era la existencia –y cito una carta suya reciente- “de una base de pequeña y media burguesía (dicho sin ofender) e incluso de clase obrera… que se compacta alrededor del centro-derecha. Pero se compacta con la fuerza del estómago (quiero decir, no racional sino visceral) y que Berlusconi (con gran maestría) ha sabido tomar en sus propias manos. Es la base (compréndeme) que era con Mussolini, que por cuarenta años estuvo en la DC (tal vez porque estaba constreñida por la derrota de la guerra) y que ahora puede regresar a la luz del sol”.

Tal vez el fracaso de todos los intentos del centro-izquierda por mantenerse en el poder, con políticas liberales, dé parte de la razón a Paggi. Pero sin duda Claudio tiene razón en dos puntos fundamentales: era imposible entender el poder de aquel PCI sin su política cultural (en sentido amplio: la que acomunaba el mundo de los trabajadores con el mundo del pensamiento liberal); es imposible entender el retroceso político italiano de hoy sin la subsistencia del humus retórico, racista, nacionalista y amante de la jerarquía –facho- en la otra mitad de la población.

miércoles, septiembre 03, 2008

Biopics: Exámenes (y los orígenes del fascismo)

Llegó por fin la época de exámenes. Nos enteramos que la regla era que todos los exámenes eran orales, individuales (de pareja, cuando mucho) y públicos. Incluso en el examen de matemáticas, el profesor te presentaba un problema y tú lo ibas resolviendo, explicando cada paso en voz alta. Al terminar, le pasabas tu libreta y ahí te ponía la calificación, que era sobre la base de 30 puntos.

Eduardo y Jorge decidieron presentar primero Economía Política, que era de los más difíciles. Elegí el camino contrario: iniciar por el que consideraba más sencillo, que incluía la elaboración de un trabajo: Historia de las Doctrinas Políticas.

El tema que escogí era uno que me interesaba desde hacía años: los orígenes del fascismo. Busqué libros especializados y literatura política de la época. Entre esos textos había una recolección de artículos periodísticos atribuidos a Gramsci, titulada Per la verità, con una introducción de nuestro maestro, Leonardo Paggi.

Yo había entendido, desde hacía tiempo, una cuestión fundamental acerca del fascismo: era un movimiento de masas. Por eso, era imposible acomunarlo con cualquier tipo de régimen represivo. Posiblemente muchos dictadores sudamericanos eran admiradores del fascismo, pero eso no significaba que fueran fascistas. Simplemente eran feroz y paranoicamente anticomunistas e imponían el poder de las armas, el terror y la represión. No intentaban otro tipo de orden, ni –en el fondo- pretendían instaurar un nuevo tipo de sociedad. Su intención era, si acaso, de “limpieza” genocida de aquellos ciudadanos infectados con ideas liberaldemocráticas o comunistas.

Al mismo tiempo –y esto era resultado de nuestras pláticas tanto con Carlos Mársico como con Claudio Francia-, me quedaba claro que el México del monopartidismo priísta tenía varias características comunes con el fascismo-movimiento. La centralidad del partido, por ejemplo. El discurso nacionalista teñido de lamentaciones por lo que pudimos haber sido y de una discreta, pero evidente, tesis de superioridad racial fallida: la de la raza cósmica (por la que habla el espíritu). La concepción –de moda en la época de Echeverría- que no queríamos ser ni capitalistas ni socialistas (“sino todo lo contrario”). La organización corporativa de obreros, campesinos y “sector popular” que incluía a empresarios. La gran maquinaria propagandística en trabajo constante.
Esos rasgos se asemejaban también a los que desplegó la argentina peronista –fue notoria la afinidad del general Perón con Mussolini-, y que en esos años ya mostraba su cara más oscura: la AAA (Alianza Anticomunista Argentina) que surgió del “Brujo” López Rega, nefasto consigliere de Estela Martínez, Isabelita, la viuda de Perón y presidenta de Argentina en uno de sus peores momentos. Mi preocupación era indagar si estaban en México los ingredientes para convertir el bonapartismo institucional mexicano en una suerte de neofascismo.

En realidad era un tema fascinante. ¿Cómo es que el director del periódico socialista se convierte en líder carismático de la extrema derecha? Por una parte, había que explicarse las razones del viraje paulatino. Por otra, su capacidad de convocatoria. Finalmente, el por qué pudo hacerse del poder sin mucha oposición.

En el trabajo, expliqué los que a mi juicio eran los elementos centrales de ese jugo tóxico: algunos son muy conocidos, como el concepto de “victoria fallida” de Italia, tras la Primera Guerra Mundial, con su coda de insatisfacción y revanchismo; otros –consideré- tenían mucho peso cultural. Por un lado, era evidente que ningún ancién regime podía sobrevivir a aquella guerra: la división tajante entre los “señores” y la “plebe” era algo que en todos lados habría de ser enterrada (aunque en Inglaterra se tardara más) y eso indicaba que el futuro de las naciones sería definido precisamente por “la plebe”, que se movería ¿hacia donde? ¿Quién la conduciría? Era necesaria, para cualquiera de las coaliciones sociales en pugna, la idea de cambio, de movimiento, de mirar al futuro. Por otro, la formación social italiana de la época estaba dominada por la retórica y por cierto enciclopedismo de relumbrón; era, por tanto, un espacio muy apto para la demagogia y para el transformismo político.

Si uno pone atención al programa de los primeros fasci di combattimento encontrará no sólo un lenguaje revolucionario, sino también una serie de reivindicaciones sociales gratas a los jóvenes, a los desplazados sociales, a los desclasados –figuras que pueden fácilmente confundirse, en la retórica, con la clase obrera-. Y un concepto central que las acompaña: el movimiento es más importante que su contenido. Revolution for the hell of it!

Junto a ello, otros conceptos interesantes. El de la reivindicación de las “naciones proletarias”, donde Mussolini incluía a Italia (y eso me recordaba al tercermundismo del discurso echeverrísta); el de la superación de las contradicciones entre capitalismo y socialismo; el de un cambio radical para volver al orden (un nuevo orden, que terminó en el caos sanguinario de la II Guerra): el de “las mil luces que esplenden juntas, sin dañar una a la otra” (Pound dixit). La glorificación de la juventud, de la velocidad y del porvenir… el culto a lo efímero.

Consideré, siguiendo un apotegma de Togliatti, según el cual si se falla en el análisis, se falla también en la respuesta política, que las fuerzas democráticas y socialistas no entendieron que –en el caldo retórico de la primera posguerra en Italia- el fascismo tenía una propuesta cultural atractiva, por más engañosa que fuera, y que intentaron dar viejas respuestas a un problema nuevo.

Expliqué también que, por su parte, debido al relativo retraso en la unificación italiana, era necesaria la intervención del Estado para crear una maquinaria productiva capaz de competir con las potencias liberales. En eso, se hermanaba con Alemania –y también con Japón-. Y que, en los albores del fascismo, distintos sectores de la burguesía se fueron dando cuenta de que, en primer lugar, necesitaban masas para contrarrestar la agitación socialista y, en segundo, que en la competencia por los mercados mundiales les convenía más un Estado interventor que uno liberal.

Finalmente, intenté vincular todo eso con la situación mexicana, en la que ya se avecinaba la sucesión presidencial. Acerté sólo a concluir que había “fascistas” dentro del PRI, pero afirmé que no eran mayoría, que en México existía un humus cultural que podría facilitar el advenimiento de un caudillo fascista, pero que el carácter institucional de la revolución y el tabú de la reelección eran un fuerte dique para que ello sucediera.

El examen fue exhaustivo. Pero Paggi estaba entusiasmado, sobre todo con la idea de que se quiso dar respuestas viejas a un problema nuevo (más tarde me enteré que el maestro era un crítico acerbo del “liberalismo” del PCI, y favorecía el “consociasionismo” ligado a la socialdemocracia alemana, y ese era un gran debate en sordina dentro del Gran Partido). En algún momento me preguntó cómo fue que distintos sectores de la burguesía se decidieron a apoyar el fascismo. Se me prendió el foco y recordé uno de los artículos de Gramsci del libro que editó Paggi, que se refería a la negativa de unos soldados sardos (de Cerdeña, no es pleonasmo) a reprimir a los obreros que habían ocupado las fábricas en Turín: ese tipo de actitudes sin duda los prevenían de una posible rebelión interna de las fuerzas del orden y hacía crecer en ellos su propensión a las squadraccie fascistas, que empezaban a esparcir el terror contra los jornaleros en la Emilia roja. El profesor sonrió complacido y me puso 30.

No sé si sobre decir que el tema del fascismo primigenio –y las distintas apariciones de huevos de la serpiente, disfrazadas de cegeacheros o pejefanáticos dizque de izquierda- me sigue apasionando.

En ese periodo presenté otros dos exámenes: Economía Política, donde el maestro me preguntó absolutamente todo lo visto en el año, y en la que saqué 28, y Teoría Económica, que nunca entendí a la perfección, y en la que obtuve 23.

martes, septiembre 02, 2008

El hombre De la Rosa


Mexicanos en GL. Agosto Agosto no fue un mes particularmente generoso con los peloteros mexicanos que militan en Grandes Ligas. En especial, no lo fue con quienes tienen ya una campaña consolidada: Adrián González, Jorge Cantú, Joakim Soria, Jorge Campillo. Significó sin embargo la confirmación del repunte de Oliver Pérez y sobre todo el encuentro del talentoso zurdo Jorge De la Rosa con la consistencia, que era lo que más le faltaba para mantener un sitio seguro en la gran carpa. Además, las circunstancias fueron propicias para Luis Ayala, a quien el cambio a los Mets, combinado con la lesión de Billy Wagner, le resultó de maravilla: ahora es el cerrador del equipo líder de la división Este de la Liga Nacional. Aquí el seguimiento de los mexicanos en GL, siempre de acuerdo con el desempeño acumulado en la temporada: Adrián González. El de Tijuana tuvo un agosto consistente en cuanto a porcentaje, pero en el que bajó su poder. Ha vuelto a tener problemas en su parque de local (batea .245 en San Diego, frente a .313 cuando visitante). Adrián promedió en agosto.278, con 3 jonrones y 12 producidas. En la campaña lleva .280, con 28 vuelacercas y 94 producidas, y si bien es predecible que supere los buenos números del 2007, está casi fuera de la pelea por las coronas de bateo. Joakim Soria. El pésimo mes de los Reales de Kansas City le dio pocas oportunidades de salvamento al coahuilense. Sólo tuvo cuatro, y una la desperdició, perdiendo el juego. Aún así, sigue por debajo de las 2 carreras limpias admitidas por 9 entradas lanzadas, sigue rompiendo el récord de mexicano con más rescates en una temporada y sigue siendo uno de los cinco cerradores más confiables del beisbol grande. En el año lleva 1 ganado, 3 perdidos, 33 salvamentos en 36 oportunidades y un extraordinario 1.89 de carreras limpias. Jorge Cantú tuvo un mes flojón con los Marlines de Florida, en el que bateó para .223, con 3 jonrones y 10 producidas. A fines de mes rompió una buena racha sin errores al fildeo (lleva 19). Sus números en lo que va del año: .277, 23 cuadrangulares, 74 impulsadas y 6 robos, que no son pocos para un grandulón. Con dos palos más de vuelta entera, Cantú será parte del primer infield en la historia de las Grandes Ligas en el que sus cuatro titulares batean 25 jonrones o más en una temporada. Oliver Pérez. El zurdo sinaloense está dejando atrás la época de Jeckyll-Hyde. Cuatro de sus seis salidas de agosto para los Mets fueron de calidad. Las otras dos no fueron terribles. Le ha faltado apoyo ofensivo. En el mes ganó 2 juegos y perdió uno, con 3.52 de PCL. Lleva tres meses otorgando el doble de chocolates que de pasaportes. En el año: 9-7, 3.90 de carreras limpias y 146 ponches. Jorge Campillo se fue para abajo en agosto, justo cuando estaba por pelear los primeros lugares en porcentaje de carreras limpias en la Nacional. El bajacaliforniano de los Bravos tuvo una gran salida a principios de mes y ganó la siguiente gracias al apoyo ofensivo. Las últimas cuatro han sido malas. En el mes, 2-3 y 6.15 de limpias. En el año, 7-7 y 3.61. Dennys Reyes. El sinaloense tuvo un mes más cargado que de costumbre con los Mellizos de Minnesota. Y el especialista zurdo lo hizo muy bien, lanzando para sólo 0.89 de limpias, ganando un juego (pero desperdiciando un salvamento). En el año, 3-0 y 2.23. Jorge de la Rosa parece otro. Siguen vigentes su calidad y su slider mortífero. Pero ahora los nervios y el descontrol parecen haber sido desterrados. El staff de los Rockies considera que era una cuestión psicológica, y que el regiomontano ya la superó. Si es así, el nombre De la Rosa sonará por un buen rato en las Ligas Mayores. Tuvo un agosto excelente, con cuatro salidas de calidad, 2 ganados, 1 perdido y 2.22 de carreras limpias. Inició septiembre con una joya de pitcheo. En el año lleva 8 ganados y 7 perdidos y 107 ponches. Ha mejorado su PCL a 5.23. Yovani Gallardo (0-0 y 1.80 de limpias) ya está tirando “juegos simulados”, pero es poco probable que reaparezca en la temporada. Luis Ayala insiste en hacernos quedar mal. Durante años decíamos que el mochiteco tenía todo para convertirse en un cerrador de primera línea. Tras muchas vueltas de la vida beisbolera, el mes pasado escribimos: “parece predestinado a nunca ser cerrador”. Hubo otra vuelta a la tuerca: Ayala fue traspasado de Washington a los Mets, y una “oportuna” lesión de Billy Wagner le dio la oportunidad de convertirse en el tapón de los Metropolitanos. En tal función, tiró un juego, pero ha ganado otro y salvado 4 (en cinco oportunidades). El gusto le durará hasta que Wagner se reponga. En el mes, 1-2, con 3 salvamentos. En el año 2-8, 4 salvados y 5.48 de carreras limpias. Edgar González Sabin. El hermano de Adrián ha pasado a las tareas de utility con San Diego y el no jugar diario no le sienta. En el mes, .214 con 5 producidas y un robo. En el año, .278 con 5 jonrones y 26 producidas. Alfredo Amézaga sigue funcionando como utility en Florida. En agosto bateó .220, con 2 producidas y un robo. En el año, .255, 2 cuadrangulares, 16 impulsadas y 6 estafas. Jaime García. El zacatecano estuvo otro rato en Agosto con los Cardenales de San Luis, en labores de relevo. En seis de sus nueve intervenciones salió indemne. La última lo devolvió a ligas menores. Ganó un juego y perdió otro. Lleva 1-1 con 5.62. Germán Durán es otro pelotero mexicano que pasa de las menores a las Grandes Ligas y de regreso. Llegó en agosto, pero no vio acción. Sigue con .225, 3 jonrones, 11 impulsadas y un robo. Juan Castro ha brillado mucho con el guante en Baltimore, y su bat empieza, muy poco a poco, a funcionar, ahora como titular de las paradas cortas (y noveno bat) de los Orioles. En el mes, .213, con 11 producidas. Inició septiembre con un cuadrangular, así que en el año lleva .198 con 2 jonrones y 14 remolcadas. Oscar Villarreal no vio acción ligamayorista en agosto. En la campaña lleva 1 ganado, 3 perdidos y 5.02 de limpias. Esteban Loaiza. (1-2, con 5.23 de efectividad y con un pie en el retiro). Edgar González. En la lista de lesionados. El lanzador de Arizona tiene marca de 1-3, con 6.00 de limpias. Luis Mendoza. Tras se apaleado en sus dos salidas del mes, el veracruzano fue bajado a AAA. Regresó a los Rangers de Texas y empezó bien en labores de relevo. Podemos decir que su segunda mitad de agosto fue perfecta. Inició septiembre y lo hicieron trizas. Sigue sin consolidarse. En agosto, 1-2, y 9.00 de limpias. En el año, 3-7 y 8.35.