miércoles, septiembre 26, 2007

Biopics: De gira con Echeverría II

Al día siguiente, bastante crudo, desayunaba junto con Consuelo en el hotel, y se sentó en nuestra mesa Ramón Rodríguez, un cuate joven, ingeniero industrial, que trabajaba en Nafinsa y que estaba en la comitiva por razones que desconocíamos. Le pusimos de mote Nafinsito.
Lo primero que hizo fue preguntarnos:
-¿Cómo le hicieron para venir a la gira? ¿Son amigos de los hijos del Presidente o qué?
Le respondimos la verdad, a como la comprendíamos: que nos habían dado una beca para estudiar Ciencias de la Alimentación.
-No puede ser. Diputados yo conozco que darían las nalgas por venir. Díganme, soy de confianza ¿con quién hicieron contacto para venir?
Estaba de verdad consternado.


Esa mañana visitamos el Deustches Museum, dedicado a la tecnología. Esa vez sí me le pegué a Echeverría, porque a él le daban todas las explicaciones. Comimos en el hotel y me tocó junto a un alemán muy elegante, Herr Koesler. Resultó ser un jefe de seguridad (nuestra comitiva era muy grande, y había que sentar a un alemán junto a cada mexicano) y hablamos en inglés sobre la revaluación del marco. La conversación pasó a la historia de Alemania y Koesler opinó que Hitler había sido un gran líder, muy querido por su pueblo, pero que fue una lástima que se volviera loco y se lanzara a la guerra.

A medio café, nos sacaron de la comida porque el camión partía para Salzburgo, un trayecto breve, junto a bosques nevados, y un cruce automático de fronteras.
En Salzburgo nos alojamos en el Hotel Winckler, ora sí con baño. Notamos que también acá habían bajado todas las maletas, incluso las que habíamos etiquetado para que descendieran sólo en Italia. Esto quiere decir que, junto al baúl presidencial con su banda tricolor, estaban las cajas de cartón de Ariel que trajo Mapes, retacadas de libros. Era una imagen algo surrealista encontrarlas ahí, en el lobby del lujoso hotel.
Salimos a dar una vuelta y –a diferencia de Munich, que parecía una ciudad reconstruida- se nos presentó, en toda su magnificencia, el Viejo Mundo, el Soñado Viejo Mundo. Una ciudad blanca, con castillos, catedrales, callejuelas, palacios, un río helado que la cruza, y una carga histórica que se siente en las membranas. Viejo, viejo mundo occidental.
Tengo todavía en la mente y en el alma esa imagen de Salzburgo imponente, y la pléyade de sensaciones, todas agradables, que sentí en el momento de descubrir que sí, Europa iba a ser otra cosa.
De ahí, a cenar venado tierno en el hotel (el Estado paga) y a dormir placenteramente.


Era temprano cuando me despertaron los del EMP, apurándome para que me uniera al grupo de la Comitiva Especial (es decir, de los gorrones que no teníamos nada que hacer en la gira) al que le habían arreglado un tour por Salzburgo. Cuando llegué, la guía dijo en inglés que ya nada más faltaba la presencia de Mister General, es decir de Jesús Castañeda Gutiérrez, jefe del Estado Mayor Presidencial, pero no era cierto porque en ese momento, por un balcón del Hotel Winckler salió en calzones Arnoldo Ochoa, con el grito de ¡No me dejen! Cinco minutos después llega al camión, peinándose, y el Capitán Salinas lo regaña: “¿Qué es eso de salir al balcón en paños menores? ¡Y con este frío!”. Llegó el General Mi General y partió el camión. Recorrió exactamente tres cuadras y nos bajamos frente a un castillo. Allí empezó la guía, que era una anciana, a dar una explicación detallada en un rollo que se presentía aburridísimo; de repente, se dio la vuelta y se metió al castillo; quienes estábamos hasta adelante nos quedamos atrás y el Capitán Salinas, quien cubría la retaguardia, se quedó al frente y tuvo que ser el primero en entrar. Eduardo y yo aprovechamos para hacer mutis.
Regresamos al hotel a desayunar, y nos encontramos al Nafinsito y a Manuel Peyró, director de una secundaria técnica de Durango, quienes insistían en que les trajeran chiles o de perdida salsa tabasco para aderezar sus huevos fritos.
Luego, Eduardo y yo nos dimos una larga vuelta por Salzburgo, por la libre. A eso de la una de la tarde nos metimos en una iglesia antiquísima –del siglo XIII- y nos reencontramos con el tour, que estaba de lo más diezmado. Sólo quedaban la ruquita guía, el rector Soberón, Herstl –director del IPN-, Salustio Salgado, líder de los trabajadores telefonistas y del Congreso del Trabajo y el estudiante Vicente Villamar. A Salustio de veras hay que admirarlo, porque no sabe ni papa de inglés y se aventó el tour enterito. Nos unimos al grupo para visitar el panteón y la catacumba de San Ruperto. Luego nos fuimos a comer, llevándonos a Villamar ante la desesperación de la guía.

Luego de comer, me eché un sueñito y bajé al cuarto de Consuelo a platicar con ella. Sucede que el Licenciado Porfirio Muñoz Ledo la había estado invitando insistentemente a “ir a echarnos una copita”. Nomás de choteo le dije que fuera, porque Porfirio es presidenciable y el INPI (Instituto Nacional de Protección a la Infancia) es una chamba muy halagadora. Consuelo insistió en que jamás iba a aceptar NADA de ese “viejo verde”, lo cual me pareció, je je, de muy mal gusto.
Bajé al hall, donde unas diez personas se encontraban alrededor del Licenciado Gonzalo Martínez Corbalá, ex embajador de México en Chile, quien contaba detalles del golpe y de su actuación al frente de la representación mexicana. Sostiene –a pesar de las fotos del Time en donde aparece Allende armado con metralleta, casco en la cabeza, el día del golpe- que Allende se suicidó.
Luego llegó Hernando Pacheco emocionadísimo por la “vehemente, revolucionaria y paradigmática” actitud del presidente Echeverría en el Club de Roma, ya que había cambiado radicalmente los lineamientos “salvamundos” abstractos y llegado a problemas concretos. Leímos el discurso mimeografiado y los primeros en criticarlo de “excesivamente idealista porque de hecho no resuelve nada” fueron los hijos de Echeverría, encabezados por Álvaro, quien parece ser gente muy seria. Cuando se retiró Pacheco, Álvaro lo tildó de “lambiscón”.

Cenamos en el hotel, junto con Rodolfo Echeverría. Nos preguntó, pidiéndonos que fuéramos sinceros, qué se opinaba de su padre en la UNAM. Le respondimos, más o menos, que se le veía como un reformista amarrado por las presiones del sistema, que su política exterior era decente, que en lo económico tendía a beneficiar a los campesinos y perjudicar a los obreros y que en lo político la apertura era insuficiente porque todavía había represión. Nos comentó que a su padre le hubiera gustado ir a CU. Entonces Antonio Mártir le dijo que en la UNAM había todo tipo de gente, incluso quienes pensaban, erróneamente, que matando a Echeverría se resolverían los problemas del país. Rodolfo hizo una mueca de desagrado.
-Yo nomás te estoy diciendo que hay gente loca –se justificó Mártir.
De ahí, nos fuimos a un bar cercano a tomar cervezas. Rodolfo nos confesó que se sentía muy incómodo en México entre tantos guaruras, que sabía que tenía demasiados amigos por conveniencia y pocos de corazón. Nos dijo que lo mismo sucedía con su padre, a quien “acabarán acuchillando por la espalda”. Hasta nos insinuó la posibilidad de que tramaran un golpe de Estado en su contra. Habló de su familia, de que ellos no eran “Rodolfito”, “Alvarito” o “Pablito” y al final nos pidió que le contáramos “chistes de Echeverría” –pero que a sus hermanos no, que se sienten mal, ni de su mamá, porque él la respeta mucho-. Le encantó el chiste del Quijote y Somoza, que no se sabía y nos dijo que se lo iba a contar al “jefe”. Convinimos en que los chistes sobre la estupidez presidencial parecían tener el mismo origen que los rumores delirantes que estaban de moda (el estrangulador de muchachas en los baños; los médicos “cubanos” que en vez de vacunar, esterilizaban a las niñas). Provenían –dijimos entonces- de la “derecha fascista”, ese “Estado Mayor de la burguesía” de los manuales leninistas. Por supuesto, la intención de la “derecha fascista” era acabar con la apertura echeverriísta e imponer la línea dura en el país. Era, según nosotros, parte de la estrategia que había armado el Grupo Monterrey –cabeza visible del capital financiero- en su cumbre de Chipinque, luego del asesinato de Garza Sada por parte de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Aclaramos que eso no significaba que estuviéramos de acuerdo con la dicotomía de Fernando Benitez: “Echeverría o el fascismo”, porque era como blindar al Presidente de toda crítica.
Al final nos dedicamos a cotorrearnos a Castañares, quien con un vinito y dos chelas ya decía haberse emborrachado.

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