Termina la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
Tiempo de balances. Lo haremos en orden: primero, lo que le salió bien;
después, lo que le salió mal y, finalmente, un esbozo de su legado (que son las
cosas que le salieron bien a López Obrador, para mal del país).
Algo en lo que, sin duda, tuvo éxito López Obrador fue
en su estrategia de comunicación. Logró que, por buena parte del sexenio, las
conferencias mañaneras ocuparan el grueso de la agenda de discusión pública,
con el agregado de que la oposición política y social mordió los anzuelos la
mayor parte de las veces.
Las Mañaneras fueron todo lo contrario al ejercicio de
rendición de cuentas que dijeron ser. Fueron un lugar privilegiado para una
campaña electoral permanente, en la que el Presidente dio rienda suelta a sus
filias y fobias (sobre todo estas últimas). Ahí, resbaló críticas, negó
evidencias, presentó sus otros datos y mantuvo el discurso maniqueo contra los
“conservadores” y “neoliberales”, que fue disciplinadamente replicado por un
grupo cada vez más reducido de periodistas -en Palacio Nacional- y por uno cada
vez grande entre los activistas informativos de Morena en las redas sociales.
Hay que decir que ese discurso, en su simpleza y su
dureza, tuvo resultados positivos para López Obrador y su movimiento. La
mayoría de la gente se tomó al menos parte de la pastilla azul y decidió seguir
creyendo bastante de lo que se decía desde el púlpito presidencial.
Otra cosa que le salió bien -y hay que decir que fue
positiva para el país- fue la política salarial. Los aumentos reales al salario
mínimo (que creció a más del doble) produjeron un ligero efecto de cascada y el
resultado fue un crecimiento de 41% de la masa salarial en el sexenio (a
precios constantes) y una disminución de casi 5% de la población en situación
de pobreza laboral. La repartición de ayudas directas, y en especial las
dirigidas a los adultos mayores, contribuyó a una baja en la pobreza por ingresos.
Como veremos adelante, eso no se tradujo en una baja similar en la pobreza
multifactorial.
La combinación de la estrategia de comunicación con la
caída en la pobreza por ingresos, sumada al uso clientelar de los recursos
públicos, acrecentado en tiempos electorales, explica en mucho el éxito
contundente de Morena y sus aliados en las elecciones pasadas.
Habrá quien diga que López Obrador tuvo éxito también
en un par de temas económicos: el manejo de la inflación y del tipo de cambio.
Quien lo señale omite dos cosas. La primera es que la inflación, aunque no se
disparó, estuvo en niveles similares a los de los sexenios inmediatamente
anteriores, pero los precios de la canasta básica crecieron más que el
promedio. La segunda es que el tipo de cambio se mantuvo estable sólo gracias a
la política monetaria del Banco de México, que a su vez ejerció como freno a
las inversiones y a una mayor creación de empleos. El caso es que AMLO libró
una de las pesadillas que quería evitar, por recuerdos de sus años mozos: la
devaluación de fin de sexenio.
Pero la inflación y el tipo de cambio no equivalen a
toda la economía, y aquí empezamos con las cosas que salieron mal. De entrada,
el crecimiento económico en el sexenio que termina fue inferior al 1% anual.
Esto significa que el producto por persona es menor al que había al inicio del
gobierno de AMLO. Hay más personas empleadas, ligeramente mejor pagadas, pero
menos productivas (entre otras cosas, porque más de la mitad se encuentran
dentro de la economía informal). Estancamiento puro.
Parte de la explicación está en el mal manejo
económico durante la pandemia de COVID-19. El gobierno, casado entonces con el
déficit cero, como si se lo dictara el FMI de los años 80, se rehusó a dar
apoyos a quienes estaban perdiendo su fuente de ingresos. El resultado fue una
caída del producto muy superior a la media mundial y una recuperación más lenta
que en casi todos los demás países. En vez de contratar deuda barata en 2020 se
contrató deuda cara en 2023-24, con el resultado de que la calificación de la
deuda mexicana está a la baja.
Otra parte está en la escasa inversión pública, que
cayó 2.3%, desde niveles que eran ya preocupantes. Esta caída en la inversión
pública es particularmente notable porque el grueso de los recursos se destinó
a las tres obras insignia de AMLO. Este ha sido el sexenio de la falta de
mantenimiento en la obra pública. La inversión privada sólo suplió parcialmente
esa caída y la inversión extranjera directa, a pesar de las ventajas del
nearshoring, está a los niveles de hace seis años.
El énfasis de un presupuesto limitado en los apoyos
directos, las obras insignia y el espejismo de la soberanía energética,
significó caídas severas en áreas clave y poner dinero bueno al malo. El caso
más dramático es el del sector Salud, que se tradujo en desabasto de medicinas,
caída en el número de consultas y de cirugías, y en abandono de la
infraestructura sanitaria. El Insabi fue un fracaso mayor. Durante el sexenio,
el porcentaje de la población afiliada a servicios de salud disminuyó 9 % y el
de la población con carencias por acceso a servicios de salud creció 23%. Otra
forma de pobreza.
Los datos en educación son igualmente preocupantes.
Aumentó la población con rezago educativo, así como el número de niños entre 6
y 14 años que no van a la escuela. Añádanse las odas a la ignorancia y los
ataques a la comunidad intelectual, científica y académica, y encontraremos un
elemento muy tóxico del sexenio, que ayuda a definirlo.
Las empresas energéticas del Estado han acumulado
pérdidas, y sobreviven sólo gracias a las inyecciones de capital y los
estímulos fiscales del gobierno federal. En el camino, durante el sexenio de
AMLO, multiplicaron su capacidad de contaminación casi tan rápidamente como sus
deudas.
Tenemos, finalmente, otra área de desastre, que es la
seguridad pública. AMLO no cumplió con su promesa de regresar a las Fuerzas
Armadas a sus cuarteles, pero tampoco con la de arreglar el problema del crimen
organizado, que controla zonas cada vez más amplias del territorio. La
extorsión (el “cobro de piso”) avanza como una hiedra. Y los mensajes
contradictorios (por decirlo ligerito) que se lanzaron desde Palacio Nacional
dieron a entender que se prefirió una tensa convivencia con el crimen organizado
a un combate inteligente. En el camino, a las Fuerzas Armadas se les ha dado un
papel protagónico en asuntos de seguridad pública que no tenían (pero no sólo
en esos), que será muy difícil revertir en el mediano plazo.
Concluyo con lo que le salió bien a AMLO, para mal del
país: la constante labor de zapa sobre las instituciones creadas durante la
transición a la democracia. Avanzó de manera paulatina y tenaz para irlas
desfigurando, debilitando o deshaciendo. La idea era terminar con todo
contrapeso institucional al poder omnímodo y centralista de la Presidencia de
la República y casi llegó a la meta. Ese, me parece, es su legado más
importante. Al respecto, dudo que la historia lo absuelva.