"Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos, no así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad. Entonces, no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”.
La frase de Andrés Manuel López Obrador pinta,
de manera simple -y por lo tanto clara- una parte fundamental de su concepción
de la política y de las labores de gobierno. Por lo mismo, vale la pena
diseccionarla.
En primer lugar, hay que decir que se
trata de una frase. De un discurso, tanto en el sentido estricto como en el
sentido amplio de la palabra.
Varios analistas -notablemente, Raúl Trejo Delarbre- han subrayado una contradicción
entre el dicho y los hechos. El Presidente dice que se ayuda a los pobres. Sin
embargo, en este gobierno se ha incrementado la pobreza y los distintos tipos
de ayuda social no han sido tan enfocados a las personas que efectivamente los
necesitan.
Pero aquí se trata de que el dicho, el
discurso, es reiterado machaconamente desde la campaña por la presidencia. Es parte
del mantra diario de las mañaneras. Y, aunado a la percepción de la cercanía de
López Obrador con los mexicanos comunes, se ha convertido en un convencimiento
para millones. Según las encuestas, la mayoría de la gente cree que efectivamente,
este gobierno está combatiendo la pobreza. Han creído en los inexistentes otros
datos.
Cuando AMLO dice que “va uno a la segura”,
es porque considera que hay un intercambio de favores: por una parte, el gobierno
ayuda a los pobres y, en retribución a esa ayuda, “cuenta con el apoyo de ellos”,
sobre todo en materia electoral. Se trata, según las palabras del político
tabasqueño, de algo seguro. De un apoyo sin cortapisas a “la transformación”.
Hay aquí un razonamiento mecanicista. Doy
y das, trueque simple. Es lo que en política se define como clientelismo.
Y detrás de ese razonamiento está una
concepción limitada respecto a los deseos y necesidades de las personas pobres:
lo que quieren, necesitan y agradecen son ayudas. Bajo esa lógica, tiene más
efecto la sensación de ser ayudado directamente que la existencia de buenos
servicios públicos de educación y salud, la promoción del empleo bien
remunerado o la generación de una mejor calidad de vida en las comunidades.
Tarjeta del Bienestar habla.
Más importante todavía es que, a cambio de
elogios genéricos al pueblo y a tratarlo con respeto, aunque sea solamente en
el discurso, no hay ningún propósito de cambiar las relaciones de poder. Al
contrario: se trata de cristalizar una relación de dependencia: el paternalismo
en estado puro, tan criticado cuando lo ejercía el PRI.
En otras palabras, no cambia la vida, no
cambia la correlación de fuerzas: se consolida, pero trocando el deterioro de
los servicios públicos por apoyos discrecionales en efectivos. Cambia el
discurso. Entraron unos a mandar, en vez de otros. A eso es a lo que AMLO le
llama transformación.
Los críticos del Presidente han interpretado
la parte de la frase que dice “no es un asunto personal, es un asunto de
estrategia política” como prueba de un supuesto desprecio de López Obrador
hacia la gente de carne y hueso.
Cuando vemos, por ejemplo, que, en vez de
solidarizarse con los deudos de la joven universitaria muerta en el siniestro
del Metro, con los heridos y con los trabajadores que ahora gastan más tiempo,
dinero y esfuerzo en el traslado cotidiano, AMLO se solidariza con la jefa de
gobierno, queda clara la impresión de que la estrategia política sí le importa
más que las personas. Pero los seguidores del López Obrador opinan que esa
parte de la frase quiso decir otra cosa.
Lo que el Presidente quiso decir, según varios
lopezobradoristas, fue no tenía conflictos personales “con sectores de clase
media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad”,
pero que enfrentarlos era parte de su estrategia política.
La obsesión de AMLO con algunos periodistas
e intelectuales críticos sí deja la impresión de ser personal. Pero también es
cierto que el enfrentamiento cotidiano con los sectores nombrados en la frase
es parte de una estrategia política: la de trazar, todos los días, una línea
divisoria entre las clases populares y los otros grupos sociales.
Al hacerlo, AMLO busca generar tres cosas:
una suerte de política identitaria; cierta lealtad, ya no de clase, sino de estrato
social y, de manera importante, rechazo a todo pensamiento crítico.
¿En qué sentido política identitaria? Si
no soy de clase media o alta, y tampoco intelectual, debo estar con AMLO.
¿En qué sentido lealtad de estrato? No debo
pensar en mi posición dentro de la división del trabajo, sino en mis ingresos y
mis costumbres, y parte de mi solidaridad es considerarme “pueblo”, sin aspirar
a cambiar mi estrato.
¿En qué sentido rechazo a todo pensamiento
crítico? En que aquellos, los de las otras clases, los de los medios de
comunicación, los intelectuales, van a analizar y criticar al gobierno y sus
acciones. Tengo que repudiar esas críticas y, a final de cuentas, rechazar el
análisis. Podrían convencerme, y eso me pasa del otro bando.