Dos textos:
El elemento central de dicha reforma es
cambiar de árbitro electoral, y sustituir al INE por un organismo cuyos
integrantes sean votados masivamente y con lógica partidista. El veneno viene
acompañado de algunos dulcecitos, que podrían ser apetecibles para algún
partido ingenuo, algo así como las manzanas inyectadas con droga que regalan
algunos perversos en Halloween.
Hay muchas ocasiones en las que el Presidente
se mueve en función de los devaneos de la opinión pública. Esta vez no es el
caso. El Instituto Nacional Electoral, a pesar de la constante campaña en su
contra, tiene un índice de aprobación del 68%, superior al del propio López
Obrador. El ataque se da en función de las necesidades de un gobierno que vive
una campaña electoral permanente y quiere asegurar, a como dé lugar, la
continuidad de su partido tras las elecciones de 2024.
Como lo señaló el Consejo de Europa, la iniciativa
de López Obrador pretende cambiar un sistema que sí funciona, y que ha sido
resultado de sucesivas reformas democráticas. Y, como dice la Conferencia del
Episcopado Mexicano, es claramente regresiva, porque lleva hacia el gobierno
federal el control de los comicios, afectando la autonomía de las instituciones
y, con ella, su imparcialidad: un viaje de vuelta al sistema de partido casi
único.
La pretensión es cambiar algo que sí funciona
y sustituirlo por algo que le funciona solamente a una facción.
En realidad, hay pocas probabilidades de
que la reforma, tal y como está, pueda pasar por el tamiz legislativo que
necesita, porque requiere de una mayoría calificada, y no parece que, en este
delicado caso, pueda haber fisuras grandes en el bloque de contención. Pero ya
se ha visto que éste tiene eslabones débiles -el tricolor es el más visible- y
que, mediante chantajes, no es del todo descabellado que se la pueda hacer
avanzar.
Pero, más allá de las pocas probabilidades
de que pase la reforma, la ofensiva contra el INE tiene otras dos intenciones.
La primera es generar condiciones para que la Comunidad de la Fe obradorista
esté pronta a reaccionar en caso de un descalabro electoral. Para ello se ha
trabajado arduamente en la negación de la transición democrática, que se dio
hace décadas y que ahora resulta que no existe (o sólo existe cuando gana quien
Andrés Manuel quiere). Es otra manzana envenenada, dirigida a las mentes y los
corazones de los seguidores de AMLO.
Esta negación de la transición se hace
patente en el delirante pronunciamiento de la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos, que retoma el uso faccioso de la autoridad electoral de entonces
contra la Federación de Partidos del Pueblo de México, en las elecciones ¡de
1952! y asegura que, a partir de ahí, nada ha cambiado.
Aquí no importa que la Constitución prohíba
a la CNDH intervenir en asuntos electorales. Tampoco, que esa Comisión hace
rato haya dejado sus tareas y su autonomía para convertirse en un apéndice del Ejecutivo
Federal. Lo que importa es reiterar el mito de la transición manca, y que este
permee en los sentimientos de los fieles. Sentimientos útiles, por cierto, para
alegar fraude en caso de cualquier derrota electoral.
La otra intención es pavimentar el camino
para apretar al INE por vías diferentes a las de la reforma constitucional. Si
no se logra el objetivo máximo, entonces al menos se crean condiciones para
intentar reducir el financiamiento del Instituto, obligarlo a fusionar áreas
sustantivas -minando su sólida estructura profesional- y quitarle todos los
dientes posibles en materia de vigilancia, sobre todo en lo relativo al
financiamiento de partidos y campañas. En otras palabras, para no tumbar al árbitro,
pero crear condiciones para un proceso electoral inequitativo, distorsionado
por los grandes flujos de dinero no vigilado que correrían en las campañas.
Y además está el asunto de la renovación
de cuatro miembros del Consejo General del Instituto, incluida la presidencia
del mismo. La norma dice que los consejeros tienen que surgir por consenso
entre los partidos representados en el Congreso, pero no debemos descartar la
posibilidad de que se intente forzar una composición desequilibrada.
Lo que hay en el gobierno es una aversión
al rigor y a la independencia con el que se ha conducido el INE. Por eso, con
distintos aliados -incluidos los que se beneficiarían económicamente del fin a
las restricciones y candados en las campañas- ha buscado torpedearlo.
Ese afán no se agota en la propuesta de
reforma constitucional. Va a continuar, pase lo que pase, durante todo lo que
resta del sexenio. Y posiblemente, después de que López Obrador termine su
mandato. En otras palabras, nuestra democracia estará en vilo por mucho rato.
Las marchas en defensa del INE y por la
democracia tienen muchas aristas. Vale la pena revisar unas cuantas para darnos
una idea acerca de su relevancia.
Marchas ciudadanas… con partidos
Sin duda se trató de una masiva movilización
ciudadana. La gran mayoría de los asistentes fue ahí movida por una legítima
preocupación respecto a las posibilidades de una regresión en materia
electoral. Y fueron personalmente, como ciudadanos, animados por las redes
sociales y también por la reacción desmedida del presidente López Obrador ante
el evento anunciado.
Adicionalmente, el motivo de las marchas,
la defensa del INE, significó un paraguas lo suficientemente amplio para que,
con una causa en común, marcharan personas de muy distintos puntos de vista
ideológicos. Se trató, pues, de una manifestación plural. Los organizadores lo
entendieron, al nombrar como orador único de la marcha capitalina a un
personaje, José Woldenberg, que representa en primer lugar la posibilidad de
alternancias democráticas con un árbitro ciudadano, y que no es miembro de
ningún partido.
Esa cualidad ciudadana y plural fue la que
permitió que mucha gente asistiera a pesar de saber de antemano que algunos
personajes impresentables para la mayoría de los mexicanos también iban a
asistir. No fue, afortunadamente, una marcha de los puros.
Eso no significa que los partidos hayan
estado ausentes. En particular los tres históricos que conformaron la Alianza
por México, PAN, PRI y PRD. Hay algunas cosas evidentes que son difíciles de
pensar sin ellos -el templete y la pantalla, para dar el ejemplo más evidente-.
Asimismo, asistieron, pero no representando directamente a su partido, conocidos
personajes de Movimiento Ciudadano.
Si la manifestación era contra una
propuesta específica del presidente López Obrador, nadie se llama a engaño al
afirmar que reunió a la oposición social y política a AMLO y su partido. Y
sabemos que esa oposición a final de cuentas se expresa en las urnas, a través
de los partidos políticos de oposición.
Si vemos la composición social,
encontraremos en todos lados una muy amplia participación de las clases medias,
que el lopezobradorismo puede empezar a considerar como perdidas. Y encontramos
también que fue minoritaria -aunque no irrelevante- la participación de las clases
populares.
El peso de los veteranos
En su conferencia mañanera, AMLO se congratuló
de que a las manifestaciones en defensa del INE y contra la reforma electoral
hayan asistido, según él, “puros veteranos”. Agregó, en su acostumbrada
generalización, que no hubo jóvenes.
La verdad es que, en un país como México,
siempre los jóvenes hacen mayoría, pero también que, al menos en la marcha
capitalina, había una presencia de adultos mayores de 50 años notablemente
superior a la que marcaría una distribución normal de los datos demográficos.
López Obrador supone que eso significa que
los jóvenes están con él. Es estirar la cuerda. Pero lo cierto es que las
personas de más edad son las que tuvieron la dura experiencia de vivir en una
falsa democracia, las que saben lo que son elecciones de Estado controladas por
el aparato del partido mayoritario y las que, por lo tanto, menos quieren que eso
se repita.
Hay que pensar que todo lo que han visto
los mexicanos menores de 40 años son elecciones razonablemente libres,
organizadas en condiciones de equidad por un árbitro electoral ciudadano, ya
sea el INE o el IFE. Sus puntos de comparación son sólo históricos, de lo que
leen o les platican. No es lo mismo que quienes vivieron en carne propia los
tiempos de partido prácticamente único.
El número sí importa
Habrá quien piense, sobre todo desde posiciones
cercanas al oficialismo, que el número de participantes en las manifestaciones
pro-INE, y en especial la de la Ciudad de México, a final de cuentas no importa,
porque a final de cuentas no son “pueblo”. Y hay también quien entra a la
guerra de cifras queriendo minimizar un hecho contundente: fueron cientos de
miles de personas que se manifestaron en las 32 entidades del país.
Que el propio presidente López Obrador haya
entrado al juego de la guerra de cifras (eso sí, enmendándole un poco la plana
al desmedido Martí Batres, que dio cifras de risa loca) nos indica dos cosas:
una, que prefiere la propaganda al análisis y dos, que no leerá el mensaje que
una parte importante de la población le ha enviado. En otras palabras, que no
modificará posiciones respecto a la reforma electoral, aún a sabiendas que
tendrá que conformarse, a lo mucho, con cambios en las leyes secundarias, y que
tampoco será capaz de ver en lo sucedido la necesidad de cambiar estrategias
rumbo al 2024.
Esto es particularmente relevante para la
sucesión en la Ciudad de México, donde Morena ya recibió un primer batacazo en
las elecciones de 2021 y donde parece no estar dispuesto a aprender.
El oscuro espejo de la marcha del
desafuero
Esto nos lleva a considerar que la marcha
capitalina del 13 de noviembre puede ser un punto de inflexión. Por su tamaño, por
su diversidad y por el hecho de que se trató de una manifestación en contra de
lo que se percibe como un acto de presidencialismo vertical, tiene semejanzas
con la marcha contra el desafuero de López Obrador, en el ya lejano 2005.
Recordemos varias cosas: que en esa marcha
se juntaron distintas oposiciones al entonces presidente Fox, que ese proceso personalizado
en contra de López Obrador ayudó a catapultar su carrera política y que, si el
gobierno de Fox no hubiera reculado al respecto, se hubieran generado tensiones
excesivas sobre la democracia mexicana.
Una diferencia importante es que Fox tenía
quienes le decían cuando estaba cometiendo un error de cálculo político, y
finalmente lo convencieron, mientras que López Obrador prefiere escuchar a
quienes lo adulan y le dan siempre la razón (aunque en verdad a quien prefiere
escuchar es a sí mismo). Las pocas voces en el entorno de Morena que prevén
sobre un impulso opositor rearticulado a partir del rechazo a una reforma
electoral regresiva están sembrando en el desierto.
Esto no termina
La esperada cerrazón de López Obrador, su
incapacidad de cambiar una coma a sus deseos, harán que la disputa en torno a
la reforma electoral y al INE continúe más de lo necesario. Buscarán doblar al
bloque opositor a través de sus eslabones más débiles (los de cola más larga),
buscarán estirar los cambios a la legislación secundaria, intentarán doblar la
ley para imponer consejeros electorales. Pero ahora tendrán que hacerlo con la
presencia activa de una parte importante de la sociedad que no quiere que una
persona o un partido tengan el monopolio del poder. Y eso puede terminar por
revertírseles.