lunes, junio 28, 2010

El feo espejo sudafricano

Algo tiene el campeonato mundial de futbol que saca ángeles y demonios sociales en las diferentes naciones que participan. Y cada cuatro años se comprueba como espejo de sus cualidades, sus problemas y sus traumas. Obviamente, México no es la excepción.

Más que los equipos y su forma y calidad de juego –que sin duda obedecen, también, a los matices culturales de cada país-, importan aquí las respuestas que generan los resultados.

En 2010, el fracaso más sonoro fue el de Francia, que pasó de subcampeón a una eliminación temprana y envuelta en el escándalo, y a la intervención de las más altas autoridades del país, incluido el presidente Sarkozy.

¿Cómo es que un asunto deportivo se convirtió en cuestión de Estado? Porque, como evento de masas que influye en la psique del país, la derrota se transformó en pretexto de división nacional. La composición étnica –y sobre todo, social- de la escuadra derivó en una campaña de la derecha extrema, que encontró eco en la frustración por el mal comportamiento en la cancha, azuzado también por los problemas fuera de ella.

La que hace cuatro años había sido alabada como escuadra pluricultural, reflejo de la Francia democrática e incluyente, esta vez se convirtió en el equipo del banlieu: un grupo hecho, no con franceses “auténticos”, sino por gañanes de las periferias, “que sólo piensan para sí mismos, que sólo les interesa el dinero, que no tienen disciplina”. No importa que muchos fueran los mismos héroes del 2006 o que el líder de entonces, Zinedine Zidane, fuera de ascendencia argelina. Zidane sabe portar el saco como un parisino del mejor arrondisement y la figura visible de ahora, Franck Ribery, es un charrasqueado fácil de acomunar, para la derecha, con los hijos de inmigrantes africanos o magrebíes, con la ventaja de que así disimulan el racismo detrás de todo el movimiento de opinión pública. De ahí, la intervención de Sarkozy, y que haya elegido a Thierry Henry –cuyos orígenes son de Martinica- como principal fuente de información sobre lo sucedido en Sudáfrica.

Lo contrario, exactamente, está sucediendo con el equipo alemán. Dos jugadores de origen polaco, un brasileño naturalizado, un hijo de turcos (que además lee el Corán antes de cada partido) y un hijo de ghaneses crean ese equipo pluricultural que rompe con estereotipos y que une a los diversos componentes de la población a cada victoria.

En Italia, la eliminación significó una nueva andanada de la Liga Norte, que acusó a la “corrupción del sur” del fracaso, porque habrían hecho que Lippi escogiera a determinados jugadores y a otros los dejara fuera. Un diputado de ese partido separatista llegó a afirmar que “Padania sí hubiera clasificado”.

No es casual, entonces, que una parte importante de los tifosi haya reaccionado al error de la terna arbitral italiana en el juego Argentina-México de una manera mucho más airada que los propios mexicanos. Ellos señalaron, de inmediato, una actitud mafiosa, una colusión en la que incluyen a Blatter y Platini para beneficiar a algunos y perjudicar a otros (esta vez, nosotros). Les ayuda en la suspicacia la actitud de la FIFA que, más que preocuparse por el nivel de los árbitros, está molesta porque se presentaron las repeticiones de la jugada en la pantalla gigante. En vez del fair-play que tanto alaban, piden omertà, silencio mafioso, según varios aficionados en Gazzeta dello Sport, quienes afirman que la única posición ética del juez Roberto Rossetti hubiera sido señalar a la pantalla y anular el gol: “como un pentito de la mafia que colabora con la justicia”.

Tampoco parece casual que Maradona haya cumplido con la omertà y se haya solazado con “el banderín de Dios”. Que no le haya bastado con una victoria amplia. Argentina festeja a Maradona que es festejar una parte muy contradictoria de sí mismos: la de la genialidad autodestructiva.

Dice Maradona, a la manera de “El Rey”: Nadie me va a hacer cambiar: ni las mujeres, ni los hombres, ni los periodistas, ni la ley, ni nada”. Por encima de la ley, “la mano de Dios” o el chistecito de ponerle el calmante Royphnol al agua que le dieron a los brasileños en el mundial del 90 y festejarlo públicamente, entre risotadas, tres lustros después. Decía al respecto Macri, entonces dueño del Boca Juniors: “
No es necesario reivindicar algo que es incorrecto, porque reivindicarlo nos ofende como argentinos, porque la piolada, el curro, la trampa, la burla, la mundialmente célebre picardía criolla no nos hace nada bien como sociedad.” En Argentina los ángeles y los demonios se confunden en uno solo.

¿Y qué decir de México? ¿Qué tanto nos refleja como sociedad esa incapacidad para pasar “de perico a perro”, de superar la ronda de octavos? ¿Qué tanto, el entregar el paquete entero de un símbolo moderno de la nación a los intereses de un cártel (el de las televisoras)? ¿Qué tanto, el sentimentalismo de hacer que Cuau se despida jugando de inicio, como capitán? ¿Qué tanto, la desconfianza reiterada hacia los jóvenes, de parte de quienes llevan sus canas prematuras con orgullo? ¿Se puede en realidad ganar cuando desde el país se envían vibras derrotistas tan fuertes que penetran el bunker de la selección? A leer de nuevo El Laberinto de la Soledad, ni modo.

Antes de que llegaran Rossetti y Osorio a sepultar la esperanza verde, el país ya había elegido un chivo expiatorio para su derrota anunciada: Guille Franco, quien tuvo, de nueva cuenta, un pésimo torneo mundialista. Pero no eran su torpeza, su antipatía o la sospechosa terquedad del técnico en alinearlo, lo que generaba más rencor: era su carácter de naturalizado. La gente olvidó rápido las contribuciones de Caballero y Sinha (e incluso Leandro y Vuoso en la oscura Era Ericsson). Franco no sentía la Patria por no haber nacido en ella. Por eso, y no por jugador mediocre, era El Culpable (en el fondo, sólo nos saciaríamos viendo su sangre caer pirámide abajo). Para su fortuna, Osorio, el Bofo y el mismo Aguirre acudieron a repartirse los pecados, mientras televisoras y anunciantes atraviesan el pantano como los cisnes, sin mancharse, dispuestos a hacer cuentas rumbo al Negocio 2014.

Y para coronarlo todo, el alcohol, el influyentismo, la agresividad, la xenofobia y, sobre todo, la vulgaridad rampante que está ahogando al país, se mezclaron en el palco mexicano de Johannesburgo. Un señor, que resultó ser alto funcionario –y, sólo casualmente, hermano del Secretario de Gobernación- y sus hijos malcriados agredieron a la esposa de Guille Franco al grito de “pinches argentinos que se vayan a la chingada” y se armó tremenda bronca con los familiares de los jugadores. Tras el escándalo, Miguel Gómez Mont fue cesado como director de Fonatur.

Sumadas las cosas, qué feo espejo de país.

martes, junio 22, 2010

Monsiváis se va, pero no se va

Si alguien enseñó a este país que hay una línea continua entre la llamada “alta cultura” y la cultura popular, era Carlos Monsiváis. No por nada varios supimos por primera vez de su existencia en la revista Chanoc y tardamos años en enterarnos que “El Sabio Monsiváis” que en raras y preciosas ocasiones ofrecía alguna explicación enciclopédica a Chanoc y su tío Tsekub Baloyán era un intelectual de carne y hueso, que en su autobiografía precoz –publicada en 1966- sufría, porque tenía 28 años y todavía no conocía Europa.

A Monsiváis se le reconoce, justamente, como un gran escritor. Pero más que eso, fue figura pública, y eso que jamás disfrutó de puesto alguno ni gozó de las mieles del poder político. A principios de los años 90 se puso de moda entre los poetas jóvenes de México escribir odas a las actricitas del momento. En una ocasión, le preguntaron a Bibi Gaytán, objeto de más de una obra, quién era el poeta mexicano al que ella más admiraba. La iletrada respondió: Carlos Monsiváis. Lo juro por mi madre, bohemios.

¿Qué le dio a Monsi tan grande espacio? Precisamente el que lo abarcara todo. Que nada humano le fuera ajeno. Que igual analizara la política, la gran literatura, la lucha libre, el cine de arte, las telenovelas, los libros-basura o los movimientos populares. Que se codeara con los ricos y poderosos sin ceder un ápice. Que estuviera siempre cerca de la realidad, y que la viera con ojos críticos.

Se le reconoce como escritor, decía, pero antes que eso –y porque su talante profundamente liberal le ayudaba a no poner líneas divisorias- Monsiváis era un editor, un periodista. Gracias a él, muchos entendimos que hacer buen periodismo era una manera de hacer literatura. Y que no hay buen periodismo mal escrito.

Editor e incansable promotor cultural, a él le debemos grandes series radiofónicas y colecciones de voz viva, pero sobre todo, sentó el canon para los suplementos culturales periodísticos en las últimas tres décadas del siglo XX. La Cultura en México, el suplemento de la revista Siempre!, que dirigió entre 1972 y 1987, fue durante todo ese periodo un referente obligatorio y una gran escuela (de hecho no sólo allí, sino también con su estilo mordaz, Monsiváis creó una escuela con muchos más discípulos de los que están dispuestos a admitirlo).

La Cultura en México tenía de todo: iba del análisis cinematográfico y literario a la crónica de la vida cotidiana, a la descripción de las luchas sociales. Y estaba coronada por la sección que más fama le dio a su autor: la colección de perlas de la estupidez nacional, recogidas y comentadas por la R., para documentar nuestro optimismo.

En Por mi Madre, Bohemios, Monsiváis ejercía una burlona crítica profunda del país —y, sobre todo, de sus clases dominantes—, a través del método de mostrarnos el espejo que nos horrorizaba ver.

Allí se declaró en guerra constante contra la imbecilidad declarativa que puebla planas y planas, y abarca una cantidad inacabable de ondas hertzianas y catódicas. El autor (la R.) fue acusado de pepenar en la más baja inmundicia político-literaria para hacerse de sus perlas: ese era precisamente el problema, no hay que sumergirse mucho en este país para encontrar toneladas de mierda con “misión y visión”.

Al mismo tiempo, el suplemento –y particularmente su sección- se constituían en una defensa apasionada del idioma español, contra el emputecimiento de las palabras al que lo someten funcionarios, burócratas y periodistas de baja estofa. (“Por favor, dejen de llamar tragedia lo del ABC; fue una contingencia administrativa”).

La R. era propositiva (imaginó telenovelas patrocinadas por el Episcopado como Mirada de Cardenal o Nubes de Castidad, o la misógino-didáctica Mujer que sabe Latín ni Encuentra Marido ni Tiene Buen Fin) y tenía buen corazón, por lo que siempre se solidarizaba con los declarantes. Era un juego delirante.

Monsiváis editor era extraordinario. Sabía qué agregar, qué quitar y cómo cabecear. Así, por ejemplo, a un análisis sobre el sindicalismo en las empresas productoras de autos, Monsi le ponía una cabeza nada sobria: “Los coches van por la vía, como aguinaldo de la burguesía”. Un título atractivo, que servía a la vez de resumen y colofón y que, de pilón, tenía una referencia lopezvelardiana que, de manera casi mágica, transportaba al lector al porfirismo. Genial.

Mucho más que un ocurrente, Monsiváis fue un creador incansable de aforismos. Y él mismo lo escribió: “Una celebridad se distingue porque es poseedora certificada de una idea y el que tiene una idea que la cuide, que la cuide”.

Finalmente, es importante hablar del Carlos Monsiváis ciudadano. Por su historia personal y por sus convicciones, siempre estuvo en la izquierda, pero no del lado del dogma. Dos fueron sus luchas fundamentales: a favor del laicismo y de los derechos de las minorías. Criado en el protestantismo, siempre vio con desconfianza los intentos de la Iglesia Católica por arrogarse la representación de todo el país, criticó los abusos eclesiásticos –históricos y actuales- y ha mantenido a la sociedad en guardia contra los intentos de terminar con el Estado laico. También su labor fue muy importante en la defensa de los derechos de la comunidad homosexual, negados durante décadas por la hipocresía priista y por el filoclericalismo de Acción Nacional. En su apoyo a los movimientos políticos y sociales, tuvo el tino de corregirse cuando se equivocó y de llamar a la racionalidad cuando ésta desaparecía (como con el plantón de López Obrador).

Monsiváis se va, pero no se va. Deja muchos amigos y bienquerientes. Para documentar nuestro optimismo, deja obra y deja escuela. Tal vez haya quienes, para documentar nuestro pesar, sientan un descanso con su ausencia: los obispos, los funcionarios de todos los partidos, los farsantes y los estúpidos

miércoles, junio 16, 2010

Biopics: El partido, en la universidad

Durante los años setenta, las universidades públicas mexicanas crecieron rápidamente. Esto se debía, fundamentalmente, a dos cosas. La primera es que la evolución demográfica de la población y los años de contínuo crecimiento económico habían generado una demanda creciente por la educación superior: jóvenes a los que la situación económica familiar no forzaba a trabajar y que deseaban ser parte de la movilidad social que se vivía. La segunda, que los gobiernos de entonces –a diferencia de los actuales- tomaron el financiamiento a la educación superior como una de sus prioridades. Esto no fue sin contradicciones, porque una corriente de pensamiento dentro del gobierno se mostraba preocupada por el activismo opositor en las universidades, y quería condicionar la entrega de subsidios a informes de rendimiento académico, que llevaban implícito un seguimiento político y que, en los hechos, minaban la autonomía universitaria.
La matrícula creciente implicaba, a su vez, una demanda cada vez mayor por personal académico. Las universidades se inundaron de profesores jóvenes e inquietos y tendencialmente de izquierda. Era la situación ideal para que se impulsaran muchas transformaciones en las universidades y, en particular, para el desarrollo del sindicalismo académico.
Entre los muchos dogmas que poblaban al PMT, uno era el desinterés por la política universitaria –a pesar de que su dirigente máximo, Heberto Castillo, saltó a la fama precisamente por su tarea al frente de los profesores de la UNAM durante el movimiento del 68-, bajo la idea de que la prioridad eran “los trabajadores”.
Se desarrolló, así, una contradicción flagrante. En muchas partes del país, la mayoría de los cuadros del partido eran universitarios, pero no participaban políticamente en sus instituciones, o si lo hacían, era a título personal.
Hay dos razones detrás del rechazo de Heberto a este tipo de política. Una era diferenciarse del PCM, que tenía presencia importante en las universidades y que gastaba buena parte de sus energías en ellas, tal vez demasiadas. Otra era un rechazo a los intelectuales, que pocos años más tarde Adolfo Gilly criticaría con socarronería, en un artículo titulado “El Burro y la Computadora”: recuerdo que según el artículo, a Heberto decían importarle los del burro y no los de la computadora, porque él quería ser el único en usar la computadora. Detrás de esa visión antintelectual había un igualitarismo reductor que estimulaba el atraso como si fuera un valor y se traducía en la sacralización imitativa de algunas voces en detrimento del intercambio plural de las ideas. Cosas que todavía se ven ahora en la izquierda nacional.
El PMT había hecho propia la idea de que el pueblo sólo estará dispuesto a sumarse a una nueva organización política si reconoce en ésta sus propios planteamientos y, por lo tanto, había que trabajar muy cerca de la gente y, de alguna forma, traducir las aspiraciones del “pueblo despolitizado”. Eso está muy bien, pero de ahí pasaban, en primer lugar, a que la dirigencia nacional se autodefiniera como intérprete de la voluntad del pueblo, y también a actitudes que no sé si calificar de populistas o de ingenuas. Por ejemplo, los desplegados del PMT no aparecían en Excelsior o en unomásuno, que eran entonces los diarios más influyentes, sino en La Prensa, el periódico dedicado a la nota roja; el que –según dictaba el estereotipo- leían los obreros (es decir, “el pueblo despolitizado”) y que, de paso, era hiperpriísta en su línea editorial.

En Sinaloa, tras los roces con Demetrio Vallejo en la asamblea estatal del partido, nos había quedado claro que haríamos muchas cosas sin pedirle el visto bueno a la dirigencia nacional. Una de ellas fue incurrir directamente en la política universitaria.
Nos propusimos colectivamente, por un lado, el mejoramiento académico de la institución, que implicaba el combate a las tendencias masificadoras a ultranza y el estudiantilismo (otorgarle demasiado poder a la “base” estudiantil) propias de la ultra; promover la utilización de la universidad como espacio de práctica y aprendizaje de la democracia y, por el otro, procurar la mejora laboral de los trabajadores, a través del SPIUAS (Sindicato de Profesores e Investigadores de la UAS).
En realidad lo que hicimos con esa decisión fue acabar con un simulacro y responder al origen mismo del PMT en el estado. Los Chemones habían nacido en la UAS, allí habían aprendido a hacer política, allí se habían hecho amigos y compañeros. En la Escuela de Economía, el PMT funcionaba como partido hegemónico y en otras escuelas había presencia importante. Nos faltaba unificar políticas y participar activamente en el sindicato, en el que dejábamos al PCM hacer y deshacer con tal de no ceder espacios a los herederos de Los Enfermos. Era también un mecanismo para que participaran más en el partido aquellos universitarios que no tenían tiempo o vocación para las labores de organización con campesinos, obreros, pescadores y colonos –que, por otra parte, no descuidamos.
Nombramos al Wally Meza coordinador del trabajo universitario, y nos inventamos para él la posición de “auxiliar de la presidencia del Comité Estatal”. Hicimos un repaso de nuestra fuerza en la UAS y resultaba que cerca de la tercera parte de los profesores eran miembros o simpatizantes del partido, que teníamos más estudiantes que el Partido Comunista y que había varias escuelas en las que podíamos tener una influencia notable. Por el lado sindical, armamos planillas para el Consejo General de Representantes, y obtuvimos aproximadamente un tercio de los puestos –allí estábamos, entre otros, Guevara, Renato Palacios, Jaime Palacios y yo-. A partir de ahí, tejimos una alianza con el PC para las elecciones que renovarían el comité ejecutivo sindical –una política hasta cierto punto contrapuesta a la que preconizaba la dirigencia nacional del partido, que trataba a todos los sindicatos como si fueran charros- en la planilla Unidad Democrática, que derrotó a la ultra y se quedó con 8 de las 11 carteras del comité, cuatro de las cuales fueron para compañeros nuestros, incluido Renato como Secretario de Organización.
La participación en el SPIUAS también significaría un acercamiento con el grupo al que considerábamos más afín en ese terreno, el Consejo Sindical, surgido en la UNAM. En el Consejo estaba mi cuate Raúl Trejo, pero la relación se estableció principalmente a través de Pablo Pascual. Este acercamiento tendría repercusiones posteriores.

jueves, junio 10, 2010

La Generación del Bicentenario

Dijo el presidente Calderón, en uno de sus arranques de retórica, que la nuestra es la “Generación del Bicentenario”. A mí, la verdad, me dio ñáñaras.

Resulta que, por razones de edad, pertenezco a la generación referida por Calderón –la que en estos momentos influye más en la vida nacional- y resulta también, que no tenemos mucho de que vanagloriarnos.

¿Cuál sería la “Generación del Bicentenario”? A mi entender la formamos, grosso modo, quienes nacimos entre 1952 y 1968, y que hoy tenemos entre 41 y 58 años. Somos, como decía Eduardo Valle, El Búho, los “hermanos menores” de la Generación del 68, los que participamos poco o nada en ese movimiento, pero vimos la represión y estábamos destinados, según él, a hacer la revolución (a instaurar la democracia). Somos, en palabras de Carlos Monsiváis hace cuatro décadas, “la primera generación de gringos nacidos en México”. La generación en cuya vida adulta hubo sólo islas de estabilidad económica en un mar de inestabilidad y crisis recurrentes. La que vivió, con conocimiento de causa, el polémico proceso electoral de 1988 y la caída del comunismo soviético y del mundo bipolar. La generación a la que se le derrumbaron las capillas ideológicas.

Nos antecedieron la recia Generación del 68 –nacidos por lo general entre 1941 y 1951- y, antes de ellos, la generación del desarrollo estabilizador. Nos siguen las generaciones X, Y, y la que todavía no tiene nombre, y que son las que tienen más posibilidades de sacar al país del hoyo, porque no es una cuestión de ganas, sino de formación.

Calderón no es el primero en cantar las glorias (esta vez a futuro) de este grupo etario. Ya ha sido definido como el que forjó la transición democrática. Si hemos de ser honestos, los iniciadores de la transición fueron, en su mayoría, miembros de la Generación del 68 –de izquierda, la mayoría, pero también hubo panistas y priístas- y a la nuestra le tocó solamente jugar un papel de cierta importancia en la consumación de dicha transición.

Si hemos de encontrar un símil, ahora que andamos revisando la historia nacional, tal vez se pueda encontrar en la generación que consumó la Independencia, bien diferenciada de quienes iniciaron la gesta hace dos siglos. La generación de Guerrero, Iturbide y Gómez Farías, pero sobre todo, la de Nicolás Bravo, Anastasio Bustamante, Mariano Paredes, Valentín Canalizo, José Joaquín de Herrera, Mariano Arista y, como figura emblemática que los envuelve a todos, Antonio López de Santa Anna.

¿Cuáles son las características centrales de esa generación de claroscuros? Que deseaba la independencia de México, pero no tenía idea clara de qué quería después. Salvo unos cuantos convencidos –como los tres primeros personajes de la lista-, la mayoría de la clase política de entonces se la pasaba en un vaivén constante de posiciones. En medio de la disputa entre federalismo y centralismo –que en realidad era una batalla en pro y en contra de los fueros-, cambiaban de posición a conveniencia, mutaban alianzas y hacían del transformismo político práctica cotidiana. Esbozaban proyectos de nación, pero por encima de ellos, a menudo pasaban los proyectos personales: el poder por el poder mismo. Y luchaban encarnizadamente, de espaldas al país, por obtenerlo o mantenerse en él. Todo ello, cubierto de una gruesa capa retórica: cada caudillo se declaraba dispuesto a derramar por la patria hasta la última gota de su sangre.

El resultado fue desastroso. Años de caos y guerras intestinas. De expoliación a las clases productivas. De pérdida de la mitad del territorio nacional. De mantenimiento de fueros y privilegios. De boato casi monárquico de parte de los políticos poderosos, en un país desangrado y estancado. Y lo que le siguió fue la guerra civil abierta y la intervención francesa.

Sería otra generación, la de los liberales encabezados por Benito Juárez, la que, con la restauración republicana y el fin de los fueros, sentaría las bases para la consolidación de México como nación.

El transformismo, la demagogia, la separación entre la clase política y el resto del país, el mantenimiento de privilegios, la ambición personal y partidista que pasa por encima de principios y que pretende sustituir la falta de rumbo definido, el boato, el encumbramiento de personajes menores, la tentación por la llegada del “hombre providencial” (que en aquel entonces siempre era Santa Anna), los enconos puestos por delante de las necesidades de la nación, que impiden llegar a acuerdos, son todas características compartidas con aquella triste época.

Hay similitudes, pero –afortunadamente- también hay diferencias.

La principal es que, a diferencia de la del Siglo XIX, la generación consumadora mexicana cuenta con instituciones democráticas, que algunos de sus miembros contribuyeron de manera sustantiva a edificar. Con todas sus deficiencias, estas instituciones son el mejor valladar contra cualquier tentación de providencialismo autoritario y contra el caos y la revuelta –por eso, precisamente, no ha faltado el exaltado que ha intentado torpedearlas-.

También contamos con una masa crítica de población informada y de analistas de la realidad nacional. Ni esa masa crítica constituye mayoría, ni todos los analistas escapamos de la retórica y del negativismo que vende, pero no propone; sin embargo, la sociedad mexicana se ha mostrado capaz de utilizar su libertad de expresión y de acotar, de manera colectiva, algunos de los peores excesos del poder. Ventajas de la democracia.

Y es cierto, finalmente, que el país camina aun a pesar de la pérdida de valores y de los costosos devaneos de su clase política, a través del esfuerzo de millones de mexicanos comunes y corrientes.

Esas condiciones deberían permitirle a la “Generación del Bicentenario” algo más que “preservar las libertades”, como dijo el Presidente. Ya consiguió la democracia, pero no ha sabido, bien a bien, qué hacer con ella. No ha sido capaz de hacerla socialmente eficiente.

La cuestión es –como hicieron los liberales decimonónicos en su momento- encontrar el punto nodal. El país requiere un cambio en su modelo de desarrollo, que lo oriente en primer lugar, a terminar con los privilegios, que siguen estando en el centro de todos los problemas nacionales. Y también necesita retomar valores humanos esenciales, como la solidaridad, la justicia, el trabajo como formador de riqueza material y espiritual, la honestidad, la laicidad, la educación integral. Aunque no “vendan”.

Veremos qué tanto avanza la generación pomposamente bautizada por Calderón. O si tendrán que venir las generaciones X, Y, y la que sigue, a hacer la tarea que no fuimos capaces de terminar.

martes, junio 08, 2010

Jaime García, por el sendero del Toro Valenzuela

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Mexicanos en GL  Mayo

Cruel en otras temporadas, mayo de 2010 fue pródigo con los peloteros mexicanos en Grandes Ligas. Lo más notable, sin duda, que Jaime García haya estado a un solo inning de empatar la marca de Ligas Mayores de más salidas de calidad seguidas para un lanzador novato, que estaba en poder, ni más ni menos, que de Fernando Valenzuela en su inolvidable 1981. Además, González, Cantú y Barajas siguen muy productivos al bat, y Gallardo y Soria se consolidan como jóvenes estrellas del montículo.

Aquí, antes de que nos agarre la vorágine futbolera, la segunda entrega del análisis de los mexicanos en Grandes Ligas, en orden de su desempeño individual de toda la temporada.

Jaime García va en serio. Sus siete primeras salidas a la loma de pitcheo fueron de calidad (seis o más entradas lanzadas; tres o menos carreras limpias recibidas). Necesitaba otra más para igualar la marca de Fernando Valenzuela, pero en el partido contra Florida hizo demasiados lanzamientos en las primeras cinco entradas y, aunque tenía en ceros a los Marlines, fue sustituido por un bateador emergente. Luego, el de Reynosa se ha despachado otras tres salidas de calidad: lleva 10 en 11 aperturas (el de Etchohuaquila tendría que esperar a su salida 12 para llegar a 9). Sin la espectacularidad del Toro, que propinó cinco blanqueadas en sus seis primeras salidas, Jaime ha mostrado una consistencia excepcional. García ha admitido 1.42 carreras limpias por entrada lanzada y es el segundo pitcher más efectivo en Grandes Ligas; a estas alturas de la temporada de 1981, la efectividad de Valenzuela era de 1.89. Sin el mismo apoyo ofensivo, la foja de ganados y perdidos de García es de 5-2; la de Fernando en su año del Cy Young era de 8-2. Y Fernando era más ponchador: llevaba 77 chocolates, frente a 55 de Jaime. El mero hecho de poder compararlos ya habla del temporadón que está teniendo el de los Cardenales.

Adrián González había empezado bien el año. Siguió mejor y, tras un breve slump a finales de mayo, encendió su bate al máximo. El tijuanense primera base de los Padres batea para .288, con 13 jonrones y 38 carreras producidas. Bateando en el parque más hostil a los bombarderos, ya está en la lucha por el liderato de cuadrangulares. El buen paso de San Diego hace difícil que se haga realidad lo que muchos deseamos: que lo vendan a un equipo con parque amigable y destroce los récords ligamayoristas.

Jorge Cantú salvó con bien su tradicional escollo de mayo. Aunque bajó en porcentaje y en número de impulsadas, el tamaulipeco no parece enfriarse y ha iniciado bien el mes de junio. Sus números, en lo que va del año, .289, con 8 vuelacercas y 43 producidas, que lo colocan en tercer lugar de la Liga Nacional.

Yovani Gallardo dejó atrás los nervios del inicio de temporada y lleva diez aperturas seguidas sin perder. Lanzó el 28 de mayo la primera blanqueada de su carrera y lleva ocho salidas de calidad. El único abridor respetable de los Cerveceros, tiene 6 ganados, 2 perdidos, un muy buen 2.64 de PCL y ha propinado 77 ponches. Tiene, además, un futuro brillantísimo.

Joakim Soria está empezando a ser demasiado grande para su equipo, los Reales de Kansas City, por las pocas oportunidades de salvamento que le presentan. Aún así, está entre los líderes de la Americana. De 21 ocasiones que ha ido a la loma de las responsabilidades, sólo en 3 le han hecho daño. Lleva 0 ganados, 1 perdido, 13 salvamentos (llegó a 102 en su carrera), 2 salvamentos desperdiciados, 2.49 de carreras limpias y 29 ponchados. Se empieza a especular que será traspasado a una escuadra contendiente.

Rod Barajas  continúa dando muestras de su poder al bat. Tuvo un mayo excelente, con .304, 6 jonrones y 19 producidas. Al momento, su promedio del año es de .267, con 11 cuadrangulares y 30 impulsados.

Alfredo Aceves ganó otro juego en mayo, en relevo largo, pero se lesionó la espalda. Se habla de una posible cirugía, que terminaría con su temporada. El Yankee de Sonora lleva marca de 3-0, un juego salvado, 3.00 de PCL y un hold (ventaja sostenida en situación de salvamento).

Dennys Reyes. El especialista zurdo de Higuera de Zaragoza tuvo un mayor perfecto. Apareció 14 veces en el montículo, y no le anotaron. Inició junio, sin embargo, con una derrota. Su marca del año 2 ganados, 1 perdidos, 4 holds, dos rescates desperdiciados y PCL de 2.65.

Jorge De la Rosa pasó el mes en la lista de lesionados. Apenas ha vuelto a lanzar desde la lomita y se espera que el regiomontano regrese a los Rockies a principios de julio. Lleva récord de 3-1, con 3.91 de CL y 26 ponches.

Scott Hairston  también visitó la lista de lesionados, pero sólo por la segunda quincena de un mayo que había comenzado frío, y regresó caliente en junio. El jardinero de los Padres Lleva .238 de promedio, con 7 vuelacercas, 15 remolcadas y 3 robos.

Francisco Rodríguez fue vuelto a llamar por los Ángeles de Los Ángeles (los que juegan en Anaheim, pues) y en 7 entradas y un tercio, ha admitido sólo tres hits, no ha permitido carrera ni dado pasaportes. En cambio, 9 bateadores han sido ponchados por él.

Elmer Dessens es como aquellas pilas. Sigue y sigue. De vuelta en la Gran Carpa, como relevista de los Mets, el sonorense ha hecho una buena labor, con tres holds, y una efectividad de 1.42 en poco más de 6 entradas lanzadas. Perdió un juego.

Jerry Hairston Jr. ha cumplido a secas como shortstop de los Padres. Bien en el campo, regular –pero al alza- al bate. En mayo, su promedio fue de .258, con 3 jonrones y 14 producidas, lo que mejora sus números del año a .240, 3 cuadrangulares, 19 remolcadas y 4 robos.

Rodrigo López
se ha estabilizado en la rotación de Arizona, y ha tenido 7 salidas de calidad, poco apoyadas ofensivamente por su equipo. También ha lanzado muy mal en 3 de sus aperturas. Tiene récord de 2-4, 4.27 de PCL (apenas arribita del promedio de la liga) y 45 ponches.

Ramiro Peña es visto como un jugador de gran futuro por los Yanquis. Ante la perspectiva de bajarlo a AAA para que tuviera más actividad, los directivos del Bronx prefirieron usar de vez en cuando a los superestrellas Derek Jeter y Alex Rodríguez como bateadores designados para darle juego al regiomontano, que siempre se luce con el guante y ahora batea para .227 con 6 producidas, 10 anotadas y 2 robos de base.

Juan Castro tenía la titularidad en Filadelfia, era suya y la está dejando ir, primero con una lesión y luego con un slump de bateo. Tras un pobre mayo y una paupérrima primera semana de junio, su promedio bajó a .227, con 11 producidas.

Oliver Pérez va de nuevo rumbo a la tumba beisbolística. El talentoso y muy bien pagado zurdo de Culiacán nomás no ha encontrado el plato. Fue removido al bullpen de los Mets y tampoco allí funcionó. Se acordaron que tenía una lesión en la rodilla, que agrava su chafitis aguda, su desconcentritis crónica y su inefectividadis carreralímpida. Ojalá, en buena onda, que lo más grave sea la rodilla. Su marca en el año, 0-3, 6.28 de limpias, 2 embasados por entrada lanzada. Su futuro con los Metropolitanos, inseguro: ha sido una de las peores apuestas financieras del gerente Omar Minaya.

Marco Estrada fue activado por los Cerveceros, que no han podido establecer un cuerpo relevista estable. El sonorense fue vapuleado en cinco de sus siete apariciones, hasta ser diagnosticado con “fatiga en el hombro” (otro nombre para la chafitis aguda) y enviado a la lista de lesionados. Su marca es de 0-0, con 9.53 de PCL.

Augie Ojeda es un utility poco utilizado. Batea para .154, con dos producidas.

Luis Mendoza (0-1, 22.50 de PCL) se mantiene en ligas menores.