lunes, mayo 28, 2007

Sueño 8: En el Cine con Brehznev (23-VII-1973)

He comentado que he escrito algunos de mis sueños, desde que tenía 16 años.
Este es uno que corresponde a la época que he reseñado en los Biopics.
He respetado la redacción original.

Sueño 8.
En el Cine con Brehznev
23 de julio de 1973

Estoy esperando la entrada a un cine, la película tiene lugar en una especie de museo o convento, a unos 20 metros de distancia. Distingo en la entrada a Eduardo Mapes y Jonathan Davis. Janette me pide que le aparte lugar porque va a llegar al rato. Cuando llego adonde Jonathan, veo que no es Eduardo, sino una gringa con el pelo parecido al de él. Luego llegan Eduardo, el Pino y algunos grillos, acompañando a Leonid Brehznev. Pino, de mezclilla; Eduardo, sintiéndose importantísimo. Me les uno. Ahora sí parece cine normal. Pienso en no criticar al P.C. enfrente de Brehznev. Llegamos y nos sentamos en una iglesia. En el altar hay varios sacerdotes, y un barbón, quien dice:
-Aquí hay alguien muy famoso. Que levante la mano.
Y Brehznev se levanta feliz, agitándola lo más posible. Estoy sentado a su derecha –Pino a su izquierda-. Sonrío. Se apagan las luces y empieza la película (por dos o tres escenas, adivino que es inglesa, de suspense). Por angas o por mangas, Pino y los demás tienen que irse, dejándonos solos a Brehznev y a mí. Aparto sus lugares con discos, y por el resto de la película he de defenderlos contra gañanes medio nazis que buscan asiento.
Cuando termina la película recuerdo que había quedado de verme con Janette, salgo corriendo por ella. Cuando llego a una salida no muy definida veo a una muchacha parecida pero demasiado pintada; “no puede ser ella”, me digo. Recuerdo de repente a Brehznev, lo dejé solo, vuelvo disparado hacia donde él estaba, tengo que batallar contra la marea de gente que sale de la función que ha terminado.
Llego apenas a tiempo para hacer una valla y una caravana a Leonid. Bajamos conversando (Brezhnev habla español con marcadísimo acento ruso), lo dejo en la salida y le digo que tengo que regresar por los discos.
-Lo acompañaré, después de lo amable que ha sido conmigo no puedo sino hacerlo –dice Leonid.
Subimos con la gente de la segunda función. Por el otro lado de las escaleras baja Raúl Trejo, sudando a chorros. Brehnev lo saluda.
BREZHNEV: Hola Raúl.
TREJO (dirigiéndose a mí): Con quién te juntas, Pancho.
Brehnev espera en el pasillo, mientras intento recuperar mis discos de unos “nazis” que se quieren quedar con ellos. Los olvidan cuando descubren el morral de Eduardo, la mochila de Luis, un suéter y unos discos, al parecer de Chanoc.
-Mira, aquí hay otro botín.
Vuelvo a discutir y recupero morral, suéter y mochila. Uno de los cuates se sienta en los discos de Chanoc y se dispone a ver la película.
Al salir del cine, me encuentro con el librero de mi recámara. “Qué idiotez organizar una función de cine en mi cuarto”, pienso. En una de esas le vuelo los discos, sin que se dé cuenta, al nazi que estaba sentado sobre ellos. Medio cayéndoseme las cosas, salgo del cine y encuentro a Brehznev esperando pacientemente.
-Perdone que lo haya hecho esperar tanto –le digo.
-No es molestia –dice-. Además, he aprendido.
-¿Qué? –le pregunto.
-Que no hay que ser ambiciosos ni transas.

martes, mayo 22, 2007

Biopics: ¿No queremos apertura? ¿Queremos revolución?

Los primeros años setenta fueron muy complicados para la izquierda. Por una parte, el desenlace del movimiento del 68 había llevado a varios grupos a la radicalización y la guerrilla; por otra, el carácter semi-ilegal de las organizaciones socialistas (parafraseando a Echeverría, no eran ni reconocidas ni clandestinas, sino todo lo contrario); finalmente, la llamada “apertura” echeverrista había atraído a no pocos progresistas cansados. La apertura consistía, fundamentalmente, en una pequeña dosis de autocrítica (“¡Qué magníficamente autocrítico es el Señor Presidente!” decía la prensa), una mínima apertura a la libertad de expresión (que a fines de sexenio demostraría su mezquindad con el golpe a Excelsior) y el conocido discurso tercermundista que, junto con el elevado gasto público, tenía muy molestos a los sectores más conservadores del empresariado.


La consigna dominante en la UNAM era “No queremos apertura, queremos revolución”. Lo que no nos quedaba muy claro a muchos era si queríamos revolución porque la apertura era insuficiente, por lo que era necesario ensancharla, o si la apertura era una trampa burguesa (en otras palabras, si Pinochet y Echeverría eran “la misma porquería”) y la revolución era la neta. Las ideas corrían y chocaban entre sí.


Del lado aperturista había nacido una agrupación, el CNAO –Comité Nacional de Auscultación y Organización- que pretendía formar un partido legal de izquierda. En un principio, Octavio Paz y Carlos Fuentes participaron. Paz lo abandonó muy pronto, supongo que molesto ante el talante poco liberal de muchos de los otros organizadores. A Fuentes se le atribuye la frase “Echeverría o el fascismo”, aunque él dice que en realidad es de Fernando Benítez (después de conocer al viejo Benítez, a quien no respeto, le creo a Fuentes): el caso es que dejó ese esfuerzo, que fue durante mucho tiempo encabezado por el ingeniero Heberto Castillo. Fuimos a algunas conferencias de Heberto, y era agradable sentir su optimismo respecto a la creación de un gran partido de izquierda, no dogmático, capaz de tomar lo mejor de México y transformarlo. Pero dedicaba buena parte de su tiempo a criticar a la otra izquierda, al Partido Comunista, a las organizaciones a veces efímeras que surgían de esa sopa primordial.


En Economía, Castillo era “Heberturo” y sus seguidores, “heberturistas”. Pablo Gómez señalaba en las asambleas que la burguesía nos reprimía, claro, porque eso está en la naturaleza de la lucha de clases y cuando tomáramos el poder, seguro que reprimiríamos a la burguesía. Y uno se quedaba pensando: “no, pus sí, los burgueses no se van a dejar tan fácil, pero… tampoco podemos tomar el concepto dictadura del proletariado así de literal… si en las democracias hay, en el fondo, dictadura burguesa, ¿por qué no puede haber una democracia que, en el fondo, sea dictadura proletaria pero sin dejar de ser democracia?”


Había un lugar en el mundo en donde se estaba tratando de hacer precisamente eso: una dictadura proletaria en el marco de las instituciones de una democracia actuante: Chile, con el presidente socialista Salvador Allende. Mi generación siguió el proceso chileno con atención. Sabíamos que los “momios” no se iban a dejar: ahí estaban, defendiendo sus privilegios, y con ellos, la Kennecott Copper, tratando de sabotear el esfuerzo del gobierno y los mineros; ahí estaban Nixon y Kissinger poniendo piedras en el camino de Allende –y tachuelas en los caminos para que se poncharan las llantas de los camiones y el desabasto dañara la reputación de la Unidad Popular-. Los más ultras querían que Allende radicalizara discurso y acciones, y se enojaron con la visita de Estado que hizo a México, que vieron como un espaldarazo a la política exterior de Echeverría, siempre en busca del liderazgo de los no-alineados. La mayoría teníamos la esperanza de que se pudiera alcanzar el socialismo por la vía pacífica.


Pero aquí las cosas eran complicadas. La marcha contra la Kennecott fue prohibida. Los pocos grupitos que salieron de Chapultepec fueron perseguidos por la policía; se volvían a agrupar y recorrían las laterales de Reforma, adonde los correteaban y les daban toletazos. Varios de nosotros seguíamos las acciones desde el camellón contrario. A Beatriz Novaro se le ocurrió pararse sobre una de las bancas de piedra de Reforma para ver mejor las acciones, y la bajaron de un toletazo en la corva. En otra marcha frustrada a favor de Allende me tocó estar de copiloto en el coche de Víctor y quedarnos de sándwich entre los manifestantes que avanzaban por la lateral y los cuicos que iban a golpearlos. Víctor aceleró y por un instante pensé que iba a atropellar a los policías, con consecuencias terribles, pero pocos metros antes de encontrarlos, dobló a toda velocidad por la calle de Toledo. Para nosotros la apertura fue una cosa de mentiritas, así lo vivimos.


Así nos iba a los estudiantes semi-legales en la Ciudad de México. En otras partes, y con otros opositores, la cosa era peor. Víctor fue una vez a Acapulco con su amigo Mike y pedían aventón de regreso cuando los detuvieron unos militares –que veían como peligroso a todo joven greñudo-. Les preguntaron qué estaban haciendo y ellos respondieron con la verdad. Entonces un soldado le dijo a Víctor: “¡Anda, corre, corre!”. Víctor no corrió y al rato los dejaron ir. Pocos días después nos llegaron los rumores de que le habían hecho lo mismo a una chava –una guerrillera, quisimos creer- y le dispararon por la espalda mientras corría hacia la Diana que está en la Costera de Acapulco.

Eran muchos los cantos políticos a nuestro alrededor, y no sabíamos si eran de sirenas. Queríamos democracia. También queríamos un cambio profundo en las relaciones sociales. No sabíamos si uno era imposible con la otra. O sin ella. Pensábamos que el experimento chileno nos sacaría de dudas. Pero el final terrible que tuvo sólo sirvió para ahondarlas.

jueves, mayo 03, 2007

Biopics: La Casa bajo Las Brisas

La familia de Julián Tonda tenía una casa en Acapulco. Estaba en un fraccionamiento debajo del Hotel Las Brisas. Tenía una vista increíble a las dos bahías: la de Acapulco y la de Puerto Marqués. También alberca, cocina, sala, y varias recámaras. Como quien dice, estaba poca madre.

Fuimos varias veces allá, en distintas combinaciones –normalmente apiñados en el coche de Julián- y con diferentes pretextos. A veces recalaban cuates que habían llegado en camión (Chucho Betancourt convertido en camarón). En una de las primeras ocasiones, Jorge Munguía estuvo particularmente simpático, con sus imitaciones de “el águila” y “el abuelito”. Tal vez demasiado simpático, porque se ligó a la novia de Julián y –principalmente por eso, pero también por razones ideológicas- se enemistó con el resto del grupo. Munguía dejó la escuela (en tercer semestre se inscribió en muchísimas materias y reprobó casi todas), vivió un tiempo en Inglaterra, con la ex de Julián, a quien le hizo la vida de cuadritos, según contaban, y no lo volvimos a ver.


En otra ocasión fuimos puros hombres. Y la primera noche empezamos a beber. Eduardo Mapes servía tragos cada vez más fuertes pero, en la discusión filosófico-político-existencial, apenas nos dábamos cuenta. El caso es que, uno a uno, fuimos cayendo. El primero fue Edmundo Cox; luego fui yo, en la segunda borrachera de mi vida.

Mapes y Julián andaban en plan ligador, pero eran bastante malitos. En la playa, Foncerrada se ligó a unas gringas, diciéndoles que éramos un grupo de becarios a quienes nos habían prestado la casa para hacer una investigación sobre epistemología (acababa de leer a Cassirer). Las invitó para que fueran a la casa en la noche y aceptaron. Ellas eran tres, así que decidimos que a Julián le tocaba una y la tercera se sortearía entre los demás. Ganó Cox, así que Mapes, Manuel de Alba y yo nos tuvimos que ir a una esquinita a jugar dominó. No nos podíamos concentrar muy bien mientras escuchábamos risotadas y juegos a nuestras espaldas. Sin embargo, al rato, llegaron Julián y Luis con sus respectivas gringas, pusimos música y platicamos en onda tranquila (“son unas pendejas”, me susurró Foncerrada). Para nuestra sorpresa, el peruano Cox seguía en el columpio con su nueva amiga, parecían acaramelados.

Unos minutos después, llega Cox visiblemente encabronado y me dice:

-Pancho, tú que sabes bien inglés… ¡Explícale a esta pendeja lo que es el cogobierno!

Hubo otros intentos de ligue. Cuando los encabezaba Foncerrada parecían dirigirse a buen puerto, pero llegaba Mapes y el asunto se cebaba (como que era muy obvia su vehemencia). Finalmente uno cuajó. Estábamos desayunando y nos pusimos a hacerla de payasos (saludando en imitación Echeverría) a unas chavas, que resultaron canadienses. Como éramos muchos para el vochito, Foncerrada primero llevó a Julián y Eduardo con las canadienses, recogió a los demás y regresó a la casa bajo Las Brisas. El auto serpenteaba en descenso y desde ciertos ángulos se veía a nuestros cuates ponerles bronceador en la espalda a las chavas. Por eso no nos sorprendió que, a nuestra llegada, Julián bajara como alma que lleva el diablo y nos dijera: “¡O regresan con viejas, o no regresan!”.

Nos fuimos a revolcar a las olas de Revolcadero. Allí estuvimos como dos horas. A Luis no lo calentaba ni el sol quemante de esos momentos. Se voltea y me dice: “Creo que ya les dimos suficiente tiempo. Si no hicieron nada, pedo suyo”. Luego me reitera: “Tú y yo podemos ligar a las que queramos”. Entendí que su plan era el boicot. Ojete, pero divertido.

La pasamos muy bien un par de días, e incluso allí celebramos mi cumpleaños, con una carne muy dura que prepararon las canadienses. El boicot funcionó, Julián no nos lo perdonó en toda su vida, y creo que Mapes tampoco.

Una tercera ocasión memorable fue en el famoso “trabajo de campo” de la clase de marxismo. La meta era Agua de Obispo, Guerrero, una población cercana a donde unos parientes de Jorge Carreto tenían un ranchito. Era una banda de once, en tres autos. Los cinco originales de La Mira, Carreto, Víctor Monjarás, Rolando Isita –un cuate sateluco de Mapes que ni siquiera estaba en el grupo de Martínez Contreras-, Elvia Avila (Lili), Gisele Pérez Moreno y Beatriz Novaro. En el camino, el coche que manejaba Foncerrada no tomó la desviación, “se perdió”, y sus ocupantes llegaron a Acapulco. Regresaron a Agua de Obispo y relataron que el mar estaba pocamadre. Pasamos la noche en el ranchito, tomando vino, cantando y escuchando a Isita discurrir sobre la inexistencia de Dios, que es algo que los demás dábamos por descontado. Entre trago y trago decidimos que podíamos dividir el viaje en dos etapas: una en Acapulco, en casa de Julián y la otra, en Agua de Obispo. Al día siguiente fuimos a la casa bajo Las Brisas y no volvimos ni al ranchito ni al pueblo.

Varios momentos se quedan grabados en la memoria. Beatriz y yo describiendo sensaciones eróticas al comer cada marisco crudo, la imagen del callo de hacha que se desliza en su boca. La escapadita a Puerto Marqués que hicimos cinco de nosotros: Beatriz, Carreto, Isita, Víctor y yo, el mar, la charla, el pescado y unos cigarros que nunca me han vuelto a saber tan bien (entonces fumaba muy poco, y sólo de gorra). Víctor que se lanza en pelotas a la alberca. La música de Cat Stevens, soundtrack entrañable de aquella casa.

Las noches eran de discusiones un poco bizantinas, algo vociferantes, bastante pretensiosas y –en la mayor parte de los casos- con mucho menos sustancia de lo que suponíamos. Pero eran sabrosas. La única que terminó siendo paradigmática (nótese cómo sigo utilizando términos kuhnianos) fue la que enfrentó a Jorge Carreto con Julián Tonda. Jorge –a quien le apodamos Chanoc porque podía patear cocos con sus pies extravagantes y porque podía esquiar con un solo esquí- abogaba por lo que hoy llamaríamos “desarrollo sustentable”: moderar el crecimiento para no deteriorar el medio ambiente. Julián lo hacía por una industrialización incluyente. Su argumento: “Sí, está a toda madre el paisaje, con sus arbolitos y su agua limpia, pero detrás de ese paisaje está la miseria de muchos campesinos que, si no entran a la modernidad, siguen muriéndose de hambre”. Carreto arremetió atacando. Dijo que la de Julián era una visión de conquistadores, de crecer arrasando con lo que encuentran a su paso. La cosa se ponía personal, por el origen familiar de Tonda, y Eduardo Mapes y yo intervenimos para mediar. Esa discusión volvería una y otra vez en las pláticas de mi generación.

Yo terminé prendado de Beatriz Novaro y sus piernas de musa de Diego Rivera –desde antes me gustaba, pero me gustaba más después de haber comido ostiones con ella-. Una noche la fui a visitar a su casa –vivía en un departamentito encima de una fonda llamada El Mesón del Pesebre- y le dije que la había extrañado “como enano”. Platicamos, se durmió y mientras tanto yo escribí un “poema en prosa” muy cursi que dejé junto a su cama. Nos vimos varias veces sin que nada sucediera, aunque a veces me sacaban de onda algunas cosas, como que le enojara tenerle miedo a los perros “porque los proletarios no les tienen miedo” (militaba en el Partido Mexicano del Proletariado, que repartía folletos pinches en diciembre, cerca de la Basílica) y que renegara de su sensibilidad (esa imagen de “Así se forjó el acero”). Pasó el tiempo y le fui perdiendo la pista. Muchos años después, me la encontré en un súper, con un niño vestido de americanista. “Se llama Pancho, como tú”, me dijo; yo sabía que igual se llamaba su marido, “… el uniforme es porque su papá le va al América”, sonrió para justificarse. Luego Víctor me regaló un libro de poesía que ella publicó, “Caja de Resonancia”. Los mejores poemas son los que se refieren al parto. Y me encantó su guión de “Danzón”,

Dice L.P. Hartley que el pasado es un país extranjero. En ese país había un lugar llamado Acapulco, que en su centro tenía una maravillosa casa voladora: La Casa bajo Las Brisas.







En semicuclillas, Julián Tonda. De pie: Eduardo Mapes, Manuel De Alba, Heather (una de las canadienses), Luis Foncerrada, yo y Edmundo Cox.

La consolidación de Adrián, el arranque de Joakim


Mexicanos en GL  Abril

Antes del inicio de la temporada de Grandes Ligas, tuvimos una noticia, una sorpresa, una injusticia y lo que en la prensa gringa llaman no-news, todas malas. La noticia fue que, tras un buen desempeño en los entrenamientos de primavera, Esteban Loaiza cayó a la lista de lesionados. La sorpresa, que Jorge Cantú fue bajado a AAA por las Mantarrayas de Tampa Bay, quienes se encontraron con que por fin su consentido B.J. Upton podía batear y que el de Reynosa seguía tirándole a todo y fildeando en un rango restringido. La injusticia fue que, tras un marzo impresionante, David Cortés no se quedara con los Gigantes de San Francisco y terminara con los Diablos. La no-noticia, que Miguel Ojeda se quedara fuera del equipo grande de Texas.
Llegó abril y sucedieron tres cosas, todas buenas. Adrián González está demostrando porque fue el primer elegido en el draft del 2000. El novato Joakim Soria tardó menos de dos semanas en apoderarse del puesto de cerrador de Kansas City. Ninguno de los cuatro abridores mexicanos ha tenido un mal inicio de temporada.
Aquí, la primera entrega –abril- del análisis de los mexicanos en Grandes Ligas, en orden de su desempeño individual de toda la temporada..

Adrián González. El de Tijuana terminó el mes en el liderato de carreras producidas en la Liga Nacional, pelea por encabezar la lista de jonroneros y batea por encima de .300. Sus números: .306, 7 cuadrangulares, 25 producidas, son impresionantes. Más todavía si tomamos en cuenta que Petco Park, la casa de sus Padres de San Diego es el paraíso de los lanzadores. Además, con el guante ha estado extraordinario. Su único problema es que se poncha mucho.

Joakim Soria. Que el brazo de Joakim Soria echa lumbre, lo saben los Naranjeros de Hermosillo, a quienes les endilgó un juego perfecto en diciembre. Para entonces, los Reales de Kansas City se habían hecho de sus servicios a través de la “Regla 5”, que permite a los equipos capturar jugadores no drafteados, a condición de que jueguen toda una temporada en el equipo grande. Los Reales tuvieron ojo clínico. El de Monclova se ha visto totalmente dominador en 8 de sus 10 salidas, rebasó a David Riske en la carrera por el puesto de cerrador, ante la lesión de Octavio Dotel y, si sigue así, el dominicano, aunque regrese, habrá perdido la silla. Joakim lleva récord de 1-1, con 3 salvamentos, 3.00 de carreras limpias y 14 chocolates en 12 entradas lanzadas.

Rodrigo López. El análisis estadístico decía que este sería un año terrible para el de Tlanepantla. Llevaba tres temporadas seguidas en las que números cruciales (como el de cuadrangulares admitidos por cada 9 entradas, o el de corredores embasados por inning pitcheado) empeoraban de manera consistente. Para colmo, se fue a Colorado, al Coors Field de las pelotas voladoras. En el mes tuvo tres salidas, las dos primeras de calidad: en cada una de ellas admitió sólo una carrera limpia. La tercera salida era igual de buena, pero una dolencia en el codo –que lo venía molestando desde una semana atrás- le impidió llegar a las cinco entradas reglamentarias y lo mandó a la lista de lesionados. Lo más notable de Rodrigo es que revirtió la proporción de rodados/elevados, que era su problema principal y en abril fue de un muy sano 1.67. Su record es de 1-0, con un magnífico 1.59 de efectividad y en mayo deberá regresar a la rotación de los Rockies.

Oliver Pérez. Era una de las grandes incógnitas para este 2007. En primavera se hizo de un puesto seguro en la rotación de los Mets. En la temporada ha tenido dos aperturas magníficas, una aceptable y otra horrorosa. El problema histórico de Oliver ha sido su control: dio siete pasaportes en sólo 2.2 entradas en su salida horrorosa, pero no concedió ni uno solo en las otras tres, lo que abre espacio esperanzador para un buen año. Terminó abril con marca de 2-2, 3.86 y 26 ponches.

Jorge de la Rosa. El regiomontano de los Reales está teniendo por fin una temporada estable y se ha convertido en uno de los abridores más decentes del equipo sotanero de la división central de la Americana. En cinco salidas, ganó dos que fueron de calidad (el día 22 lanzó 8 entradas y se combinó con Soria para una joyita), en otra se fue justamente sin decisión. La clave es que ha mejorado su control. Su récord del mes: 2-2, 3.82, 21 chocolates.

Edgar González. Otro nuevoleonés que apunta a una mejor temporada, enseñando la misma calidad que mostró a finales de la anterior. Como abridor de Arizona, ha tenido cinco salidas, dos de calidad (una la perdió 1-0 en duelazo con Barry Zito) y ninguna desastrosa. Su marca: 1-2, 4.45.

Oscar Villarreal. No ha tenido una gran campaña, y ha estado cumplidor a secas en el bullpen de los Bravos de Atlanta. Sólo en una de sus 9 apariciones en el mes salió totalmente incólume, por eso ha sido enviado al relevo largo. Lleva 1-0 y 4.76 de limpias. Eso sí, con 16 ponches en menos de 12 entradas.

Alfredo Amézaga. Callado, paciente, el sonorense le ha sacado jugo a su versatilidad con los Marlines. Si el torpedero titular tiene molestias, lo suple Alfredo. Si se lesionó el novato De Aza, quien le había ganado un lugar en el jardín titular, ahí está Alfredo para suplirlo. Y no solo sustituye, cumple bien. Terminó el mes participando en 19 encuentros, con .284, un jonrón y 7 producidas. Falta verlo correr las bases, que es una de sus especialidades.

Elmer Dessens. Al inicio de la temporada lo transfirieron a Milwaukee. Con los Cerveceros ha trapeado entradas, con suerte desigual (le han pegado en 5 de sus 9 apariciones). Ganó un juego tan largo que se prolongó al día siguiente y perdió uno en el que le metieron cinco carreras sucias. Su marca: 1-1, con 4.91 de limpias.

Dennis Reyes. Decían los especialistas en EU que el sinaloense no iba a poder repetir la temporada excepcional del 2006. Hasta ahora han acertado. Reyes no se ha visto dominador, aunque mejoró a fin de mes tras un inicio muy malo. Aparece a cada rato, como especialista zurdo, pero en ocasiones ha empeorado el brete. No lleva decisión, y un feíto 7.04 de PCL.

Humberto Cota. Su bat estuvo encendido en los entrenamientos de primavera, y no empezó mal en abril. Cuando pensábamos que podía empezar a competir con Ronny Paulino (tremendo brazo, gran slump de bateo) por la titularidad de la receptoría de Pittsburgh, pasó lo de siempre: Cota se lesionó. Termina el mes con .250 y 3 impulsadas, que son casi tantas como las que produjo en todo el año pasado.

Oscar Robles. El destino de este utility está ligado a las lesiones del equipo grande. San Diego lo llamó a fin de mes y bateó de 5-1.

Jorge Cantú. Más que problemas en el bateo, que los tuvo en primavera, su poco rango en el fildeo mandó a Cantú a Durham, muy en contra de su voluntad. El tamaulipeco coqueteó con la idea de irse a otro equipo (“Soy jugador de grandes ligas”), pero los dueños le hicieron manita de puerco y se disciplinó. Al fin de mes regresó a Tampa, donde lo han colocado en primera base y donde debe soltarse con el bate. En tres días bateó de 7-1 y anotó una.

Juan Castro. Ha estado todo el mes con Cinci, jugando cuando quieren descansar a los titulares del infield medio. Garantía defensiva, ha sido una nulidad con el tolete: batea para un mísero .083, con una remolcada.

Esteban Loaiza tuvo buena primavera, pero una molestia en el hombro lo marginará hasta mediados de mayo; Ricardo Rincón fue despectivamente echado de los Cardenales, pero San Francisco lo recuperó a partir de mayo; Luis Ayala  debe estar listo para regresar a los Nacionales de Washington en las próximas semanas, luego de más de un año de inactividad.