lunes, mayo 28, 2007
Sueño 8: En el Cine con Brehznev (23-VII-1973)
Este es uno que corresponde a la época que he reseñado en los Biopics.
He respetado la redacción original.
Sueño 8.
En el Cine con Brehznev
23 de julio de 1973
Estoy esperando la entrada a un cine, la película tiene lugar en una especie de museo o convento, a unos 20 metros de distancia. Distingo en la entrada a Eduardo Mapes y Jonathan Davis. Janette me pide que le aparte lugar porque va a llegar al rato. Cuando llego adonde Jonathan, veo que no es Eduardo, sino una gringa con el pelo parecido al de él. Luego llegan Eduardo, el Pino y algunos grillos, acompañando a Leonid Brehznev. Pino, de mezclilla; Eduardo, sintiéndose importantísimo. Me les uno. Ahora sí parece cine normal. Pienso en no criticar al P.C. enfrente de Brehznev. Llegamos y nos sentamos en una iglesia. En el altar hay varios sacerdotes, y un barbón, quien dice:
-Aquí hay alguien muy famoso. Que levante la mano.
Y Brehznev se levanta feliz, agitándola lo más posible. Estoy sentado a su derecha –Pino a su izquierda-. Sonrío. Se apagan las luces y empieza la película (por dos o tres escenas, adivino que es inglesa, de suspense). Por angas o por mangas, Pino y los demás tienen que irse, dejándonos solos a Brehznev y a mí. Aparto sus lugares con discos, y por el resto de la película he de defenderlos contra gañanes medio nazis que buscan asiento.
Cuando termina la película recuerdo que había quedado de verme con Janette, salgo corriendo por ella. Cuando llego a una salida no muy definida veo a una muchacha parecida pero demasiado pintada; “no puede ser ella”, me digo. Recuerdo de repente a Brehznev, lo dejé solo, vuelvo disparado hacia donde él estaba, tengo que batallar contra la marea de gente que sale de la función que ha terminado.
Llego apenas a tiempo para hacer una valla y una caravana a Leonid. Bajamos conversando (Brezhnev habla español con marcadísimo acento ruso), lo dejo en la salida y le digo que tengo que regresar por los discos.
-Lo acompañaré, después de lo amable que ha sido conmigo no puedo sino hacerlo –dice Leonid.
Subimos con la gente de la segunda función. Por el otro lado de las escaleras baja Raúl Trejo, sudando a chorros. Brehnev lo saluda.
BREZHNEV: Hola Raúl.
TREJO (dirigiéndose a mí): Con quién te juntas, Pancho.
Brehnev espera en el pasillo, mientras intento recuperar mis discos de unos “nazis” que se quieren quedar con ellos. Los olvidan cuando descubren el morral de Eduardo, la mochila de Luis, un suéter y unos discos, al parecer de Chanoc.
-Mira, aquí hay otro botín.
Vuelvo a discutir y recupero morral, suéter y mochila. Uno de los cuates se sienta en los discos de Chanoc y se dispone a ver la película.
Al salir del cine, me encuentro con el librero de mi recámara. “Qué idiotez organizar una función de cine en mi cuarto”, pienso. En una de esas le vuelo los discos, sin que se dé cuenta, al nazi que estaba sentado sobre ellos. Medio cayéndoseme las cosas, salgo del cine y encuentro a Brehznev esperando pacientemente.
-Perdone que lo haya hecho esperar tanto –le digo.
-No es molestia –dice-. Además, he aprendido.
-¿Qué? –le pregunto.
-Que no hay que ser ambiciosos ni transas.
martes, mayo 22, 2007
Biopics: ¿No queremos apertura? ¿Queremos revolución?
Los primeros años setenta fueron muy complicados para la izquierda. Por una parte, el desenlace del movimiento del 68 había llevado a varios grupos a la radicalización y la guerrilla; por otra, el carácter semi-ilegal de las organizaciones socialistas (parafraseando a Echeverría, no eran ni reconocidas ni clandestinas, sino todo lo contrario); finalmente, la llamada “apertura” echeverrista había atraído a no pocos progresistas cansados. La apertura consistía, fundamentalmente, en una pequeña dosis de autocrítica (“¡Qué magníficamente autocrítico es el Señor Presidente!” decía la prensa), una mínima apertura a la libertad de expresión (que a fines de sexenio demostraría su mezquindad con el golpe a Excelsior) y el conocido discurso tercermundista que, junto con el elevado gasto público, tenía muy molestos a los sectores más conservadores del empresariado.
La consigna dominante en
Del lado aperturista había nacido una agrupación, el CNAO –Comité Nacional de Auscultación y Organización- que pretendía formar un partido legal de izquierda. En un principio, Octavio Paz y Carlos Fuentes participaron. Paz lo abandonó muy pronto, supongo que molesto ante el talante poco liberal de muchos de los otros organizadores. A Fuentes se le atribuye la frase “Echeverría o el fascismo”, aunque él dice que en realidad es de Fernando Benítez (después de conocer al viejo Benítez, a quien no respeto, le creo a Fuentes): el caso es que dejó ese esfuerzo, que fue durante mucho tiempo encabezado por el ingeniero Heberto Castillo. Fuimos a algunas conferencias de Heberto, y era agradable sentir su optimismo respecto a la creación de un gran partido de izquierda, no dogmático, capaz de tomar lo mejor de México y transformarlo. Pero dedicaba buena parte de su tiempo a criticar a la otra izquierda, al Partido Comunista, a las organizaciones a veces efímeras que surgían de esa sopa primordial.
En Economía, Castillo era “Heberturo” y sus seguidores, “heberturistas”. Pablo Gómez señalaba en las asambleas que la burguesía nos reprimía, claro, porque eso está en la naturaleza de la lucha de clases y cuando tomáramos el poder, seguro que reprimiríamos a la burguesía. Y uno se quedaba pensando: “no, pus sí, los burgueses no se van a dejar tan fácil, pero… tampoco podemos tomar el concepto dictadura del proletariado así de literal… si en las democracias hay, en el fondo, dictadura burguesa, ¿por qué no puede haber una democracia que, en el fondo, sea dictadura proletaria pero sin dejar de ser democracia?”
Había un lugar en el mundo en donde se estaba tratando de hacer precisamente eso: una dictadura proletaria en el marco de las instituciones de una democracia actuante: Chile, con el presidente socialista Salvador Allende. Mi generación siguió el proceso chileno con atención. Sabíamos que los “momios” no se iban a dejar: ahí estaban, defendiendo sus privilegios, y con ellos,
Pero aquí las cosas eran complicadas. La marcha contra
Así nos iba a los estudiantes semi-legales en
jueves, mayo 03, 2007
Biopics: La Casa bajo Las Brisas
La familia de Julián Tonda tenía una casa en Acapulco. Estaba en un fraccionamiento debajo del Hotel Las Brisas. Tenía una vista increíble a las dos bahías: la de Acapulco y la de Puerto Marqués. También alberca, cocina, sala, y varias recámaras. Como quien dice, estaba poca madre.
Fuimos varias veces allá, en distintas combinaciones –normalmente apiñados en el coche de Julián- y con diferentes pretextos. A veces recalaban cuates que habían llegado en camión (Chucho Betancourt convertido en camarón). En una de las primeras ocasiones, Jorge Munguía estuvo particularmente simpático, con sus imitaciones de “el águila” y “el abuelito”. Tal vez demasiado simpático, porque se ligó a la novia de Julián y –principalmente por eso, pero también por razones ideológicas- se enemistó con el resto del grupo. Munguía dejó la escuela (en tercer semestre se inscribió en muchísimas materias y reprobó casi todas), vivió un tiempo en Inglaterra, con la ex de Julián, a quien le hizo la vida de cuadritos, según contaban, y no lo volvimos a ver.
En otra ocasión fuimos puros hombres. Y la primera noche empezamos a beber. Eduardo Mapes servía tragos cada vez más fuertes pero, en la discusión filosófico-político-existencial, apenas nos dábamos cuenta. El caso es que, uno a uno, fuimos cayendo. El primero fue Edmundo Cox; luego fui yo, en la segunda borrachera de mi vida.
Mapes y Julián andaban en plan ligador, pero eran bastante malitos. En la playa, Foncerrada se ligó a unas gringas, diciéndoles que éramos un grupo de becarios a quienes nos habían prestado la casa para hacer una investigación sobre epistemología (acababa de leer a Cassirer). Las invitó para que fueran a la casa en la noche y aceptaron. Ellas eran tres, así que decidimos que a Julián le tocaba una y la tercera se sortearía entre los demás. Ganó Cox, así que Mapes, Manuel de Alba y yo nos tuvimos que ir a una esquinita a jugar dominó. No nos podíamos concentrar muy bien mientras escuchábamos risotadas y juegos a nuestras espaldas. Sin embargo, al rato, llegaron Julián y Luis con sus respectivas gringas, pusimos música y platicamos en onda tranquila (“son unas pendejas”, me susurró Foncerrada). Para nuestra sorpresa, el peruano Cox seguía en el columpio con su nueva amiga, parecían acaramelados.
Unos minutos después, llega Cox visiblemente encabronado y me dice:
-Pancho, tú que sabes bien inglés… ¡Explícale a esta pendeja lo que es el cogobierno!
Hubo otros intentos de ligue. Cuando los encabezaba Foncerrada parecían dirigirse a buen puerto, pero llegaba Mapes y el asunto se cebaba (como que era muy obvia su vehemencia). Finalmente uno cuajó. Estábamos desayunando y nos pusimos a hacerla de payasos (saludando en imitación Echeverría) a unas chavas, que resultaron canadienses. Como éramos muchos para el vochito, Foncerrada primero llevó a Julián y Eduardo con las canadienses, recogió a los demás y regresó a la casa bajo Las Brisas. El auto serpenteaba en descenso y desde ciertos ángulos se veía a nuestros cuates ponerles bronceador en la espalda a las chavas. Por eso no nos sorprendió que, a nuestra llegada, Julián bajara como alma que lleva el diablo y nos dijera: “¡O regresan con viejas, o no regresan!”.
Nos fuimos a revolcar a las olas de Revolcadero. Allí estuvimos como dos horas. A Luis no lo calentaba ni el sol quemante de esos momentos. Se voltea y me dice: “Creo que ya les dimos suficiente tiempo. Si no hicieron nada, pedo suyo”. Luego me reitera: “Tú y yo podemos ligar a las que queramos”. Entendí que su plan era el boicot. Ojete, pero divertido.
La pasamos muy bien un par de días, e incluso allí celebramos mi cumpleaños, con una carne muy dura que prepararon las canadienses. El boicot funcionó, Julián no nos lo perdonó en toda su vida, y creo que Mapes tampoco.
Varios momentos se quedan grabados en la memoria. Beatriz y yo describiendo sensaciones eróticas al comer cada marisco crudo, la imagen del callo de hacha que se desliza en su boca. La escapadita a Puerto Marqués que hicimos cinco de nosotros: Beatriz, Carreto, Isita, Víctor y yo, el mar, la charla, el pescado y unos cigarros que nunca me han vuelto a saber tan bien (entonces fumaba muy poco, y sólo de gorra). Víctor que se lanza en pelotas a la alberca. La música de Cat Stevens, soundtrack entrañable de aquella casa.
Las noches eran de discusiones un poco bizantinas, algo vociferantes, bastante pretensiosas y –en la mayor parte de los casos- con mucho menos sustancia de lo que suponíamos. Pero eran sabrosas. La única que terminó siendo paradigmática (nótese cómo sigo utilizando términos kuhnianos) fue la que enfrentó a Jorge Carreto con Julián Tonda. Jorge –a quien le apodamos Chanoc porque podía patear cocos con sus pies extravagantes y porque podía esquiar con un solo esquí- abogaba por lo que hoy llamaríamos “desarrollo sustentable”: moderar el crecimiento para no deteriorar el medio ambiente. Julián lo hacía por una industrialización incluyente. Su argumento: “Sí, está a toda madre el paisaje, con sus arbolitos y su agua limpia, pero detrás de ese paisaje está la miseria de muchos campesinos que, si no entran a la modernidad, siguen muriéndose de hambre”. Carreto arremetió atacando. Dijo que la de Julián era una visión de conquistadores, de crecer arrasando con lo que encuentran a su paso. La cosa se ponía personal, por el origen familiar de Tonda, y Eduardo Mapes y yo intervenimos para mediar. Esa discusión volvería una y otra vez en las pláticas de mi generación.
Yo terminé prendado de Beatriz Novaro y sus piernas de musa de Diego Rivera –desde antes me gustaba, pero me gustaba más después de haber comido ostiones con ella-. Una noche la fui a visitar a su casa –vivía en un departamentito encima de una fonda llamada El Mesón del Pesebre- y le dije que la había extrañado “como enano”. Platicamos, se durmió y mientras tanto yo escribí un “poema en prosa” muy cursi que dejé junto a su cama. Nos vimos varias veces sin que nada sucediera, aunque a veces me sacaban de onda algunas cosas, como que le enojara tenerle miedo a los perros “porque los proletarios no les tienen miedo” (militaba en el Partido Mexicano del Proletariado, que repartía folletos pinches en diciembre, cerca de
La consolidación de Adrián, el arranque de Joakim
Antes del inicio de la temporada de Grandes Ligas, tuvimos una noticia, una sorpresa, una injusticia y lo que en la prensa gringa llaman no-news, todas malas. La noticia fue que, tras un buen desempeño en los entrenamientos de primavera, Esteban Loaiza cayó a la lista de lesionados. La sorpresa, que Jorge Cantú fue bajado a AAA por las Mantarrayas de Tampa Bay, quienes se encontraron con que por fin su consentido B.J. Upton podía batear y que el de Reynosa seguía tirándole a todo y fildeando en un rango restringido. La injusticia fue que, tras un marzo impresionante, David Cortés no se quedara con los Gigantes de San Francisco y terminara con los Diablos. La no-noticia, que Miguel Ojeda se quedara fuera del equipo grande de Texas.
Llegó abril y sucedieron tres cosas, todas buenas. Adrián González está demostrando porque fue el primer elegido en el draft del 2000. El novato Joakim Soria tardó menos de dos semanas en apoderarse del puesto de cerrador de Kansas City. Ninguno de los cuatro abridores mexicanos ha tenido un mal inicio de temporada.
Aquí, la primera entrega –abril- del análisis de los mexicanos en Grandes Ligas, en orden de su desempeño individual de toda la temporada..
Adrián González. El de Tijuana terminó el mes en el liderato de carreras producidas en la Liga Nacional, pelea por encabezar la lista de jonroneros y batea por encima de .300. Sus números: .306, 7 cuadrangulares, 25 producidas, son impresionantes. Más todavía si tomamos en cuenta que Petco Park, la casa de sus Padres de San Diego es el paraíso de los lanzadores. Además, con el guante ha estado extraordinario. Su único problema es que se poncha mucho.
Alfredo Amézaga. Callado, paciente, el sonorense le ha sacado jugo a su versatilidad con los Marlines. Si el torpedero titular tiene molestias, lo suple Alfredo. Si se lesionó el novato De Aza, quien le había ganado un lugar en el jardín titular, ahí está Alfredo para suplirlo. Y no solo sustituye, cumple bien. Terminó el mes participando en 19 encuentros, con .284, un jonrón y 7 producidas. Falta verlo correr las bases, que es una de sus especialidades.
Elmer Dessens. Al inicio de la temporada lo transfirieron a Milwaukee. Con los Cerveceros ha trapeado entradas, con suerte desigual (le han pegado en 5 de sus 9 apariciones). Ganó un juego tan largo que se prolongó al día siguiente y perdió uno en el que le metieron cinco carreras sucias. Su marca: 1-1, con 4.91 de limpias.