Durante segundo semestre hacía tantas cosas que ahora no recuerdo bien cómo distribuía mi tiempo. Adelanté una materia. Me metí al IFAL a estudiar francés. Iba al curso-taller de Batis. Entrenaba atletismo. Jugaba squash con los cuates. Leía un montón. Iba casi diario al cine (buena parte de mi cultura cinematográfica tiene su basamento en los cine-clubes de Economía, de Filosofía y de Ciencias, que en aquellos tiempos eran muy activos y baratísimos). Y encima de todo eso, me adentraba más en la grilla de la escuela.
La decisión de las materias no estuvo sencilla. En Matemáticas, me cambié con el maestro Espinosa, que fumaba pipa, era pederísimo, pero sí sabía. En Contabilidad General, con el gordito Alanís y mi bola de cuates. En Historia, de nuevo con Benjamín. Decidí inscribirme a una de tercer semestre, Metodología de las Ciencias Sociales, en la tarde, con un maestro maoísta, Raúl Montalvo. El problema fueron Teoría Económica I y Centro de Economía Aplicada II. En Teoría Económica nos metimos, de inicio, con un maestro joven, comunista, rollero, que parecía buena onda, Alfonso Vadillo. En CEA era un desmadre, porque el único maestro aparentemente bueno nos quería poner a checar precios. Vadillo grilló en contra de este maestro –un troskista, Hugo Brodziak- y generó las condiciones para que se abriera un nuevo grupo, con él como titular. Y al mismo tiempo que nos inscribimos en CEA con Vadillo, por razones políticas, nos salimos de su clase de Teoría, un verdadero galimatías, para inscribirnos con Eliezer Morales, que no era la gran cosa, pero al menos le entendíamos. Mapes y Foncerrada prefirieron no tomar matemáticas en la mañana y se inscribieron con el Pino Martínez Della Rocca en la tarde, y Foncerrada adelantó Metodología en la mañana con un maestro que luego tendría bastante influencia en nuestro grupito, Jorge Martínez Contreras.
Las historias relevantes en ese semestre fueron en Metodología y en CEA II. Montalvo era un maestro espeso, que nos hacía leer Dialéctica de lo Concreto, del Karel Kosik, a Althusser, a Habermass y a otros autores que entendíamos muy poco. Through a glass, darkly. Te metías en un túnel abstracto y, de repente, una chispa: creías que entendías. Volvías a leer y había sido un espejismo. Era un grupo pequeño, la mayoría de semestres superiores y ultrosos. El examen estuvo genial: Montalvo abría una discusión y, si te metías, te iniciaba a calificar. El debate terminó siendo muy bueno, pero sin duda favorecía a quienes teníamos facilidad de palabra, o cuando menos éramos desenvueltos.
Igual no hubiéramos debatido: un día, cerca del final de cursos, llegó un chavo con Montalvo y le dijo: “Oiga maestro, hay unos compañeros que se inscribieron en su grupo, pero no pueden presentar el examen porque están en la cárcel. ¿Les podría mandar el examen por escrito?”. La pregunta de Montalvo encerraba la futura calificación: “¿Presos comunes o presos políticos?”. “Políticos, por supuesto. Asaltaron un banco”. “Ah, ahorita te paso las preguntas”.
CEA II fue pura grilla. Vadillo, y varios compañeros del Partido Comunista querían que el grupo hiciera una investigación sobre la educación superior en México, a partir de sus fuentes de financiamiento. Lo que quería la mayoría de los que habíamos dejado el grupo de Brodziak era hacer trabajos de campo en la provincia (el rol y el baño de pueblo). Las clases fueron trasmutándose en asambleas de discusión, en las que algunos empezamos a llevar la voz cantante. Ahí se solidificó mi cercanía con José Luis García Agraz –un cuate que entró a Economía, pero en realidad le interesaba el cine-, y empecé una amistad con Edmundo Cox -peruano él- y Roberto Sandoval, entre otros. El acabose fue en una asamblea en el auditorio (que tras las vacaciones apareció engalanado con un mural del rostro de Ho Chi Minh, cortesía del loquete de Mario Falcón), que organizamos al detalle, para bombardear a los del PC desde todas las esquinas. Esa batalla la ganamos, pero la guerra la perdimos, porque el ojete de Vadillo tenía las actas.
Se nos acercaron cuates de semestres superiores, todos amigos de Benjamín Hernández Camacho, y nos sugirieron que –como ya no había tiempo para un trabajo de campo en forma- hiciéramos una investigación sobre la propia Escuela Nacional de Economía. La intención: hacer una radiografía ideológica de la planta de maestros. El objetivo final, no explicitado: correr a los burgueses y elaborar un plan de estudios marxista. Nos pareció una idea muy buena. El problema fue que los maestros estaban sobre aviso, así que a la pregunta: “¿Cuál cree usted que es el principal problema de la economía mexicana?” respondían invariablemente: “La dependencia frente al imperialismo yanqui”. Respuesta correcta, maestro aprobado por el Comité Estudiantil de Salud Pública (bueno, no nos considerábamos así, pero eso éramos), investigación fracasada.
Esos mismos cuates –Manuel Perló, Orlando Delgado, Saúl Escobar, Roberto Escalante- nos invitaron a Sandoval, a Cox y a mí (y más tarde a nuestra amiga Gisela Espinosa) a formar parte de su grupúsculo, que editaba una revista “teórica” llamada Síntesis. Delgado decía que ellos eran althusserianos. Más tarde explicó que eso era sinónimo de maoístas. Mi contribución a la revista fue traducir un texto de James Petras sobre la guerra de Vietnam. Mi contribución al grupo fue menor: jalar con ellos en todas las grillas de la facultad, menos una. La contribución de ellos: introducirme a Monthly Review, la revista de análisis socialista enfocado al monopolismo, el desarrollo desigual y las luchas de los países tercermundistas, que dirigían Paul Sweezy y Harry Magdoff, y que era algo así como la Biblia para los sintéticos.
Luis Foncerrada, por su parte, estaba maravillado con las clases de Martínez Contreras. Martínez, ex alumno de Jean Paul Sartre y recién desempacado de Francia, les había dado como lectura central La Estructura de las Revoluciones Científicas, de Thomas Kuhn, que había tocado la fibra de antiguo estudiante de física de Luis. Y si bien el centro del curso era el debate –centralísimo en el mundo de la academia de aquel entonces- entre los kuhnianos y los seguidores de Karl Popper, lo que le maravillaba a Foncerrada era la capacidad de Martínez para combinar esos temas con cuestiones antropológicas y de la vida cotidiana. Su habilidad para hacer que los estudiantes entendieran la historia como un proceso cultural omniabarcante.
De paso, Luis se había hecho en esa clase de un nuevo amigo, del semestre superior, que pasó a formar parte de nuestro grupo amplio de cuates: Salvador De Lara, un tipo muy agradable, al que describí en su momento como “Antraspartalox, un extraterrestre de tres metros de altura y gran parecido con Nuestro Señor Jesucristo”.
Pasé bien casi todas las materias (incluso Teoría, que estudié sólo una noche en casa de Julián, quedándome dormido antes de tiempo). Pasé francés. Tuve bronce atlético y palmadas literarias. Pero jamás pasé CEA II. Reprobado en Grilla.