domingo, octubre 22, 2006

Biopics: Aguaceros, besos y medallas no intercambiadas

Irma me gustaba. Me gustaba su sonrisa con incisivos de vampiro. Me gustaba su cuerpo delgado y atlético. Me gustaba su forma de vestir. Me gustaba su cabello. Me gustaba que le gustaran el periodismo, la política, el cine y el atletismo, como a mí. Pero sobre todo me gustaba su olor.

Poco a poco nos fuimos acercando. Un trabajo de historia fue el pretexto para ir a la biblioteca central. Luego las islas eran nuestro refugio. Yo también le gustaba, pero una vez que nos estábamos besando (besitos tiernos) frente a Filosofía me dijo “Estoy casada”. Resultó que su casamiento en realidad era un noviazgo con Fernando, “un chavo chiquito, pero muy inteligente”, que le había explicado El Proceso de Welles/Kafka y toda la cosa; un chavo que “quedó desfigurado por las drogas, pero ya se salió”. El cuate, además, tenía una cabaña en el Desierto de los Leones. Conocí los celos hacia una figura mítica, a quien imaginaba muy abrazado a Irma, viendo desde las alturas de su cabaña a la ciudad. (A Fernando lo conocí años después. Sí era intelectual, pero no era ni tan chiquito, sino de mi edad, ni estaba desfigurado por drogas de las que no había salido, sino que tenía marcas de acné). La maldita me lo mencionaba a cada rato y yo estaba empecinado en ganarle la partida.

En esas fechas, a Richard Nixon se le ocurrió bombardear Camboya y se organizó una marcha de protesta para el 17 de mayo que, rara cosa, esta vez no fue reprimida. Éramos como 20 mil, según nuestros cálculos y yo iba junto a Irma. Ella llevaba una blusa amarilla y jeans, recuerdo. Su cabello brincaba mientras corría coreando consignas, y me impregnaba de su olor. El mitin fue frente al Hemiciclo a Juárez (lo que indica que no éramos 20 mil, sino menos de la mitad). Alguien sacó una cajetilla de cigarros, todos agarraron menos yo, que no fumaba entonces. Cuando se hacía de noche, hablaba Pablo Gómez. Yo tenía abrazada a Irma y nos besamos muchas veces. Empezó a caer un aguacero y nuestros besos se deslizaban con la lluvia y como la lluvia. Terminó el mitin y nos fuimos a refugiar debajo de un techo cerca del Palacio Chino. En una tiendita, otros chavos empapados cantaban su propia alabanza, con letra de Violeta Parra: “Me gustan los estudiantes/ porque son la levadura/ el pan que saldrá del horno/ con toda su sabrosura/ para la boca del pobre/ que come con amargura/ caramba y samba la cosa/ ¡Viva la literatura!”. La invité a un café de chinos, pero me dijo que no podía, porque debía regresar a trabajar (era reportera de la Gaceta UNAM). De hecho, ahí estaba su jefe. Me dieron aventón hasta la esquina de Reforma y Río de la Plata. El jefe de Irma me dijo que me iba a empapar más. “No soy burgués”, le respondí, y él dijo alguna frase burlona. Corrí feliz, pero bañado, más que por el diluvio que seguía cayendo, por aquellos besos.

Irma era la campeona nacional de salto de longitud, en una época en la que las mujeres hacían muy poco atletismo. No entrenaba mucho (y yo, en cambio, corría diario, sin entrenador, con otros cuates del equipo de atletismo de la facultad, porque me daba pena ponerme a marchar solo). En el Interfacultades, a Economía le fue muy bien en la rama femenina, y eso que sólo eran cuatro: pero una era Irma y la otra Charlotte Bradley, posterior campeona centroamericana y medallista de plata en Panamericanos. En la masculina, obtuvimos dos de bronce. Una de Chagoyán y otra mía, en una competencia de 5 kilómetros que caminé en más de media hora. El último día de competencias Irma me regala su medalla de oro en 100 metros (una de varias que había obtenido) y yo la rechazo. ¿Qué no ve que yo sólo puedo ofrecerle una vil medallita de bronce?, pienso. Todavía me cuesta trabajo entender las razones de mi negativa. ¿Incapacidad para recibir? ¿Agresividad pasiva para expresar mi enojo porque seguía con el tal Fernando? ¿Narcisismo herido en mil maneras, también porque ella me puede dar un oro y se queda con mucho, y yo no le puedo dar un bronce porque me quedo sin nada?

jueves, octubre 12, 2006

Cómo decir palabrotas en sociedad

Esta es mi traducción-adaptación al español mexicano de "Come dire parolacce in società", un artículo de Umberto Eco aparecido hace años en L'Espresso y después en el libro La bustina di Minerva.
El subtítulo se refiere a un cuate mío muy dado a la prosopopeya y poco a las groserías.

Cómo decir palabrotas en sociedad
(o manual de groserías de José Hernández)

Umberto Eco
(adaptación: FBR)

Veo en la nueva novela de Kurt Vonnegut (Hocus Pocus) que el protagonista decide no usar palabrotas y se limita a expresiones que (en la traducción de Francisco Báez) suenan como: “¡Qué pelo púbico!”, “¡Diríjase a la ultrajada!”, “¡Es un excremento!”. La invitación surge oportuna en un momento en el que los periódicos registran, de parte de los políticos, insultos de carretonero y en el que en las telepantallas aparecen distinguidos señores que se llaman el uno al otro con referencias explícitas a partes del cuerpo normalmente cubiertas de ropa llamada, precisamente, íntima.

Es cierto que en esta misma columna hace un tiempo reivindiqué el derecho de usar la palabra pendejo en ciertas ocasiones en las que es necesario expresar la máxima indignación. Pero la utilidad de la palabrota la da precisamente su excepcionalidad. Usar palabrotas demasiado a menudo equivale a reescribir un concierto con sólo las percusiones, mientras los demás instrumentos callan. Mussolini, en un momento trágico de la historia de Italia, dijo en el parlamento que habría podido hacer de aquella aula sorda y gris un vivac para sus manipulaciones. Si hubiera dicho (y tal era el sentido de su declaración): “Bola de pendejos, podría metérsela a todos por el culo como si nada” o lo habrían tratado como a un loco, o se habrían dado cuenta de que el condicional estaba fuera de lugar, porque el hecho ya se había verificado.

Se ha perdido aquel arte de la injuria, celebrado por Borges (“Señor, su esposa, con el pretexto de tener un burdel, vende mercancía de contrabando”). Pero al menos se debería reencontrar un arte de la perífrasis. He aquí por qué, para uso de los protagonistas de la política y del espectáculo, se presentan algunas expresiones indudablemente elegantes y bien provistas, bajo el velo de cuya elaborada extrañeza, los expertos podrán reconocer la expresión original, mucho más vulgar y común, que esconden, sin por ello eliminar la fuerza locutoria.

“¡Cállese, pelo que surge de la parte anterior del perineo, hecho con el segmento fusiforme del producto final de un complejo proceso metabólico!”

“Para mí tiene el mismo valor que la parte del órgano externo del aparato genito-urinario masculino, con forma de apéndice cilíndrica”.

“Sin haber abandonado su ropa, se deshizo preterintencionalmente de celulosa, queratina, resíduos biliares, moco, células epiteliales desescamadas, lecuocitos y bacterias varias, a causa del espanto”.

“Fulano, en el día de su nacimiento, estaba unido por cordón umbilical con una señora cuyo mester era conducir la poliandria a manifestaciones casi frenéticas”.

“La razón es que tengo una inflamación en la única bolsa de piel de la que proveyó Natura, con todo lo que ella contiene”.

“¡Glándulas de Bartolino y Trompa de Falopio! ¡Perdí el Portafolio!”

lunes, octubre 09, 2006

Léxico Familiar II

Escribe mi hermano sobre el léxico familiar, con otras aportaciones:

Para mi mamá si [en alguna repartición] no te tocaba nada era "ni piña, mamey ni zapote"; cuando te cortabas o te dabas un golpe te hacias una Yaya; si te rascabas se volvía una miasma que, al continuar rascándote se convertiria en un cáncer, según ella.
No era el talón del calcetín sino el carcañal. Ah!!! y mi mamá no dormia... "se embelesaba", o "estaba con embelesos".
Tampoco había trastes, había "cacharros" o "cacharritas".

Pero hay más. Algunas importantes. Como los zangandongos.
Zangandongo es una palabra de origen bantú. Pero yo digo que es más bien el muy español "zángano" combinado son el muy cubano "borondongo". Un zangandongo es un niño grande tratado como niño chiquito o actuando como chiquito. Zangandongo es el niño de nueve años que meten dentro del carrito de super o el adolescente de 16 que juega con sus cuates en el cachumbambé (es decir, en el subeybaja).

Otro ejemplo del barroquismo cubano que mamé es que mis padres decían: "...y soltó una catilinaria...". En México, lejanos a la popularización de los discursos de Cicerón, diríamos que soltó un rollo, o un choro.

Los aparatos no se descomponían, sino que se desconchiflaban. Y si uno estaba cansado, medio madreadón, también la persona estaba "toa desconchiflada". Si un automovilista iba muy lento, mi padre decía: "ese va fríendo maiz". Y para él, un equipo deportivo o un jugador no eran malos, ni maletas: eran mapeangos.

viernes, octubre 06, 2006

Un año de adversidades en la Gran Carpa


Mexicanos en GL. 2006

2006 fue un año de más oscuridad que luz para los mexicanos en Ligas Mayores. Si bien, como suele suceder, varios peloteros tuvieron la mejor temporada de su carrera, para los que estaban consagrados o camino a la fama, resultó más bien año de adversidades. La intermitencia de Loaiza, el bajón de Cantú, el récord negativo de Rodrigo, la segunda parte de la pesadilla para Oliver y el final de Vinicio será lo que recordemos de la campaña regular. Ojalá que en la postemporada, las noticias positivas opaquen a las negativas, que desgraciadamente abundaron.

Esta es la actuación de los connacionales en Ligas Mayores, según sus resultados a lo largo de toda la temporada 2006.

Adrián González. El de Tijuana fue el primer pelotero drafteado en el año 2000. Esto quiere decir que le vieron potencial de gran estrella. Fue hasta 2006 que pudo demostrar que los scouts no se habían equivocado. Jugando la primera base de los Padres de San Diego, bateó para .304, con 24 cuadrangulares y 82 producidas. Cerró la temporada a tambor batiente, con un porcentaje cercano a .400 en el último mes del año.

Dennis Reyes. Parte fundamental del secreto de los Mellizos de Minnesota para ganar la división central de la Liga Americana fue su staff de relevistas. Entre ellos, quien tuvo el mejor porcentaje de efectividad fue el zurdo especialista, el mexicano Dennis Reyes. Jugando a menudo, para sacar uno o dos outs, el gordito de Higuera de Zaragoza fue usado en situaciones complicadas, de las que casi siempre salió airoso. Así lo marca su minúsculo 0.89 de carreras limpias admitidas por cada 9 entradas lanzadas. Los bateadores rivales apenas alcanzaron un promedio de .197. Un año para recordar.

Esteban Loaiza. El 2006 fue para Esteban un año de rachas. Pésimo abril, en el que perdió todos y recibió casi una carrera por inning lanzado; mayo en la lista de lesionados; junio de paulatina recuperación, con tres victorias y un juego completo, julio de decepción, en el que volvieron a pegarle y él a perder; agosto de ensueño, en el que no se la vieron y logró dos blanqueadas; septiembre de dudas, con tres muy buenas actuaciones y tres bastante lamentables. Terminó la temporada regular con 11-9, 4.89 de limpias y 97 ponches. La postemporada será su prueba de fuego con los Atléticos.

Oscar Villarreal. Después de varios años bastante malos, el regiomontano pudo al fin mostrar su valía en la gran carpa. Fue un relevista consistente para los Bravos de Atlanta, que ahora ven en su joven bullpen la clave de un futuro regreso al primer lugar. Como abridor, cumplió. Su PCL de 3.61 en esa combinación, y su record de 9-1 son señales de que va por buen camino.

Alfredo Amézaga. ¿Quién diría, hace seis meses, que las estadísticas de Alfredo Amézaga podían ser comparables con las de Jorge Cantú? Al haberle dado continuidad, los Marlines de Florida se encontraron con un gran utility. Buen fildeador, pero agresivo en la caja de bateo y, sobre todo, en las bases. El de Obregón tuvo, finalmente, un año decente: .260 de porcentaje, 3 jonroncitos, 20 bases robadas, 42 carreras anotadas y grandes atrapadas en los jardines y el infield (jugó siete posiciones defensivas, ni más ni menos). Más hits, más jonrones, más producidas y más robos que en cualquier año de su difícil carrera.

Jorge Cantú. El año sophomore, el terrible segundo año en Grandes Ligas que separa a los grandes de las leyendas le tocó a Cantú en su tercera temporada. Un tobillo fracturado, espasmos en la espalda y una gripe tremenda lo aderezaron. El tamaulipeco tuvo un buen inicio de temporada, un aceptable final y un largo y mediocre intermedio. Los números no mienten: .249 de promedio, con 14 cuadrangulares y 62 impulsadas (es decir, aproximadamente la mitad que el año pasado).

Rodrigo López. La inconsistencia no deja de perseguir al de Tlanepantla. Tuvo sólo siete salidas de calidad y rompió el récord de más derrotas para un pitcher mexicano, al terminar el año con marca de 9-18 (y 5.90 de PCL). A veces estuvo bien y de malas, pero en otras ocasiones estuvo mal y de pésimas. Se las arregló para perder tres juegos cuando fue degradado a labores de relevo. Tal vez salga de los Orioles.

Elmer Dessens. Inició en el relevo intermedio de los Reales de Kansas City, la hizo bien y lo subieron a cerrador. Echó a perder juegos y terminó otra vez en el relevo intermedio, pero con los Dodgers. El ansiado estirón nunca llegó. Terminó la temporada con marca en 5-8, dos salvamentos y 4.56 de limpias. Estuvo a punto de que los Dodgers lo dejaran fuera de su roster de playoffs.

David Cortés. El de Mexicali jugó discretamente con los Rockies de Colorado. Empezó bien, pero fue bajando en efectividad. Los Rockies le apuestan a la juventud y lo dejaron fuera a media campaña. Sus números: 3-1, con 4.30 de carreras limpias.

Edgar González. Se la pasó entre los Diamantes de Arizona y las sucursales AAA. El de San Nicolás de los Garza abrió cinco juegos y en otros 12 entró de relevo. Fue mejor en su regreso que en su primera fase. Terminó con 3-4 y un aceptable 4.22 en carreras limpias. Uno de sus mejores partidos fue el duelo contra Aníbal Sánchez, que perdió 2-0 y en el que el venezolano lanzó sin hit ni carrera.

Oliver Pérez. Dicen que a la oportunidad la pintan calva. Oliver Pérez empezó mal con los Piratas de Pittsburgh, uno de los peores equipos de la Nacional, que primero lo bajaron a AAA, pero luego lo cambiaron a los Mets, el mejor de la liga. Tampoco con los Metropolitanos ha brillado. En la temporada sólo tuvo cuatro salidas de calidad y terminó con cifras horrendas: 3-14 en ganados y perdidos y 6.55 de limpias. Pero las lesiones del cuerpo de lanzadores de los Mets han sido sus grandes aliadas. Cayó Tom Glavine y Oliver regresó de AAA. Se lesionó Pedro Martínez y le perdonaron las palizas. Peleó las plazas de cuarto y quinto abridor con Orlando Hernández y el novato John Maine, y perdió. Pero llegan los play-offs y el Duque también se lesionó. A ver si en una de esas…

Juan Castro. Cumplidor y discreto, primero con los Mellizos y luego con los Rojos –con quienes aseguró un buen contrato de dos años-, el de Los Mochis se quedará como utility de reserva el resto de su carrera, por lo visto. En la campaña bateó .251, con 3 cuadrangulares y 28 producidas.

Vinicio Castilla. Era la esperanza en la tercera base de los Padres de San Diego, pero los años le pesaron y los californianos lo dejaron ir. Se tomó su última taza de café ligamayorista con el equipo de sus amores, los Rockies de Colorado. Tampoco hizo gran cosa, pero tuvo una despedida digna, con una carrera impulsada y en medio del cariño de la afición que fue testigo directo de sus hazañas deportivas. Para la historia, los números de su última campaña: .229, 5 jonrones, 27 producidas.

Jorge de la Rosa. El de Monterrey lanzó algunos buenos partidos para Milwaukee y Kansas City, poco a poco va mejorando, pero sin lucir realmente. Su gran problema sigue siendo el control. Terminó 2006 con 5-6 y 6.49 de carreras limpias (pero mejor en Kansas que con los Cerveceros).

Miguel Ojeda estuvo dos ratitos en la Gran Carpa. Al inicio con Colorado; al final con Texas, con un largo intermedio en la Liga Mexicana. Bateó para .221 con 2 jonrones y 15 remolcadas.

Humberto Cota. Estuvo el año completo, pero vio muy poca acción en la receptoría de los Piratas. Bateó sólo para .190 e impulsó 5 carreritas en 100 veces al bat.

Oscar Robles jugó a ratitos cortos con los Dodgers, y no pudo repetir su buena campaña del 2005. Números mínimos: .152 con 6 anotaciones.

Ricardo Rincón se lesionó desde abril. Apenas lanzó tres entradas y un tercio para los Cardenales, suficiente para que le metieran 4 carreras y acabara con 10.80 de limpias.