El despiadado ataque terrorista contra Estados Unidos dio la vuelta al mundo, a través de los medios electrónicos, en pocos minutos. Por radio, televisión e Internet, los ciudadanos de la aldea global vieron, en vivo y desde el lugar de los hechos, cómo un segundo avión secuestrado chocaba contra una de las Torres Gemelas de Nueva York, mientras de la primera brotaba una densa nube de humo y cómo, minutos después, cada uno de estos gigantes, con miles de desesperadas personas adentro, se colapsaba y se convertía en polvo.
La tele estuvo ahí. La tele nos lo contó. Y el medio, fiel a su lenguaje, nos presentó los hechos a su manera. Fue el imperio de las imágenes.
Ví la transmisión de CBS durante una hora, la tarde de aquel día terrible. Uno de los más serios conductores de EU, Dan Rather, presentaba las escenas en las que caía un tercer edificio del World Trade Center, tocado por el derrumbe de los colosos. Espectacular. Veálo usted de nuevo.
Lo que ví durante esa hora fue pietaje exclusivo en el que, desde un ángulo magnífico se vio la irrupción del segundo avión sobre la torre. El conductor, apenadísimo, solicitaba disculpas por el lenguaje que usaban los aterrorizados videoaficionados. Repetición de la escena. Wow. Pasamos a otra versión del mismo suceso, el tercer ángulo. Nuevas disculpas de Rather porque también a estos videoaficionados se les salieron groserías y blasfemias. Véalo usted de nuevo. Ah, ya llegaron nuevas escenas de la caída del tercer edificio: una nube de humo avanza velozmente por las calles estrechas, la gente corre. Impresionante. ¿Qué hay aquí? Otra toma del desplome de la torre. Reiteradas disculpas por el lenguaje. Qué bueno que los editores son tan veloces. Veamos ahora la secuencia de cómo, desde distintos ángulos, los aviones se estrellan, los edificios se colapsan, la gente huye. No hay una palabra de análisis. Spectacular, spectacular.
Dice Camille Paglia en su monumental libro Sexual Personae que la historia de la humanidad ha sido la lucha de Apolo contra Dionisio. Apolo representa la simetría, el orden, el racionalismo, la cabeza, la represión. Dionisio, el caos de la naturaleza, las emociones, el cuerpo, la cachondería. Apolo mira hacia el cielo y pone allá a su Dios. Dionisio, hacia la tierra, habitada por decenas de Dioses. Apolo está detrás de la civilización, los rascacielos, la policía, las leyes y también de la tiranía. Dionisio, de la rebelión, las catacumbas, las orgías, la libertad y también de la anarquía.
Interpretando a Paglia: si había un templo de Apolo, eran las Torres Gemelas, mismas que no volarían en llamas hacia el cielo -como señalaría más tarde, un poco sorprendido, el propio Dan Rather-, sino que bajarían a la tierra para fundirse con ella.
La pensadora estadounidense tiene una figura literaria para explicar la cultura apolínea: “El ojo occidental”. Fue precisamente ese Ojo el que dominó las transmisiones, tanto en EU como en el resto del mundo. Fue a través de ese filtro cultural, de la Imagen, que aprehendimos los trágicos sucesos del 11 de septiembre. Spectacular, spectacular.
El énfasis de Paglia en el papel del ojo dentro de la cultura estadounidense, hace pensar en cómo hubiera sido la cobertura si esa tragedia hubiera ocurrido en México. Eso es también pensar en diferencias de fondo entre México y EU. En México también hubiera habido acento en las imágenes, pero muchas de ellas se hubieran dirigido a los sobrevivientes de los edificios derrumbados. Hubiéramos escuchado los testimonios entrecortados y tal vez histéricos de las personas cubiertas de polvo. Llanto, mucho llanto. Una perspectiva más cercana a lo humano. A lo emocional. Muy probablemente, a lo sentimentaloide.
De hecho, esa búsqueda de personas físicas, de carne y hueso, llevó a la televisión mexicana a algunos extremos que rozan con la lógica. Entrevistas con el boxeador Ricardo “El Finito” López, quien se encontraba en Manhattan y con el pelotero Vinicio Castilla, desde Houston -que era casi como entrevistar a alguien en Ciudad Juárez.
Desde otra perspectiva, las televisoras estadounidenses han sido blanco de críticas por las imprecisiones y exageraciones en que cayeron en los primeros días del ataque, que es cuando los resortes tradicionales se ponen a funcionar.
El problema principal, como siempre, fue que la lucha por un mayor rating las llevó a dar una información menos veraz o de plano manipuladora. Lo paradójico es que, en esos momentos, el rating era estrictamente eso, y no el vehículo de ventas que suele ser, ya que se suspendieron los anuncios comerciales. En otras palabras, aun cuando hace servicio social a la comunidad, la televisión comercial responde a sus reflejos.
Así, por ejemplo, la cadena Fox reportó equivocadamente que un quinto avión suicida se dirigía al Capitolio. Y ABC citó a una cadena canadiense que afirmaba que había otros cuatro aviones perdidos en territorio aéreo de EU -fue un error de interpretación: en Estados Unidos se dice que una nave “se pierde” cuando se estrella-. NBC no se quedó atrás y dio gran relevacia a la posibilidad del uso de 747 presidencial, “El avión del Día del Juicio Final”. Al parecer, les encantó el sobrenombre.
La segunda joya habla muchísimo acerca de lo que se ha convertido la televisión en todo el mundo. Una reportera se acerca a un agotado miembro de los equipos de rescate que buscaban sobrevivientes en los escombros de las torres gemelas y le pregunta: “¿Encontró usted pedazos de cuerpo?” (“body parts”). Ahí está pintado el rostro de la tv de principios de siglo: el deseo de una inútil descripción gore. Cuando un rescatista responda: “Mire, pues me encontré un par de brazos, creo que de mujer, un torso quemado, cuatro dedos y la cabeza de una niña”, la tele y nuestros valores humanos habrán tocado fondo. Cuando una microcámara se pueda introducir para tomar esas piezas -y quizá la agonía de un sepultado- será el triunfo final del Ojo Occidental.
Y mientras la tele marcaba las primeras imágenes de la masacre. Los canales de shopping seguían impertérritos. Señora, ¿quiere usted adelgazar?