Janette se unió a nuestro grupo cuando yo estaba tronando, por segunda vez, con Alejandra. La tarde del 2 de octubre de 1969 fuimos en bola al cine. De regreso, unos chavos lanzaban desde sus coches volantes que recordaban lo sucedido en la Plaza de las Tres Culturas hacía exactamente un año. Era tal el miedo, que no se atrevían a entregarlos a mano.
Cuando llegamos a Milton, vimos que Tito tenía unos boletos para el futbol de esa noche. Hubo rebatinga entre los chavos y Tito, en un ademán histriónico -y también histérico- se subió al portón de mi casa y, tras declarar solemnemente: "o todos, o ninguno", rompió los boletos en cachitos.
Ante las protestas ruidosas de muchos, apareció Paco, el hermano de José Luis, y nos dijo: "Yo consigo el palco de un amigo; si quieren, vamos todos". Aplausos. Fuimos todos, menos Tito.
En el camino al Estadio Azteca, yo iba junto a Janette. Acomodé, nomás por acomodarme, mi brazo sobre sus hombros y, al instante, ella me pasó para luego posar su cabeza en mi pecho. Olía a musgo y a Clearasil. El 2 de octubre de 1969, Necaxa y León empataron a un gol en el Estadio Azteca. No recuerdo casi nada de ese partido.
Así empezó una larga relación sentimental en la que -típicamente- creía yo estar al volante, cuando en realidad era lo contrario. Tal vez allí se generó un patrón. En cualquier caso, Janette dejó huella y, si soy honesto, fue mi primera novia de verdad.
Dicen -y tienen razón- que cuando uno se casa, no lo hace solamente con la pareja, sino también con la familia de la pareja. Puedo afirmar que uno de los lazos que hizo duradera mi relación con Janette fue su familia.
Los Saddy eran unos gringos totalmente atípicos, sin dejar de ser muy gringos. De entrada, eran un chingo: los papás y cinco hijos. Ed, el señor, de origen árabe, era gerente de ventas de Fuller Brush en México; Flora, la señora, descendiente de los colonos del Mayflower, novelista y pintora eternamente inacabada. La casa era un desorden total, con libros, discos y pinturas a medio terminar regados por doquier. Cada quien comía lo que había a la hora que le daba la gana. Discutían todo el tiempo y lo hacían con pasión. Igual sobre quién había ensuciado una toalla que sobre política, literatura, religión o costumbres. La niña de ocho años daba su opinión sobre la homosexualidad y, algo inaudito, se le escuchaba. No tenían televisión. Nunca le ponían llave a la puerta de entrada. Su casa era, para nosotros, como una bocanada de oxígeno. Cualquiera de las nuestras parecía, en comparación, una iglesia en el momento del rito más solemne.
Junto a Janette, quien entonces tenía 13 años, conocí a Caroline de 11 y a Eddy, de 10. Más tarde, a Laura, de ocho. Un día estábamos escuchando a Santana en el tocadiscos, bajó el señor Saddy y nos dijo: "Esta eis Tina, mi hija maior; es la intelectual de la familia; fuei a Woodstock, pero no fumou mariguana". Junto a él estaba una chava alta, de pelo ensortijado, que se acariciaba el muslo -llevaba unos jeans acampanados, con dos tonos de azul- y nos miraba con ojos rojos y semicerrados. De inmediato me gustó muchísimo.
(Soundtrack de Led Zeppelin II y Spooky Two)
Había montañas de libros en casa de los Saddy, y casi todos habían sido leídos. Flora y Tina eran las más voraces. Literatura, en primer lugar. Pero también historia, sociología, arte. Yo acababa de leer el Manifiesto del Partido Comunista; Tina lo había leido a los 12 años, ahora estaba aprendiendo las fuentes a través de la lectura de Hegel y presumía ser la más radical. Ed, que era un centrista, hacía las veces de la voz conservadora. Flora a menudo tenía una posición excéntrica, capaz de ver ángulos que los demás no sospechábamos. Los más jóvenes, sin querer queriendo, hacían las veces de provocadores. Todos eran antisionistas y estaban, si bien por razones diferentes, en contra de la guerra de Vietnam.
Típica discusión Saddyana:
Ed: "Acepto que Midnight Cowboy (Perdidos en la Noche) es una gran película. Pero estoy seguro que los soviéticos la van a presentar como ejemplo de la decadencia que existe en Norteamérica, a causa del capitalismo".
Tina: "Pues es porque dice la verdad. El capitalismo en Norteamérica es decadente y causa esas terribles contradicciones sociales".
Flora: "Los soviéticos van a prohibir esa película. No quieren darles ideas a su gente".
Laura: "Pero no todos los cowboys que van a Nueva York son homosexuales, ¿verdad?"
El contexto: Perdidos en la Noche fue clasificada Para Mayores de 21 Años. Yo pude entrar haciéndome pasar por gringo (decenas de chavos protestaban que porqué a mí sí y a ellos no). Si mis papás hubieran sabido que vi esa película, me hubieran regañado, aunque ellos -por supuesto- tampoco la vieran.
Flora tenía un carácter difícil (hoy hubieran descubierto que era depresiva y le hubieran recetado medicamentos para su cerebro) y era muy voluble. Ed la adoraba. Discutía y se encabronaba, pero la adoraba. Hay una imagen de él abrazándola en el sillón, reconciliados, luego de un arranque histérico de ella. Me pareció, y me sigue pareciendo, la quintaesencia de ese oximoron que llaman amor matrimonial. Ella era la que dotaba de desorden, pasión y creatividad a esa casa. Era para mí una suerte de enorme ángel enfermo. Él, quien brindaba el mínimo de estabilidad necesario para la supervivencia.
Tina y Caroline iban por el camino de Flora, pero con la pujanza de su juventud (o niñez). Janette era muy dulce. Eddy era hiperactivo y simpático. Laura, aunque muy sensible, tenía pinta de que sería más calculadora.
En casa de los Saddy fumábamos mota -y en alguna ocasión la compartimos con Flora- . La señora Saddy decía que era mejor que lo hiciéramos allí, en un ambiente controlado, y no afuera, donde nos podrían apañar.
En una ocasión, escuchábamos a Savoy Brown (Janette tenía casi tantos discos como yo; Tina tenía como el triple); yo le explicaba a Tina el uso de la regla de cálculo, Memo Rosillo y Janette se extasiaban con la portada (una especie de monstruo café que se derretía), Rafael nomás miraba y Laura exclamó: "Tengo una idea: ¿Por qué Pancho no se hace novio de Tina y Memo de Janette. Tienen más en común."
La lógica de Laura era intachable, pero Tina y yo saltamos como resorte. "¿Cómo se te ocurre eso?", dijimos. Era obvio que Tina y yo nos atraíamos. Era obvio, también, que a pesar de tanta libertad que se respiraba donde los Saddy, todavía existían los tabúes. Pasar de una hermana a otra lo era.
Y es que, como todas las familias disfuncionales (es decir, todas), los Saddy habían asignado características a sus críos. A Tina le tocaba ser la intelectual, sabionda y medio jefa. A Janette, la dulce y bonita, pero no tan lista. Como sucede a menudo, eran exageraciones: Janette no era tonta, pero tampoco bonita, aunque tuviera un lindo cuerpo; y Tina, aunque geniuda, no era un genio, pero sí me parecía bella.