viernes, junio 06, 2025

Elección judicial: planchazo y consenso pasivo

A continuación, tres textos que resumen mi opinión sobre la elección judicial. El primero es de un mes antes de los comicios; el segundo, a poco menos de una semana; el tercero fue escrito el día después.




Una elección sin sentido

Se acerca la fecha programada para la elección judicial y ya está en pleno el proceso de promoción del voto. En este se dice que, con la elección popular de personas juzgadoras, se trata de fortalecer nuestra democracia. Ojalá así fuera, pero no.

En los promocionales se acepta, de manera tácita, que el proceso de votación es complicado para cualquier ciudadano, al enviar al posible votante a una página de internet en donde le explican el método.

Todos los ciudadanos son iguales, pero hay algunos más iguales que otros. El 1°de junio, la ciudadanía que acuda a las urnas votará en uno de los 60 “distritos judiciales electorales”. Esos distritos judiciales no se corresponden con los 32 circuitos del Poder Judicial de la Federación ni tampoco adoptan un criterio de distribución poblacional. Se definieron de manera arbitraria y asimétrica. En esa elección no contará igual el voto de un ciudadano en Jalisco que el de otro en Chiapas. En algunas partes de la Ciudad de México, los ciudadanos que vayan a las casillas se enfrentarán a una enorme cantidad de boletas. Hay un juez en materia de telecomunicaciones que se votará sólo en uno de los distritos capitalinos y hay zonas donde no se votará por ningún juez laboral.

Las candidaturas no son ciudadanas, sino que pasaron a través de un proceso en el que la gente del partido en el poder tuvo más peso que cualquier otro actor político. Son, sobre todo, candidatos del Ejecutivo y del Legislativo, más algunos de los gobernadores (incluidos aquellos posiblemente coludidos con el crimen organizado). Y en el Senado aceptan que la criba no fue lo suficientemente buena como para evitar la presentación de candidatos con presuntas alianzas con la delincuencia .

Para la elección de jueces hay más de 200 mil solicitudes para ser observador electoral. Es claro que hay quien pretende usar esa figura para incidir indebidamente. El INE encontró que más de 32 mil de los solicitantes para observar la elección del poder judicial están vinculados a partidos o programas sociales.

Las boletas no se anularán, las boletas para las distintas elecciones irán todas a la misma urna, el escrutinio no será en casillas, el recuento se hará sin representantes políticos y, por supuesto, los resultados se darán a conocer diez días después de los comicios. Hay un problema de certidumbre.

La gente no conoce a los candidatos, y es difícil que lo haga a través de la revisión del currículum que cada uno presenta. Por más que intente enterarse, el ciudadano encontrará lagunas que le impedirán tomar una decisión informada y responsable.

La falta de información se suple con algo a lo que los partidos políticos están acostumbrados en sus grillas y elecciones internas: la lista para dar el planchazo. Por lo pronto, José Ramón López Beltrán, hijo del expresidente, ya dio su lista de “extraordinarios abogados y abogadas” que “son garantía de que viene una nueva etapa de justicia con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Está difícil que las minorías lleguen a estar representadas, porque la mayor parte de las elecciones será por bloques.

Eso es la forma. En el fondo, la reforma al Poder Judicial amenaza con eliminar los equilibrios que, por décadas, han frenado los excesos presidenciales. De hecho, es conveniente que el Poder Judicial sirva como contrapeso a las mayorías: que proteja los derechos de todos los ciudadanos. No se trata de cargos de representación política, sino de cargos de representación social, que a su vez requieren de capacidad profesional para proteger a todos.

En esta elección se busca lo contrario: de lo que se trata es de dotar de un Poder Judicial a modo para el gobierno y el partido gobernantes, al estilo de lo que sucedía con el PRI hace medio siglo. Se entrega una patente de corso a la mayoría política, que es precisamente una antítesis de la democracia. Pero en el promocional se oye muy bonito eso de que la democracia avanza.

La demanda social de una reforma judicial es añeja, porque México limita al centro con la injusticia y a los lados con la corrupción. Sin embargo, el principal problema de la justicia mexicana no sólo radica en su impartición, a cargo de los jueces; está, sobre todo, en su procuración, a cargo de las fiscalías. Mientras que la elección de jueces está lejos de garantizar una mejora, la ausencia de una reforma a las fiscalías garantiza que, entre violaciones cotidianas a los derechos humanos y carpetas de investigación mal armadas, la justicia no llegará.

Con esta reforma, se ha golpeado fuertemente la carrera judicial, que es la base de un tercer poder bien capacitado. Gana la improvisación, pero sobre todo ganan las filias y fobias político-partidistas. Con esta involución, superficialmente legitimada por una elección sin sentido, se cumplirá una parte del propósito histórico de Andrés Manuel López Obrador: todo el poder a la camarilla leal. 


El planchazo judicial y el consenso pasivo

El próximo domingo se llevarán a cabo las primeras elecciones para la renovación del Poder Judicial. Es posible que se vean largas colas para votar, pero no porque el proceso haya concitado el interés de la mayor parte de la población, sino porque habrá menos casillas que en las elecciones políticas y porque, como hay muchas boletas y el procedimiento es complicado, cada elector se tardará mucho más en marcar las boletas y depositarlas.

Según las encuestas de opinión, la mayoría de los ciudadanos está de acuerdo con que los jueces y magistrados se elijan por el voto popular. Al mismo tiempo, y a pesar de la campaña para promover la participación, el interés es escaso, debido principalmente al desconocimiento de casi todos los candidatos, a la complejidad del mecanismo y a que la gente no tiene claro de qué se trata realmente.

En otras palabras, el acuerdo no deriva de un interés real o de la creencia de que jueces elegidos serán mejores que jueces designados a partir de un concurso, de la carrera judicial o de la decisión del Congreso, sino porque se oye democrático eso de que el pueblo sea quien decida quienes serán las personas juzgadoras.

Entre menos burros, más olotes. La escasa participación ciudadana facilitará la tarea político-partidista de organizar las listas para hacer un planchazo. Ya que casi todo mundo desconoce quiénes son los candidatos, el partido le facilita la tarea al ciudadano militante o simpatizante, entregándole un listado que le indica por cuáles votar. Si el método funciona, el partido más grande -Morena, en el caso que nos ocupa- puede imponer no sólo a la mayoría de sus candidatos, sino a todos, y de esa forma avanzar en la toma del Poder Judicial y, con ello, en la destrucción de los contrapesos que requiere todo gobierno democrático.

El planchazo ha sido una práctica común en varios partidos políticos, incluso en aquellos que se precian de democráticos. El grupo más fuerte, o la dirigencia misma del partido, da instrucciones a sus simpatizantes para votar en paquete dentro de una lista abierta, y el resultado final es que los grupos menores o la disidencia se quedan casi sin representantes, o de plano sin ellos. Les pasó la plancha encima y quedaron lisos.

No abundaré en los muchos sinsentidos de esta elección. Basta con recordar que los votos de cada ciudadano no contarán igual (unos votarán por muchos jueces; otros, por muy pocos), que las candidaturas no son ciudadanas, sino que pasaron a través de un proceso en el que la gente del partido en el poder tuvo más peso que cualquier otro actor político, que la criba no fue lo suficientemente buena como para evitar la presentación de candidatos con presuntas alianzas con la delincuencia y que el escrutinio de los votos no se realizará en las casillas. El mayor sinsentido es los cargos en el Poder Judicial no son de representación política, sino social. Este poder debe proteger los derechos de todos los ciudadanos, y no servir a la mayoría política.

El caso es que, salvo unas pocas iniciativas dispersas, no hay manera de evitar que el domingo Morena y el gobierno impongan a los juzgadores que les interesan. Es prácticamente imposible que los votos diferentes perturben la supremacía de las listas, en un proceso diseñado para acabar, en la práctica, con un contrapeso constitucional.

El grueso de la oposición política al gobierno ha llamado a la abstención. Esa actitud es, al mismo tiempo, una denuncia pertinente y una confesión de debilidad extrema. Lo primero, porque efectivamente se trata de una simulación democrática que ayudará a asfixiar a la democracia. Lo segundo, porque las oposiciones son incapaces siquiera de armar una lista alternativa con perfiles de personas juzgadoras independientes del gobierno federal y su partido, una lista que muy probablemente sería planchada, pero tal vez no en su totalidad.

Un problema adicional para las oposiciones es el hecho de que la mayoría de los ciudadanos avala al gobierno federal y eso ha servido para que tenga éxito la propaganda respecto a la democratización que significa la elección de juzgadores. Tal y como están las cosas, el planchazo del domingo estará cerca del cien por ciento. Eso la pone en un dilema ante la segunda vuelta, donde se renovará a otra tercera parte del Poder Judicial. ¿Mantenerse igual para no prestarse a la farsa o promover el voto para hacer probable la victoria de algunos candidatos independientes? Tal vez los resultados de la primera vuelta les permitirán hacer un análisis sereno y definir estrategias, pero lo más probable es que no: que se siga prefiriendo actuar de manera lírica, a lo que el corazón o las vísceras dictan.

Así las cosas, la gran discusión después del domingo no será principalmente sobre los resultados, sino sobre el grado de participación, con unos afirmando que fue más que aceptable y otros diciendo que fue tan baja que es muestra de rechazo a una reforma de mala concepción y peores intenciones.

A final de cuentas, lo que importará -y en donde saldrá ganando el gobierno- son dos cosas: una, se habrá avanzado en la politización del Poder Judicial, en el proceso de convertido en un brazo más de la 4T; se habrá generado un consenso pasivo: la aceptación de las normas y valores del grupo dominante por parte de las clases subalternas. Una victoria cultural a través de la propaganda. Algo que conocimos quienes vivimos, hace ya varias décadas, bajo la férula del viejo PRI.

 

Un núcleo duro ni tan duro ni tan grande

La jornada electoral del domingo nos dice cosas acerca del país que muchos no quieren ver. Estamos lejos del discurso gobiernista según el cual el pueblo mexicano se expresó en una elección histórica y nos convirtió en el país más democrático del mundo. Estamos lejos, también, de un rechazo popular masivo a la 4T, como algunos sobreinterpretan. La participación y los resultados preliminares apuntalan la hipótesis de que el consenso alrededor del gobierno y su proyecto es, en todo caso, pasivo.

Acudió a votar aproximadamente uno de cada ocho ciudadanos. Dada la complejidad de la votación, parece que los votos válidos equivaldrán a menos del 10% del padrón electoral. La cantidad de votos nulos fue muy relevante. Según las encuestas de salida y las telefónicas posteriores a los comicios, la mayoría absoluta de quienes sí votaron fueron simpatizantes morenistas, la mitad de los cuales consideraron confuso el método. Sólo un puñado de electores se declararon de oposición y el resto se dijo no partidista. Todavía un porcentaje mayoritario de la población considera correcto que se haya elegido abiertamente a integrantes del Poder Judicial, pero ese porcentaje está varios puntos por debajo de la aprobación presidencial. Uno de cada cuatro mexicanos aprueba a Sheinbaum, pero desaprueba la elección de jueces.

La composición de los electores confirma el esperado planchazo a favor de los candidatos cercanos a Morena. El gobierno gana estas elecciones ayudado por su método: con una proporción muy minoritaria del electorado, da un paso gigantesco en la conformación de un Poder Judicial afín a él y a su partido. Esto debe interpretarse como un ulterior fortalecimiento de Sheinbaum y del grupo en el poder.

Al mismo tiempo, hay una clara disonancia entre el esfuerzo propagandístico para la promoción del voto y la asistencia ciudadana a las urnas. Nadie puede jactarse de un triunfo de la democracia con la participación de menos del 13 por ciento del electorado. Tampoco se está presumiendo músculo. A pesar de todas las maneras, sutiles o burdas, para inducir la participación, y a pesar de todos los recursos públicos gastados en el proceso, los niveles de abstención fueron muy altos. El núcleo duro y activo del morenismo es más pequeño de lo que se nos quiere hacer pensar.

En un primer resumen, se trata de una victoria gobiernista para los propósitos de continuar con la acumulación de poder de parte de un grupo, y logra cumplir con esa parte el legado de López Obrador, que pasa por la destrucción del andamiaje democrático institucional. Pero también de una derrota política, en el sentido de que la montaña del supuesto entusiasmo popular por la reforma judicial, que tanto rugía, terminó pariendo un ratón. El que luego la oposición pueda mostrarse incapaz de arar y cosechar en esa derrota política -como probablemente sucederá- es otro cantar.

Los datos preliminares nos indican que hay una sorpresa: Hugo Aguilar, jurista oaxaqueño de origen mixteco, a la hora de escribir estas líneas llevaba una delantera aparentemente cómoda a las dos ministras más conocidas y que hicieron más campaña en medios: Lenia Batres y Yasmín Esquivel, por lo que es el favorito para presidir la Suprema Corte. Hay que señalar que Aguilar estaba en la mayoría de los acordeones repartidos a los electores morenistas (era parte de la plancha), pero tenía la ventaja de no ser tan polémico como las actuales ministras. Eso también cuenta. Seguramente mucho más que atributos, como que Aguilar se formó en temas agrarios e indígenas o que es partidario de la justicia interseccional (el enfoque legal que prioriza analizar la justicia a través de múltiples dimensiones de identidad, desigualdad y discriminación).

Finalmente, dos apuntes. El domingo también hubo elecciones locales en Durango y Veracruz. En ambas, la participación ciudadana fue muy superior a la de la elección judicial (más del doble en Veracruz) y en ninguna de las dos le fue bien a Morena. Aquí tampoco el núcleo duro resultó tan duro ni tan grande.

En Durango, la alianza PRI-PAN conquistó la capital del estado y la coalición morenista se fue al tercer lugar, detrás de Movimiento Ciudadano. A nivel estatal, el PRI-PAN se llevó 20 ayuntamientos, por 16 de la coalición que encabeza Morena y 3 para MC. En términos de población, dos terceras partes de los duranguenses serán gobernados por los partidos tradicionales. La reacción de la dirigencia morenista estatal fue fiel a su ADN: se quejan de fraude y “elección de Estado”.

En Veracruz, Morena, PRI y PAN perdieron municipios; los ganadores fueron el PT (que, a diferencia del Verde, no fue en coalición) y, sobre todo, Movimiento Ciudadano, que se convirtió en segunda fuerza electoral en ese estado. La oposición en su conjunto recuperó 53 municipios y el PT se hizo de 20 más y acusó a Morena de “soberbia” por no querer coaligarse. Aunque retuvo Xalapa y el puerto de Veracruz y tiene la mayoría de los votos totales en la entidad, Morena sufrió un descalabro. Como están en el gobierno no podían argumentar “elección de Estado”, la gobernadora Rocío Nahle fue más cauta y declaró: “a veces se aprende más de los tropezones”. Sin embargo, el aparato nacional de Morena siguió vendiendo los resultados en la entidad como una gran victoria.

Así que fue un día agridulce para los guindas. Dulce, porque le cumplieron a AMLO y avanzan con fuerza en la toma del poder judicial. Agrio, porque la participación ciudadana en la elección judicial no fue la esperada y porque, cuando se trató de retener el poder en elecciones políticas locales, se toparon con algunas paredes.

Quien analice bien lo sucedido podrá tomar mejores decisiones políticas en el futuro. ¿Habrá alguno o seguirán todos privilegiando la propaganda al grado de tragársela ellos mismos? Digo, porque todavía, y por fortuna, hay mucha membrana suave alrededor de los núcleos duros.

domingo, junio 01, 2025

El imposible swing de Isaac Paredes

 


Mexicanos en GL.  Mayo 2025

Ya llevamos un tercio de la temporada 2025 en Grandes Ligas, y varios mexicanos se consolidan con buenas actuaciones. La novedad de mayo fue el debut de dos jóvenes promesas. Otra, que los buenos inicios de Andrés Muñoz, Jonathan Aranda e Isaac Paredes han continuado en el segundo mes de campaña. De particular interés es la capacidad jonronera del hermosillense Paredes, aparentemente contradictoria con algunas de las métricas con las que se mide a los sluggers en estos tiempos. 

Como de costumbre, va un resumen de la actuación de los peloteros nacionales, clasificada de acuerdo a su desempeño en la temporada.

Andrés Muñoz estuvo a punto de colgar un segundo mes de manera inmaculada en el departamento de carreras limpias admitidas, pero el día 30 acabó esa magia. El cerrador de los Marineros había estado intratable, hasta llegar a 17 salvamentos. En el camino, desperdició dos salvamentos por carreras sucias que le metieron (el corredor fantasma de los extrainnings, que no cuenta para las estadísticas de pitcheo. Después, ha tenido otros dos rescates desperdiciados: el del día 30, cuando le pegaron tres carreras y el 1° de junio, cuando le anotaron una (pero su equipo respondió al bat y el mochiteco ganó el juego). Su efectividad ahora es de 1.40, su WHIP de 0.82, los rivales le batean un mísero .149 y ha ponchado a 26. Tiene 2 ganados y 0 perdidos.

Jonathan Aranda bajó un poquito su slugging en mayo; a cambio de ello logró mejorar su porcentaje de bateo. El zurdo tijuanense, inicialista de Tampa Bay contra lanzadores derechos, bateó para .341 en mayo, con 3 jonrones. Subió su porcentaje a .320, su OPS bajó a .915. Acompaña esa producción con 12 dobletes, 7 cuadrangulares y 31 carreras producidas. 

Isaac Paredes tuvo en el mes un par de rachas jonroneras que impresionaron a todos. Lo curioso es que el de la H no está entre quienes le pegan más fuerte a la pelota, es de los que tienen un swing más lento y el ángulo en el que le pega a la bola es normal. ¿Cuál, entonces, es su secreto? Los nuevos análisis tecnológicos lo encontraron: sus ojos y la rapidez de reflejos. El bat de Paredes, aunque no sea tan veloz, sale antes rumbo a la bola que el de los otros ligamayoristas y le suele pegar. Por lo mismo, es un enorme jalador de pelota (y los pitchers rivales le lanzan afuera: la buena vista de Paredes permite que sólo le haga swing a lo que va por la zona de strike, normalmente fauleando). Eso explica también su habilidad para embasarse por pasaportes. Números del hermosillense:.252 de promedio, 11 vuelacercas, 7 dobletes, un triple, 32 producidas y OPS es de .794.

Jarren Durán no tuvo un gran mayo, pero sigue consistente con el bate y con el guante. El jardinero de los Medias Rojas puede presumir buenos números generales, aunque no ha mostrado poder, como el año pasado: .264 de porcentaje, 4 cuadrangulares, 34 producidas y OPS de .718, con 13 bases robadas (pero ha sido atrapado robando en 5 ocasiones).

Randy Arozarena no es un pelotero de mucho contacto, pero cuando le pega a Doña Blanca a menudo la hace llorar. El jardinero de los Marineros mejoró en mayo su porcentaje, pero es apenas de .220. Lo acompaña de 7 jonrones, 24 carreras empujadas, OPS de .729 y 9 bases robadas en el mismo número de intentos (en mayo corrió menos que en abril). En la defensa, excelente.

Manuel Rodríguez es una joyita escondida en el relevo de Tampa Bay, con quienes actúa normalmente en los innings 7 y 8, en juegos cerrados. En el mes tuvo 3 decisiones. El derecho yucateco ganó un juego y perdió 2, su PCL es de 2.39, se le embasa menos de un corredor por entrada, tiene 8 holds (ventajas sostenidas en situación de rescate) y ha pasado por los strikes a 21 rivales.

Alejandro Kirk encontró su mojo con el bat en mayo, en el que bateó para .365, de nuevo recibió un montón de bases por bolas y volvió a darle la razón a quienes dijeron que la directiva fue la ganona con el contratote que firmó el Capitán, receptor de los Azulejos de Toronto. Se muestra excepcional en la defensa. Sus únicos peros son que no tiene tanto poder y corre despacio. Batea para .301, con 3 cuadrangulares, 23 producidas y OPS más que decente: .736.

Brennan Bernardino, relevo intermedio de Boston, tuvo un buen mes. El zurdo tiene marca de 2-2, redujo su PCL a 1.52, mantiene el WHIP debajo de 1, ha recetado 20 chocolates y ya cuenta con un hold.

Luis Urías, ya asentado como infielder titular de los Atléticos, bajó un poco su poder productivo respecto a abril. Es decir, no ha impedido que su equipo haya entrado a un tobogán, pero sigue teniendo números decentes: en lo que va de la campaña batea para .252, con 6 jonrones, 13 producidas, OPS de .759 y un robo de base.

Rowdy Téllez, batea en la parte fuerte del platoon de los Marineros en la primera base. Mejoró en mayo respecto a abril, pero sigue siendo un jugador que juega al todo o nada: o jonrón o ponche. Rowdy coquetea con la Línea Mendoza con su .206 de promedio, pero tiene 8 vuelacercas y 23 carreras producidas. Su OPS, debajito de lo que debería tener un titular: .681. Se poncha el 24 por ciento de las veces que va a batear.

Jojo Romero tuvo un magnífico mayo, en el que no admitió carrera limpia, y que ha limpiado sus números poco presentables de abril.  El relevista zurdo de los Cardenales trae 1-3, con.3.44 de limpias, 9 holds (porque le han dado más confianza en entradas clave) y 13 ponches.

Ramón Urías estuvo buena parte del mes en la lista de lesionados. Al regresar a los alicaídos Orioles, se tardó un poquito en agarrar ritmo al bat (su guante es excepcional). Sus números en la temporada: .279, 2 jonrones, 18 empujadas y OPS de .697.

Alex Verdugo se fue desinflando en mayo, tras un buen inicio ofensivo. Al regreso de Ronald Acuña Jr. se mantiene en la titularidad en el jardín izquierdo de Atlanta, pero colgando de su defensiva y de un hilito.  Sus numeritos en lo que va del año: .259, 10 producidas y OPS de .646.

Valente Bellozo tuvo dos aperturas con los Marlines en mayo, y se quedó en el equipo como relevo largo. Lo ha hecho bien en términos generales, sin brillar demasiado. Lo que mejoró de verdad en el mes fue su WHIP. Lleva 1 ganado, 2 perdidos, un más que decente 2.89 de carreras limpias y 21 pasados por los strikes.

Alek Thomas batea contra lanzadores derechos en el platoon que tienen los Diamondbacks en su jardín central. En la defensa es muy bueno; no tanto con la majagua: batea para .255, un jonrón, 16 remolcadas y 3 robos de base. En mayo su OPS bajó a .660.

Taijuan Walker abrió tres juegos en mayo (ninguna fue salida de calidad) y participó como relevista en dos más: ganó un juego y perdió dos. El derecho de los Filis va mejor que el año pasado, pero tampoco es para presumir demasiado. Su marca 2-4, un más que aceptable 3.53 de efectividad, un WHIP de 1.36 y, de pilón, 39 ponches.

Alejandro Osuna debutó con los Rangers de Texas en la última semana del mes. El sinaloense, hermano del relevista Roberto -ahora en Japón- es jardinero y de entrada se lució a la defensiva. Batea bien y ha demostrado habilidad para embasarse por la vía del pasaporte. Ha anotado una carrera, pero no ha producido todavía. .267 de promedio y OPS de .743

Marcelo Meyer, gran prospecto de los Medias Rojas, debutó un día antes que Osuna. Llegó a la Gran Carpa un poco prematuramente, por la lesión de Alex Bregman (y los berrinches de Rafa Devers), para cubrir la antesala. Se ha visto bien con el guante y regularcito con el bat: 200 de promedio, .517 de OPS y 2 carreras anotadas.

Omar Cruz fue de nuevo subido al equipo grande de los Padres, pero sólo para calentar la banca. El tijuanense tiene los mismos números de abril: 4.91 de limpias y 5 ponches.

Austin Barnes, sorpresivamente porque era una institución en el equipo, fue dejado libre por los Dodgers, con quienes había sido receptor suplente desde el 2015. Bateaba para .214, con 2 producidas y .519 de OPS.

Alan Trejo también fue dejado libre por los Rockies de Colorado, ante su poco bateo. Consiguió un contrato de ligas menores con Texas. Batea para .175, con una carrera producida y 2 anotadas.

Tirso Ornelas la está rompiendo en AAA, pero todavía no lo regresan al equipo grande en San Diego, donde no cumplió en su breve estancia: .071, con una producida.

César Salazar sería segundo catcher en casi cualquier equipo ligamayorista. Pero juega para Houston. Fue subido por la lesión del designado Yordan Álvarez, pero en lugar del cubano se turnan Yainier Díaz y Víctor Caratini, los otros dos receptores. Eso ha hecho que el sonorense haya calentado la banca prácticamente todo el mes. Tres apariciones al plato sin hit.  

 

miércoles, mayo 28, 2025

80 años después, las lecciones olvidadas de la II Guerra Mundial


El pasado 8 de mayo se cumplieron 80 años del fin de la II Guerra Mundial en Europa, con la rendición incondicional de Alemania nazi y el fin del Tercer Reich. Pasarían más de tres meses para que lo mismo sucediera con el imperio japonés.

Ocho décadas son pocas para olvidar varias de las lecciones que dejó el conflicto bélico más mortífero y cruel que ha conocido la humanidad. Sin embargo, eso es lo que está sucediendo ante nuestros ojos.

Se está olvidando que uno de los motores de esa guerra fue el nacionalismo económico que atrapó a varias sociedades en la época de entreguerras. Se pretendió darle la vuelta a un proceso de integración económica mundial en marcha y lo que se consiguió fue llevar a las economías a una depresión generalizada, que sólo pudo superarse, primero, con distintos tipos de intervención estatal, y después, con la propia guerra.

Se suele olvidar, a menudo de manera interesada, que fue la depresión económica, y no la hiperinflación que la precedió, lo que radicalizó a las masas en Alemania y permitió la manipulación de mentes y corazones para encontrar en los judíos un chivo expiatorio, y para transformar la inconformidad social en resentimiento, primero, y en odio, después.

También se suele pasar de largo que las naciones donde se desarrollaron regímenes totalitarios y militaristas fueron las de capitalismo tardío; es decir, aquellas en donde era necesaria una intervención estatal desde antes de la crisis de finales de los años 20, en donde no se había desarrollado un capitalismo competitivo y en las que terminaría por establecerse una alianza entre el Estado y grupos de empresarios afines. El primer gran capitalismo de cuates protegido por el Estado.

Otras cosas, aparentemente menores, suelen también dejarse a un lado: el carácter ferozmente machista de los tres regímenes del Eje; la victoria cultural de los vulgares al menos en Italia y Alemania (también había sucedido en la URSS estalinista); la persecución enfermiza de unanimidad de criterios en las naciones totalitarias y, por lo tanto, la persecución de toda disidencia; el recuento mentiroso de la historia y de las noticias cotidianas para envenenar de nacionalismo a las nuevas generaciones. Ese fue el caldo cultural que permitió las atrocidades fascistas.

Ya casi todos quienes eran jóvenes durante esos años aciagos han muerto. Era extraño, para las generaciones que les precedimos, escucharlos hablar de una época -tal vez la más terrible que ha vivido la humanidad- con cosas como “en aquellos años sí había una clara línea divisoria entre buenos y malos”, “se vivía con pasión, porque la muerte estaba cercana”, “había una solidaridad como ustedes no se imaginan, y había traiciones como tampoco se pueden imaginar”. Es humano ver los años de juventud con una dosis de romanticismo.

La “clara línea divisoria entre buenos y malos”, al menos vista del lado del antifascismo, no admitía, en esa época, abundancia de matices. Por lo mismo, tampoco admitía relativismos. Se trataba de la lucha de una parte de la humanidad contra otra.

Ocho décadas después nos encontramos -y es algo que me parece increíble- con el auge de una suerte de revisionismo acerca de esa guerra, uno que relativiza todo o que, en sentido contrario, reproduce esa historia a través de la lente deformada del nacionalismo. En ambos casos, eso significa no entender.

Por el lado del revisionismo que relativiza, encontramos cada vez más a quienes, en el afán de ver la paja en un ojo, minimizan la viga en el otro. A nivel micro, por ejemplo, se recuerda que los de la República Partizana de Montefiorino fusilaron a un seminarista de 14 años, acusado sin pruebas de ayudar a los fascistas; o que hubo pueblos alemanes cuyas casas fueron incendiadas y arrasadas por las tropas ocupantes; o que hubo violaciones tumultuarias a mujeres japonesas. A nivel macro, las bombas atómicas de EU sobre población civil, el bombardeo de Dresden o la masacre soviética de Katyn. Pero esto no debe hacer más que recordar que la guerra no es un baile de carquís, y que en ella participan seres humanos, porque lo que hubo del otro lado fue un intento genocida en gran escala, que pretendía acabar con la civilización, tal y como todavía la conocemos, para dar lugar a un orden mundial aberrante, de explotación y jerarquías.

Del lado del nacionalismo, tenemos las ideas peregrinas de que “Estados Unidos liberó Europa”, que no toma en cuenta el papel heroico de la Gran Bretaña de Churchill, el de las extraordinarias y variadas resistencias en distintas naciones europeas y la actuación decisiva de la Unión Soviética. Son al menos estos cuatro factores, aunados a China en el frente oriental y al apoyo de muchas otras naciones, los que determinaron la victoria. Mientras, del lado de la Rusia de Putin, ya tenemos la versión espejo: “La Madre Rusia salvó a la humanidad del fascismo”.

Lo curioso, y triste, del asunto, es que, mientras se inocula con falsas versiones de la historia a los ciudadanos de varias naciones que participaron del lado de los Aliados, se quieren repetir algunos de los factores causales de la peor guerra que ha conocido la humanidad: el nacionalismo, el proteccionismo comercial, el Estado en manos de una clique política amarrada con sus amigos de la clique económica, la vulgaridad rampante, la persecución de quienes piensan diferente (a veces endilgándoles el sambenito de “fachos”, a veces el de “wokes”, siempre el de “traidores”), las toneladas de mentiras en medios y, cada vez más, en las escuelas, y un largo etcétera.

Entre esas mentiras, gritar que las lecciones de la II Guerra no se olvidan… mientras se hace todo lo posible por olvidarlas. Como si más de 50 millones de muertos no fueran suficiente.


jueves, mayo 01, 2025

El impecable abril de Andrés Muñoz


 Mexicanos en Grandes Ligas, abril 2025.

La temporada 2025 en Grandes Ligas inició con expectativas reducidas para los peloteros mexicanos, por ausencias y lesiones, pero en las primeras semanas de acción se puede ver que no ha estado tan mal. Salvo por la escasez de pitchers abridores (tres principales, todavía en el taller de reparaciones), el contingente nacional ha estado arribita de lo esperado. De destacarse, el enorme arranque de Jonathan Aranda y, sobre todo, el impecable abril que se aventó Andrés Muñoz. 

Como de costumbre, va un resumen de la actuación de los peloteros nacionales, clasificada de acuerdo a su desempeño en la temporada.

Andrés Muñoz ha sido, para decirlo en corto, el mejor relevista de las Ligas Mayores en este inicio de temporada. El cerrador de los Marineros se subió 15 veces a la lomita de las responsabilidades, lanzó 15 entradas, sólo le pegaron 5 hits y no recibió ninguna carrera. Obtuvo el salvamento en las 11 oportunidades que tuvo, y ganó un juego. En el camino, ponchó a 19 rivales. El plebe mochiteco ha sido una garantía, y factor para que los de Seattle lideren, por el momento, su división. Efectividad de 0.00 y WHIP de 0.73, con todo y que ha dado un par de bases por bolas intencionales.

Jonathan Aranda está aprovechando su primera oportunidad seria en Grandes Ligas. Nominado para jugar la primera base de Tampa Bay contra lanzadores derechos (la parte fuerte del platoon, o el “cucharón”), empezó bateando tan bien que lo alinearon aun contra lanzadores zurdos. Los datos de statcast lo ponen como uno de los peloteros que más fuerte le pegan a Doña Blanca. A mediados de abril, el tijuanense lideraba las Mayores en OPS (en otras palabras: era el mejor bat de todos), pero se apagó un poco en la última semana. Algo tiene que ver que ahora enfrenta a más lanzadores zurdos, contra los que batea apenas para .154. En la campaña lleva .308 de porcentaje, un excelente OPS de .940, 9 dobletes, 4 jonrones, 14 producidas e igual número de 14 anotadas. Es probable una ligera regresión en sus números.  

Randy Arozarena está sacrificando porcentaje por poder, y parece ejemplificar los “true three outcomes”. El cubano-mexicano de los Marineros se sigue ponchando mucho, pero también recibe muchos pasaportes y trae el bate caliente… cuando le pega a la pelota. Sus numeritos: .208 de porcentaje, 5 jonrones, 18 carreras empujadas, OPS de .735 y 8 bases robadas en el mismo número de intentos. En el jardín, muy bien.

Jarren Durán ha agarrado ritmo a partir de la segunda semana de temporada. El veloz jardinero de los Medias Rojas puede presumir buenos números generales: .279 de porcentaje, 2 cuadrangulares, 17 producidas y OPS de .762. Adicionalmente, se ha estafado 10 colchonetas. Un problema visible: confía demasiado en su velocidad y no es raro que lo saquen de out tratando de llevarse una base extra.   

Isaac Paredes, con su desempeño en lo que va del año, demuestra que fue un acierto para ambos equipos pasarlo de los Cachorros de Chicago a los Astros de Houston, El antesalista hermosillense, correcto en la defensa, ha demostrado ser valioso en la ofensiva, sin tener un alto porcentaje de bateo. ¿Las razones? Su buena vista, útil para recibir pasaportes y su capacidad para jalar la bola, lo que redunda en extrabases en un parque como el de Houston, donde la barda del jardín izquierdo es cercana. ¿Algún problema? El exceso de elevaditos al cuadro. ¿Qué números tiene el de la H? .252 de promedio, 4 vuelacercas (todos de local), 3 dobletes, un triple, 14 producidas y otras tantas anotadas. Su OPS es de .765.

Manuel Rodríguez, con discreción, ha sido uno de los relevistas más consistentes de Tampa Bay. Sólo en dos de sus 11 apariciones, le han podido pegar al derecho yucateco, quien acumula un muy buen 2.08 de carreras limpias y 0.92 de WHIP, con 4 holds (ventajas sostenidas en situación de rescate). Ha pasado por los strikes a 14 rivales.

Ramón Urías, supuestamente, estaba destinado a dotar de profundidad al infield de los Orioles, enfocados en sus jóvenes prospectos. Una lesión de Gunnar Henderson permitió que iniciara la temporada como titular. Luego se puso a batear y, tomando en cuenta que tiene un gran fildeo, ya no hubo manera de sacarlo del line-up. Sus números en la temporada: .292, 2 jonrones, 9 empujadas y un muy decente OPS de .757. 

Alek Thomas se está sirviendo con el cucharón en el platoon que tienen los Diamondbacks en su jardín central. Ya libre de lesiones, batea para .299, con 12 remolcadas y 3 robos de base. Su OPS, .761.

Brennan Bernardino empezó perfecto el año en el relevo intermedio de Boston, hasta que tuvo un tropezón, del que se repuso. El zurdo californiano tiene marca de 1-1, una efectividad de 2.45, un buen WHIP de 0.82 y ha recetado 10 suculentas sopas de pichón.

Alex Verdugo se tardó en conseguir un contrato -y fue por mucho menos de lo que esperaba-, y eso implicó que se tardara tres semanas en regresar a la Gran Carpa, ahora con los Bravos de Atlanta. Ha respondido bien en la defensiva y con el bate.  Sus numeritos en dos semanas de juego: .341, 6 producidas y OPS de .851.

Luis Urías estaba en una situación similar a la de su hermano menor: contratado como utility en el infield. Poco a poco se ha hecho de la titularidad en la segunda base de los Atléticos (de Quiensabedonde). El Wicho batea para .245, con 4 jonrones, 6 producidas (se ve que le gusta volársela con las bases limpias) y .835 de OPS.

Taijuan Walker tuvo cinco aperturas en abril. Sólo una de ellas fue de calidad. En otras, el manager quiso cuidar el resultado y el espigado lanzador salió antes de llegar al juego legal. En cualquier caso, va mucho mejor que el año pasado. Su marca 1 ganado, 2 perdidos, pero con un muy decente 2.78 de efectividad. Su WHIP, regularcito: 1.37. Y el número de ponches alcanza exactamente las dos decenas. 

Valente Bellozo, haciéndola de sexto abridor de los Marlines, sólo ha visto acción en dos juegos. En ambos, el de Tijuana duró solamente 4 entradas y uno lo perdió. Su PCL, de 2.25, dice que no ha lanzado mal. Su WHIP, de 1.63 hits o pasaportes por entrada, que no lo ha hecho tan bien. Tiene 10 ponchados en su haber. Está en AAA, y regresará (entre otras cosas, porque sus números son mejores que los de varios abridores de Miami, incluidos algunos de renombre).

Alejandro Kirk renovó su contrato con los Azulejos: ganará 58 millones de dólares en los próximos 6 seis años. Junto con Vladimir Guerrero Jr, se convertirá en imagen del club. Los analistas señalan que quien ganó en ese contrato fue la directiva, porque es muy difícil encontrar un catcher con las habilidades defensivas de Kirk, que además batee como el promedio de los receptores en las Mayores. En este principio de temporada, el Capitán tijuanense ha demostrado ser un defensivo de elite, pero su majagua está bien por debajo de la media, aun entre receptores, entre otras cosas, porque está siendo menos selectivo que de costumbre. Batea para .239, con 2 cuadrangulares, 10 producidas y OPS de .610. 

Rowdy Téllez, bateando en la parte fuerte del platoon de los Marineros en la primera base, empezó dando grima, pero luego ha mejorado sus números, sobre todo en lo referente a su especialidad bateadora, que es el poder. Rowdy trae apenas .158 de promedio, pero con 4 vuelacercas y 12 carreras producidas. Su OPS, todavía algo bajo: .638.

Jojo Romero ha tenido un inicio desigual. El relevista zurdo de los Cardenales ha tenido algunas presentaciones buenas, pero le han pegado duro tres veces. Eso se refleja en números que no son para presumir: 1-3, con 6.10 de limpias, 2 holds y 7 chocolates.

Omar Cruz logró colocarse en el róster de inicio de campaña de los Padres de San Diego. El tijuanense debutó en Grandes Ligas trapeando innings con pulcritud, con control y sin respetar jerarquías… hasta que en su tercera aparición le pegaron, y el equipo tabaco y oro lo regresó a las menores (en donde, por cierto, hizo un oso tremendo: tras una base por bolas con casa llena, se desentendió del juego y eso provocó la entrada de otras dos anotaciones). Tiene calidad para regresar. Números: 4.91 de limpias y 5 ponches en poco menos de 4 entradas de labor. 

Austin Barnes, como siempre, cumpliendo correctamente su papel de receptor suplente de los Dodgers. No ha bateado tan mal como se esperaba: .250 y 2 producidas.

Alan Trejo, como el hijo pródigo, regresó hacia fin de mes a los Rockies de Colorado, que son el equipo más flojo de las mayores. Fildea bien en las paradas cortas, pero sigue bateando muy poquito: .167, con una carrera anotada.

Tirso Ornelas, otro joven prospecto tijuanense, tuvo un magnífico entrenamiento primaveral y se esperaba que estuviera en el róster de apertura de los Padres. No llegó hasta mediados de mes, y ha tenido una actuación cuesta arriba, porque aún no descifra el pitcheo ligamayorista. Batea para un miserable .077 y la titularidad en el jardín izquierdo le duró menos de una semana.



jueves, abril 24, 2025

Francisco y el péndulo vaticano


Ha muerto el Papa Francisco, el primer papa latinoamericano. Fue un pontífice con el que incluso muchas personas no católicas o no creyentes lograron encontrar una sintonía.

Francisco fue un papa relevante porque significó un cambio de rumbo progresista en el movimiento pendular de la Iglesia Católica y porque tendió puentes donde antes no los había. Al mismo tiempo, los cambios que logró fueron menores respecto a las necesidades de puesta al día de la Iglesia.

Debo confesar que tengo cierta debilidad por el papa Bergoglio por dos razones. Una es frívola: aposté por él (y perdí) desde las quinielas del cónclave que eligió a Benedicto XVI. La otra es más de fondo: porque era jesuita y conozco, por formación, algunos conceptos básicos que manejó la Compañía de Jesús, especialmente en América Latina, que se me hacen los más positivos o menos perniciosos dentro de la Iglesia Católica (a veces son hasta poéticos). En particular, la idea de ver a Jesús en cada uno de nuestros semejantes, sobre todo en aquellos que sufren por la pobreza, la discriminación o la persecución. Lo contrario, al menos en propósito, a la Iglesia rígida, ritualista y al servicio de los poderosos que era, y sigue siendo, la norma.

La llegada de Bergoglio al papado significó un cambio de eje respecto al papa Ratzinger, más interesado en temas de doctrina, y quien, autocríticamente, se había declarado incapaz de hacer la limpia necesaria en una institución que se había (re)convertido en un bastión del conservadurismo mundial y en una suerte de corporación multinacional, al tiempo que se movía hacia posiciones carismáticas, ajenas -al menos a mi entender- al espíritu del catolicismo.

Y es que hay que entender que, si en un lugar funciona la llamada “ley del péndulo político” es en el Vaticano. A un papa extremamente conservador (Pacelli, Pio XII), siguieron uno reformista (Roncalli, Juan XXIII), otro que consolidó las reformas (Montini, Paulo VI) y uno más, aparentemente progresista (Luciani, Juan Pablo I), que duró muy poco, para luego dar paso a otro papa, claramente conservador (Woytila, Juan Pablo II), que le dio un vuelco muy relevante a la institución, retrocediéndola. Woytila, a su vez, fue seguido del tímido, pero responsable Ratzinger (Benedicto XVI), quien buscó ser sucedido por el papa progresista que acaba de morir.

El papado de Woytila fue enormemente influyente. El papa polaco había entendido, por su historia individual, al catolicismo como resistencia al ateísmo y lo que le interesaba, en primer lugar, era ayudar a acabar con el comunismo de corte soviético. Le tocaron la caída del Muro y la ilusión de un mundo capitalista unipolar, con el regreso al primado del mercado. Aprovechó su carisma personal para reiterar las posiciones más tradicionalistas de la Iglesia, para dar pie a movimientos carismáticos en la Iglesia, que buscaban más influencia política (traer “el reino de Dios” a la Tierra) y para favorecer a las congregaciones conservadoras, mientras intentaba aislar a las progresistas (que, en su visión, coqueteaban con el comunismo).

Eso también se vio en Roma misma. En tiempos de Montini uno podía ir a una iglesia menor y encontrarse al Papa oficiando misa, o ir a la Basílica de San Pedro y pasar tres veces por la Puerta Santa para supuestamente sumar indulgencias. Los funcionarios del Vaticano tenían tipo de curas de pueblo. En tiempos de Woytila, se había desatado el turismo religioso, uno veía en San Pedro grupos fanatizados y abundancia de banderas nacionales, como en un estadio, la venta de indulgencias estaba a tope y los funcionarios de la Santa Sede se paseaban con trajes a la medida y portafolios Hermés, donde guardaban quién sabe qué documentos. Eso sí, había mucho más gente. Un éxito comercial.

Con Juan Pablo II, la Iglesia Católica perdió muchos creyentes en Europa Occidental, pero los ganó en otras regiones, a pesar de que era claro el desinterés por la suerte de los vulnerables. Ratzinger intentó evitar la sangría, pero no pudo, porque ya habían explotado los escándalos de pederastia que fueron escondidos durante el papado de Woytila (y sus antecesores). Tocaba a Francisco tratar de deshacer esos entuertos.

¿Pudo Bergoglio deshacerlos? Podemos decir que lo intentó, tomando en cuenta que heredó una Iglesia profundamente dividida. Lo intentó con una limpia de la curia, que estaba plagada de escándalos, financieros y de otro tipo. Lo intentó con una actitud más firme ante los abusos sexuales de parte de sacerdotes. Lo intentó con una tímida apertura hacia las mujeres y los gays. Lo intentó negociando para abrir a China al catolicismo. Lo intentó moderando, no el lujo, sino el boato que caracterizaba a la Santa Sede. Y lo intentó con una retórica a favor de la paz, de la aceptación de la diversidad, de los derechos de trabajadores y emigrantes, e incluso con advertencias sobre el cambio climático. 

En los intentos de Francisco, lo más relevante fue que hizo algo de limpieza en su casa e hizo también que millones de católicos en el mundo reflexionaran sobre sus dichos acerca de la paz y la defensa de los débiles. No lo hizo sin oposición, particularmente la que provenía de importantes prelados conservadores estadunidenses, quienes lo criticaron abiertamente.  Uno se queda con la sensación de que Bergoglio pudo y debió haber hecho mucho más, pero ya sabemos que es fácil ver los toros desde la barrera.

¿Cómo podremos valorar su legado? Mucho dependerá de quién sea su sucesor, de cómo se mueva el péndulo. La mayoría de los miembros del Colegio Cardenalicio fueron elegidos durante su papado. ¿Habrá continuidad? ¿Una solución de compromiso para mantener la unidad? ¿Habrá otro movimiento pendular, ahora que la derecha en el mundo recobra fuerzas? ¿Razonará la Iglesia pensando en el largo plazo o en la coyuntura? Eso lo sabremos en un tiempo. 


viernes, abril 18, 2025

Mi Vargas Llosa personal

Ahora que murió Mario Vargas Llosa, un grande de las letras hispánicas, dan ganas de revisar su obra, que fue muy influyente, al menos para mi generación. Escritor prolífico, de prosa cuidada y lenguaje rico, fue también uno de los innovadores en el estilo de sus novelas y relatos.

Me tocó la suerte de que empezó a publicar pocos años antes de que yo empezara a leer literatura en serio y en serie, lo que significa que seguí su carrera literaria más o menos al tiempo que iba publicando. A continuación, porque disto de ser un crítico literario, va mi experiencia personal con los textos de Vargas Llosa.   

La primera novela de Vargas Llosa que leí, por recomendación de mi amigo Hermann, fue La Ciudad y los Perros, una crítica profunda a las instituciones educativas verticales, que distorsionan los valores y en vez de formar, deforman. Ahí claramente me identifiqué con El Poeta y odié a El Jaguar, el eterno bully. Me gustó tanto que, pocos años después, le regalé una versión traducida a mi amigo inglés Ben.

En el IFAL me enteré que Vargas Llosa había ganado, años atrás, un premio francés por un libro de cuentos: Los Jefes. Recuerdo que todos los relatos eran buenos, pero sólo recuerdo con claridad uno de ellos: “El Desafío”, que es una desesperante competencia de natación entre dos jóvenes borrachos y machistas del barrio de Miraflores, que por fortuna no termina en tragedia.

En la prepa se puso de moda leer la noveleta Los Cachorros. Habrá quien diga que fue por el fulbito (la cascarita de futbol), habrá quien diga que fue por el manejo novedoso de la puntuación, pero yo creo que interesó por el delirio adolescente de castración. Muy bien escrita, sí, pero a mí, la verdad, me dio ñáñaras (o cringe, como se dice ahora).

Poco antes de entrar a la universidad leí La Casa Verde, el primer intento de Vargas Llosa por hacer gran literatura. Me pareció fascinante, no sólo por las historias entretejidas como rompecabezas, sino por la capacidad del autor para describir tierras, personajes y sensaciones. Uno saca la mirada del libro, reabre los ojos, y ahí están: el prostíbulo, el Amazonas, el trafique.

Inmediatamente después, leí Historia Secreta de una Novela, donde Vargas Llosa explica el proceso de creación de La Casa Verde. De esa lectura recuerdo tres cosas: el concepto de novela-río, la idea de que el autor vomitaba en la obra las cosas dolorosas de la vida que no podía digerir y que tuvo pesadillas con uno de sus personajes, el criminal Fushía, dueño y esclavo del río-mar.

Por esas fechas, Vargas Llosa vino a México y asistí a una conferencia que dio en La Casa del Libro, de Avenida Universidad. No recuerdo nada de lo que dijo, pero sí que llevaba una camisa blanca con puntos negros, de las que se abrochaban en la entrepierna. Muy funky.

Ya en la Facultad, leí Conversación en La Catedral, la de la famosa pregunta: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. Y, mientras uno va leyendo esa profunda condena de la dictadura militar, de la corrupción, la mentira y la represión, también se va dando cuenta de que el Perú lleva una joda eterna. Era de cuando leer a Vargas Llosa te reforzaba las convicciones revolucionarias.

La siguiente lectura fue Pantaleón y las Visitadoras, un divertimento experimental que de alguna forma jugaba como contrapunto de La Casa Verde. Dos cosas recuerdo de esa novelita: la capacidad de Vargas Llosa para nunca repetir “dijo” o cualquiera de sus sinónimos, y el calorón que daba viajar por el Amazonas en esa novela menor.

Voy a la que considero la mejor y más completa novela de Vargas Llosa: La Guerra del Fin del Mundo. Sin tantos recursos experimentales, Vargas Llosa hace que el lector penetre en un mundo alucinante, el de la secta encabezada por Antonio Conselheiro. En ese viaje a la locura, repleto de personajes deformes (física, espiritual o moralmente, a según), hay un análisis a fondo de las raíces del fanatismo, de las condiciones en las que se desarrolla y del efecto alienante que tienen ciertas personas sobre sus semejantes.

En La Historia de Mayta, Vargas Llosa hace una disección acerca de las tragedias de la izquierda latinoamericana. Mayta es un trotskista que, al final, es víctima de la incapacidad de su sociedad para dialogar, porque prefiere deshacer al adversario. Lo que, para José Revueltas, por ejemplo, es tragedia negra, para Vargas Llosa es tragicomedia. Pienso en la alucinante discusión entre apristas y comunistas, a los que uno percibe como chiquitos y atenazados, pero incapaces de ponerse de acuerdo. Camarada contra compañero. Un espejo que da pena.

Leí tarde La Tía Julia y el Escribidor, y sólo a insistencia de Taide, mi esposa. Sucede que había visto la película con Peter Falk y no me había gustado. En cambio, la novela es deliciosa. Más allá de la parte autobiográfica, el gran personaje es Pedro Camacho, el escritor boliviano de radionovelas, que las acaba fundiendo y confundiendo, sin dejar jamás su fobia a todo lo argentino (al final se sabe por qué). De las que más me han gustado de Vargas Llosa. Super divertida.

Lituma en los Andes es una buena novela sobre las diferencias culturales entre una parte y otra del Perú (y de América Latina). Ubicada en tiempos de Sendero Luminoso, estudia las reacciones de las comunidades indígenas y las dificultades para comprenderlas de quienes provienen de otras partes. Al sargento Lituma yo ya lo conocía de La Casa Verde.

Otra de las obras maestras de Vargas Llosa es La Fiesta del Chivo. Narra con gran técnica una historia política y de machismo: la caída del terrible dictador dominicano Trujillo, el efecto perverso que tuvo su gobierno sobre la sociedad de su país y, lo supimos, el hecho de que, por un tiempo, cambió todo para que no cambiara nada en lo fundamental (ese personaje sombrío de la vida real que fue Balaguer). Una novela oscura, dramática, fuerte. Imprescindible. Cuando leí el libro, me pasó, como en todos los de Vargas Llosa, que lo imaginé cinematográficamente. Ubiqué su República Dominicana en algo muy parecido a Cozumel.

Termino mi lista con Cinco Esquinas, una descripción descarnada de la perversión del fujimorismo -con los actos terroristas de Sendero Luminoso como fondo-, pero sobre todo de la indolencia moral de la clase dominante. Al final acaba uno de leer esta buena novela con una sonrisa sardónica, prueba de un mal sabor de boca. 

Como el lector podrá ver, mis lecturas de la obra de Vargas Llosa están lejos de ser completas. Mejor para mí. Eso significa que aún me quedan por leer varias novelas, algún ensayo y otros textos de este escritor extraordinario.


lunes, abril 14, 2025

La decadencia del Imperio Americano


He escrito que “el gobierno de EU está en la tarea suicida de destruir el orden económico mundial de la segunda posguerra, que fue lo que lo convirtió en potencia hegemónica. Mientras hace eso, China decide aliarse comercialmente con enemigos políticos, como Japón y Corea del Sur, en pos de continuar su discreta búsqueda por ocupar el lugar que ha tenido Estados Unidos por casi un siglo”. Al día siguiente, Donald Trump anunciaba la “liberación americana” con una serie de aranceles a casi todas las naciones del mundo, con lo que confirmaba el propósito suicida de la hegemonía estadunidense.

Revisemos. Tras la II Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton Woods establecieron un nuevo sistema financiero y monetario internacional, cuya intención era crear un sistema estable que favoreciera el comercio mundial y terminara con el proteccionismo que caracterizó el periodo de entreguerras y que contribuyó a la Gran Depresión económica mundial de 1929-33. Parte de la lógica de ese sistema era que Estados Unidos podía tener constantemente un déficit de cuenta corriente, que el resto del mundo financiaba –a través de la acumulación de reservas en dólares-, mientras que las demás naciones se veían obligadas a cuidar el equilibrio en su balanza de pagos. En otras palabras, que los estadunidenses podían vivir por encima de sus medios, porque las demás naciones financiaban su déficit comprando bonos del Tesoro.

En el orden de la inmediata posguerra, las naciones industrializadas (pero afectadas por la guerra) tenían que construir economías jaladas por las exportaciones, EU podía basarse en su demanda interna -con crecientes importaciones e inversiones en el extranjero, además-, y las naciones “en vías de desarrollo” optaban por la sustitución de importaciones: exportar materias primas y poner aranceles o cuotas a productos industriales importados para sustituirlos con bienes producidos por la industria nacional. En la medida en que esas naciones lograron industrializarse -como es el caso de México- fueron también abriendo sus economías.

Ese sistema permitió que el capitalismo mundial viviera décadas de prosperidad más o menos compartida: altas tasas de crecimiento económico estable, combinadas con una mejoría en la distribución del ingreso (si la vemos históricamente). 

El resultado de pleno empleo generó presiones salariales, que tuvieron dos reacciones. Una fue la disminución de las inversiones, que servía para crear el desempleo necesario para hacer manejable el mercado laboral. Pero esto se tradujo, sucesivamente, en freno al crecimiento económico y en inflación. La otra fue estrictamente política: la derecha encontró una puerta, a través del monetarismo, el Consenso de Washington y el aplastamiento de los sindicatos, para que la economía volviera a crecer, esta vez bajo condiciones sociales excluyentes y en otro ambiente financiero. Es lo que han dado en llamar “neoliberalismo”.

La falta de regulaciones al capital financiero llevó a la crisis del 2008, que se ha traducido en pequeños intentos de reforma, menores tasas de crecimiento, mayor desazón política y social y cambios en los sectores que jalan a las distintas economías.

Aun cuando la politización del mercado es solamente implícita, en realidad los comportamientos económicos derivan de las reglas fijadas por la potencia hegemónica. En este caso, Estados Unidos.

Ahora Estados Unidos quiere cambiar las reglas, con la malhadada idea de que el déficit comercial -que es precisamente lo que permite a sus ciudadanos vivir por encima de sus medios- es un cáncer que afecta su productividad y empleo, y que los países que tienen superávit se aprovechan de los EU. Ahora resulta que los estadunidenses son las víctimas de las reglas que ellos mismos impusieron, que dieron resultados positivos y que les han permitido, por tres generaciones enteras, gastar más de lo que generan.

Hay cosas curiosas en el asunto. Una es que, en el fondo, la idea de Trump es que Estados Unidos sustituya importaciones, como si fuera país en vías de desarrollo de la segunda posguerra. El mensaje es: si quieres vender productos industriales a EU, tienes que abrir fábricas en EU. Eso implica pensar que esa nación requiere reindustrializarse, cuando sus ventajas comparativas están en otro lado: el de la tecnología digital. Otra, que la intención sea política: tratar de complacer a la base electoral con la oferta de que habrá muchos empleos disponibles para gente con sólo estudios de High School. La tercera, es que hace eso aliado, precisamente, con los multimillonarios de las nuevas tecnologías, que son quienes menos necesitan esa reindustrialización (pero que tienen otras prebendas a cambio).

Lo grave es que, si, en la extraña búsqueda de una reindustrialización, la potencia hegemónica cambia sus reglas, atacando a sus aliados (y de paso, perdonando a Rusia), difícilmente va a poder imponer las nuevas reglas. Cuando las alianzas no están basadas en acuerdos, sino en chantajes, y desaparece la confianza, están destinadas a no prosperar. 

La política arancelaria de Trump y su aislacionismo tienen como efecto inmediato una disrupción en las cadenas de valor y de producción de todas las economías del mundo. Terminan con una serie de certidumbres que dieron el piso mínimo para que las inversiones fluyeran y las economías funcionaran. Afectan el funcionamiento de la economía global.  

Nadie gana con estos aranceles. Y mal hacen los políticos que creen que haber esquivado un golpe equivale a haber ganado: eso se llama perder menos, pero es perder de todos modos. De poco sirve intentar tapar el sol con un dedo.

En el corto plazo, Estados Unidos perdió el papel de socio confiable. Es particularmente difícil para las naciones, como México, que tienen gran interdependencia con EU, agarrarse a ella como clavo ardiente, porque, por el momento, no les queda de otra. Difícil también, porque, en el mediano plazo, EU va a salir debilitado de este lance y será necesario -insisto- deslizarse, diversificar el comercio, buscar lazos más estrechos con socios más fidedignos. 

Trump olvida que, cuando EU pudo poner condiciones al resto de naciones, acababa de ganar una guerra mundial y su PIB era el 50% del PIB mundial. Ahora es del 16%, a paridad de poder de compra. No podrá imponerlas esta vez, y menos comportándose como chivo en cristalería. Es el síntoma de la decadencia del Imperio Americano. 

Es posible que, ante las primeras reacciones de los mercados y las protestas de algunos empresarios, el presidente de Estados Unidos trate de moderar su estrategia. Pero es improbable que lo haga en serio. No es su estilo. Lo más que podemos esperar son nuevas posposiciones sobre la puesta en vigor de los aranceles, y eso sólo servirá para abonar a la incertidumbre, y extender la idea de que no se puede contar con un socio que cambia de pareceres sobre la marcha.  


miércoles, marzo 19, 2025

En defensa del porcentaje de bateo


Hace tiempo que el beisbol cambió, y ya las cosas no son como antes. Ahora es mucho más eficiente, está mucho mejor calculado, se juega mejor en todos los niveles y es todavía más inteligente de lo que siempre ha sido.

Siempre ha sido, como dice la frase, "un deporte exacto", pero resulta que la exactitud, en ese juego mágico, es una variable. Pasó de la aritmética y la estadística elemental, al cálculo y a la física avanzada. Pasó de un librito inexistente que dictaba una estrategia bastante incierta, a la sabermetría y, poco más tarde, al análisis de ángulos, de la velocidad de salida del batazo, la velocidad de giro del lanzamiento y un largo etcétera lleno de fórmulas cada vez más complejas... que dictan estrategias todavía inciertas, pero menos líricas que antes.

Y en el desempeño individual de los peloteros, las viejas estadísticas -aquellas que decretaron, en mi infancia, mi admiración hacia los jugadores y mi amor por el juego- dejaron su lugar a otras, mucho más certeras en la medición de la eficiencia. 

Ya no son las victorias asignadas a los lanzadores, ya ni siquiera es el porcentaje de carreras limpias admitidas: ahora son el WHIP (hits y bases por bolas por inning lanzado), el porcentaje de swings fallados por el rival, el movimiento hacia los lados del lanzamiento, la efectividad con dos strikes.

Ya no son las carreras producidas, ya no es el porcentaje de bateo: ahora es el OPS (porcentaje de embasamiento más slugging), es el xwOBA (porcentaje ponderado esperado de embasamiento), la velocidad de salida del batazo.

Ya no es el porcentaje de fildeo, sino la velocidad de reacción, el rango, la fuerza en el tiro, los OAA (outs sobre el promedio).

Y todo se conjunta en la estadística más compleja (tanto, que hay varias formas de medirla): el WAR, victorias sobre reemplazo (de la que hablo aquí).

Muy bien. Se conocen mejor la eficiencia y las características particulares de cada uno los jugadores y se arma la estrategia con base en ello. Reitero: se juega mejor. Pero el beisbol, como dice John Carlin, es un deporte pastoral del siglo XIX y, como tal, tiene una particular belleza, en la que cuentan la forma del campo de juego, el tempo y las posibilidades que se generan en cada situación. Tras cada lanzamiento (de hecho, tras cada momento) está escondido un posible resultado. No hay dos juegos idénticos.

Hubo un periodo, afortunadamente breve, hace pocos años, en los que se hablaba de los three true outcomes, los "tres resultados verdaderos", que son el ponche, el jonrón y la base por bolas. Es decir, aquellos en los que sólo hay tres protagonistas: el lanzador, el receptor y el bateador, mientras que la defensa no está involucrada. El que eso haya aparecido como concepto es un indicador del cambio en la estrategia en el beisbol, que prioriza el poder y la paciencia en el bateo, y el control y la velocidad en el pitcheo. Todo ello, gracias a la evolución de la sabermetría.

Ya se habla menos de los "tres resultados verdaderos" (como si los otros fueran falsos) y, de hecho, los bateadores con mayor proporción de "resultados verdaderos" en sus apariciones en el plato van de salida. El ejemplo máximo es Joey Gallo, a quien nadie contrató en 2025 como bateador y que ahora quiere ser pitcher. 

Pero en el camino ha habido una víctima, y creo que eso no es bueno para el beisbol. La víctima es el porcentaje de bateo.

Todavía, por tradición, se le llama campeón de bateo al jugador que termina la temporada con el porcentaje más alto de hits por veces al bat. Pero ya no se le trata como campeón. Si no pega cuadrangulares, no se le considera una estrella. Hay quienes lo ven como un segundón. Es, notablemente, el caso de Luis Arraez, quien ha sido champion bat por tres temporadas consecutivas: dos en la Liga Americana y una en la Liga Nacional. Como Arraez tiene poco poder, a la hora de medir el OPS cae del primer lugar de la liga al número 46.

Ya no importa batear por el rumbo de los .300; ahora un slugger puede batear alrededor de la Línea Mendoza (debajo de .215) y ser considerado titular indiscutible. 20 jonrones le rinden más a un pelotero, en fama y contratos, que 200 hits.

¿Pero no hay acaso jugada común más emocionante en el beisbol que un hit sencillo? ¿No generan ese hit, ese hombre en base, esos corredores adelantados por el sencillo, el abanico de posibilidades en ataque y defensa que es precisamente el alma estética del beisbol? ¿No se crea, así, la sensación de que viene el rally que le dará la vuelta al juego?

¿Qué sería del beisbol con puros Joey Gallo, Kyle Schwarber o Rhys Hoskins en la caja de bateo? ¿Dónde quedaría la pimienta ofensiva? ¿Cuántas jugadas cerradas en home tendríamos? ¿Cuantos atrapadones en el cuadro y en el jardín? Sin bateadores de porcentaje, esos que siempre logran contacto, que no se ponchan, que siempre buscan llegar a la base (una, normalmente, porque sus batazos nunca romperán récords en velocidad de salida) ¿qué sería?

Cierto, como definió Billy Beane, la gente va a seguir a un equipo ganador. Se requiere eficiencia. Pero también, digo yo, a la gente le gusta ver juegos entretenidos. Y quienes los hacen más entretenidos son los bateadores de contacto (y los pitchers que salen in extremis del atolladero: prefiero el PCL que el WHIP).


jueves, febrero 27, 2025

Alemania y su fallida reunificación


Los resultados de las elecciones en Alemania dan para mucho. De entrada, dejan claro que la reunificación alemana ha sido hasta ahora un proceso fallido (o, cuando menos, muy incompleto). Por otra parte, dan cuenta del empuje, pero también de los límites, del avance de la ultraderecha en el mundo de hoy. Pero hay muchas más aristas.

Han ganado, como era previsible, los democristianos, con Friedrich Merz, quien se sitúa en un ala más conservadora de esa unión partidista que donde estaba Angela Merkel. También era previsible, según las encuestas, un repunte notable de los neofascistas de Alternativa para Alemania, apoyados, bajo cuerda, por el gobierno de Putin y, a la luz del día, por la ultraderecha estadunidense que ha tomado el poder en el país del norte. Nadie se asusta de la caída de los socialdemócratas ni del estancamiento de los verdes (que en Alemania sí son de a deveras). Lo novedoso de estas elecciones fue el repunte de Die Linke, que es el partido de la izquierda intransigente, heredero del SED, es decir, el partido en el poder en la vieja RDA, acompañado por la salida del parlamento del Partido Liberal y por el hecho de que el partido de los tankies, el BSW, no alcanzó a llegar al Bundestag.

Todo esto se combina para la formación de una nueva Gran Coalición entre democristianos y socialdemócratas (tal vez de nuevo acompañados por los verdes), en la que el cambio está en la definición del socio mayor y, por lo tanto, del canciller. Pasarán semanas o meses para que se forme el nuevo gobierno, pero el hecho es que los neonazis quedan fuera.

En cualquier caso, el futuro canciller ya declaró que "es para mí es una prioridad absoluta fortalecer Europa lo más rápidamente posible, para que logremos la independencia de los Estados Unidos paso a paso... está claro que a los estadounidenses -en cualquier caso, a estos estadounidenses, a esta administración- en su mayoría no les importa el destino de Europa".

Más allá de los resultados generales, resulta impresionante ver el mapa de los partidos ganadores por distrito electoral, porque lo que aparece es un mapa de las dos Alemanias existentes antes de la caída del muro. Mientras la antigua Alemania Federal se pinta del color democristiano, con unos cuantos puntitos socialdemócratas y verdes, en la antigua Alemania Democrática el partido más votado fue el de los neofascistas (con excepciones en Berlín y Leipzig, donde ganó La Izquierda, mientras que en Postdam lo hicieron los democristianos). Los de AfD obtuvieron más del 40% de los votos en buena parte de lo que alguna vez fue el estado comunista alemán.

Resulta por lo menos interesante constatar que el crecimiento de La Izquierda, originalmente un partido fuerte sólo en Alemania del Este, fue en las zonas de la antigua RFA (el oeste), mientras que el mapa electoral del BSW es parecidísimo al de los neonazis. El BSW es una escisión de La Izquierda, que tiene las características de ser, al mismo tiempo que progresista en términos de política económica, claramente pro-ruso, antiinmigración y contrario a la comunidad LGBT+. Como era de esperarse, su dirigente Sarha Wagenknecht (sus iniciales dan nombre al partido, como buena populista) ha decidido impugnar los resultados, al no alcanzar los votos necesarios para llegar al parlamento. Los votantes de AfD y de BSW son los únicos que están mayoritariamente con un entendimiento con Rusia y menos ayuda a Ucrania.

En términos político-electorales, pero también en términos culturales, las dos Alemanias divididas por los acuerdos de postguerra en 1945, lo siguen estando, a pesar de los esfuerzos de unificación verdadera y muy a pesar del optimismo que reinó cuando la caída del Muro de Berlín. Y estos resultados dejan dudas sobre si se podrá lograr esa unificación, porque cada parte no se reconoce en el espejo de la otra, y la desconfianza y el resentimiento crecen.

Se constata de nueva cuenta -podrían hacerse tomos con las anécdotas al respecto- que en la antigua Alemania Oriental no se intentó un proceso de desnazificación tan a fondo como en la antigua República Federal Alemana. Hay ahí mayor prevalencia de racismo, menor compromiso con la democracia y, sobre todo, un resentimiento social permanente.  

Cuando se reunificó formalmente Alemania, la preocupación principal era hacer que el Este, que tenía mucha menor productividad (un pleno empleo engañoso, con muchos trabajadores que estorbaban más que ayudar), menor calidad de vida y métodos organizativos obsoletos, alcanzara al Oeste en esos rubros. Este énfasis casi único, acompañado por un impuesto especial en el Oeste, para financiar las mejoras en la parte oriental, acabó por no dar resultados.

Por una parte, Alemania oriental sigue rezagada respecto a la otra parte del país en nivel educativo, tiene un ingreso promedio 30% inferior (a pesar de que el salario mínimo aumentó ahí mucho más que en el Oeste), un nivel mucho más alto de desempleo (pero quienes trabajan lo hacen por más horas) y, sobre todo, una menor satisfacción con la vida y enojo porque los otros alemanes siguen siendo más ricos. Estos últimos elementos se reflejan en que la mayor parte de los votantes de esa región no se sienten identificados con ningún partido.

En esas circunstancias, la Alemania que alguna vez fue comunista recibe mucho menos inmigrantes que la que siempre fue capitalista, porque hay menos oportunidades. A pesar de ello, es más antiinmigrante, porque -además de las diferencias culturales- siente el peligro sobre su empleo precario. Y del lado occidental hay una clara molestia porque siente que su solidaridad con el Este no ha sido bien correspondida.

Unas notas finales. Una cosa es que los neonazis hayan sido el partido más votado solamente en el Este, y otra que no hayan crecido preocupantemente también en el Oeste. La diferencia es de tres a uno, pero también hay no pocos partidarios de AfD en la antigua República Federal. También se ha hablado mucho de que los jóvenes están votando por los extremos; esto es cierto solamente para La Izquierda: uno de cada cuatro alemanes menores de 30 años votó por esa opción. Del lado del AfD, su fuerza mayor está en los adultos de entre 30 y 44 años. Los mayores de 60 votan por los partidos tradicionales, sobre todo los socialdemócratas. Este último dato, y la venturosa derrota de los Liberales (el partido pro-empresarial que rompió la alianza de gobierno y obligó a estas elecciones) nos recuerda que las antiguas coordenadas políticas están en decadencia.

jueves, febrero 13, 2025

El castillo vacío


Este es un cuento que escribí hace 40 años. Corría 1984 o 1985.

 

-A la memoria de José Carlos Becerra

Hasta antes de que me sucediera lo que les voy a contar, yo tenía toda una teoría acerca de las arrugas. Las arrugas, decía yo, son la petrificación de una sola mueca, que a través de los años avanza precisa, segura, delineando sin indulgencia las miserias y obsesiones de su poseedor. Una persona emplea toda su vida construyendo esta complicadísima mueca, en contorsionar su rostro original, hasta lograr, si el tiempo le alcanza, expresar sus contradicciones en una vistosa, elaborada cara de anciano. Tal vez por eso, en mi adolescencia tendía a atribuir la fealdad de los poderosos a su miedo de que alguien los pudiera sorprender por dentro, pudiera asomarse a su malignidad. Ahora sé que las cosas están peor de lo que imaginaba. No he quedado desfigurado por accidente alguno (eso pienso): es más, soy de las personas a las que ustedes se acercarían si, por ejemplo, un familiar suyo se desmayara en el Metro; pero sin duda preferiría que no lo hicieran.

De pequeño, me gustaba ir a casa de la abuela del chato Jeremías, mi vecino y compañero de juegos. En realidad, se trataba de la carcasa de lo que una vez fue una hacienda cerca de San Juan del Río. En ese lugar se escuchaban palabras con sabor a viejo: ajorca, entrepaño, alamud. Yo por eso escuchaba siempre con atención, aunque posiblemente se haya debido a que, en el campo, al abrirse un panorama más amplio para mis sentidos, éstos trabajaban con mayor capacidad, y las imágenes quedaban más fijamente impregnadas en mí. Recuerdo que, llegada la tarde, ahíto el paladar del sabor para mí extraño de los dulces hechos en casa, solíamos pasear por los campos cultivados, y enfangarnos pies y manos. Yo lamentaba que junto a esas tierras no pasara alguna carretera y, por tanto, que ningún niño de ciudad, desde el coche de sus padres, nos confundiera con trabajadores niños campesinos.

Hace un tiempo me encontré con el chato Jeremías, ingeniero y casado, con bigote y calvicie precoz. Me invitó a pasar un fin de semana en la que había sido casa de su abuela, pare que recordara viejos aires y descansara del trajín cotidiano. El Chato había reacondicionado la semidestruida casona y dedicaba parte de su tiempo a hacer rentables las tierras que le habían dejado. Fui de buena gana, aunque pronto me di cuenta de que el Chato y yo teníamos muy poco de qué hablar. Jeremías utilizaba el recurso de contar mil y una anécdotas de la infancia para evitar la posibilidad de que nos viéramos frente a frente sin reconocernos. Su esposa se mostró muy amable, y luego de la cena nos trajo coñac y cigarros. Yo pensaba en lo mucho que habían cambiado las cosas. Las paredes no tenían cuarteadoras, Jeremías ya no hacía rabietas y había engordado, en el peinado de su esposa se adivinaba un leve toque de salón de belleza, la casa no olía a polvorones con miel, Qué cortas debieron ser la adolescencia y la juventud de Jeremías.

Nos quedamos en silencio, con la mano correctamente colocada en la copa de coñac, demasiado conscientes, al cabo, de ese silencio. Luego de un rato, Jeremías avisó que ya iba a dormirse, y se fue a la recámara. Quedé entonces solo, pensando en mi infancia y en las nuevas responsabilidades del Chato. Serví más coñac en la copa y me apoltroné como si fuera un rico hacendado de principios de siglo, con lentos movimientos acercaba el tabaco a mi boca y pronunciaba palabras que yo quería tan arcaicas y esplendorosas como las que escuché de niño. La noche empezaba a refrescar, así que decidí encender la chimenea. Lentamente recogía la leña, sintiéndome un curtido hombre de campo, y me inventaba frases señoriales como “páguele al acequiero lo de su raya”.

Luego de hacer el fuego, me incorporé y vi, en el gastado espejo que estaba sobre la chimenea, una figura estirada, ciertamente parecida a mí, pero que no era yo. Me miraba fijamente, con altivez, y vestía una levita tiesa y ajustada. Cuando me di cuenta de que la imagen obedecía estrictamente a mis movimientos y que mi ya temerosa sonrisa se traducía en el espejo en una mueca atroz. Corrí a despertar a Jeremías.

-Era tu cara, tomaste mucho, mejor vete a dormir –me dijo.

De camino a mi recámara me atreví a mirar de nuevo al espejo; descubrí al otro lado a un muchacho pálido, nervioso y vestido como yo. Tampoco me pude reconocer bien a bien en esa persona.

Días después de esa experiencia con los espejos, tomé un tren para Guadalajara. Luego de cenar fui al carro mirador que, de noche, sirve más bien para mirar a los otros pasajeros y para hacerse a la idea –difícil cuando es boleto de camerino- de que se viaja en grupo. Pedí un refresco y me entretuve en observar a las otras personas, para hundirme más tarde en el repaso del periódico de la mañana. A los pocos minutos vi que junto a mí estaba una mujer. Me pareció joven y agradable, me gustó su estilo elegante y sencillo a la vez, y me gustó también la manera directa como me miraba. Le dirigí una mirada sonriente y decidí pasar frente a ella como una persona seria y reservada. Leí de nuevo la sección de culturales y –ostensiblemente- los artículos editoriales. Luego, de manera muy galante, le pregunté si no deseaba un refresco o un trago (utilizando la palabreja “trago”). Aceptó lo primero y nos pusimos a conversar, aunque a mí me dio por ser parco para sentirme más interesante. Tenía yo la sensación de que ella se sentía atraída, tan de movimientos pausados y graciosos como era, por un hombre con ciertas características de firmeza y formalidad. Mantuve discreción sobre mi pasado, no porque hubiera algo que esconder, sino precisamente porque esa discreción me dotaba, ante sus ojos, de un encanto extra. Así debió de haber sido, porque después me descubría acompañándola a su camerino, cosa que jamás me había sucedido en un tren.

Cuando llegamos me encontré con una mala sorpresa. Sobre el lavabo del camerino, el espejo devolvía una imagen extraña. Una serie de surcos desconocidos cubrían mi cara, sustituyendo a los míos. Esta ocasión definitivamente no se trataba de mí, sino de alguien bastante mayor de mis treinta años, con mucha vida atrás, tal vez con ese pasado que nunca le conté a la mujer que ahora rozaba mis caderas con su mano tibia y bien formada. Me lavé la cara, y al reiterar el espejo la seria y apacible (pero vivida) imagen de la persona a la que yo estaba jugando a ser, tuve la tentación de salirme y no regresar, pero pudo más la sonrisa de la mujer.

Hicimos el amor de manera apasionada, pero poco lúdica. Di a mis movimientos precisión y suavidad, pero mi arrebato no podía decidirse entre ser un arma de olvido contra la figura del espejo o una imitación involuntaria de aquel acaso me robaba el alma en esos momentos. Me vi sereno y experimentado, tal vez poco amoroso, y si acaso ella adivinó una chispa en mis ojos al encenderle su cigarro, ésta era demasiado consciente. El ritmo del tren y el cuerpo tibio de la mujer alrededor del mío no fueron suficientes para alejar de mí la brutal idea de que las caricias que sentí delineaban el cuerpo de otra persona.

La serie de conferencias que di en Guadalajara sobre Hegel pareció, por un tiempo, el refugio que necesitaba. Las noches en el hotel me envolvía, en calmada soledad, en el repaso de los conceptos y, más que en Hegel, en mi encanto de estudioso. Mi manera de fumar lo demostraba. No quise regir a los espejos de la habitación por temor a alimentar una fobia que se iba apoderando de mí, acercándose por lentos meandros a la desembocadura de mi ser. A ratos los miraba y sonreía con satisfacción al ver el rostro seguro e inteligente de un intelectual no demasiado severo consigo mismo: ése, sin duda, era yo, qué alivio.

Así, al enfrentarme al auditorio, me sentía dueño de la situación. Era capaz, entonces, de armar frases consonantes, de bordar la conferencia, buscándole la musicalidad al abstracto tema: “ya hay dialéctica en los anales doxológicos de Heráclito de Éfeso” podía sonar como “en noche lóbrega galán incógnito las calles céntricas atravesó”, y para el caso era lo mismo, la mayor parte del público asistía para enriquecer su currículum cultural, no para explicarse la lógica del amo y el esclavo. La profusión de esdrújulas servía como mantra. La última sesión, el broche de oro, fue más un recital que una conferencia: las palabras brotaban a cántaros para defender a Hegel de su condena histórica de reaccionario incorregible, pero no brotaban de mí, con mi historia, mis fantasías y mis enormes, escondidas ganas de regresarme a casa, ni de la idea absoluta de la Historia con mayúscula. Salían de la boca de un intelectual de saco raído onda mitteleuropea, que tenía mi nombre y apellido, mi tono de voz, mis ademanes, pero que tenía mucha más fuerza que yo, más seguridad en lo que decía y un odioso dejo de cinismo que tal vez fui el único en percibir.

Como era de esperarse, en la comida que siguió a la última conferencia, tanto mis anfitriones del Instituto como yo nos pasamos de copas. Incoherentes con nuestros personajes académicos, nos fuimos al futbol a ver si el Atlas seguía sin anotar. Me desgañité gritando y dormí como un bendito.

En el camino de regreso una imagen me asoló, complicándome la cruda: un castillo antiguo, vacío, oscuro, en el que se oyen ruidos de fusilamientos. No me quise desesperar y se lo cargué a mi cansancio: la serie de pesadillas culminaría con mi llegada a México y con un buen sueño. El castillo se desmoronaba poco a poco, pero su presencia y los disparos se mantenían.

Al llegar, la ciudad me pareció irreal: algo había sucedido, pero no era fácil explicárselo. Me entró el miedo y tuve, por un segundo, la tentación de comprar una máscara de Blue Demon para salir tranquilo de la estación. Pensé, al fin que, si yo había cambiado tanto como para ver a la ciudad con otros ojos, el improbable amigo que me encontrara no sabría que era yo; que si la gente me miraba con desconfianza era porque yo la emanaba; que todo se arreglaría en pocos minutos. Deseé ardientemente encontrar a lo lejos un conocido no muy íntimo que agitara los brazos para saludarme y recongraciarme con el mundo. Caminé entre extraños hasta un sitio de taxis.

La llave era la misma, el departamento apenas olía a encerrado. Decidí que lo más cuerdo era tomar un baño. No hay nada como darse un baño en la propia casa: el ritmo de salida y la temperatura del agua protegen verdaderamente; el estropajo y el shampoo, viejos amigos, le dan a uno la agradable sensación de sentirse fuerte para enfrentar lo que venga, así sea la propia imagen.

Seco y abrigado, me dispuse a quitarle el vaho al espejo, quizá con más confianza que la merecida. Y en el medio del silencia estaba yo, en bata, con la barba un poco crecida, mirándome fijamente, esperando saber si mi piel me estaba vedada, rozando mi rostro con los dedos, rozando el espejo con los dedos sin atreverme a romperlo. Para mi horror, descubrí que había que poner las manos donde los guantes quisieran, poner el rostro donde la máscara y empezar la delicada tarea de despellejarla para poder respirar tranquilo, sin que la muerte salga confundida con el aliento, para tener un rostro.

Y así, durante la noche, violé los sellos, y sin reacciones viscerales, tratando de soportar el espanto, fui desprendiendo una tras otra de las capas que, finamente superpuestas, se habían adueñado de mi sangre y de mis sentidos. A ritmo de fantasmas fui separándolas, diseccionándolas con el bisturí de mis recuerdos, a pesar del agotamiento, hasta llegar adonde no parecía haber retorno.

Me detuve frente al espejo otra vez, ya al borde del delirio. Si alguna vez anhelé ser aquello que miraba, ahora esa imagen me hacía señas desde una lejanía que nunca pude mensurar cabalmente. Comprendí que todo me había fallado, pero no tuve valor para romper el espejo, tenía miedo de ser sólo una de sus astillas, de ser la frontera desierta. Arranqué, desesperado, a grandes trozos, las partes que quedaban, hasta comprobar que yo no tenía rostro: en el lugar de la cara se sospechaba, como en un espejismo, un castillo antiguo, vacío, oscuro, en el que se oyen ruidos de fusilamientos.